En los zapatos de Valeria (Saga Valeria 1)

Elísabet Benavent

Fragmento

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Índice

 

Portadilla

Índice

Dedicatoria

1. Érase una vez…

2. ¿Qué tienes que contarme?

3. ¿Quién es ese alguien?

4. Pero, Lola, ¿qué haces?

5. «El sábado no se debería trabajar»

6. ¿Quién es Don Perfecto y dónde lo conociste? Yo también quiero uno

7. Yo pongo la excusa y tú haces el resto

8. Fin de fiesta

9. El viaje de negocios

10. ¡Ups, yo no quería saber esto!

11. ¡Oh, cállate, por Dios!

12. Ayudante…

13. Oh, oh…

14. Algo va mal…

15. Quiero saber algo pero no sé el qué

16. Se desató…

17. La mujer que vive dentro de tu armario dice…

18. El lunes más feliz de la historia…

19. La inspiración y el modelo de ropa interior

20. Tengo miedo a la mujer que vive en mi armario…

21. ¿Por qué yo?

22. La resaca y las consecuencias varias de una noche como aquella…

23. Culpable de todos los cargos…

24. Confiesa, pecadora…

25. Víctor y Valeria

26. La exposición…

27. ¡A las barricadas!

28. Airearme…

29. Apuesto a que…

30. La realidad…

31. El peor lunes de la historia…

32. La importancia de las cosas bonitas…

33. Sexo…

34. Ay, Carmela…

35. ¿Preparada para el viaje?

36. El viaje…

37. La llamada

38. La decisión

39. Despertando

40. Huy, qué tontita soy

41. Los tontos son los que hacen tonterías…

42. Casi el final

43. El portazo

44. La separación

45. Por Lola, Nerea y Carmen

46. Email. Recibido hoy a las 12.36 h

Agradecimientos

Si te ha gustado…

Engánchate al fenómeno Valeria

Sobre la autora

Créditos

Grupo Santillana

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A Óscar, el amor de mi vida

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1

ÉRASE UNA VEZ…

 

 

 

Paré el ruidoso paseo de mis dedos sobre el teclado y releí el texto mientras me rascaba la cabeza con un lápiz: «Se miraron. Los metros de distancia entre ellos no importaban porque los pensamientos se materializaron, se cayeron al suelo y rebotaron hasta huir. En la décima de segundo durante la que se sostuvieron la mirada todo se congeló; en la ventana se paró hasta la brisa que agitaba los árboles. Pero ella pestañeó y ambos apartaron la mirada, avergonzados, azorados y seducidos de pronto por la idea de enamorarse de un desconocido».

Puse los ojos en blanco, solté el lápiz sobre la mesa y me levanté como si alguien hubiese instalado un muelle en el asiento.

—Pero ¡menuda mierda!

Evidentemente, sabía que nadie iba a escucharme, pero necesitaba decir en voz alta lo único que tenía en la cabeza en aquel momento. «Esto es una mierda». Era como las letras de inicio de La guerra de las galaxias pero en versión malhablada. Menuda mierda. Una mierda enorme. Una mierda del tamaño del cagarro que estaba escribiendo, que era inmenso.

Estaba seca de ideas, esa era la triste verdad. Las cincuenta y siete hojas que ya tenía escritas no eran más que sandeces con las que me justificaba, estaba claro. Sandeces chuscas y horripilantes dignas de concurso literario de instituto. Al terminar el día me exigía a mí misma haber escrito al menos dos folios, aunque dada la situación empezaba a agradecer dos o tres párrafos potables. ¿Potables? Eso era mucho esperar.

Pasarme el día delante del ordenador no tenía ningún sentido. Al estar sola en casa no necesitaba fingir nada, y sabía de sobra que no me saldría nada brillante aquel día. O quizá nunca. Así que del salón/despacho/sala de estar me pasé al dormitorio, recorrido para el que no eran necesarios más de tres pasos, y me senté en la cama. Eché una ojeada a mis pies desnudos y, como el descascarillado esmalte de mis uñas me horrorizó, acerqué el cenicero y encendí un pitillo…

Con lo que yo había sido… ¿Desde cuándo me parecía aceptable aquel estado de dejadez? Después miré de reojo el teléfono y, tras pensármelo dos décimas de segundo, lo agarré.

Un tono…, dos…, tres…

—¿Sí? —contestó.

—Pongamos que soy una fracasada, ¿me seguirías queriendo? —pregunté con soltura.

Lola soltó una carcajada que me hizo vibrar el tímpano.

—Eres una paranoica —contestó.

—No es paranoia. Aún no he escrito ni una buena frase. En la editorial me van a dar una patada en el culo. Una patada enorme. O, mejor dicho, les dará igual. Me la estoy dando yo misma.

—Nadie más que yo puede patearte el culo, Valeria —añadió cariñosa, como quien hace un mimo.

—¿Sabes qué es lo más complicado para un escritor novel? Publicar su segunda novela. Segunda novela… Eso ya implica al menos tener algo. Lo que yo tengo entre manos es un mojón. Mi segunda mierda, eso va a ser.

—Eres tonta.

—Hablo en serio, Lola. Creo que me he equivocado dejando

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