La explosión de los mundos (Las aventuras de Finn en Bocanegra 2)

Shane Hegarty

Fragmento

9788415631569-1

Contenido

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Dedicatoria

Anteriormente en Bocanegra (donde se armó una buena)

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Agradecimientos

Créditos

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Para Oisín

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Anteriormente en Bocanegra
(donde se armó una buena)

En el Consejo de los Doce, los presentes reconocían que las cosas se les habían ido un poquitín de las manos.

Por no decir que habían perdido el control por completo. De hecho, utilizar la expresión «perder el control» era quedarse bastante corto. En realidad, aquello había sido un desastre. Una verdadera calamidad. Una catástrofe en toda regla.

¿Cuál era la peor parte de esa catástrofe? Resultaba difícil decantarse por una sola.

Bocanegra era la única aldea de la Tierra que las leyendas mitológicas seguían invadiendo, y Hugo el Grande, el último cazador de leyendas en activo y el encargado de repelerlas, había desaparecido en el lado infestado.

Por si ese terrible golpe no fuera bastante, desde entonces Bocanegra había quedado en manos de su hijo Finn, un imberbe al que aún le faltaba casi un año para cumplir los trece y convertirse oficialmente en cazador de leyendas.

Y lo que era aún peor: Finn no se caracterizaba por ser el mejor de la clase en lo que a cazar leyendas se refería. Lo que no dejaba de tener cierto mérito, pues era el único alumno de tan peculiar asignatura.

Pero no vayáis a creer que aquí se acaban todas las desgracias.

Los Doce se las habían apañado para introducir a un espía en la aldea. Steve, un semicazador descendiente de una larga estirpe de cazadores de leyendas, nunca había cazado nada con sus propias manos hasta llegar a Bocanegra, y se diría que tampoco era muy ducho en hacer de espía, pues no tardó en ser desenmascarado por Finn, el muchacho al que se suponía que debía controlar de cerca.

La nota positiva debería encarnarla Emmie, la hija de Steve, que no sólo entabló amistad con Finn, sino que también demostró que poseía la voluntad y el coraje de los que éste carecía para enfrentarse a las leyendas. Sin embargo, resultaba cada vez más evidente que su entusiasmo acabaría causándoles problemas; y eso fue precisamente lo que sucedió cuando a la chica se le ocurrió ayudar a una leyenda, Broonie, el trasgo, a huir de vuelta al lado infestado, del que provienen todas las leyendas.

Pero aún falta la guinda del catastrófico pastel: resulta que Bocanegra albergaba a un traidor. A Ernest Glad se le tenía por un conseguidor, un ayudante de Hugo y amigo suyo de toda la vida, pero en realidad estaba compinchado con las leyendas y las ayudaba a atacar la aldea. Lo último que se sabe de él es que abrió un portal en el lado infestado y obligó a Clara, la madre de Finn, a cruzarlo. Hugo logró rescatar a su esposa, pero el señor Glad quedó atrapado en el mundo de las leyendas.

Sí, es verdad que Finn empujó al señor Glad hacia el portal, que lo engulló y lo descompuso en un millón de puntitos luminosos. Y sí, ciertamente el chico se las apañó para derrotar a un minotauro y detener una multitudinaria invasión de leyendas.

Pero varios edificios habían quedado destruidos, diversas personas habían resultado heridas y todos los peces de colores de Bocanegra se habían evaporado como por arte de magia. Por no mencionar que Hugo, el cazador de leyendas, estaba en paradero desconocido.

Y desde luego de nada serviría que el chico intentara traerlo de vuelta.

De hecho, eso sólo podría desembocar en otra monumental catástrofe.

O en algo aún mucho peor.

«La llegada del humano»

Fragmento de la
Crónica del desplome del cielo,
tal como lo relataron los habitantes
del lado infestado

Cuando los humanos se aventuraron en este mundo maldito, el cielo cambió de color. Alguien había abierto un portal desde el mundo prometido. Se oyeron dos voces humanas, la de un muchacho y la de un hombre. Pero cuando el portal se cerró sólo éste permaneció en el lado infestado y, mientras el ejército se disponía a capturarlo, el cielo pasó de su habitual y deprimente color ceniciento a una tonalidad completamente distinta de gris sombrío.

Cierto es que una de las ancianas hermanas Graeae presenció y describió todos estos hechos, pero también lo es que ese día en particular no llevaba puesto el globo ocular que compartían las tres por turnos. No obstante, insistió en que eso no le había impedido percibirlo todo, del mismo modo que había advertido el avance del ejército. Había notado en el único diente que le quedaba el temblor de las huestes al galope. Y justo en ese mismo momento se le había caído.

El ejército persiguió a los humanos, que huían en desbandada por la tierra yerma del lado infestado. Una reluciente armadura protegía el cuerpo del cazador de leyendas, pero cuando la persecución llegó a su fin había sufrido una herida tras otra, hasta que el rojo de la sangre derramada tiñó aquel paisaje desolador en el que hasta la tierra parecía clamar venganza.

En su huida, el cazador de leyendas se internó en el bosque abrasado y, cuando miró atrás para comprobar si lo seguían, de repente el suelo desapareció bajo sus pies, engullido por un gran cráter. El humano logró aferrarse a una rama petrificada, pero ésta se quebró con un crujido que resonó en la distancia.

El humano cayó al vacío.

El ejército rodeó el cráter.

Entre los árboles se abrían paso criaturas de toda clase: bicéfalas y con extremidades de cabra, con cola de serpiente y le

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