Biografía del Caribe

Germán Arciniegas

Fragmento

PREFACIO

Que el siglo XVI es el siglo de oro de España es la verdad: pero no es toda la verdad. El XVI es de oro no sólo para España sino para Inglaterra, para Francia. Es el siglo de Cervantes, de Shakespeare, de Rabelais. Las letras no tuvieron antes, en los tres reinos, esplendor parecido. Ni tampoco los reyes: Carlos V y Felipe II, Isabel de Inglaterra, Francisco I son en sus cortes reyes de oro, con que la historia se viste de nuevo. Pero al fondo hay algo más. Con el descubrimiento de América la vida toma una nueva dimensión: se pasa de la geometría plana a la geometría del espacio. De 1503 hacia atrás, los hombres se mueven en pequeños solares, están en un corral, navegan en lagos. De 1500 hacia delante surgen continentes y mares océanos. Es como el paso del tercero al cuarto día, en el primer capítulo del Génesis.

Todo este drama se vivió, tanto o más que en ningún otro sitio del planeta, en el mar Caribe. Allí ocurrió el descubrimiento, se inició la conquista, se formó la academia de los aventureros. La violencia con que fueron ensanchándose los horizontes empujó a los hombres por el camino de la audacia temeraria. No hubo peón ni caballero, paje ni rey, poeta ni fraile que no tuvieran algo de aventureros. Lo fueron Colón y Vespucci, Cortés y Pizarro, Drake y Hawkins, Carlos V y la reina Isabel, Cervantes y Shakespeare, Las Casas e Ignacio de Loyola. Todo parece una epopeya. Todo, una novela picaresca. En la cárcel estuvieron lo mismo Isabel cuando iba a ser reina de Inglaterra que Francisco siendo rey de Francia, y Cervantes y Colón.

Cuanto hombre o mujer grande hubo en Europa se vinculó a la aventura central del mar Caribe. Descubrimiento, conquista, pillaje se hicieron con reyes al fondo. Colón habla a nombre de los católicos; Balboa toma posesión del Pacífico y Cortés de México, con el estandarte del emperador Carlos V; Hawkins y Drake asaltan los puertos del Caribe con escudo de la reina Isabel; el pirata Juan Florentín aparece como socio del rey Francisco de Francia. En el Caribe empieza la lucha entre Inglaterra y España. El día en que el virrey de México vuelve astillas las naves de los contrabandistas ingleses en el puerto de San Juan de Ulúa marca un cambio de rumbo en la política europea. La historia del Caribe en el XVI hay que verla como un campo de batalla donde se juegan, con los dados de los piratas, las coronas de los reyes de Europa. Ahí se gradúan de almirantes los marinos ingleses.

La lucha de los reyes empezó a la manera medieval. Todo, pleitos de familias. A través de matrimonios y testamentos se hinchaban o enflaquecían imperios como fuelles manejados por caprichosas manos reales. Nápoles parecía una pelota que se tiraban de mano a mano los reyes de España y Francia. Portugal unas veces tenía su propio rey, otras el de Castilla. Flandes lo mismo. En Carlos V se confundieron las coronas de España y Alemania. Por debajo corrían las fuerzas subterráneas; las empresas del pueblo, el despertar de los burgueses. Con ellas nacían los estados modernos. La iniciativa fue privilegio de esta savia anónima en España, en Francia, en Inglaterra. Villanos, campesinos, pescadores, bandidos, mercaderes, estudiantes hicieron la conquista, armaron los barcos piratas, empujaron a los reyes y los envolvieron en guerras inesperadas. A la gente del común la vemos lo mismo sacando la América del fondo del mar que haciendo guerras pintadas de acero, carmín y esmeralda.

El pueblo tenía odios, amores, prejuicios, supersticiones; en una palabra: tenía su fe. Como siempre, se podían ver en él la visión del pasado y la visión del futuro; la tradición y la esperanza; la historia y la aventura. En él estaban el arrojo, el juego limpio o turbio a vida o muerte, que mantuvo tensas las cuerdas del drama, que permitió escudriñar en un cuarto de siglo todos los mares y en otro cuarto de siglo hasta el último rincón del Nuevo Continente. Esa gente del pueblo les daba la vuelta a los mares en una tabla, o iba hasta el corazón del Amazonas, hasta la cumbre de los Andes, con una espada y un hacha. Así es: el mapa del mundo se hizo en el siglo XVI con un trapo, unas tablas y unos cuchillos. Estas tres cosas forman el verdadero escudo de armas del Caribe.

El pueblo tenía su religión. Las pasiones eran tales que las guerras parecían religiosas y no de reyes de la tierra. España tenía su Iglesia propia. No sé por qué no se hablaba de la Iglesia católica, apostólica, española como se habla de la Iglesia romana, griega, rusa, o de Inglaterra. Cada una ha tenido colores propios tan subidos que cualquiera puede reconocerlas en el mundo. El XVI es el siglo de Lutero y Calvino, y en el XVI España organiza las milicias de su Iglesia con san Ignacio de Loyola, levanta las murallas espirituales de sus conventos con santa Teresa, rehace las defensas del dogma con Cisneros, afirma su fe vistiendo a Carlos V de fraile y quemando herejes —luteranos, hugonotes, judíos— en las hogueras donde Torquemada arrima leña seca con pálido fervor. En las aguas del Caribe, Drake no es un inglés ni un pirata: es un luterano. Y para Drake, los gobernadores de Cartagena o Santo Domingo no son representantes del rey de España sino algo peor: del papa, el enemigo de la Iglesia de Inglaterra.

Así, el siglo de oro lo es de la violencia, del fuego, de la lanza, de la pasión en que se dan la mano como buenos camaradas los tipos más distantes. Todos van metidos dentro de la muchedumbre desbocada. Rabelais planea los viajes fantásticos de Pantagruel, quizás el más estupendo de sus libros, estimulado por los viajes del pirata Juan Florentín. Cervantes meditaba a un mismo tiempo en escribir el Quijote o en venirse al Caribe: a Cartagena, a Guatemala, al Nuevo Reino de Granada; refugio, según él mismo, de pícaros y ladrones. Shakespeare llevó a sus dramas imágenes tomadas de los viajes de Raleigh por la Guayana. Lope de Vega compuso La Dragontea sobre la vida de Francisco Drake, o el Dragón. Quien dibuje el mapa literario del Caribe encontrará en él todos los nombres de los poetas, los novelistas, los dramaturgos, como si hubiera sido un sueño para ellos armar su república de las letras donde tenían sus tiendas los bucaneros o encendían los bandidos sus fogatas.

DEL MAR GRECOLATINO AL MAR DE LOS CARIBES

Nuestro Mediterráneo, o mejor dicho:nuestro héroe, es un lago.

EMIL LUDWIG

De las Antillas podemos decir que han sido la gallera del predominio del

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