I
Cazar o ser cazado.
Es simple, pero así es como funcionan las cosas en mi mundo. El aire nocturno me acaricia la piel, los enormes árboles a los lados permanecen en silencio mientras camino flanqueada por ellos. Mi cabello largo y oscuro cae hasta el final de mi espalda y baila a mi alrededor al ritmo del viento. Gotea sangre de mis ropas, y me consuelo al pensar que por lo menos no es la mía. Estoy descalza, siguiendo un camino solitario; el reloj marca casi la medianoche. Una gloriosa luna llena ilumina el sendero; aunque hermosa e imponente, es la culpable de mi precario estado.
Tuve que luchar contra un cruentus: una bestia que me dobla en altura cuya dieta incluye sangre caliente y carne. Por lo general, son criaturas calmadas y se alimentan de animales; sin embargo, cuando hay luna llena, se vuelven incontrolables y matan a quien se atreva a merodear por sus territorios, y el norte del Bosque Oscuro es conocido por ser suyo. No debí ir. Pero no me di cuenta de lo mucho que me había adentrado en el bosque hasta que ya fue demasiado tarde.
He sobrevivido, pero apesto; mi cuerpo está cubierto de sus fluidos asquerosos.
Quiero limpiar la sangre de esa bestia maloliente; el olor es similar al que emite un cadáver putrefacto. A veces mi avanzado sentido del olfato puede ser una maldición.
El camino es largo, pero debo seguirlo. Media hora más tarde, llego al refugio donde vivo con mi clan. Nos llamamos Almas Silenciosas porque somos expertos en entrar y salir de lugares, acechando desde las sombras. Somos un grupo pequeño formado por alrededor de doce vampiros. Sin embargo, la mayoría siempre está de caza o viajando, y algunos nunca regresan. Somos menos de diez los que solemos permanecer aquí.
Llego a la entrada de la guarida: un agujero de tamaño medio que me lleva a una red subterránea de túneles. La mayoría de nuestros escondites siempre han estado bajo tierra y este ha sido el más duradero. El Bosque Oscuro es extenso y espeso, hogar de muchos clanes como nosotros. Nos hemos resguardado en su grandeza por décadas.
Me dejo caer en el agujero y aterrizo en el fondo. Hay un gran pasillo de paredes de tierra. Troto a mi habitación, intentando pasar desapercibida.
—¿Morgan? —llama alguien detrás de mí. Por supuesto, no puedo ser invisible en un escondite de vampiros con sentidos avanzados.
—Ian —saludo.
En un segundo, está frente a mí, revisándome. Es alto, de cabello castaño y ojos grandes color chocolate, atractivo, como suelen ser los vampiros; la naturaleza nos ha hecho así con el fin de atraer a nuestras víctimas humanas.
—¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? —Su expresión se oscurece. Ian es como mi hermano; hemos estado juntos desde que me convertí, aunque él es mayor que yo. Ya es un vampiro maduro; domina el elemento fuego.
—Estoy bien. Solo un cruentus en el camino —digo, empezando a caminar de nuevo a mi habitación.
—¿Un cruentus? ¿Cómo es que estás viva? Un cruentus en luna llena es una muerte segura para una vampira joven como tú. —Me tenso. Tiene razón. Aún no he alcanzado mi madurez vampírica y no controlo ningún elemento—. ¿Qué hacías en el norte del Bosque Oscuro? Es peligroso y lo sabes.
—Estoy bien, no es para tanto. —Entro en mi habitación con él pisándome los talones.
—Eres tan terca… Vas a conseguir que te maten. —Suspira con cansancio—. Por mucho que me gruñas, no dejaré de cuidarte —me asegura antes de salir de la habitación.
Me acerco a uno de los recipientes de agua de la esquina y mojo un par de toallas para limpiar la sangre de ese monstruo apestoso. Cuando me siento lo suficientemente limpia, me envuelvo en una toalla y me miro en el espejo. Contemplo mi piel pálida y mis ojos de jade. Los rasguños ya están sanando. Me pongo un pantalón y una camiseta negra. La ropa oscura es útil para camuflarse por las noches y es el color que más envían los humanos a nuestro territorio siguiendo el acuerdo de cooperación que tenemos con ellos. Supongo que asumen que es nuestro favorito.
