El museo de la inocencia

Orhan Pamuk

Fragmento

Eran tan inocentes como para creer que la pobreza es un crimen que se puede olvidar ganando dinero.

CELÂL SALIK, Cuadernos

Si un hombre pudiera cruzar las puertas del Paraíso en un sueño y le presentaran una flor como prenda de que su alma ha estado allí realmente, y se encontrara con que tiene la flor en la mano cuando despierta… Sí, entonces, ¿qué?

SAMUEL TAYLOR COLERIDGE, Cuadernos

Primero contemplé en el tocador las pequeñas alhajas, las lociones y los útiles de aseo que usaba. Los cogí y los miré. Le di vueltas y revueltas en la mano a su diminuto reloj. Luego miré el ropero. Toda aquella ropa y aquellos accesorios, apilados unos sobre otros. Los objetos que completan a toda mujer me produjeron una soledad y un dolor terribles y la sensación y el deseo de ser suyo.

AHMET HAMDI TANPINAR, Cuadernos

1 EL MOMENTO MAS FELIZ DE MI VIDA

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EL MOMENTO MÁS FELIZ DE MI VIDA

Fue el momento más feliz de mi vida y no lo sabía. De haberlo sabido, ¿habría podido proteger dicha felicidad? ¿Habría sucedido todo de otra manera? Sí, de haber comprendido que aquel era el momento más feliz de mi vida, nunca lo habría dejado escapar. Ese momento dorado en que una profunda paz espiritual envolvió todo mi ser quizá durara solo unos segundos, pero me pareció que la felicidad lo convertía en horas, años. El 26 de mayo de 1975, lunes, hubo un instante, hacia las tres menos cuarto, en el que pareció que, de la misma forma que nos liberamos de nuestras culpas, pecados, penas y remordimientos, también nos liberamos de las leyes de la gravedad y el tiempo en el mundo. Besé el hombro de Füsun, sudoroso por el calor y el sexo, la abracé lentamente, entré en ella y le mordí ligeramente la oreja izquierda, cuando de súbito el pendiente que llevaba pareció quedarse detenido en el aire durante largo rato y luego cayó por su propio peso. Éramos tan felices que fue como si no percibiéramos aquel pendiente, en cuya forma no me había fijado ese día, y seguimos besándonos.

Fuera lucía ese cielo resplandeciente tan característico de Estambul en los días de primavera. En las calles el calor hacía sudar a los estambulíes, que aún no se habían librado de los hábitos del invierno, pero en el interior de las casas, en las tiendas y a la sombra de los tilos y los castaños seguía haciendo fresco. Notábamos una frescura similar procedente del colchón que apestaba a rancio sobre el que hacíamos el amor olvidados de todo como niños felices. A través del balcón abierto sopló una brisa primaveral con perfume a mar y a tilos que levantó los visillos, los dejó caer a cámara lenta sobre nuestras espaldas y provocó un escalofrío en nuestros cuerpos desnudos. Desde aquella habitación de atrás del segundo piso, desde la cama en la que estábamos, veíamos en el jardín a unos niños que jugaban vehementemente al fútbol insultándose, y al darnos cuenta de que las palabrotas que se decían correspondían exactamente a lo que estábamos haciendo, nos detuvimos por un instante, nos miramos a los ojos y nos sonreímos. Pero nuestra felicidad era tan profunda e inmensa que enseguida olvidamos el chiste que la vida nos ofrecía en el jardín de atrás del mismo modo que nos habíamos olvidado del pendiente.

Cuando nos vimos al día siguiente, Füsun me dijo que lo había perdido. En realidad, después de que se fuera yo había visto entre las sábanas azules aquel pendiente en cuyo extremo tenía la inicial de su nombre, y en lugar de guardarlo, impulsado por un extraño instinto, me lo metí en el bolsillo de la chaqueta para que no se perdiera.

–Aquí está, cariño –le dije. Metí la mano en el bolsillo derecho de la chaqueta, colgada del respaldo de la silla–. ¡Vaya! Pues no está. –Por un instante me pareció percibir el presagio de un desastre, de algo nefasto, pero al notar el calor de la mañana recordé de inmediato que me había puesto otra chaqueta–. Ha debido de quedarse en el bolsillo de la otra chaqueta.

–Por favor, tráemelo mañana, no lo olvides –dijo Füsun abriendo enormemente los ojos–. Tiene mucha importancia para mí.

–Muy bien.

Füsun era una pariente lejana y pobre de dieciocho años cuya existencia prácticamente había olvidado hasta un mes antes. Yo tenía treinta años y estaba a punto de prometerme y casarme con Sibel, de quien todo el mundo decía que parecía perfecta para mí.

2 LA BOUTIQUE CHAMPS ELYSEES

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LA BOUTIQUE CHAMPS ÉLYSÉES

Los sucesos y coincidencias que habrían de cambiar mi vida entera habían comenzado hacía un mes, o sea, el 27 de abril de 1975, cuando Sibel y yo vimos en un escaparate un bolso de la famosa marca Jenny Colon. Sibel, con quien pronto me comprometería, y yo caminábamos por la calle Valikonagı disfrutando de la fresca noche de primavera ligeramente borrachos y muy felices. Durante la cena en Vestíbulo, el elegante restaurante abierto poco antes en Nisantası, habíamos estado hablando largamente a mis padres de los preparativos de la ceremonia de nuestro compromiso: lo celebraríamos a mediados de junio para que Nurcihan, la compañera de Sibel de Notre Dame de Sion y de sus años en dicha ciudad, pudiera venir desde París. Sibel había encargado hacía tiempo su vestido para la ocasión a Ipek Ismet, la modista favorita por entonces en Estambul, y la más cara. Esa noche mi madre y Sibel hablaron por primera vez sobre cómo habrían de bordarse en el vestido las perlas que iba a darle. Mi futuro suegro quería celebrar una petición de mano tan fastuosa como una boda para su única hija, y eso agradaba a mi madre. También mi padre estaba contento de tener una nuera como Sibel, que había estudiado en la Sorbona, aunque por aquel entonces la burguesía de Estambul siempre decía de todas la

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