Contenido
Portada
Lema
I. Estatua
1. El ológrafo de Casa Ardua
II. PRECIOSA FLOR
2. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A
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III. Himno
6. El ológrafo de Casa Ardua
IV. EL SABUESO DE LA ROPA
7. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B
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V. Furgón
12. El ológrafo de Casa Ardua
VI. A LAS SEIS NO ME VEIS
13. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A
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VII. Estadio
20. El ológrafo de Casa Ardua
VIII. CARNARVON
21. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B
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IX. Penitencia
24. El ológrafo de Casa Ardua
X. VERDE PRIMAVERA
25. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A
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XI. Arpillera
29. El ológrafo de Casa Ardua
XII. TAPIZ
30. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B
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XIII. Poda
34. El ológrafo de Casa Ardua
XIV. CASA ARDUA
35. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A
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XV. Zorro y gato
41. El ológrafo de Casa Ardua
XVI. PERLAS
42. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B
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XVII. Dientes perfectos
46. El ológrafo de Casa Ardua
XVIII. SALA DE LECTURA
47. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A
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XIX. Despacho
52. El ológrafo de Casa Ardua
XX. LAZOS DE SANGRE
53. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B
54. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A
55. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B
56. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A
57. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B
58. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A
XXI. Vuelco
59. El ológrafo de Casa Ardua
XXII. TOQUE DE LA MUERTE
60. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A
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62. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B
63. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A
64. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B
XXIII. Muro
65. El ológrafo de Casa Ardua
XXIV. LA NELLIE J. BANKS
66. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B
67. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A
XXV. Despierta
68. El ológrafo de Casa Ardua
XXVI. TOMAR TIERRA
69. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A
70. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B
XXVII. Despedida
71. El ológrafo de Casa Ardua
72. El Decimotercer Simposio
Agradecimientos
Créditos
Se supone que toda mujer tiene los mismos motivos o, si no, es un monstruo.
GEORGE ELIOT, Daniel Deronda
Cuando nos miramos el uno al otro, no sólo vemos un rostro que odiamos, contemplamos un espejo. [...] ¿Acaso no se reconocen a ustedes mismos, su voluntad, en nosotros?
Oficial del Sicherheitsdienst Liss al viejo
bolchevique Mostovskói, VASILI GROSSMAN,
Vida y destino
La libertad es una gran carga, un peso apabullante y extraño para el espíritu. [...] No es un don: hay que elegirla, y la elección puede ser difícil.
URSULA K. LE GUIN,
Las tumbas de Atuan
I
Estatua
El ológrafo de Casa Ardua
1
Sólo a los muertos les erigen estatuas, pero a mí se me ha concedido ese honor en vida. Ya estoy petrificada.
La estatua fue una muestra de aprecio a mis muchas contribuciones, decía la inscripción, que leyó en voz alta Tía Vidala. Le habían asignado la tarea nuestros superiores, y distó mucho de mostrarme ningún aprecio. Le di las gracias con tanta modestia como pude; acto seguido, tiré del cordel para desprender el velo que me cubría. La tela se hinchó en el aire antes de caer al suelo, y allí estaba yo. No somos dadas a las ovaciones, aquí en Casa Ardua, pero hubo unos discretos aplausos. Incliné la cabeza, con una pequeña reverencia.
La estatua es majestuosa, como suelen ser las estatuas, y me muestra más joven y delgada de lo que soy al natural, en mejor forma de lo que he estado en mucho tiempo. Aparezco erguida, con la barbilla alta y los labios curvados en una sonrisa dura pero benévola. La mirada se pierde en un punto del firmamento, representando mi idealismo, mi inquebrantable compromiso con el deber, mi tenacidad de avanzar salvando todos los obstáculos. No es que la estatua pueda ver ni un atisbo del cielo, escondida como está en el lúgubre macizo de árboles y setos junto al sendero que discurre frente a Casa Ardua. Nosotras, las Tías, no debemos ser presuntuosas, ni siquiera en piedra.
Agarrada a mi mano izquierda hay una niña de siete u ocho años, que me mira con los ojos llenos de confianza. Mi mano derecha descansa sobre la cabeza de una mujer agachada a mi lado, el pelo cubierto por un velo, que alza la vista con una expresión que podría ser tanto de cobardía como de gratitud: una de nuestras Criadas. Y detrás de mí está una de mis jóvenes Perlas, a punto de emprender su obra misionera. Colgada de una correa a la cintura llevo una aguijada eléctrica. Esa arma me recuerda mis fracasos: con mayores dotes de persuasión no habría necesitado semejante artilugio. El convencimiento de mi voz habría bastado.
Como estatua colectiva no me parece ninguna maravilla: demasiado recargada. Habría preferido más protagonismo, pero al menos se me ve cuerda. Podría haber sido al revés, ya que la anciana escultora —una auténtica devota, ahora difunta— solía representar el fervor religioso con figuras de ojos desorbitados. El busto que hizo de Tía Helena parece que tenga la rabia, y el de Tía Vidala, hipertiroidismo, y se diría que el de Tía Elizabeth está a