Salgo del refugio de un salto e inspiro tan hondo como puedo mientras el aire me roza la piel una vez más. Me encanta el exterior. El Bosque Oscuro es peligroso y terrorífico, pero ya hace tiempo que es mi hogar y le he tomado cariño. Me gusta el olor de la naturaleza; hay algo en ella que me relaja y me llena. Respiro de nuevo profundamente y, cuando dejo salir el aire, veo a nuestro líder —mi creador— llegar. El vampiro convertido más antiguo que conozco.
Noto una punzada de nerviosismo. No sé por qué siempre me he sentido atraída por él; tal vez porque su sangre corre por mis venas, y el hecho de que sea un enigma también tiene algo que ver, al igual que su cara de expresión impenetrable y rasgos perfectos y su cabello negro con reflejos azules que hacen juego con el color de sus ojos.
—Buenas noches, Morgan —me saluda con frialdad cuando pasa por mi lado. Nunca me mira; tal vez no existo para él. Solo me habla cuando es necesario o por cortesía.
—Buenas noches, señor. —Como mi creador, debo dirigirme así a él, aunque sé que su nombre es Aidan. Si me ordena algo, tengo que hacerlo. Pero ni siquiera me habla. Todo lo que he obtenido de él a lo largo de los años han sido saludos fríos. Es como si estuviera en un nivel superior, inalcanzable.
«Tengo que sacármelo de la cabeza. Soy una miembro más en el clan para él; eso es todo», pienso. Me convirtió porque yo estaba muriendo cuando me encontró; no tuvo opción.
Nostálgica, suelto una bocanada de aire y observo los altos árboles poblados a mi alrededor. Ramas caídas cubren parte del suelo. Tuvimos una tormenta hace un par de días que causó algunos estragos, nuestra guarida casi se inunda. Creo que necesito correr un poco, eso siempre me ayuda a dejar de pensar estupideces. Corro tan rápido como puedo, sintiendo el aire en mi piel; solo me detengo cuando me doy cuenta de que estoy muy lejos de nuestro refugio; no me gustaría encontrarme otro monstruo en el camino.
Algo se mueve a mi izquierda y mis sentidos se ponen alerta. No puedo tener tanta suerte, no puede ser otro cruentus. Olfateo el aire, buscando la esencia que podría revelarme de qué se trata. Sin embargo, un olor desconocido me golpea la nariz: huele como un vampiro, pero no del todo. Y proviene de atrás. Me doy la vuelta con brusquedad para encontrarme con un vampiro alto a unos metros de mí. El poder que emana sale de él en ondas invisibles, haciéndome dar un paso atrás; nunca he sentido algo así. En silencio, nos evaluamos mutuamente. Él va todo de negro y su rostro mantiene una expresión de cautela. Entonces veo el tatuaje en su pálido cuello y me quedo congelada.
«¡Mierda!».
Tengo frente a mí a mi enemigo natural: un vampiro Purasangre. Nunca me he enfrentado a uno en toda mi vida, a pesar de que los convertidos estamos en una lucha constante con ellos, ya que se alimentan de nosotros y son conocidos por su frialdad y crueldad. Nos consideran inferiores y a veces una abominación, porque ellos nacen vampiros, mientras nosotros somos humanos convertidos en vampiros. Trago con dificultad. Él ladea la cabeza, observándome.
«Piensa, Morgan, piensa».
—Este es territorio de Almas Silenciosas. —Trato de no sonar afectada por su poder, pero me tiembla la voz. La fuerza que irradia es aterradora.
No dice nada, no se mueve. Pero no debería estar aquí, los Purasangres viven en las zonas heladas más allá del norte del Bosque Oscuro. Solo hay una razón para que haya venido a nuestras tierras: cazar. Sé qué esperar de los de su raza, así que me pongo en posición defensiva.
Él sonríe, mostrando un par de colmillos afilados.
—¿Crees que tienes alguna oportunidad si te enfrentas conmigo, pequeña? —Su voz es puro terciopelo, pero el tono de amenaza es claro.
Asiento. Sé que no tengo nada que hacer contra él, sin embargo, mantendré la cabeza alta y protegeré mi orgullo hasta mi último aliento. De repente, desaparece. Lo busco entre los árboles con la mirada, tratando de detectar el más mínimo movimiento; pero no percibo nada.
