Heredera de fuego (Trono de Cristal 3)

Sarah J. Maas

Fragmento

Título

Índice

PARTE UNO. HEREDERA DE CENIZA

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

PARTE DOS. HEREDERA DE FUEGO

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

Capítulo 61

Capítulo 62

Capítulo 63

Capítulo 64

Capítulo 65

Capítulo 66

Capítulo 67

Capítulo 68

Agradecimientos

Sobre este libro

Sobre el autor

Créditos

Corporativa

SÍGUENOS EN

Megustaleer

Facebook @Ebooks        

Twitter @megustaleermex  

Instagram @megustaleermex  

Penguin Random House

Título

Nuevamente, para Susan,
cuya amistad cambió mi vida para mejorarla
y le dio el corazón a este libro.

Parte 1

falsa1
Título

CAPÍTULO 1

pleca

¡Dioses!, esta lamentable imitación de reino era un infierno.

O tal vez así le parecía a Celaena Sardothien porque llevaba esperando en el borde del tejado de terracota desde media mañana, haciéndose sombra sobre los ojos con un brazo, mientras se cocía lentamente al sol igual que las hogazas de pan sin levadura que los ciudadanos más pobres de esta ciudad horneaban en sus alféizares porque no podían pagar un horno de ladrillo.

Y, ¡dioses!, ya estaba harta de aquel pan: “teggya”, lo llamaban. Estaba harta del crujiente sabor a cebolla que no se lograba quitar ni con varios tragos de agua. No quería volver a probar otro bocado de teggya en toda la eternidad. Y ni eso sería tiempo suficiente.

Más que nada porque era lo único que había podido pagar desde su arribo a Wendlyn dos semanas atrás, cuando se encaminó hacia la capital, Varese, justo como le había ordenado su Gran Alteza Imperial y Amo del Mundo, el rey de Adarlan.

Cuando se le acabó el dinero, había recurrido a robarse los teggya y el vino de las carretas de los vendedores ambulantes. Se había quedado sin recursos poco después de divisar el castillo fortificado de piedra caliza, sus guardias de élite, las banderas azul cobalto ondeando tan orgullosamente con el viento árido y caliente. Entonces había decidido no matar a sus objetivos asignados.

Así que había recurrido al teggya robado... y al vino. El vino tinto y ácido de los viñedos que bordean las colinas ondu

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos