Índice
PARTE UNO. HEREDERA DE CENIZA
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
PARTE DOS. HEREDERA DE FUEGO
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Agradecimientos
Sobre este libro
Sobre el autor
Créditos
SÍGUENOS EN
@Ebooks
@megustaleermex
@megustaleermex
Nuevamente, para Susan,
cuya amistad cambió mi vida para mejorarla
y le dio el corazón a este libro.
CAPÍTULO 1
¡Dioses!, esta lamentable imitación de reino era un infierno.
O tal vez así le parecía a Celaena Sardothien porque llevaba esperando en el borde del tejado de terracota desde media mañana, haciéndose sombra sobre los ojos con un brazo, mientras se cocía lentamente al sol igual que las hogazas de pan sin levadura que los ciudadanos más pobres de esta ciudad horneaban en sus alféizares porque no podían pagar un horno de ladrillo.
Y, ¡dioses!, ya estaba harta de aquel pan: “teggya”, lo llamaban. Estaba harta del crujiente sabor a cebolla que no se lograba quitar ni con varios tragos de agua. No quería volver a probar otro bocado de teggya en toda la eternidad. Y ni eso sería tiempo suficiente.
Más que nada porque era lo único que había podido pagar desde su arribo a Wendlyn dos semanas atrás, cuando se encaminó hacia la capital, Varese, justo como le había ordenado su Gran Alteza Imperial y Amo del Mundo, el rey de Adarlan.
Cuando se le acabó el dinero, había recurrido a robarse los teggya y el vino de las carretas de los vendedores ambulantes. Se había quedado sin recursos poco después de divisar el castillo fortificado de piedra caliza, sus guardias de élite, las banderas azul cobalto ondeando tan orgullosamente con el viento árido y caliente. Entonces había decidido no matar a sus objetivos asignados.
Así que había recurrido al teggya robado... y al vino. El vino tinto y ácido de los viñedos que bordean las colinas ondu