—Eres valiente —lo oigo decir sin verlo.
Me giro hacia todos los lados; no hay señales de él. Lo siento aparecer detrás de mí y, antes de que pueda girarme, me empuja bruscamente al suelo. El simple toque de su mano tiene una fuerza impresionante. Aterrizo sobre mis manos y rodillas, y me levanto tan rápido como puedo, lista para defenderme. Sin embargo, él me agarra del cuello con una facilidad insultante y lo aprieta con firmeza, levantándome en el aire.
Sin poder evitarlo, grito de dolor; si continúa apretando, me romperá el cuello. Lucho, pateo, le araño las muñecas, pero él ni se inmuta; es como si mis golpes no le hicieran nada. Sus ojos oscuros encuentran los míos y aparece una sonrisa perversa en sus labios. Me libera y caigo al suelo, tosiendo descontroladamente.
—Estoy sediento —dice para sí mismo.
Me quedo congelada porque esa afirmación confirma mi miedo: ha venido a nuestra zona del bosque para cazar. Trato de levantarme, pero es como si mi mente y mi cuerpo se hubieran vuelto más pesados. El Purasangre debe de tener algún poder mental que me debilita. Me agarra del brazo y me obliga a ponerme de pie.
—¡No me toques! —grito en su cara viendo sus colmillos—. ¡No te atrevas!
Trato de liberarme de su agarre, pero me tambaleo; es como si me hubiera quedado sin energía. ¿Qué tipo de poder es este? Su cara está cada vez más cerca de mi cuello.
—¡No! ¡Detente! —pido, porque es lo único que puedo hacer.
Toma un puñado de mi pelo para dejar mi cuello expuesto mientras con la otra mano me tapa la boca. Siento su aliento en la piel. Su lengua traza círculos en mi garganta y noto el roce de sus colmillos. Me revuelvo, pero su mano ahoga mis protestas.
«¡Por favor, no!».
Odio sentirme tan expuesta y vulnerable. Soy una vampira, debería ser capaz de defenderme. Noto que aprieta con más fuerza mi boca; sé lo que eso significa: va a morderme. Y lo hace. Entierra los afilados colmillos en mí, hundiéndome en un mar de dolor por unos segundos. Lucho entre sus brazos mientras siento cómo se alimenta con mi sangre. No hay mayor humillación para un vampiro que el que tomen su sangre a la fuerza, es una muestra de debilidad. Él lo está disfrutando; asqueada, lo oigo gemir.
Finalmente, me libera y caigo al suelo más débil que nunca. Con la espalda contra el suelo, solo puedo mirar al cielo; la luna llena sigue en lo alto. Ni siquiera tengo la fuerza suficiente para ponerme de pie. Siento al Purasangre subirse encima de mí. Su rostro bloquea mi vista del cielo nocturno, una de sus manos me acaricia el hombro. La diversión en sus ojos es clara; he escuchado que los Purasangres disfrutan jugando con sus víctimas, dejando marcas de mordidas sobre sus cuerpos como muestra de poder y sumisión.
—No… Por favor… —Pongo mi orgullo a un lado y ruego. No tengo ninguna manera de detenerlo o luchar contra él.
—Simplemente estoy jugando, pequeña —susurra, riendo.
—Por favor… No me muerdas otra vez.
Desliza su mano fría debajo de mi camiseta mientras clava los colmillos en mi hombro. Me estremezco de dolor; se separa ligeramente, con la boca llena de sangre.
—Puedo sentir tu miedo, puedo sentir tus deseos de luchar. Eso me divierte —murmura y se lame los labios.
Cierro los ojos mientras ese cruel Purasangre deja marcas por todas las partes descubiertas de mi cuerpo. El dolor es insoportable. Cuando termina, se levanta de encima de mí.
—Nos veremos de nuevo, pequeña.
Enseguida caigo en la más absoluta oscuridad, deseando que todo haya sido una pesadilla.
II
Despierto poco a poco. El dolor palpita en diferentes partes de mi cuerpo y me recuerda todo lo que he pasado: el bosque, el cruentus y el Purasangre. La ira y la impotencia corren por mis venas; pero no abro los ojos, mi cuerpo se demora en despertar por completo.
—La encontramos inconsciente en el bosque. Tiene marcas de mordeduras por todas partes. —La voz está llena de tristeza, como si cada palabra que pronuncia le lastimara.
