Al desnudo

Chuck Palahniuk

Fragmento

Índice

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CUBIERTA

AL DESNUDO

ACTO 1, ESCENA 1

ACTO 1, ESCENA 2

ACTO 1, ESCENA 3

ACTO 1, ESCENA 4

ACTO 1, ESCENA 5

ACTO 1, ESCENA 6

ACTO 1, ESCENA 7

ACTO 1, ESCENA 8

ACTO 1, ESCENA 9

ACTO 1, ESCENA 10

ACTO 1, ESCENA 11

ACTO 1, ESCENA 12

ACTO 1, ESCENA 13

ACTO 1, ESCENA 14

ACTO 2, ESCENA 1

ACTO 2, ESCENA 2

ACTO 2, ESCENA 3

ACTO 2, ESCENA 4

ACTO 2, ESCENA 5

ACTO 2, ESCENA 6

ACTO 2, ESCENA 7

ACTO 2, ESCENA 8

ACTO 2, ESCENA 9

ACTO 2, ESCENA 10

ACTO 2, ESCENA 11

ACTO 3, ESCENA 1

ACTO 3, ESCENA 2

ACTO 3, ESCENA 3

ACTO 3, ESCENA 4

ACTO 3, ESCENA 5

ACTO 3, ESCENA 6

ACTO 3, ESCENA 7

ACTO 3, ESCENA 8

BIOGRAFÍA

CRÉDITOS

ACERCA DE RANDOM HOUSE MONDADORI

Para E. A. H

Chico encuentra a chica.

Chico consigue a chica.

¿Chico mata a chica?

ACTO 1, ESCENA 1

ACTO 1, ESCENA 1

La escena 1 del acto 1 arranca con Lillian Hellman abriéndose paso con uñas y dientes, dando traspiés y trepando por el sotobosque espinoso y nocturno de un schwarzwald alemán, con un niño judío aferrando a cada teta y una camada entera de niños subida a su espalda. Lilly avanza a trancas y barrancas, peleando con las zarzas que se le enganchan en los bordados dorados de su pijama de estar por casa de Balenciaga, y aferrada a su terciopelo negro va una horda de querubines condenados a los que ella hace correr para salvarlos de los hornos de un campo de exterminio nazi. Y todavía lleva a varios niñitos inocentes más atados a cada uno de sus musculosos muslos. Indefensos bebés judíos, gitanos y homosexuales. Las balas nazis de la Gestapo pasan zumbando a su alrededor en la oscuridad, haciendo jirones el follaje del bosque, levantando una nube de olor a pólvora y a agujas de pinos. Su Chanel n.º 5 emite un aroma embriagador. Las balas y las granadas de mano pasan silbando junto al moño estilo Hattie Carnegie perfectamente peinado de la señorita Hellman, tan cerca de ella que la munición le revienta los pendientes Cartier de cuentas de cristal, provocando explosiones multicolores de diamantes sin precio. La metralla de rubí y esmeralda se le clava en la piel inmaculada de las mejillas pálidas y perfectas… Esta secuencia de acción funde a:

Vemos: el interior de una majestuosa mansión en Sutton Place. Es como un sitio tipo Billie Burke decorado por Billy Haines, donde un grupo de invitados con ropa formal se encuentran sentados alrededor de una mesa alargada, en un comedor iluminado con velas y con las paredes revestidas de paneles de madera. Los lacayos con librea están de pie junto a las paredes. La señorita Hellman está sentada cerca de la cabecera de la mesa de esta cena formal tan concurrida, narrando la frenética escena de la fuga que acabamos de presenciar. En una lenta panorámica, los tarjetones grabados que identifican a cada uno de los invitados van componiendo un verdadero Quién es quién. Sentada a esta mesa se encuentra fácilmente la mitad de la historia del siglo XX: el príncipe Nicolás de Rumanía, Pablo Picasso, Cordell Hull y Josef von Sternberg. Los invitados famosos parecen ir desde Samuel Beckett pasando por Gene Autry y Marjorie Main, hasta perderse en el horizonte lejano.

Lillian deja de hablar el tiempo justo para dar una larga calada a su cigarrillo. Luego expulsa el humo en dirección a Pola Negri y Adolph Zukor y dice:

–Fue en ese momento de frenesí cuando me vinieron ganas de haberle dicho a Franklin Delano Roosevelt: «No, gracias». –Lilly echa la ceniza del cigarrillo en el plato del pan, niega con la cabeza y dice–: Nada de misiones secretas para esta chica.

Mientras los lacayos sirven vino y retiran los platillos del sorbete, Lillian agita las manos en el aire, dejando un rastro de humo de cigarrillo, aferrándose con las uñas a enredaderas invisibles, trepando por muros de roca vertical y dejando con los tacones altos un rastro de barro hacia la libertad; las fuerzas no se le acaban a pesar de estar cargando con todos esos pequeños diablillos judíos y homosexuales.

Desde la cabecera hasta el pie de la mesa, no hay cara que no esté contemplando fijamente a Lilly. No hay manos que no estén cruzando dos dedos por debajo de las servilletas de damasco que todo el mundo tiene sobre el regazo, y no hay invitado que no esté rezando en silencio una oración para que la señorita Hellman se trague el pollo a la príncipe Anatole Demidoff sin masticar, se atragante y acabe retorciéndose y asfixiándose sobre la alfombra del comedor.

Pero no todas las caras la están mirando. Las excepciones son un par de ojos de color violeta… un par de ojos castaños… y por supuesto, mis fatigados ojos.

La posibilidad de morir antes que Lillian Hellman se ha convertido en el miedo tangible de toda esta generación. De morirse y convertirse en simple carnaza para los cuentos d

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