Cómo leer y escribir poesía / El arte de perdurar

Hugo Hiriart

Fragmento

Cómo leer y escribir poesía / El arte de perdurar

INTRODUCCIÓN

Este libro es una iniciación elemental, sencilla, en dos terrenos: los de la poesía y la lengua españolas. Supone entonces que el lector nada sabe de ambas. Con lo que sólo digo que parte de cero. Todo el punto o chiste del libro consiste en que se trata de una iniciación en las dos cosas “al mismo tiempo”.

Al español entramos, no vía la gramática, como siempre, sino a través de la poesía. Y al arte de hacer poesía entramos por la vía de la lengua española. Intentar esto al mismo tiempo puede parecer tonto, equivocado y aun demente. Y acaso lo sea, pero acaso no. Hay que arriesgar. No tiene sentido, en nuestra opinión, repetir como perico los métodos trillados, consabidos, machacados hasta la náusea en enseñanza de idiomas. Hay asuntos, como éste, donde lo único interesante y atractivo es arriesgar.

—Permítame besar la mano que escribió el Ulises —le pidió a James Joyce un admirador fervoroso.

—No, señor, porque la uso también para hacer otras cosas —respondió el maestro.

Y en efecto, el idioma, como la mano, se usa para muchas cosas, no sólo para hacer arte. Se usa para todo lo que abarca la experiencia humana, que es incontable. Pero en el uso del idioma para hacer poesía, las palabras de una lengua, de cualquier lengua, alcanzan su máximo de nitidez, poder expresivo y musicalidad. Y aceptado esto, que parece innegable, ¿por qué, entonces, si vamos de visita a la gran casa del español, no entramos directamente a la sala con piano y candelabros donde está, vestida de fiesta, la poesía, en vez de perder el tiempo en el sótano, la cocina y el medio baño para visitas del intercambio verbal común y corriente?

¿Para quién está escrito este libro? Para todos. No hay límites de edad —grandes y chicos pueden leerlo— ni de educación —pueden leerlo y obtener sus frutos, espero, el que nada sabe, el culto y el sabio, incluso los que ya conocen algo, y más que algo, de español—. Pero al escribirlo recordé varias veces que Tolstói aprendió griego para leer los evangelios, a los 60 años de edad, y que Edmund Wilson tenía más de 45 años cuando estudió hebreo para enfrentarse a los rollos del Mar Muerto, recién descubiertos. Ninguno de los dos, estoy seguro, aspiraba a la posesión erudita y total de la lengua que aprendía, pero sí a adentrarse en ella, a vivirla por dentro, a bañarse un poco en sus peculiaridades. Y bueno, en eso he pensado, en un lector que se acerque, lleno de curiosidad, al español y a la poesía, a la poesía en español.

En la Biblia se lee que el asno de Balaam habló (Nm. 22, 22-23) en hebreo. No fue interesante, sin embargo, lo que dijo el animal. Pero eso sí, aprendió el lenguaje en forma instantánea, sin mortificación ni trabajo alguno, puesto que un ángel le regaló, con la punta de su espada, el don de hacerlo. El animal no hizo esfuerzo, no necesitó paciencia, ni método, ni disciplina, nada. Pero admítelo, es un caso en extremo anómalo el suyo. Tú, que no puedes adquirir de golpe un idioma, si quieres llegar a conocer un poco de español, vas a necesitar abrirte paso despacio en el idioma, el lenguaje nuevo debe irse comiendo poco a poco, una palabra hoy, dos expresiones mañana, y así, con paciencia de santo. “Roma no se hizo en un día”, dice el refrán. Sin prisa pero sin pausa, avanzarás en su dominio.

Pero justamente por esta lentitud y mortificación, hay que cuidar que aprender un lenguaje no sea como bajar a trabajar en las minas de sal del intelecto en medio de un aburrimiento bestial y casi absoluto, sino, por el contrario, que aquello que se vaya aprendiendo poco a poco valga la pena de ser entendido, que tenga de suyo cierta diversión, algún interés propio. “Instruir deleitando”, llamaban a eso los latinos.

En esto hemos pensado al unir español y poesía. Aquí no hallarás las trivialidades verbales acostumbradas o el ejemplo soso y banal, sino nobles e ilustres ejemplos de poesía en castellano, y mejor que eso, elementos y estímulos para que escribas, a tu modo y parecer, tus propios poemas.

Porque la mejor manera de apreciar la poesía es aprendiendo a jugar el juego de hacerla, no para ser un gran jugador y batir récords, sino sólo porque gustar de la poesía, de ese latido peculiar de lo humano, de esa forma de cargar la experiencia de singular intensidad, ya como poeta productor, ya como simple lector consumidor, es, de verdad, añadir una dimensión de alegría y felicidad a la vida de todos los días.

En síntesis: la esencia, podríamos decir el alma, de una cultura es el lenguaje en que se expresa. El alma de la cultura francesa está en el francés, el de la rusa en el ruso, y así. El alma de la cultura hispánica está en el español. Y a su vez, el alma de una lengua es su poesía. Así pues, a la lengua española llegaremos por la poesía en español. Y a la poesía en español lo haremos aprendiendo a escribir poesía, esto es, a cantar con palabras. Todos podemos, nadie hay a quien estén negados el consuelo y la alegría, según el caso, de cantar.

Si logramos que captes la belleza de algunas poesías en español, si las haces tuyas en la sonoridad de su lengua original, si las entiendes y puedes decirlas con emoción y aprecio, nos vamos a sentir satisfechos con este libro.

Nada más y buena suerte.

Cómo leer y escribir poesía / El arte de perdurar

UN PASEO POR LAS PALABRAS

Cualquiera sabe que las palabras sirven para comunicar ideas, emociones, creencias. Tienen un trabajo que hacer. Si dices “dame” (give me) y te dan, la palabra cumple su trabajo. Eso es obvio. Pero también puedes sorprender a la palabra cuando está descansado —como sorprendes de pronto a un animal en el claro de un bosque, descansando digo—, esto es, cuando no la usas, para mirarla y ver cómo es en su singularidad. Las palabras, como las personas, tienen individualidad, hábitos, familia, historia, y son raras o comunes, ilustres o bajas, sutiles o tontas, y esto nos interesa especialmente, son hermosas o feas.

La palabra mandarina (tangerine) es hermosa. No digas que sólo es referencia a una fruta. Mira la palabra. Es graciosa, musical, parece cantante italiana, alude a unos colores delicados, a un sabor peculiar (imagínate ahora ese sabor) y también al viejo y legendario imperio chino, porque es el femenino de la palabra mandarín, esos letrados chinos que constituían la burocracia celeste. Todo en uno.

La palabra oso (bear) también es hermosa, pero ésta porque es g

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