Héroes 2

Jorge Marcos Baradit Morales

Fragmento

La primera entrega de Héroes se publicó en septiembre de 2019, un mes antes del estallido social del 18 de octubre. En las palabras finales de ese libro me referí a la necesidad de revisar nuestro panteón de héroes, examinar si las estatuas que pueblan las ciudades nos representan a todos, si esos personajes son ejemplo para las mayorías. Un mes después, el pueblo de Chile salió a las calles como una marea incontenible, dispuesto a exigir una sociedad mejor donde hubiera espacio para los trabajadores, los obreros, las profesoras y los empleados de todo tipo.

En el cúmulo de eventos —marchas, asambleas y cabildos, entre tantos otros—, en el que los ciudadanos se congregaron, estos se expresaron artísticamente, crearon diarios, programas online, canciones, espacios de reflexión y ollas comunes; hicieron a su vez efectivo el ejercicio de revisar la historia y emitir un juicio a través de un gesto violento pero metafórico: el derribamiento de estatuas de ciertos personajes. De inmediato se armó una polémica: la gente ligada a la Historia, al patrimonio y los opositores a la movilización hablaron de vandalismo. Otros, entre los que me cuento, entendimos la acción no como un intento de destruir y borrar, sino de manifestar un repudio a la herencia histórica de esos personajes.

Al derribar el monumento a Pedro de Valdivia o al gobernador de Chile Horacio de Quiroga, es obvio que los activistas denunciaban la Conquista, el genocidio y la esclavitud colonial; al derrumbar a O’Higgins, la tradición de un gobierno militarista y autoritario; al abatir a Portales, protestaban contra el modelo histórico de orden y élite que este impuso y que de algún modo continúa hasta hoy; al destruir a Cornelio Saavedra, rechazaron el rendir honores al ideólogo y ejecutor del robo a sangre y fuego que acometió el Estado de Chile contra el pueblo mapuche; al desmontar y grafitear el busto a José Menéndez, los magallánicos expresaron su repulsa al empresario que dio trabajo a cambio de explotación y genocidio indígena.

Quienes reprocharon este gesto —indicando que al intentar borrar la historia se comete un error aún más grave—, no comprendieron que nadie quería hacer pasar al olvido a Portales, a Saavedra o a Menéndez; lo que la movilización expresaba era la necesidad de eliminar el homenaje y, con ello, enfocar la historia también desde otro punto de vista: la de los bisnietos o tataranietos de aquellos que fueran vejados, explotados o ignorados por esos personajes que nos miraban desde una altura que no merecían, íconos de un modelo que representa solo a la élite y su dominio sobre la mayoría de los chilenos. El gesto, en consecuencia, permitió empoderarse de las calles y del paisaje urbano y declarar que también es posible poner a estos personajes en su lugar: fuera de los altares de la patria.

Luego de esta acción consciente, de esta profunda interpelación histórica que denunciaba siglos de explotación, algunos me preguntaron quiénes eran, entonces, los héroes de nuestros tiempos. La respuesta es sencilla: todos. Los héroes de la movilización son quienes constituyen la movilización social misma. Porque no hay que equivocarse, ya que aun cuando publiqué un libro titulado Héroes, los ciudadanos tenemos que tener claro que los allí retratados NO SON el motor de la historia, NO SON los salvadores que nos vienen a redimir, NO SON mesías que nos guiarán al cielo al poseer una verdad revelada. Los héroes no son NADA sin su pueblo detrás. De hecho, los héroes son la manifestación —a veces la voz, a veces el intérprete— de una fuerza colectiva profunda. Los héroes son quienes encarnan esas fuerzas; y sí, son la vanguardia, la punta de la lanza, una punta filosa y de gran calidad, a veces única y preciosa, por cierto, pero que queda convertida en nada sin el brazo y el cuerpo completo que la proyecta.

Nunca hay que olvidar que por más maravilloso y único que sea un héroe, por detrás tiene la cultura, a su familia, a su gente y a su pueblo. Los cambios no los hacen los caudillos. Nadie vendrá a salvarte, porque en realidad ese héroe siempre serás tú unido a otros, cumpliendo diferentes funciones en la cadena de los cambios.

Se preguntarán ahora para qué sirven los héroes, si digo esto. Pues para saber quiénes queremos ser y cómo queremos ser. Los héroes son las radiografías de los sueños y los objetivos de un pueblo, representando lo que este valora, qué conductas aprecia, qué gestos persigue y admira. Los héroes son espejos de lo que ansiamos ser y, en ocasiones y para nuestro asombro, de pronto surgen ciertas personas excepcionales que son capaces de encarnar esos valores elevados. Nada más y nada menos.

También cabe preguntarse: ¿por qué querríamos dar una batalla para revisar quiénes son nuestros auténticos héroes? Porque, al igual que para una persona, es necesidad psicológica de un pueblo saber quién es para ser quien es y no otra cosa. Tratar de ser otro produce neurosis, una enfermedad en la psique. No nos vemos reflejados en esa imagen que me quieren hacer creer que me pertenece. Y sí queremos que sea nuestro rostro el que aparezca en el espejo. Estamos, pues, disputando por nuestra sanidad mental, por el significado de toda nuestra historia a nivel popular. Eso estamos haciendo, y por eso la inquietud y la ira de algunos grupos.

Esta disputa lleva décadas librándose en el mundo académico, pero ahora pareciera que ha abandonado ese espacio para llegar a la calle, al metro, a las murallas pintadas, a los medios populares.

Hoy ya sabemos que la historia suele esconderse y, en ocasiones, tergiversarse e incluso manipularse por parte de quienes tienen el deber de enseñarla: las instituciones del Estado. También sabemos que lo que se aprende, por lo general, no proviene del relato del 90 por ciento de un país trabajador, sino del punto de vista de quien la imparte. Y por ello, ese 90 por ciento, casi todos nosotros, terminamos pensando que la historia no somos nosotros, porque no nos reconocemos en esas páginas tan llenas de nombres pomposos, millonarios, blancos y masculinos.

Chile fue obligado a vivir bajo un espíritu colonial heredado donde solo existen los de arriba. Es un sistema que, por la fuerza, se ha mantenido hasta hoy y se ha llegado a reprimir e incluso a matar cuando las fuerzas han buscado un equilibrio, dejando fuera todas las discusiones modernas. Porque esa élite ha construido el país —ya desde el golpe de Estado de Diego Portales en 1829— como una reinstalación del modelo colonial, uno en donde solo existe ella.

Angela Davis, activista norteamericana, plantea que la sociedad moderna se discute en términos de clase, raza y género, curiosamente los mismos estamentos invisibilizados que se manifestaron el 18 de octubre: los trabajadores, los mapuche y las mujeres. Y la respuesta del estado chileno colonial, al que no le gusta que le desordenen su castillo de merengue, fue la de siempre: enfrentar esas problemáticas ignorándolas o bien forzándolas a regresar de donde salieron a punta de represión, balas y ojos estallados.

Pero la realidad siempre, en cualquier escenario postizo, termina por impo

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