—¿Señales de abuso sexual? —pregunta una voz femenina que reconozco: Lyla. Es una vampira madura de nuestro clan con habilidades curativas. Son pocos los que poseen ese poder en el territorio sobrenatural. Se podría decir que es la doctora del grupo y, también, la mano derecha de nuestro líder.
—No, no creo que haya ido tan lejos, su ropa estaba intacta —responde Ian—. Esa esencia… Fue un Purasangre, estoy seguro. ¡Juro que lo encontraré! ¡Lo mataré con mis propias manos!
—Si no puedes controlarte, debes salir de la habitación —le dice Lyla con su característica serenidad.
—Está bien, puede quedarse —digo entre gruñidos de dolor mientras trato de sentarme. Inmediatamente, Ian corre hacia mí.
—Morgan, ¿estás bien? —pregunta preocupado, sosteniendo mi cara entre sus manos.
—Estoy bien. —Sueno tan incómoda como me siento, no me gusta ser el centro de atención.
—¿Estás segura? ¿Qué fue lo que pasó?
—No la presiones, Ian —dice Lyla, salvándome de su interrogatorio.
—Lo siento, pero necesito saberlo… —comienza él de nuevo.
—Ian… —le advierte la vampira.
—Fue un Purasangre, ¿verdad? —Me mira a los ojos. Mi silencio le da su respuesta—. Te prometo que lo encontraré, Morgan, y lo mataré. ¡Quemaré cada pedazo de su cuerpo!
Las llamas se forman y ondean en sus manos.
—¡Contrólate, Ian! —exclama Lyla.
A pesar de estar ahí, mi cabeza se encuentra en otra parte. Mi mente está en un proceso de aceptación…
Un proceso de asimilación.
Recuerdo al vampiro.
Sus colmillos.
Recuerdo su voz.
Sus ojos negros sin alma.
Me levanto y camino hacia Ian, quien todavía tiene las llamas en sus manos. Lo agarro del cuello de la camisa y el fuego desaparece mientras él me mira con sorpresa. Lyla permanece en silencio.
—No actúes como un inmaduro. No harás nada estúpido, no te lo permitiré, ¡estoy bien! —Sueno más imperativa de lo que quiero, pero necesito asegurarme de que no haga nada de lo que pueda arrepentirse. No puedo dejar que se arriesgue por mí, es lo más parecido a un hermano que tengo—. Ahora, si me disculpan, necesito estar a solas.
Cuando se marchan, me dirijo al baño. Mi reflejo en el espejo me hace estremecer: estoy más pálida que de costumbre. Tengo moretones y marcas de mordidas en el cuello, los hombros, los brazos, las muñecas…
«Bastardo».
Despacio, me levanto el camisón para examinarme el resto del cuerpo. También tengo marcas en el abdomen. Algo capta mi atención; en la parte baja de mi vientre, a un lado, hay una letra; probablemente, el Purasangre me la hizo con sus garras. Es la B.
«¡Bastardo!».
Me ha marcado con lo que supongo que es su inicial y permanecerá en mi piel quién sabe por cuánto tiempo, ya que las lesiones hechas por Purasangres tardan mucho en sanar.
Un golpe en la puerta me trae de vuelta a la realidad. Me bajo la camiseta, esperando que no sea Ian con sus preguntas.
—¿Qué quieres? —pregunto al tiempo que abro de mala gana, pero cierro la boca en cuanto veo que tengo a nuestro líder, Aidan, delante de mí. Frunce el ceño, nunca le había hablado de esa forma—. Lo siento, señor, pensé que…
—¿Puedo pasar? —pregunta indiferente, sin dejarme terminar.
Me aparto. Nunca ha estado en mi habitación antes, no puedo evitar sentirme nerviosa. Entra y se queda observándome con esos ojos azules con los que nunca antes había compartido una mirada tan directa.
—Cierra la puerta.
Obedezco; mis manos tiemblan un poco sobre el pomo de la puerta cuando la cierro.
—¿En qué puedo ayudar? —pregunto, rompiendo el silencio.
Sin despegar sus ojos de los míos, se lleva las manos detrás de la espalda.
—Tengo que morderte —declara sin piedad.
—¿Qué? ¿Por qué? —No debo cuestionar sus decisiones, pero no estoy en mi mejor momento.
