Fleur

Ariana Godoy

Fragmento

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Prólogo

En una noche fría de abril decidí terminar con mi existencia.

La vida ya no tenía sentido, carecía de motivos para seguir adelante. Para algunos estaba escogiendo el camino fácil. Pero esta no era una decisión impulsiva o una que no hubiera intentado evitar. Durante tres semanas, había luchado por encontrar una razón para continuar y, lamentablemente, nada había funcionado.

«No puedo respirar, no lo merezco».

Mi familia había sido asesinada a sangre fría, y aunque no pudiera recordar esa trágica noche, cada vez que cerraba los ojos, lo único que veía era sangre; cada vez que veía una pareja, recordaba a mis padres, y cuando escuchaba una risa infantil, recordaba a mi hermana pequeña. Ah, y las pesadillas... eran horribles. Nadie podía culparme por rendirme. Esta era mi única opción.

Mi desesperada decisión.

Las piernas me temblaban mientras me subía a la barandilla y echaba un vistazo abajo. La sensación del vacío frente a mí me hizo morderme los labios con nerviosismo.

«Está tan alto».

Por un momento, me congelé; el miedo tensaba todos mis músculos. La brisa fría revolvía mi cabello y lo empujaba a un lado. Sin embargo, esa sensación fue reemplazada por el alivio que me producía pensar que todo iba a acabar pronto. El mundo se había vuelto asfixiante para mí. Mis ojos, llenos de lágrimas, miraron al cielo. Me gustaba pensar que mi familia estaba allá arriba, esperándome; ese era mi único consuelo.

—Lo siento, mamá. Lo siento, papá. —Mi voz falló—. Lo intenté, de verdad que lo intenté —dije al aire. Unas lágrimas se deslizaron por mis mejillas. Solo tenía que dejarme caer y todo habría terminado. Respiré hondo y cerré los ojos.

—Salta. —Dejé de respirar cuando oí una voz masculina a mi lado—. ¿A qué estás esperando? —Abrí los ojos y giré la cabeza hacia donde procedía esa voz.

Había un chico con una sudadera negra apoyado en la barandilla. No podía ver su rostro porque lo ocultaba con la capucha de la sudadera, pero noté un cigarrillo en su mano derecha y vi como se lo llevaba a la boca y le daba una calada.

—Nadie va a venir a detenerte, si eso es lo que estás esperando. —En su voz no se percibía preocupación alguna; era fría e indiferente. Exhaló el humo dejándome ver sus labios por un segundo, pero inmediatamente su rostro volvió a las sombras de la capucha.

«¿Y quién eres tú?».

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1

«La locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma».

JOHANN WOLFGANG VON GOETHE

El sol reinaba dominante en el cielo.

Observé como una suave brisa rozaba las ramas de un alto árbol, como sus hojas caían y luego volaban con el viento, y deseé ser como esas hojas. A pesar de que había una ventana que me separaba del exterior, casi podía oler la naturaleza y sentir el viento sobre mi piel. Suspiré, descansando la barbilla en mis dos manos mientras seguía mirando por la ventana.

—Señorita Dupont.

Escuchar mi apellido me sacó de mi ensimismamiento y me di cuenta de que la profesora Harris estaba de pie a mi lado, muy cerca de mi silla, con los brazos cruzados. Una cola alta perfecta sostenía su cabello castaño; era, sin duda, una mujer muy elegante. Sus ojos color avellana destilaban molestia, no se veía contenta. Levantó una ceja y preguntó:

—¿Le parece que ese árbol es más interesante que mi clase? —En realidad sí, pero nunca lo diría en voz alta, no quería problemas.

—Le pido disculpas, señora Harris. No era mi intención faltarle al respeto de ninguna manera —contesté educadamente.

La señora Harris regresó a su escritorio, murmurando algo, molesta. A simple vista, este lugar parecía un internado común y corriente, pero no lo era. El Instituto Marshall era un psiquiátrico experimental cuyos pacientes eran en su mayoría jóvenes que sufrían algún tipo de trastorno. Las distintas plantas del edificio estaban categorizadas por niveles que separaban los trastornos ligeros de los medios y los graves.

Los pacientes del primer piso podíamos asistir a unas cuantas clases regulares y generales en un intento de evitar retrasos académicos y de brindarnos cierto aire de normalidad. También nos daba algo que hacer, algo en lo que entretenernos en este solitario y aislado lugar. Ni siquiera sabía que existían sitios así hasta que mis abuelos me propusieron que viniera aquí tres semanas atrás.

¿Por qué? Porque mis padres ya no estaban, ellos y mi hermana menor fueron asesinados a sangre fría hace dos meses. No podía recordar esa noche, todo era borroso y confuso cuando intentaba hacerlo. El asesino me drogó y me convirtió en una testigo inútil, sin recuerdos. No recordar no hacía que lo sucedido fuera menos doloroso o más fácil de superar.

Una semana después de aquella terrible noche, mis abuelos decidieron enviarme aquí. Creo que no estaban preparados para lidiar conmigo, una joven adulta de dieciocho años diagnosticada de trastorno por estrés postraumático, depresión clínica con ataques de pánico y tendencias suicidas. Temían por mi vida. Además, estaba segura de que les recordaba a mis padres. Comprendía su dolor.

—Flor —susurró una voz suave detrás de mí.

Giré la mitad de mi cuerpo hacia ella.

—Te dije que mi nombre se pronuncia Fleur, no Flor —respondí a Dana, la única amiga que había hecho hasta ahora.

—Me gusta más Flor —dijo pronunciando mal mi verdadero nombre.

—Sí, pero... —Suspiré—. Olvídalo, ¿qué quieres?

—Necesito tu ayuda... —Se pasó los dedos por su pelo rojizo—. Con mi francés. Tengo una prueba mañana. —Hizo un puchero, parpadeando, tratando de convencerme.

Dana no me había dicho las razones por las que estaba aquí, pero no era necesario. Había notado su delgada figura y había visto a las vigilantes de la puerta del baño entrar tras ella para vigilarla. Aún recordaba que mi corazón se había hundido cuando descubrí que sufría un trastorno alimenticio. Estaba siguiendo un régimen estricto de alimentación, medicación y psicoterapia. El día que llegué, ella acababa de ser transferida del segundo piso al primero, al parecer estaba mejorando y eso era un comienzo.

Sí, podía ayudarla, el francés era mi lengua materna; nací en una tranquila provincia del norte de Francia. Mi familia y yo habíamos vivido allí hasta que mi padre se enemistó con algunas personas debido a su trabajo. Era abogado y había enviado a la cárcel a algunos delincuentes, que luego decidieron vengarse y comenzar a amenazarlo.

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