Comer, rezar, amar

Elizabeth Gilbert

Fragmento

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Introducción

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Cómo funciona este libro

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El abalorio 109

Al viajar por India —sobre todo por los lugares sagrados y ashrams— se ve mucha gente con abalorios colgados del cuello. También se ven muchas fotografías antiguas de yoguis desnudos, esqueléticos y aterradores (o, a veces, incluso yoguis rechonchos, bonachones y radiantes) que también llevan abalorios. Estos collares de cuentas se llaman japa malas. En India los hindúes y budistas devotos los usan desde hace siglos para mantenerse concentrados durante sus meditaciones religiosas. El collar se sostiene en la mano y se toca una cuenta cada vez que se repite un mantra. En la Edad Media, cuando los cruzados llegaron a Oriente durante las guerras santas, vieron a los devotos rezar con sus japa malas y, admirados, llevaron la idea a Europa, donde se convirtió en el rosario.

El japa mala tradicional tiene 108 abalorios. En los círculos más esotéricos de la filosofía oriental el número 108 se considera el más afortunado, un perfecto dígito de tres cifras, múltiplo de tres y cuyos componentes suman nueve, que es tres veces tres. Y tres, por supuesto, es el número que representa el supremo equilibrio, como sabe cualquiera que haya estudiado la Santísima Trinidad o un sencillo taburete. Dado que todo este libro es sobre mi lucha por hallar el equilibrio, he decidido estructurarlo como un japa mala, dividiendo mi historia en 108 cuentos, o abalorios. Este rosario de 108 cuentos se divide, a su vez, en tres secciones sobre Italia, India e Indonesia, los tres países que visité durante este año de introspección. Es decir, hay 36 cuentos en cada sección, cosa que tiene un significado especial para mí, ya que esto lo escribo durante mi año trigésimo sexto.

Y ahora, antes de ponerme a lo Louis Farrakhan con el asunto de la numerología, permitidme acabar diciendo que también me gusta la idea de enhebrar estos cuentos como si fueran un japa mala, porque así les doy una forma más... estructurada. La investigación espiritual sincera es, y siempre ha sido, una suerte de disciplina metódica. Buscar la verdad no es una especie de venada facilona, ni siquiera hoy en día, en estos tiempos tan venados y facilones. Como eterna buscadora que soy, además de escritora, me resulta útil seguir la estructura del collar todo lo posible para poder concentrarme en mi objetivo final.

El caso es que todo japa mala tiene un abalorio de más, un abalorio especial —el número 109— que queda fuera del círculo equilibrado que forman los otros 108, colgando como un amuleto. Al principio yo creía que el abalorio 109 era de repuesto, como el botón extra de un jersey o el segundón de una familia real. Pero parece ser que tiene un propósito más elevado. Cuando estás rezando y lo alcanzas con los dedos, debes interrumpir la concentración de la meditación para dar las gracias a tus maestros. Así que aquí, en mi abalorio 109, me detengo incluso antes de haber empezado. Quiero dar las gracias a todos mis maestros, que han aparecido en mi vida, a lo largo de este año, de la manera más variopinta.

Pero, ante todo, quiero dar las gracias a mi gurú, una mujer que es la compasión personificada y que tan generosamente me permitió estudiar en su ashram mientras estuve en India. Por cierto, me gustaría aclarar que escribo sobre mis experiencias en India desde un punto de vista meramente personal y no como experta en teología ni como portavoz oficial de nadie. Por este motivo, no revelaré el nombre de mi gurú en este libro, ya que no puedo hablar por ella. Sus enseñanzas hablan mejor por sí mismas. Y tampoco mencionaré el nombre ni el lugar donde se halla su ashram, librando a tan digna institución de una publicidad que quizá no pueda afrontar por falta de recursos o por falta de interés.

Una última expresión de gratitud: varios nombres de los aparecidos en este libro se han cambiado por una serie de motivos y he decidido cambiar también los de todos aquellos —sean indios u occidentales— a quienes conocí en el mencionado ashram de India. Lo hago por respeto al hecho de que la gente no suele hacer una peregrinación espiritual para salir después como personajes de un libro. (A no ser, por supuesto, que se trate de mí). Sólo he hecho una excepción en esta política de anonimato que me he impuesto. El tal «Richard el Texano» que aparece en el libro se llama, efectivamente, Richard, y es de Texas. He querido conservar su nombre real por lo mucho que significó para mí durante mi estancia en India.

Y, por último, al preguntar a Richard si le parecía bien que dijera en mi libro que había sido un yonqui y un borracho, me dijo que le parecía perfecto.

Me dijo:

—La verdad es que llevaba un tiempo pensando en cómo hacer pública esa noticia.

Pero empecemos por Italia...

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