—Es la única manera de ver en tus recuerdos y saber lo que pasó —me explica lentamente.
Cuando un vampiro muerde a otro, por lo general, recibe los recuerdos y sentimientos del sujeto al que muerde.
«Esto no es bueno», pienso; no quiero que sepa que me siento atraída por él.
—Puedo decirte lo que ocurrió —digo para tratar de evitar sus colmillos a toda costa.
—No es lo mismo; necesito ver con detalle para identificar quién era ese Purasangre.
Aidan se acerca a mí y yo retrocedo.
—Ahora no es un buen momento —repito.
No sé cómo reaccionaré si me muerde. Por lo general, las mordidas vienen acompañadas de una sensación de lujuria o bienestar para que el cuerpo se relaje y la sangre pueda ser tomada fácilmente. Aunque el vampiro puede elegir que resulte tan dolorosa como sea posible, como hizo el Purasangre que me sorprendió en el bosque.
—Morgan. —Su tono cambia, está listo para ordenarme—. Dame tu sangre.
Nunca había usado el poder que tiene sobre mí hasta ahora. Mi cuerpo reacciona y le ofrezco el cuello. Él enrosca la mano en la parte de atrás de mi cabello y me mueve la cabeza hacia un lado. Cierro los ojos, incapaz de soportar verlo tan cerca de mí.
Entierra sus colmillos rápida y profundamente en mi piel. La sensación de bienestar corre por mis venas y me resulta difícil controlarme. Siento cómo bebe de mí, cómo roba mi energía… La lujuria me conduce a agarrarme de sus fuertes brazos y apretarlos. Aidan no muestra ninguna señal de satisfacción; se queda como una estatua. Tal vez le resulto indiferente, tal vez solo puede verme como una vampira inmadura. Mis manos bajan hasta su pecho acariciándolo lentamente. Lo escucho gruñir, pero enseguida me suelta y caigo al suelo, debilitada por la pérdida de sangre.
—No vuelvas a tocarme —me ordena muy serio.
Lo miro con rabia. ¿Él sí puede tocarme y ordenarme que le dé mi sangre, aunque yo no quiera hacerlo? Me pongo de pie y lo veo salir apresuradamente de la habitación.
«¿Qué me ha pasado?».
Nunca había perdido el control de esa manera. ¡Me he atrevido a tocar a Aidan! ¿Es que estoy loca? Ahora pensará que soy una de esas convertidas que lo persiguen todo el tiempo.
Mi garganta seca y mi falta de energía me recuerdan que necesito sangre, necesito encontrar a Travis; él es uno de los pocos humanos que viven con nosotros en el territorio sobrenatural. Los Escudos Gulch que separan nuestros territorios fueron creados después de la Gran División y sellaron el acuerdo entre nosotros y los humanos: cooperar y coexistir sin invadir los terrenos del otro. Así que los humanos, además de enviar a este lado de los escudos ropas y todo tipo de enseres como parte del acuerdo, nos proporcionan a los criminales que consideran peligrosos o un estorbo para ellos. Me he estado alimentando de Travis durante los últimos dos años.
Tengo ganas de tomar aire fresco, pero no lo haré desarmada. Busco mi daga con funda y la coloco en la parte de atrás del cinturón. De camino a la salida, cruzo la sala donde solemos ir los del clan para pasar el rato juntos.
Lyla e Ian están hablando. También hay otros dos vampiros: Drake, alto, rubio y de ojos verdes, casi tan frío y reservado como nuestro líder —los otros vampiros suelen burlarse de él diciéndole con ironía que parece el típico príncipe encantador, porque de encantador no tiene nada, apenas habla—, y Luke, que es el más extrovertido del grupo, siempre hace bromas, aunque nadie se ría. No es muy alto y tiene la piel oscura, el pelo negro y rizado y unos preciosos ojos del color de la miel.
—Buenas noches —saludo. Todos se quedan en silencio y me miran con la lástima—. Estoy bien. —Necesito que dejen de observarme de esa forma.
Luke es el primero en hablar. Me cae muy bien. La mayoría de los de nuestra especie son jodidamente fríos —supongo que, cuando se puede vivir eternamente, los sentimientos tienden a congelarse con el tiempo—, pero él no.
—¡Morgy! —Odio el apodo que ha inventado para mí, pero ya estoy acostumbrada—. Acabamos de regresar de nuestro viaje, ¡te he echado de menos!
Me abraza con fuerza y yo no puedo evitar la sonrisa tonta que se forma en mis labios. Su buen humor es contagioso.
—Basta, Luke —me quejo al tiempo que me alejo de él.
—¿Estás bien? —Me sorprende escuchar a Drake hablar.
—Sí. —Le dedico una sonrisa rápida.
—Lamentamos mucho no haber estado aquí para defenderte —comenta Luke, pasándome un brazo por encima del hombro—. Ese Purasangre pagará por lo que te ha hecho, Morgy.
Le dedico una mirada fría a Ian.
—¿Se lo has contado?
Él me dedica una sonrisa de disculpa.
—Somos un clan, no hay secretos entre nosotros.
—Tiene razón —lo apoya Lyla.
Empujo el brazo de Luke, quitándomelo del hombro.
—¿Han visto a Travis?
—Oh —Luke me sonríe—, me preguntaba la razón de tu mal humor, y ahora ya sé cuál es. —Me señala con el dedo—. Tú, malhumorada, tienes un caso curable de hambre.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Lo has visto o no?
—Ha salido —responde Ian, masticando algo—. Dijo que necesitaba un poco de aire.
—¿Qué hay de una carrera más tarde? —grita Luke mientras camino hacia la salida—. Después de que comas, por supuesto.
—¡Me apunto! —grito, alcanzando el agujero.
Estoy a punto de impulsarme hacia arriba para salir cuando Ian aparece frente a mí.
—No puedes salir de nuevo.
—Por supuesto que puedo.
—Morgan, ¿por qué eres tan imprudente? Es peligroso, y lo sabes. ¿Ya has olvidado lo que te pasó anoche?
—Preocúpate de tu propia vida, Ian —dijo, ignorando sus advertencias.
No me resulta difícil encontrar a Travis, no está lejos de la entrada.
—Morgan —me saluda. Es un buen humano y de complexión fuerte y definida. Tiene el pelo largo y negro atado en una cola. Está a punto de cumplir treinta años, pero parece más viejo que yo, que tengo más de ochenta. Soy una vampira próxima a alcanzar la edad de madurez (los cien), pero aún me falta mucho para controlar un elemento.
—Tengo sed. —Me acerco, pero él se aleja de mí, metiéndose entre los árboles, sin dejar de mirarme—. ¿Adónde vas, Travis? —No me muevo. Aunque no quiero admitirlo, tengo miedo de volver a entrar en el bosque.
Él sigue alejándose. La sed duele, siento que me arde la garganta. No estoy segura de poder sobrevivir otra noche sin alimentarme; he perdido demasiada sangre con ese Purasangre y con el líder del clan. Maldiciendo por lo bajo, lo sigo y rápidamente aparezco frente a él, bloqueando su camino.
—Travis, para, el bosque es peligroso.
—¿Te gustó lo de anoche, pequeña? —Su boca se mueve, sin embargo, no es su voz la que me habla.
Me pongo rígida de inmediato. El Purasangre lo está controlando. Algunos seres humanos pueden ser dominados mentalmente por Purasangres. Doy un paso atrás. Travis me dedica una sonrisa maliciosa que no encaja con su inocente rostro humano. Escaneo el lugar; el Purasangre que lo controla tiene que estar cerca.
—Muéstrate —ordeno, mientras escruto el bosque que nos circunda.
—¿Quieres repetir lo de anoche?
Sus preguntas me enfurecen.
—Deja al humano… ¡ahora!
Me llevo la mano al cinturón y saco la daga de su funda. Travis parpadea y luego cae al suelo, inconsciente. Miro alrededor, pero no veo ni huelo a ningún vampiro; tal vez se ha ido. De repente, alguien me tira del pelo con fuerza y me arrastra hacia el bosque.
«No… Otra vez, no…».
Me arroja contra un árbol y caigo al suelo abruptamente. Estoy muy débil, no solo por las heridas, sino por la pérdida de sangre que aún no he recuperado. Me pongo de pie para enfrentarme al vampiro. El Purasangre sonríe de forma burlona. Es el bastardo que me hizo tanto daño anoche. De repente, una ola de llamas se dirige a él, pero consigue esquivarlas con un movimiento rápido.
—¡No te atrevas a tocarla otra vez! —grita Ian, colocándose delante de mí. Me muevo para ponerme a su lado—. ¡Quédate detrás!
—¡No! Soy una vampira, no una damisela en apuros. —Agarro la daga con fuerza.
—¿Quién eres tú? —pregunta Ian, extendiendo las llamas al vampiro, que sigue sonriendo.
Mi amigo gruñe furioso. Su desprecio por los Purasangres está más que justificado. Antes de unirse al clan de Aidan, estaba en otro que fue víctima de una masacre hecha por un Purasangre; y perdió a la vampira que amaba a manos de otro.
Ian conjura todo el fuego que puede controlar y se lo arroja. El Purasangre mantiene su expresión mientras sus manos se mueven en círculos, formando dos gigantescas bolas de agua, las cuales empuja para que se estrellen contra nosotros. Las llamas de Ian se extinguen por completo; estamos empapados.
—Solo necesito una cosa y te dejaré ir, pequeña —dice el vampiro, caminando hacia nosotros. Lo observo desenvainar su espada.
—¡No te dejaré tocarla! —grita Ian de manera defensiva.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunto con amargura.
—No lo harás voluntariamente.
—Solo dilo —insisto, tratando de ganar algo de tiempo. Este Purasangre puede hacernos mucho daño, incluso matarnos con facilidad.
—Quiero que bebas mi sangre.
Su fría afirmación me sorprende. Esperaba que me pidiera más sangre, no que me ofreciera la suya. De todos modos, no lo haré. Él ha bebido de mí, lo que significa que, si me alimento de él, estableceremos una conexión mental y física. Cuando dos vampiros comparten su sangre, se crea un fuerte vínculo entre ellos.
—No pienso hacerlo —digo contundente. No quiero tener una conexión con ese bastardo.
Él sigue sonriendo. De pronto, se mueve tan rápido que apenas lo puedo ver y clava su espada en el estómago de Ian. Me quedo aterrorizada viendo cómo la sangre sale de la boca de mi amigo.
«¡No!».
—¡Ian! —No puedo evitar gritar su nombre. Sé que de esta forma muestro debilidad ante mi enemigo, pero no me importa.
El Purasangre saca su espada del cuerpo de Ian, que cae al suelo. No puedo moverme. Ese monstruo levanta entonces su arma por encima de la cabeza de mi amigo, rozando su pelo con la punta, que chorrea sangre.
—¿Lo has pensado mejor? —me pregunta el muy bastardo, con esa maldita sonrisa en sus labios.
No puedo creer que Ian esté en el suelo desangrándose. Su herida sanará, pero no sé cuánto tiempo tardará en hacerlo. Hay espadas que están hechas para causar heridas profundas difíciles de curar. Me arrodillo frente a mi compañero y coloco su cabeza sobre mi regazo para tratar de calmarlo. Mi respiración es errática. Ian intenta hablar, pero lo único que sale de su boca es sangre. Su expresión de dolor hace que se me parta el corazón.
—Tranquilo. Te pondrás bien —le prometo.
Ian cierra los ojos, haciendo una mueca de dolor.
—Si estás pensando en llamar a tu clan, quiero que sepas que, para cuando lleguen aquí, ya habré matado a tu amigo —me advierte el Purasangre con frialdad.
Observo a Ian ahogándose en su propia sangre. Me ha resultado muy difícil mantenerme distante con él, pero, lamentablemente, en este mundo de cazar o ser cazado, querer a alguien es una debilidad que puede salir cara. Sin embargo, él sabe que lo quiero como a un hermano.
—No tengo toda la noche, pequeña.
Me trago todos los insultos que quiero gritarle, la impotencia recorre cada músculo de mi cuerpo y me tensa. Levanto la mirada para encontrarme con su estúpida sonrisa de victoria; sabe que ya ha ganado.
—Lo haré —digo entre dientes.
—Levántate —me ordena el Purasangre.
Acaricio la mejilla de Ian antes de poner su cabeza con cuidado en el suelo y, temblorosa, me pongo de pie. El bastardo se me acerca y sostiene mi barbilla para moverme la cara hacia un lado.
—¿Quién te ha mordido? —pregunta con curiosidad—. ¿Acaso ha sido ese líder que admiras y deseas en secreto?
