Los testamentos

Margaret Atwood

Fragmento

9788417384760-1

Contenido

Portada

Lema

I. Estatua

1. El ológrafo de Casa Ardua

II. PRECIOSA FLOR

2. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A

3

4

5

III. Himno

6. El ológrafo de Casa Ardua

IV. EL SABUESO DE LA ROPA

7. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B

8

9

10

11

V. Furgón

12. El ológrafo de Casa Ardua

VI. A LAS SEIS NO ME VEIS

13. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A

14

15

16

17

18

19

VII. Estadio

20. El ológrafo de Casa Ardua

VIII. CARNARVON

21. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B

22

23

IX. Penitencia

24. El ológrafo de Casa Ardua

X. VERDE PRIMAVERA

25. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A

26

27

28

XI. Arpillera

29. El ológrafo de Casa Ardua

XII. TAPIZ

30. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B

31

32

33

XIII. Poda

34. El ológrafo de Casa Ardua

XIV. CASA ARDUA

35. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A

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37

38

39

40

XV. Zorro y gato

41. El ológrafo de Casa Ardua

XVI. PERLAS

42. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B

43

44

45

XVII. Dientes perfectos

46. El ológrafo de Casa Ardua

XVIII. SALA DE LECTURA

47. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A

48

49

50

51

XIX. Despacho

52. El ológrafo de Casa Ardua

XX. LAZOS DE SANGRE

53. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B

54. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A

55. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B

56. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A

57. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B

58. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A

XXI. Vuelco

59. El ológrafo de Casa Ardua

XXII. TOQUE DE LA MUERTE

60. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A

61

62. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B

63. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A

64. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B

XXIII. Muro

65. El ológrafo de Casa Ardua

XXIV. LA NELLIE J. BANKS

66. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B

67. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A

XXV. Despierta

68. El ológrafo de Casa Ardua

XXVI. TOMAR TIERRA

69. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369A

70. Transcripción del Testimonio de la Testigo 369B

XXVII. Despedida

71. El ológrafo de Casa Ardua

72. El Decimotercer Simposio

Agradecimientos

Créditos

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Se supone que toda mujer tiene los mismos motivos o, si no, es un monstruo.

GEORGE ELIOT, Daniel Deronda

Cuando nos miramos el uno al otro, no sólo vemos un rostro que odiamos, contemplamos un espejo. [...] ¿Acaso no se reconocen a ustedes mismos, su voluntad, en nosotros?

Oficial del Sicherheitsdienst Liss al viejo
bolchevique Mostovskói, VASILI GROSSMAN,
Vida y destino

La libertad es una gran carga, un peso apabullante y extraño para el espíritu. [...] No es un don: hay que elegirla, y la elección puede ser difícil.

URSULA K. LE GUIN,
Las tumbas de Atuan

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I
Estatua

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El ológrafo de Casa Ardua

1

Sólo a los muertos les erigen estatuas, pero a mí se me ha concedido ese honor en vida. Ya estoy petrificada.

La estatua fue una muestra de aprecio a mis muchas contribuciones, decía la inscripción, que leyó en voz alta Tía Vidala. Le habían asignado la tarea nuestros superiores, y distó mucho de mostrarme ningún aprecio. Le di las gracias con tanta modestia como pude; acto seguido, tiré del cordel para desprender el velo que me cubría. La tela se hinchó en el aire antes de caer al suelo, y allí estaba yo. No somos dadas a las ovaciones, aquí en Casa Ardua, pero hubo unos discretos aplausos. Incliné la cabeza, con una pequeña reverencia.

La estatua es majestuosa, como suelen ser las estatuas, y me muestra más joven y delgada de lo que soy al natural, en mejor forma de lo que he estado en mucho tiempo. Aparezco erguida, con la barbilla alta y los labios curvados en una sonrisa dura pero benévola. La mirada se pierde en un punto del firmamento, representando mi idealismo, mi inquebrantable compromiso con el deber, mi tenacidad de avanzar salvando todos los obstáculos. No es que la estatua pueda ver ni un atisbo del cielo, escondida como está en el lúgubre macizo de árboles y setos junto al sendero que discurre frente a Casa Ardua. Nosotras, las Tías, no debemos ser presuntuosas, ni siquiera en piedra.

Agarrada a mi mano izquierda hay una niña de siete u ocho años, que me mira con los ojos llenos de confianza. Mi mano derecha descansa sobre la cabeza de una mujer agachada a mi lado, el pelo cubierto por un velo, que alza la vista con una expresión que podría ser tanto de cobardía como de gratitud: una de nuestras Criadas. Y detrás de mí está una de mis jóvenes Perlas, a punto de emprender su obra misionera. Colgada de una correa a la cintura llevo una aguijada eléctrica. Esa arma me recuerda mis fracasos: con mayores dotes de persuasión no habría necesitado semejante artilugio. El convencimiento de mi voz habría bastado.

Como estatua colectiva no me parece ninguna maravilla: demasiado recargada. Habría preferido más protagonismo, pero al menos se me ve cuerda. Podría haber sido al revés, ya que la anciana escultora —una auténtica devota, ahora difunta— solía representar el fervor religioso con figuras de ojos desorbitados. El busto que hizo de Tía Helena parece que tenga la rabia, y el de Tía Vidala, hipertiroidismo, y se diría que el de Tía Elizabeth está a

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