Un veterano de tres guerras

Guillermo Parvex

Fragmento

INDISPENSABLES PALABRAS PRELIMINARES DEL AUTOR

INDISPENSABLES PALABRAS PRELIMINARES

DEL AUTOR

Una historia dormida

Es necesario esclarecer al lector que no está adentrándose en una novela, sino que en una autobiografía rescatada de viejos manuscritos cuya redacción original ha sido respetada en gran medida, y solamente se hicieron modificaciones cuando estas resultaban indispensables para la comprensión de la lectura.

Mi abuelo, Guillermo, trabó una gran amistad con José Miguel Varela aproximadamente en la segunda década del siglo XX, estando ambos en Valdivia. En realidad, se ubicaban de mucho antes, pues cuando Guillermo era niño conoció a Varela en Cauquenes.

Como era habitual en la primera mitad del siglo pasado, mi abuelo tuvo una gran movilidad laboral y por su trabajo residió en los cantones salitreros del norte, como también en Talcahuano, Valparaíso y Valdivia, para quedarse después definitivamente en Santiago.

Durante los años que laboró y vivió en Valdivia, mantuvo extensas conversaciones, que principalmente se centraban en los recuerdos de Varela sobre su participación en las campañas del Pacífico, de Arauco y en la Guerra Civil de 1891.

En improvisados cuadernillos fue tomando nota de los emocionantes relatos de Varela. Sin embargo, por la claridad, precisiones y detalles de estos, además de ciertos comentarios respecto a anotaciones que hacía durante las campañas —que el lector podrá luego observar— es dable suponer que además de lo relatado verbalmente, debió haber existido un «diario de campaña», el cual quizá incluyó en sus apuntes.

A mediados de los sesenta me obsequió estos manuscritos, señalándome que algún día los leyera. Estos me acompañaron de mudanza en mudanza por casi cuarenta años, sin darme el tiempo para abrir el paquete que los contenía.

Una tarde del verano de 2004 comencé a leer esas anotaciones que a esa fecha debían tener a lo menos setenta años. La lectura fue extremadamente dificultosa por lo borroso de la escritura, en su mayor parte con lápiz grafito descolorido por el paso del tiempo, sumado al mal estado de los papeles. Fue entonces cuando comprendí que estaba ante un tesoro histórico a punto de desaparecer por los años y la mala conservación.

Desde ese momento dediqué gran parte de mis horas libres a una difícil transcripción, ya que la mayoría de los apolillados y humedecidos escritos se desintegraba al menor movimiento. Cuando meses después culminé la tarea, encontré que no poseía ningún orden cronológico. Además, estaba desordenadamente escrito en primera, segunda y tercera persona. Aquello demostraba que los apuntes correspondían a distintas épocas, lo que lleva a pensar que las charlas se extendieron por largo tiempo.

Allí se inició una nueva y extensa fase, ya que debí analizar en detalle casi medio siglo de nuestra historia con el propósito de dar coherencia cronológica a lo transcrito. Posteriormente vino la tarea de unificar todo al estilo de primera persona y dividirlo en capítulos, con el fin de entregarle una estructura semántica.

Cuando ya daba por concluido el trabajo, me pregunté si lo que estaba en esas cuatrocientas carillas era realidad, ficción o una mezcla de ambas. Fue entonces cuando decidí comprobar la veracidad de esta historia, lo que presentó muchas dificultades por ser Varela una persona públicamente desconocida hasta esos momentos.

El Servicio de Registro Civil, Archivo Nacional, Biblioteca Nacional, Archivo General de Guerra, Ministerio de Relaciones Exteriores, Boletines del Ministerio de Guerra, archivos de Angol, Temuco y Valdivia, fueron algunos de los lugares visitados en busca de rastros de este personaje.

La información fue surgiendo poco a poco y en la medida que la iba contrastando con el escrito todo calzaba con sorprendente exactitud, demostrando la fidelidad de los relatos de Varela y de las anotaciones de mi abuelo Guillermo.

Esto permitió corroborar que no era un relato novelesco y que muy por el contrario, correspondía a una historia simple, real y que no solamente entregaba detalles de su participación en tres guerras, sino además una visión muy explícita de las transformaciones experimentadas por nuestro país en la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX. Concluí que estaba en presencia de un fragmento de la historia de Chile, relatado por quien la vivió y con su propia perspectiva de los hechos, lo que da a esta obra el carácter de biografía.

Es el testimonio de alguien que luchó en tres guerras en poco más de una década, sin haber escogido la carrera militar, sino que convirtiéndose en soldado por las circunstancias y mirando siempre esta actividad como un oficio lateral.

Mucho se ha hablado de la bravura del Ejército chileno siempre vencedor y jamás vencido, pero a través de estas líneas que recogen vivencias de la Guerra de Arauco, de la del Pacífico y de la Civil de 1891 se pretende demostrar, sin ningún ánimo de denostar a nuestro Ejército, que esta institución en todas las grandes gestas que la han coronado de laureles, ha estado conformada mayoritariamente por reclutas, que hasta ese momento eran civiles ajenos a la vida militar.

En todas las guerras que tuvo Chile en el siglo XIX, la orgánica del Ejército, por razones económicas, contemplaba una estructura militar pequeña pero muy capacitada para elevar sus plazas de acuerdo a las necesidades operativas, a través de la movilización masiva de civiles. Es así como en esas gestas, se compuso casi en un ochenta por ciento de ciudadanos convocados voluntaria o forzadamente a los cuarteles, los que gracias a la excelencia de la instrucción entregada por los militares profesionales y a la idiosincrasia que caracteriza a nuestro pueblo, fueron capaces de transformarse en bravos guerreros casi de la noche a la mañana.

En el caso específico de la Guerra del Pacífico, al iniciarse el conflicto el Ejército estaba integrado por casi tres mil oficiales, sargentos, cabos y soldados de planta. En pocos meses era el más poderoso de América, con casi sesenta mil hombres en armas, tanto en los territorios ocupados como en el propio. Es decir, por cada diez hombres casi ocho eran bisoños reclutas instruidos rápidamente para defender los supremos intereses de la Nación. Estos ciudadanos, convertidos en excelentes soldados, supieron derrochar coraje, bravura y dejaron su sello heroico en muchas de las grandes gestas que laurean al Ejército.

A esta categoría pertenecían —entre muchos otros héroes— Rafael Torreblanca, distinguido en el desembarco de Pisagua; Ignacio Carrera Pinto, Luis Cruz Martínez, Julio Montt Salamanca y Arturo Pérez Canto, los inmortales de La Concepción.

Estos conceptos, expresados reiteradamente por Varela, fueron los principales impulsores para desarrollar —sacrificando cientos de horas de descanso— este testimonio de quienes se hicieron soldados no buscando una forma de vida, sino que dejando la que tenían para asumir el puesto de chilenos

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos