Cazar al cazador

Pascale Bonnefoy

Fragmento

PREFACIO

PREFACIO

El día que decidí escribir sobre los detectives que investigaban causas de derechos humanos fue histórico, aunque no precisamente por eso. Era el 17 de diciembre de 2014 y había quedado de juntarme a almorzar con una pareja de académicos, Anne Pérotin-Dumon y Alexander Wilde, quienes estaban de paso en Chile. Llegué atrasada por culpa de Barack Obama y Raúl Castro. Me había quedado pegada leyendo las noticias urgentes de ese día, cuando los entonces presidentes de Estados Unidos y Cuba, respectivamente, anunciaron el restablecimiento de relaciones diplomáticas.

Esa reunión en un local de Plaza Ñuñoa la tildamos de «almuerzo histórico» porque la mitad se fue en comentar la noticia. Cuando finalmente llegamos al tema que nos convocaba, relacionado con la investigación de violaciones a los derechos humanos en Chile, la conversación giró sobre la brigada especializada en derechos humanos de la Policía de Investigaciones. Me llamaba la atención la juventud de los detectives, les comenté, para quienes estos crímenes eran en realidad cold cases, parte de la historia.

Pensé que era interesante el hecho de que no hubiesen vivido esa época, que tal vez tenían víctimas o victimarios dentro de sus propias familias o quizás solo habían leído algo en un libro, o que todo lo que tenía que ver con la dictadura militar les resultaba algo ajeno. Me pregunté qué pensarían o sentirían cuando entrevistaban a torturadores, a personas que mataron e hicieron desaparecer a otros seres humanos, a los que siguen negando hechos históricos irrefutables y, también, qué sentirían cuando hablaban con quienes seguirían buscando a los suyos y esperando algo de justicia, tantas décadas después. Entonces Anne me planteó:

—¿Por qué no escribes sobre ellos?

Y así fue como esa idea de a poco se convirtió en una obsesión. Por esto, un primer agradecimiento va para Anne Pérotin-Dumon.

Quería entrevistar a los jóvenes hombres y mujeres que hoy forman parte de la Brigada Investigadora de Delitos contra los Derechos Humanos de la PDI. Me veía acompañándolos en sus salidas a terreno, a excavaciones con el Servicio Médico Legal en busca de restos de detenidos desaparecidos; quería desentrañar cómo trabajaban con el pasado, cómo se relacionaban con los inculpados y con los familiares de víctimas, y cómo funcionaba la rueda de la justicia que involucraba a policías, jueces, peritos forenses, abogados y testigos.

Partí por el comienzo, y ahí me quedé, en la tumultuosa transición posdictatorial de los noventa y con los detectives que avanzaron, contra todo pronóstico, hacia el establecimiento de la verdad.

Comencé a comprender el proceso que vivió la policía civil al finalizar la dictadura militar y a conocer a los detectives que de un día para otro tuvieron que investigar un reciente pasado criminal del cual su propia institución había formado parte. La Policía de Investigaciones estuvo severamente comprometida con la represión política, y eso significó que tuvieron que investigarse a sí mismos en una época en que aún había ex agentes de seguridad al interior de la institución y en que todavía se torturaba en algunos cuarteles.

En ese periodo, la Brigada de Homicidios destinó tres equipos para investigar los mal llamados casos «emblemáticos» a los cuales, por la conmoción pública que causaron —entre ellos los de Orlando Letelier, Santiago Nattino, Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Tucapel Jiménez—, se les asignaron ministros en visita de la Corte de Apelaciones.

En paralelo, en abril de 1991 el entonces director de la policía civil, Horacio Toro, creó una reservadísima unidad dentro del Departamento V de Asuntos Internos para investigar las demás causas de derechos humanos, basándose en los nuevos antecedentes aportados a los tribunales de justicia por la Comisión Rettig.

Al principio eran solo dos oficiales. Rápidamente la unidad comenzó a crecer, sumando detectives jóvenes, casi todos de origen modesto y de provincia. La gran mayoría se formó en la Escuela de Investigaciones Policiales durante la dictadura, cuando la institución, dirigida por un general de Ejército, era parte del engranaje represivo.

Ese fue el germen de lo que hoy se conoce como Brigada Investigadora de Delitos contra los Derechos Humanos de la PDI.

En ese contexto, los detectives de la Brigada de Homicidios y del Departamento V enfrentaron enormes muros de silencio, la desconfianza de los familiares de víctimas y sobrevivientes, las amenazas y la vigilancia constante por parte de la inteligencia militar, un gobierno timorato que no obstante les multiplicó los recursos, y un poder judicial que no estaba a la altura de las circunstancias, salvo excepciones.

Descubrí que, a pesar de la decisión de aspirar a una «justicia en la medida de lo posible», según las palabras del presidente Patricio Aylwin, del aparente desinterés del presidente Eduardo Frei, de la tozudez de la mayoría de los jueces que seguían aplicando la Ley de Amnistía sin siquiera averiguar a quiénes debían amnistiar, y de la absolutamente nula colaboración de las Fuerzas Armadas y Carabineros, se hizo mucho.

Pero no se hizo justicia, no de la manera que exigía la magnitud de los crímenes.

Este libro aborda la travesía de los detectives del Departamento V y de la Brigada de Homicidios dedicados a casos de derechos humanos en los noventa. Sé que quedan muchos secretos que no llegué a conocer. También que la realidad no es en blanco y negro; hubo mucho gris en el tránsito desde un régimen militar autoritario a una democracia restringida y presa de amarres, pero democracia al fin y al cabo.

Las fuentes documentales consultadas para este trabajo son varias, pero la principal fue el archivo de la propia Brigada de Derechos Humanos de la PDI, que este año fue declarado monumento histórico por el Consejo de Monumentos Nacionales. Entrevisté a muchas personas, pero más que nada a detectives, casi todos ya en retiro. En el camino llegué a conocer y a estimar a muchos de ellos.

A algunos no los pude entrevistar por distintas razones, ya sea porque estaban en delicado estado de salud, habían fallecido o me fue imposible ubicarlos. Dos declinaron ser entrevistados.

La mayoría de ellos son desconocidos para la opinión pública. Sus nombres y sus rostros rara vez salían en la prensa, manteniendo un bajo perfil. No emprendieron una cruzada: solo cumplían su deber profesional como integrantes de un órgano auxiliar de la justicia.

No obstante, a prácticamente todos les escuché decir que esta experiencia les cambió la vida, y que ellos contribuyeron a cambiar la del país. No han buscado reconocimiento, aunque lamentan no haberlo recibido.

Este libro no aspira a convertirlos en héroes, si bien hubo algo de heroísmo y ciertamente de sacrificio y compromiso en sus acciones. Más bien, intento retratar una época compleja, inestable, desde la perspectiva de una policía civil que pasaba por sus propias transformaciones internas.

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos