La conexión chilena

Carlos Basso Prieto

Fragmento

INTRODUCCIÓN

Introducción

Este libro, al igual que Chile Top Secret, es el producto de muchos años de reporteo y de inmersión en miles de documentos desclasificados provenientes de todo el mundo, pero especialmente de Estados Unidos, Alemania y Chile.

Varios de estos textos, al igual que en el libro anterior, fueron en algún momento publicados en medios como El Mostrador o Te Clinic online, así como en los fenecidos w5 y Documentomedia, y dan cuenta de un submundo poco conocido para la mayoría de la gente.

Es un pequeño universo en el cual se mezclan espías nazis, agentes de inteligencia norteamericanos, triple agentes chilenos, para los cuales el engaño y la desinformación no son más que herramientas laborales cotidianas.

Sin embargo, a diferencia de Chile Top Secret, todas las historias que aquí aparecen enlazan a Chile, de un modo u otro, con grandes operaciones internacionales de espionaje, inteligencia o terrorismo, y es por eso que le hemos llamado La conexión chilena.

Por sus páginas aparecen personajes muy conocidos por todos nosotros, como Arturo Prat o Miguel Serrano, pero también se relatan las vidas de otros más desconocidos, aunque igual o más significativos para la historia reciente de Chile, como la del jefe del espionaje militar en la Alemania nazi, el almirante Wilhelm Canaris; o la de David Atlee Phillips, una especie de James Bond que pertenecía a la CIA y sobre quien algo escribí en Chile Top Secret. Phillips fue captado como agente en Santiago y estuvo íntimamente ligado a nuestro país desde múltiples puntos de vista, además de aparecer involucrado en los hechos que rodean el asesinato del presidente John Kennedy.

Por estas páginas se relatan además las peripecias de un triple agente chileno que en la Segunda Guerra Mundial trabajó para nuestro Ejército, infiltrando a nazis, japoneses y alemanes; así también, la historia de «Liliana Walker», la prostituta de lujo que poseía la DINA, y que fue utilizada en el crimen de Orlando Letelier y en varias otras operaciones. Asimismo, se cuenta la infortunada historia de Frank Teruggi, el estadounidense que fue asesinado en Santiago tras el golpe, y que había sido identificado en medio de una operación mundial emprendida por la CIA, y las relaciones que el MIR chileno tuvo con las FARC colombianas, incluyendo un plan destinado a secuestrar a una sobrina de Augusto Pinochet en Bogotá.

Aprovecho la oportunidad para expresar mis agradecimientos a todas las personas que de un modo u otro cooperaron conmigo en la realización de este libro, partiendo por el equipo de Penguin Random House Chile, encabezado por su directora editorial, Melanie Jösch; su director general, Hernán Rosso, y mi editor, Daniel Olave.

Asimismo, agradezco enormemente a todos los colegas que me aportaron con datos, «cuñas» o contactos, especialmente a Alejandra Matus y Manuel Salazar, así como al abogado Hernán Fernández, y a mis amigos y colegas de El Mostrador, Te Clinic, Ciperchile, Qué Pasa y otros medios de comunicación chilenos que, en distintos momentos, han tenido la gentileza de publicar mi trabajo periodístico.

ARTURO PRAT, AGENTE SECRETO

ARTURO PRAT,

AGENTE SECRETO

Es el 5 de noviembre de 1878 y un preocupado Aníbal Pinto Garmendia se pasea de lado a lado al interior de su oficina del palacio de La Moneda. Terminaba ya su segundo año al mando de Chile y los vientos de guerra soplaban desde todas partes, pero en ese momento su principal preocupación era Argentina.

El presidente Pinto entendía muy bien las intrigas de la política internacional y las presiones militaristas. No en vano había sido ministro de Guerra y Marina durante el gobierno de su antecesor, el presidente Federico Errázuriz, y luego de años de tensiones con Argentina por la posesión de la Patagonia, las cosas estaban muy complejas.

Fracasada la tercera misión de mediación encomendada a Diego Barros Arana, quien debía negociar con los argentinos, la tirantez estaba en su punto más alto, al nivel de que ya no había representación diplomática en Argentina y por ende el flujo de información que llegaba desde allá era irregular y nada confiable.

Eso sí, se sabía que el gobierno argentino había dado instrucciones a los diarios de ese país, en las cuales «les pedía no mencionaran las medidas adoptadas por el gobierno en relación a su Ejército y su Marina»1, señal inequívoca, para el gobierno chileno, de que Argentina se estaba preparando para la guerra.

Quizás esa suma de circunstancias explica el hecho de que esa calurosa jornada de noviembre fuera el propio presidente de la República quien pidiera a un capitán de la Marina que ejecutara una delicada misión de espionaje.

Debe haber sido curioso el encuentro entre ambos. Aunque veintitrés años mayor, el presidente Pinto tenía una estampa muy semejante a la de Arturo Prat, aquella con la cual estamos todos familiarizados.

Tanto el mandatario como el futuro héroe naval eran hombres de notoria calvicie, frente amplia, largas patillas, barba y bigote. Delgados los dos, quizá la diferencia más significativa entre ambos era que el escaso pelo de Pinto ya estaba encaneciendo, mientras Prat aún no cumplía los treinta años y el cabello que cubría sus sienes seguía siendo negro. El presidente, como siempre, vestía elegantemente, mientras que el capitán Prat lucía su resplandeciente uniforme azul marino.

El presidente y la tía Clara

La historia de ese encuentro, al menos para Prat, había comenzado apenas veinticuatro horas antes, cuando el futuro mártir del Combate Naval de Iquique se encontraba tranquilamente al interior de la Gobernación Marítima, en Valparaíso, momento en que apareció un ordenanza que, afanoso, lo buscaba por todos lados.

Prat le preguntó qué ocurr

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