La historia

Elsa Morante

Fragmento

cap-50

Prólogo

Un escándalo que nunca acaba

En 1974, cuando Einaudi publicó La historia, la editorial se sometió a una inesperada petición de Elsa Morante, empeñada en que la novela no costase más de dos mil liras (el equivalente a cinco dólares de entonces), como ejercicio literario pero también moral que era. «Quiero una edición barata», le pidió expresamente Elsa a Giulio Einaudi, quien accedió a publicarla en bolsillo.

La autora se proponía llegar a más lectores de los que se habían acercado años antes a Mentira y sortilegio (1948) y a La isla de Arturo (1957). Y lo logró. Al año de su publicación, La historia había vendido ochocientos mil ejemplares en Italia. Su agente literario, Erich Linder, se sorprendía al comprobar que, pasados los primeros meses de enorme impacto, las ventas seguían contándose por miles semana tras semana. «No sabemos quién compra todavía el libro, ya que en la actualidad parece haber ejemplares en todas las casas italianas», confesó el hombre en una carta a un editor estadounidense, según se lee en la biografía que Lily Tuck escribió de la autora.

El éxito editorial fue acompañado de un gran alboroto crítico. El choque entre defensores y detractores, a menudo arrebatado, ayudó a erigir la novela en una de las más famosas de la década en Italia. En la fase más delicada del debate, la reseña en Tempo Illustrato de Pier Paolo Pasolini, desde siempre muy cercano a la autora, provocó que Morante y él nunca más se dirigiesen la palabra. El corresponsal romano para The New York Times publicó una crónica en septiembre de 1974 en la que contaba: «Por primera vez desde tiempos inmemoriales hay personas en los compartimentos de los trenes y en los bares que hablan más del libro que de la liga de fútbol o de un escándalo de faldas. Los críticos escriben páginas y más páginas preguntándose por el significado de La historia y las razones de la excepcional polémica que despierta».

La vocación de buscar con La historia un gran público alentó la ambición de Morante desde el principio. Su amigo Luca Fontana, que al comenzar la década de 1970 la acompañaba en sus largos paseos por el gueto de Roma, los distritos de Testaccio y de San Lorenzo, pues la autora quería documentarse, contaba que por esas fechas le preguntó, a sabiendas de sus recelos a la hora de hablar de un trabajo si no estaba terminado: «¿Qué clase de libro estás escribiendo?». Fontana la había visto tomar notas en libretas durante meses, algo que Elsa no tenía por costumbre hacer. La respuesta no despejó los enigmas: «Escribo un libro para analfabetos». Años después, uno de los epígrafes que encabezarían la novela ratificó aquella respuesta: «Por el analfabeto a quien escribo». Se trata de un verso de César Vallejo incluido en su himno a los voluntarios de la República, pero también simboliza la destilación total de la obra, que a lo largo de sus centenares de páginas narra la lucha constante, diaria, de los desfavorecidos, los pobres, las eternas víctimas, los que a veces no saben leer, en pos del cobijo y la supervivencia.

Morante funde en su novela la grande y universal historia, en forma de crónica de los acontecimientos más relevantes del siglo XX, con la pequeña y particular historia de sus desamparados personajes de ficción, hasta construir dos relatos: la historia del poder y la historia de las víctimas del poder.

Articulada en nueve capítulos, el primero y el último están encabezados por un enigmático «19**», y funcionan como un catálogo de los actos de violencia protagonizados por las grandes naciones desde comienzos del siglo XX hasta el período en el que se publicó la novela. Entremedias, los siete restantes se corresponden con cada uno de los años que abarca la trama, que transcurre entre 1941 y 1947, y también incluyen al comienzo un breve repaso de la situación mundial.

El resultado hace recordar la técnica empleada décadas antes por John Dos Passos en su Trilogía USA, en la que combinaba retales de ficción con fragmentos de periódicos y letras de canciones, biografías de figuras históricas y episodios autobiográficos del propio Dos Passos, en busca de una novela que retratase toda una nación a lo largo de una época determinada.

A la sombra de la contienda mundial y el Holocausto, la tragedia de la guerra es la verdadera protagonista en este largo relato, cuyos personajes principales —Ida Ramundo, sus hijos Useppe y Nino, y Carlo-Davide— simbolizan un grito sostenido contra la injusticia. En palabras de la propia Morante, La historia pretende ser un acto de denuncia contra todas las formas de fascismo del mundo, aunque el final no sea halagador. La poesía y la palabra, que en el pensamiento literario de Morante forman parte del ser y tienen la fuerza de devolver a la persona la vitalidad, la inocencia y espiritualidad que el poder de los más fuertes le arrebatan, al final nada pueden contra la violencia de la máquina de la historia, «ese escándalo que dura desde hace diez mil años», como clamaba la escritora romana.

En el prólogo a una tirada limitada que First Edition Society publicó en Estados Unidos en 1977, Morante advertía al lector que le ofrecía «un testimonio que describe mi verdadera experiencia en la Segunda Guerra Mundial», de la que ella fue una víctima más. Junto al también escritor Alberto Moravia, con el que estuvo casada y con quien compartía orígenes judíos, se vio obligada a abandonar Roma en 1943, después de que Moravia apareciese en una lista negra de la policía fascista.

«Aprendí mucho del terror», admitía Morante, en cuya obra casi todo es dolorosamente autobiográfico. La historia, pues, representa un «sangriento ejemplo de la inhumanidad del hombre» relatado por una poetisa por naturaleza, a la que la experiencia había enseñado que «incluso la poesía puede utilizarse como coartada». Por eso señalaba en aquel prólogo: «Debo advertirles que este libro, antes que una obra poética, debe ser una acusación y una oración».

En un mundo que, de un modo u otro, estará siempre lacerado por las tragedias de los indefensos, La historia de Morante no ha perdido vigencia, sino todo lo contrario. Habrá en ella, todos los días por venir, algo que nos señale, nos interrogue y nos haga pensar que tal vez los tiempos no han cambiado tanto, y que la historia se reivindicará hasta el final como un escándalo. Por todo lo anterior, nunca será mala hora para leer esta novela pensada para los que ni siquiera saben leer.

JUAN TALLÓN,

septiembre de 2018

cap-51

No hay palabras, en ningún lenguaje humano, que puedan consolar a las cobayas que no saben por qué mueren.

Un superviviente de Hiroshima

[…] has ocultado estas cosas a los doctos y los sabios y se las has revelado a los pequeños […]. Porque así te place…

LUCAS 10:21

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