Ha bebido mi sangre y lo sabe todo de mí: conoce mis recuerdos, mis sentimientos. No respondo, y entonces pasa.
Lo percibo antes de verlo, así de extravagante es su poder. El aire se enfría y se vuelve pesado, el bosque cae en un silencio absoluto, como si la naturaleza se doblegara ante él.
—Suficiente —ordena una voz profunda a un lado de nosotros.
Mi corazón se acelera al oírlo, una extraña sensación me revolotea en el estómago. Siento la necesidad de bajar la cabeza, de rendirle respeto, pero me contengo. Mis ojos buscan al dueño de esa voz.
Es muy alto…
Viste completamente de negro y lleva una especie de máscara que le cubre la cara desde el puente de la nariz hasta el cuello. Únicamente puedo ver sus ojos, de color rojo carmesí, ardiendo con cientos de años de historia y dolor. Camina como lo que es: un ser poderoso, capaz de acabar sin mucho esfuerzo con cualquiera que se interponga en su camino. Cuando su mirada se cruza con la mía, algo en mí se paraliza, se retuerce y me deja sin aire.
«¿Quién es?».
—Tenemos que irnos —dice ese ser poderoso. ¿Por qué no puedo dejar de mirarlo fijamente? Es mucho más fuerte que el Purasangre—. Ahora, Byron.
El bastardo, que ahora sé que se llama Byron, me suelta y camina hacia él.
—Esto no ha terminado, pequeña, volveré —promete ese repugnante monstruo antes de desaparecer en la oscuridad.
El recién llegado de ojos carmesís se queda mirándome en silencio y no puedo evitar sentirme un poco intimidada.
—Será mejor que encuentres otro lugar donde vivir.
Aún me sorprende la profundidad de su voz. Sé que tengo que darle las gracias por haberme librado de beber la sangre de Byron, pero mi ego no me lo permite; me limito a asentir y entonces él desaparece.
Han transcurrido unas horas desde que traje a Ian al refugio. Lyla ha estado con él en la habitación, curando su herida. Yo me he quedado fuera. La sequedad de mi garganta me está quemando. Estoy poniendo a todo mi clan en peligro. Ese Purasangre no va a rendirse; a su especie le encantan los retos, y yo me acabo de convertir en uno para él.
«Será mejor que encuentres otro lugar donde vivir». El consejo del Purasangre dominante llega a mi mente. Sería demasiado egoísta por mi parte hacer que todo mi clan se moviera por mi culpa.
Nuestro líder aparece en el pasillo en ese momento. Me pongo de pie, un poco nerviosa y avergonzada después de lo que pasó entre nosotros. Aidan ni siquiera me mira.
«¿Ha sido ese líder que admiras y deseas en secreto?».
Las palabras de Byron aún me molestan. ¿Deseo a mi creador? ¿Acaso eso no es normal? No, no lo es; lo normal es sentir gratitud y lealtad hacia tu creador, pero no desearlo. Lo peor de esta situación es que Aidan debe de haberlo visto todo en mi sangre.
—Señor, tengo algo que decirle.
—Habla —responde, aún sin mirarme.
—Quiero dejar el clan.
III
Un profundo silencio reina entre Aidan y yo. Él se queda con la mano en el aire a punto de tocar la puerta del cuarto de Ian, de espaldas a mí. No ha dicho una palabra, pero yo ya he tomado una decisión. No pondré en peligro al clan. Ian, Drake, Luke, Lyla y Aidan son como mi familia. Y también le tengo aprecio al resto de los miembros que van y vienen. Ese Purasangre solo me quiere a mí, no a ellos. Estoy segura de que no va a detenerse hasta que consiga lo que desea. Tengo que alejarme de los míos, jamás me perdonaría que salieran heridos por mi culpa, como le ha ocurrido a Ian… Estaré bien sola. Después de todo, el camino de un vampiro siempre es solitario. Sé cómo sobrevivir por mi cuenta.
Aidan, finalmente, se gira hacia mí y sus ojos se encuentran con los míos. Su rostro, como de costumbre, es inexpresivo.
—No, no dejarás el clan —dice. Es una orden. Luego llama a la puerta del cuarto en el que Lyla está sanando a Ian.
—Ya lo he decidido.
—He dicho que no —responde imperativo.