El ejército de Chile y la soberanía popular

Gabriel Salazar Vergara

Fragmento

PREFACIO

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El gran cambio estructural registrado desde comienzos de la década de 1980 —que abrió una nueva época para la humanidad— instaló en el escenario mundial un tiempo histórico de difícil diagnóstico y evasivo pronóstico, el cual está obligando, tanto a los expertos como a la ciudadanía misma, a reflexionar y deliberar en profundidad sobre los procesos que están determinando hoy —y sobre todo a futuro— la existencia social.

Entre los procesos desencadenados por ese cambio estructural (denominado global adjustment por los analistas internacionales) debemos mencionar: a) la globalización hegemónica del capital mercantil-financiero mundial, el cual relegó a un segundo plano al capital industrial; b) el término de la Guerra Fría y el inicio de la «distensión» y «cooperación» entre los hemisferios en pugna; c) la instalación del ciberespacio como referente comunicacional e informático de todos los países modernos; d) el vaciamiento político progresivo del contenido nacionalista de los Estados social-democráticos; e) la supremacía creciente de los centros globalizados de poder político, económico y militar sobre los polos y países subregionales; f) la irrupción de un tipo de «guerra no-convencional», de alta tecnología y valoración pragmática (terrorista y contraterrorista) dentro y en el entorno del espacio globalizado; y g) la movilización de las sociedades civiles en todos los continentes, basada en redes socioculturales de motivación no-ideológica, a la que se suma la migración masiva de pueblos oprimidos por la misma globalización.

La nueva situación, descrita a veces como «posmodernidad», otras veces como fase «posindustrial» e incluso «poscapitalista» y, para muchos, todavía, como etapa posnacionalista o, simplemente, «neoliberal», ha generado cambios de tal profundidad, que ha obligado a trastrocar varias líneas de la acción política clásica, entre ellas, las políticas nacionales de defensa, las mismas que dicen relación con la función que deben cumplir, geopolíticamente —en coherencia con sus respectivos Estados—, los ejércitos nacionales.

La geopolítica clásica ataba los ejércitos a los Estados, y estos a la voluntad soberana, territorio y destino de la nación. Más precisamente: situaba a los militares en una posición de obediencia no-deliberante bajo la autoridad civil del Estado nacional.

Los nuevos procesos históricos desatados por el global adjustment han alterado de forma drástica —como es fácil apreciar— el encuadramiento estratégico y geopolítico de los ejércitos nacionales. Y es que la irresistible fuerza gravitacional de la globalización ha relativizado y deteriorado tanto la vigencia estructural como los conceptos de Estado, nación, seguridad interior, territorio nacional, etcétera. Al mismo tiempo, la nueva tecnología bélica y las nuevas formas de guerra que está mostrando el siglo XXI han tornado disfuncionales la organización, el tipo de acción bélica e incluso los valores intrínsecos que inspiraron a los ejércitos «clásicos» (de Napoleón Bonaparte, Manuel Baquedano, Erwin Rommel y de Douglas MacArthur). El armamento teledirigido a distancia es en la actualidad, sin duda, más importante que las masas de soldados maniobrando heroicamente en un campo de batalla, y las decisiones estratégicas de las «intervenciones militares» que se realizan aquí o allá no son tomadas solo por el Comandante en Jefe y su Estado Mayor en un momento de guerra declarada, sino por elites en las que priman los intereses económicos de proyección global (el petróleo, por ejemplo, y pronto, tal vez, el agua), los intereses políticos derivados directamente de aquellos y, de modo creciente, el temor a la guerrilla cultural y terrorista que surge de los pueblos oprimidos, precisamente, por el sobrepeso local de la globalización. El «estado de guerra», por tanto, ya no lo deciden los pueblos, ni siquiera sus Estados nacionales, sino las ubicuas cúpulas (asociadas) que supervisan y gobiernan el mundo globalizado de hoy.

La opción por el desarrollo y la defensa del mercado mundial ha sido adoptada —de hecho— por la mayor parte de las elites políticas del mundo (sobre todo, últimamente, en América Latina) y, tras esa decisión, se ha intentado cooptar también a las Fuerzas Armadas para el mismo propósito. En Chile, este proceso —como se sabe— se inició de modo inverso: fueron los políticos civiles los que, durante el período conocido como «transición», se dejaron cooptar por el curso de acción neoliberal y globalizante instaurado por los militares, los que de madrugada habían adoptado, en sucesión, los dictámenes estratégicos del Inter-American Defense College (Guerra Fría) y de la Facultad de Economía de la Universidad de Chicago. Sin embargo, fueron los políticos civiles quienes, en Chile, una vez consumada la transición neoliberal, han invitado a los militares a construir una política de defensa nacional que, «democráticamente», asegure la inserción integral de Chile en el mundo neoliberal globalizado y, al mismo tiempo, defienda desde Chile los intereses estratégicos de esa globalización. Es la política que anunció el presidente Patricio Aylwin en 1994, que inició de hecho el presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle en 1997, y que continuaron seguidamente los presidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en 2002, 2010 y 2017, respectivamente. Política que quedó registrada —pero no incorporada a la deliberación ciudadana— en los cuatro tomos del llamado Libro de la Defensa Nacional, editado por el Gobierno de Chile en las fechas indicadas.

Adoptar como política nacional «la defensa estratégica» de la lógica y los intereses centrales (económicos, políticos y militares) de la globalización neoliberal, mientras el Estado, la nación y la seguridad interior quedan marchitándose en un segundo plano, es una opción que implica análisis teórico y deliberación colectiva. Esta necesidad ha motivado la realización en todo el mundo —también en Chile— de estudios y análisis de todo tipo sobre el problema no resuelto de las relaciones cívico-militares. Pues la opción estratégica por la globalización implica, quiérase o no, como disfunción descuidada, aislar y debilitar la opción estratégica por el pueblo, la nación y la sociedad civil. Es decir: debilita los parámetros fundamentales de lo que es y ha sido siempre la seguridad interior.

Con todo, la abundante producción analítica que ha surgido en torno al problema cívico-militar mencionado ha tenido la particularidad de que el polo civil de esta relación ha sido definido y utilizado de manera consistentemente defectuosa. De modo que el problema, en sí mismo, no se ha resuelto, ni se resuelve: está en suspenso, como aporía —fundamental— persistente. Y esa irresolución tiene, en los hechos, consecuencias históricas de peso estratégico que no benefician, precisamente, a la sociedad civil.

El problema está en que se insiste en reducir «lo civil» al Estado vigente, jurídica y burocráticamente considerado. Lo que equivale a establecer «lo civil» como sinónimo de «lo político».

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