El rey del salitre que derrotó a Balmaceda

Guillermo Parvex

Fragmento

Una ascendiente trayectoria

Previo a conocer sus actuaciones como presidente de la República y el antagonismo que ganó de parte importante de la clase política, conozcamos brevemente la trayectoria de José Manuel Balmaceda Fernández, hasta llegar a La Moneda.

Al igual que sus padres y hermanos, fue un aristócrata agricultor que desarrolló una intensa vida política desde su juventud, siendo alto funcionario y ministro de sus dos antecesores, Aníbal Pinto y Domingo Santa María.

Nació el 19 de julio de 1840 en Bucalemu, hijo de Manuel José de Balmaceda Ballesteros, acaudalado hacendado, y María Encarnación Fernández Salas, perteneciente a la alta clase criolla. Fue el primogénito de doce hijos.

En 1849 ingresó como interno al colegio de los Sagrados Corazones de los Padres Franceses, ubicado en Alameda, y en 1860, siguiendo una vocación sacerdotal, cursó tres años de teología en el Seminario Conciliar de Santiago, en ese entonces ubicado en la actual calle Seminario, en Providencia.

Aunque poseía, según su maestro Mariano Casanova, una firme vocación sacerdotal muy orientada a ser misionero, abandonó esos estudios en 1863.

En 1864, con 24 años, por recomendación del presidente José Joaquín Pérez asumió como secretario del parlamentario y expresidente de la República, Manuel Montt, con ocasión del Congreso Americano que se efectuó en Lima.

A su regreso de Perú, junto con dedicarse a trabajar en las empresas agrícolas de su padre, se inició como periodista de la Revista de Santiago, donde publicó sus estudios y puntos de vista liberales relativos a los problemas políticos sobre la libertad electoral, la Iglesia y el Estado.

Se casó con Emilia Toro Herrera, bisnieta del conde Mateo de Toro y Zambrano, con quien tuvo seis hijos: José Manuel, Pedro, Enrique, Elisa, Julia y María.

En 1869 se asoció al recién creado Club de la Reforma, donde se dio a conocer como un extraordinario orador. Fue miembro del Partido Nacional, cuyo programa apoyaba la libertad religiosa, las garantías individuales, la eliminación de la influencia del Gobierno en las elecciones y la reforma de la Constitución de 1833. Estos puntos fueron la base de su gran triunfo electoral que lo hizo diputado por Carelmapu en 1870, siendo posteriormente reelegido por un nuevo período.

Sus ideas libertarias se mostraron desde sus primeros días como diputado y están asentadas en los registros de sesiones del parlamento. A continuación, una de sus serenas y potentes intervenciones, en que habla de la separación de poderes:

Si separamos los poderes públicos, al legislador lo desinteresamos en la administración de justicia que no puede hacer, y al juez lo desinteresamos en la aplicación de leyes que no ha hecho ni puede ejecutar, y al ejecutivo le impedimos que incline la balanza al peso de la ley y de la justicia, tendremos la expansión de la soberanía que garantiza por un admirable mecanismo el derecho de todos, la fiscalización recíproca, el equilibrio legal y político del Estado, el gobierno representativo, la libertad.

Confundid las funciones de los poderes públicos y conservaremos vicios profundos o retrocederemos hacia el gobierno absoluto. Separadlos en sus funciones y conseguiremos las prácticas que el progreso ha destituido de las monarquías constitucionales y todas las repúblicas civilizadas.

Cuestión de libertad, se dice. Cierto: cuestión de libertad. Mas no de esa libertad que permite al pueblo dar sus votos a los funcionarios del Poder Ejecutivo con menoscabo de las garantías que la organización de poderes establece en la Constitución del Estado.

Se trata, señores, de una libertad más general, más fecunda, de esa libertad que emana de la independencia de poderes, que se perfecciona con las limitaciones puestas a una autoridad razonable, y que adquiere su complemento por la expansión del derecho sobre bases que excluyen la concentración de funciones que vician la libertad misma, que la ponen en peligro, que la hacen dependiente del poder y de la fuerza, cuando es y debe ser garantía de acción para el goce pleno de la iniciativa popular.

Se nos habla y se nos pide una libertad aparente, completamente ficticia, al precio de una libertad positiva, fundamental.

Si la cámara quiere discutir la base constitucional, relajar los resortes del progreso liberal, confundir los poderes en beneficio del autoritarismo, que se atreva a herir con su propia mano, con su voto, la existencia de las instituciones.

Si, por el contrario, eleva la discusión al terreno de los principios; si dejando el honor y la respetabilidad de los servidores del país quiere asegurar por todos y en beneficio de todos, la libertad y el derecho, que apruebe el principio que consagra la libertad e independencia de los poderes públicos.

En 1874, también en la Cámara de Diputados, inició la discusión de separación de poderes entre la Iglesia católica y el Estado, cuestión que le correspondió materializar una década más tarde como ministro del Interior.

Durante la presidencia de Aníbal Pinto fue nombrado ministro plenipotenciario en Argentina, con el propósito de obtener una declaración de neutralidad de ese país en la guerra del Pacífico, cometido que logró con éxito absoluto.

En la presidencia de Domingo Santa María se desempeñó como ministro de Relaciones Exteriores, Culto y Colonización, desde el 18 de septiembre de 1881 al 19 de abril de 1882. En forma paralela, fue ministro de Guerra y Marina subrogante, entre el 9 de febrero y el 8 de marzo de 1882. Posteriormente, fue ministro del Interior, entre el 12 de abril de 1882 y el 3 de septiembre de 1885 y, simultáneamente, fue ministro de Relaciones Exteriores, Culto y Colonización subrogante el primer semestre de 1885.

Por su buena gestión en los diversos ministerios que encabezó, su prestigio alcanzó un alto nivel, por lo que pronto se le empezó a mencionar como el único sucesor posible del presidente Santa María.

Balmaceda no tenía a su favor más que los elementos oficiales de que dispone todo gobierno para apoyar a quien pudiese ser su sucesor y un reducido número de liberales que lo seguía. Su candidatura pareció inevitablemente perdida en agosto de 1885, y se habría desmoronado si, por un error político que nunca ha sido suficientemente explicado, el Partido Nacional no se hubiese puesto al servicio de ella. La actitud de los nacionales aseguró la mayoría al gobierno en la Cámara de Diputados y consiguió fortalecer la alicaída candidatura de José Manuel Balmaceda.

De este modo, el 17 de enero de 1886, en un gran acto organizado por los partidos Nacional, Liberal y Radical en el teatro Odeón de Valparaíso, fue proclamado candidato a la presidencia.

A la presidencia

Triunfó con un amplio margen en los comicios desarrollados en junio de

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