A propósito de las mujeres

Natalia Ginzburg

Fragmento

cap-2

Prólogo

Ser y no ser

La historia que ahora empieza ya acabó. Igual que si llegaras tarde a una cita con amigos, escucharas una anécdota precipitarse al desenlace y te correspondiera imaginar qué la originó, cómo se enfrentaron a ella sus protagonistas: así ocurre en los relatos de Natalia Ginzburg. La autora nos cuenta las historias cuando ya se ha apagado la luz de la habitación de los niños, y algo sucede al otro lado de la pared donde están los adultos, o cuando se recibe al hermano contándole secretos que ya no pueden esconderse más; el conflicto se instaló mucho antes de que tú lo leyeras.

Por eso los relatos de A propósito de las mujeres — precedidos de un espléndido artículo que sirve de invitación a la charla sobre quiénes somos y qué queremos las mujeres — precisan el cuidado en la lectura. Esta escritura de Ginzburg — estas maneras y este ambiente — no la reconoce la costumbre: su prosa se demora de una forma ajena a sus otras obras, la exactitud la fija en otros elementos. Por eso mismo se trata de una obra valiosísima: porque huele a Ginzburg, claro, porque lo que importa se desenvuelve entre las cuatro paredes del hogar, porque la familia no acoge sino que expulsa, pero en estas historias el camino se recorre de manera diferente. Plantea atajos que no siempre dirigen al lugar que deseamos, o nos conduce a un sitio que no esperábamos, y que tenemos que asumir.

Algunos de los relatos de A propósito de las mujeres se incluyeron en Cinque romanzi brevi e altri racconti (1993), el volumen póstumo en el que Einaudi recogió aquellas obras de Ginzburg que excedían el molde tradicional de la novela, y exigían otro nombre. Un esquema que Ginzburg hizo y deshizo a su antojo — quebrando las distancias entre la ficción y la autobiografía, cambiando las etiquetas de una a otra —, pero que permitía — por extensión, por aspiración — dibujar una línea más o menos constante en su escritura. En cambio, otros de estos cuentos permanecieron inéditos hasta la publicación de Un’assenza, el volumen de textos breves — artículos, crónicas y relatos — que el escritor Domenico Scarpa preparó para la celebración del centenario del nacimiento de la autora.

A todos ellos nos acercamos como si exhibieran un aviso en la cubierta: «confidencial». Y desde este gesto, entre el descubrimiento y la revelación, fluye A propósito de las mujeres: algo prende la chispa, y ese algo se susurra — se adivina, se reconstruye al final del relato, cuando empezamos a presagiar el comportamiento de cada personaje — hasta que irrumpe la voz alta de quien narra. Entonces se nos abre paso, en ese momento comenzamos a leer. Es nuestro turno: la historia que ahora empieza ya acabó.

La luz nos ciega en estos relatos, preñados de imágenes que no esperamos. Los detalles no se amontonan como ropa sucia, no se acumulan esperando a la acción, sino que se disponen a la vista del lector, para que los ordenemos según nuestro antojo o nuestro pálpito; se «recuentan», por así decirlo.

En las distancias cortas, Natalia Ginzburg recuenta. De esto tienen mucho sus relatos: de respiración — inspira, espira — brevísima, apenas unas pocas páginas en las que se intuye más que se explicita, en la que el nudo se suelta antes de que nos sintamos como en casa; nos provocan la incomodidad, no nos quieren con ellos, se bastan solos. Funcionan sin el lector, y ahí la paradoja: funcionan para el lector, igual que si te enteraras de una anécdota que se describiese sin florituras, tal y como sucedió, con el tiempo exacto, contada porque necesita contarse. Así, con esa urgencia y esa conciencia sabias, con ese raro apego — sus personajes, en unos pocos trazos, viven para sí mismos —, afronta Natalia Ginzburg sus relatos.

Porque la autora no se acerca al género del cuento como un campo de pruebas, como un ejercicio menor que tolere los ensayos y permita los errores: todo lo contrario. Ginzburg convierte el relato en el territorio de la exigencia; quizá de ahí que no se prodigara en su escritura pública, exigente al decidir qué entregaba a la imprenta y qué guardaba para sí. Consciente de que el mecanismo de escritura se modifica en el tránsito de un género a otro, en sus cuentos — con mucho de estampa — Ginzburg reinventa su escritura. Me refería antes a la prosa que se demora, y en A propósito de las mujeres se extiende al narrar y acumula lo transcurrido, frente al gusto por lo concreto e inmediato de sus novelas, escritas en pasado y percibidas como si sucedieran en presente. Inventa en la intimidad, y apaga el calor de sus historias largas, que aquí duelen al frío. Y es que pareciera que Natalia Ginzburg concebía el relato partiendo de la imagen del iceberg, que asoma su presencia y oculta su peligro: los personajes de A propósito de las mujeres irrumpen en la historia, resuelven o emborronan sus circunstancias — lo lamento: en la vida escrita, como en la vida real, ningún final es del todo feliz —, se marchan — nos marchamos — y, al hacerlo, ya han dejado su huella en nosotros.

Los personajes de A propósito de las mujeres: los personajes femeninos en plano principal ya desde el título, diseccionados en el artículo que abre el conjunto, con un extraño aire de manifiesto. «He conocido a muchísimas mujeres», escribía Ginzburg en la galería — en el «recuento» — de mujeres que abre este volumen. Mujeres con hijos y sin hijos, tranquilas o desasosegadas, con trabajo o dependientes del marido. Mujeres como aquellas que más tarde, en la ficción, viven como quieren o como pueden; mujeres que focalizaron la obra de Ginzburg, tan contraria en sus palabras habladas al feminismo, tan cercana en las palabras escritas a la defensa de la libertad y la independencia de la mujer. Ellas, las mujeres, constituyen el hilo evidente con el que se tejen los relatos de A propósito de las mujeres: estas piezas se unen porque las cose una mujer. Se unen porque se repiten en ellas algunas de las constantes de la narrativa de Ginzburg — la casa como espacio universal, en cuanto a que todo ocurre en ella, en cuanto a que iguala a unos y a otros; las relaciones sentimentales y/o familiares como origen del caos, abordadas desde la ingenuidad o desde la amargura —, y porque una sombra las tiñe: la de Antón Chéjov, el maestro de Ginzburg, a quien dedicó una biografía, y cuyo rastro se percibe aquí con claridad. Su sutileza y su elegancia laten aquí, en estos cuentos que se interpretan — también — como homenaje.

«Cuando lo frecuentaba, no mostraba interés por ninguna de las mujeres a quienes entones tratábamos», lamenta el narrador de «La casa junto al mar» sobre su amigo Walter, en una reflexión que suena mucho a aquellas disquisiciones sobre el oficio de escribir que Ginzburg solía deslizar en sus textos. Aquí nos desafía al otro extremo: a mostrar interés por todas las mujeres de las que habla. Distintas entre sí: unas mantienen la fidelidad a sus deseos, otras se comportan como esperan de ellas los demás. Por eso nos las creemos. No obedecen a ninguna intención moralizante, a estereotipos o ejemplos preconcebidos. Cuentan la verdad: viven de verdad.

¿Con qué libros de la propia Ginzburg se hermana A propósito de las mujeres? La distancia corta y la frase deteniéndose lo vinculan con los artículos de Las tareas de casa y otros ensayos, pero aquí la

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