Cuentos en verso para niños perversos

Roald Dahl

Fragmento

La Cenicienta

La Cenicienta

Si ya nos lo sabemos de memoria!»,

diréis. Y, sin embargo, de esta historia

tenéis una versión falsificada,

rosada, tonta, cursi, azucarada,

que alguien con la mollera un poco rancia

consideró mejor para la infancia…

* * *

El lío se organiza en el momento

en que las Hermanastras de este cuento

se marchan a Palacio y la pequeña

se queda en la bodega a partir leña.

Allí, entre los ratones llora y grita,

golpea la pared, se desgañita:

«¡Quiero salir de aquí! ¡Malditas brujas!

¡¡Os arrancaré el moño por granujas!!».

Y así hasta que por fin asoma el Hada

por el encierro en el que está su ahijada.

«¿Qué puedo hacer por ti, Ceny querida?

¿Por qué gritas así? ¿Tan mala vida

te dan estas lechuzas?». «¡Frita estoy

porque ellas van al baile y yo no voy!».

La chica patalea furibunda:

«¡Pues yo también iré a esa fiesta inmunda!

¡Quiero un traje de noche, un paje, un coche,

zapatos de charol, sortija, broche,

pendientes de coral, pantys de seda

y aromas de París para que pueda

enamorar al Príncipe en seguida

con mi belleza fina y distinguida!».

Y dicho y hecho, al punto Cenicienta,

en menos tiempo del que aquí se cuenta,

se personó en Palacio, en plena disco,

dejando a su rivales hechas cisco.

* * *

Con Ceny bailó el Príncipe rocks miles

tomándola en sus brazos varoniles

y ella se le abrazó con tal vigor

que allí perdió su Alteza su valor,

y mientras la miró no fue posible

que le dijera cosa inteligible.

Al dar las doce Ceny pensó: «Nena,

como no corras la hemos hecho buena»,

y el Príncipe gritó: «¡No me abandones!»,

mientras se le agarraba a los riñones,

y ella tirando y él hecho un pelmazo

hasta que el traje se hizo mil pedazos.

La pobre se escapó medio en camisa,

pero perdió un zapato con la prisa.

El Príncipe, embobado, lo tomó

y ante la Corte entera declaró:

«¡La dueña del pie que entre en el zapato

será mi dulce esposa, o yo me mato!».

Después, como era un poco despistado,

dejó en una bandeja el chanclo amado.

Una Hermanastra dijo: «¡Ésta es la mía!»,

y, en vista de que nadie la veía,

pescó el zapato, lo tiró al retrete

y lo escamoteó en un periquete.

En su lugar, disimuladamente,

dejó su zapatilla maloliente.

* * *

En cuanto salió el Sol, salió su Alteza

por la ciudad con toda ligereza

en busca de la dueña de la prenda.

De casa en casa fue, de tienda en tienda,

e hicieron cola muchas damiselas

sin resultado. Aquella vil chinela,

incómoda, pestífera y chotuna,

no le sentaba bien a dama alguna.

Así hasta que fue el turno de la casa

de Cenicienta… «¡Pasa, Alteza, pasa!»,

dijeron las perversas Hermanastras

y, tras guiñar un ojo a la Madrastra,

se

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