Culpa tuya (Culpables 2)

Mercedes Ron

Fragmento

cap-2

1

NOAH

Por fin cumplía dieciocho años.

Aún recordaba cómo once meses atrás contaba los días para que por fin pudiese ser mayor de edad, tomar mis propias decisiones y largarme corriendo de ese lugar. Obviamente, las cosas ya no eran como hace once meses. Todo había cambiado tanto que parecía increíble incluso pensarlo. No solo había terminado por acostumbrarme a vivir aquí, sino que ahora no me veía viviendo en otra parte que no fuese esta ciudad. Había conseguido hacerme un hueco en mi instituto y también en la familia con la que me había tocado vivir.

Todos los obstáculos que había tenido que ir superando —no solo en estos meses, sino desde que había nacido— me habían convertido en una persona más fuerte, o al menos eso creía. Habían pasado muchas cosas, no todas buenas, pero me quedaba con la mejor: Nicholas. ¿Quién iba a decir que terminaría enamorándome de él? Pues estaba tan locamente enamorada que me dolía el corazón. Habíamos tenido que aprender a conocernos, aprender a subsistir como pareja, y no era fácil, era algo en lo que trabajábamos todos los días. Ambos teníamos personalidades que chocaban a menudo y Nick no era una persona fácil de llevar, pero lo quería con locura.

Por ese motivo estaba más triste que contenta ante la inminente fiesta de mi cumpleaños. Nick no iba a estar. Hacía dos semanas que no lo veía, se había pasado los últimos meses viajando a San Francisco... le quedaba un año para terminar la carrera y él había aprovechado cada una de las muchas puertas que le había abierto su padre. Lejos quedaba el Nick que se metía en problemas; ahora era distinto: había madurado conmigo, había mejorado, aunque mi miedo era que en cualquier momento su antiguo yo volviese a salir a la luz.

Me observé en el espejo. Me había recogido el pelo en un moño flojo en lo alto de la cabeza, aunque elegante y perfecto para llevarlo con el vestido blanco que mi madre y Will me habían regalado por mi cumpleaños. Mi madre se había vuelto loca con la fiesta que había organizado. Según ella, esta sería su última oportunidad de representar su papel, puesto que en una semana me graduaba en el instituto y poco después me mudaba a la universidad. Había mandado solicitudes a muchas universidades, pero finalmente me había decantado por la UCLA de Los Ángeles. Ya había tenido demasiados cambios y demasiadas mudanzas, no quería largarme a otra ciudad y, menos aún, alejarme de Nick. Él estaba en esa misma universidad y aunque sabía que lo más probable era que terminara trasladándose a San Francisco para trabajar en la nueva empresa de su padre, decidí que ya me preocuparía por eso más tarde: aún quedaba mucho tiempo y no quería deprimirme.

Me levanté del tocador y antes de ponerme el vestido, mis ojos se fijaron en la cicatriz de mi estómago. Uno de mis dedos acarició aquella parte de mi piel que estaría dañada y marcada de por vida, y sentí un escalofrío. El estruendo del disparo que acabó con la vida de mi padre resonó entonces en mi cabeza y tuve que respirar hondo para no perder la compostura. No había hablado con nadie de mis pesadillas ni del miedo que sentía cada vez que pensaba en lo ocurrido, ni cómo mi corazón se disparaba enloquecido irremediablemente cuando un estruendo demasiado fuerte sonaba cerca de mí. No quería admitir que mi padre había vuelto a causarme un trauma, bastante tenía ya con no poder quedarme a oscuras a no ser que fuese con Nick a mi lado... No pensaba admitir que ya no podía dormir tranquilamente, ni que no podía dejar de pensar en mi padre muerto justo a mi lado, ni en cómo su sangre salpicando mi rostro me había convertido en una loca. Eran cosas que me guardaba para mí: no quería que nadie supiese que estaba más traumatizada que antes, que mi vida seguía presa por los miedos que aquel hombre me había ocasionado. Mi madre, en cambio, estaba más tranquila que en toda su vida, puesto que aquel miedo que siempre había intentado ocultar había desaparecido; ahora era completamente feliz con su marido: ya era libre. A mí, por el contrario, me quedaba un largo camino por recorrer.

—¿Aún no te has vestido? —me preguntó entonces aquella voz que me hacía reír a carcajadas casi todos los días.

Me volví hacia Jenna y una sonrisa apareció en mi rostro. Mi mejor amiga estaba espectacular, como siempre. Hacía poco que se había cortado su larga melena y ahora lo llevaba a la altura de los hombros. Había insistido en que yo hiciese lo mismo, pero yo sabía que a Nick le encantaba mi pelo largo, así que lo había dejado tal cual. Ya me llegaba casi hasta la cintura, pero me gustaba tal como estaba.

—¿Te he dicho ya lo mucho que admiro tu culo respingón? —me soltó adelantándose y dándome una palmadita en el trasero.

—Estás loca —repuse cogiendo mi vestido y pasándomelo por la cabeza. Jenna se acercó a la caja fuerte, justo debajo de donde estaban los zapatos. No tenía ni la combinación ni nada porque no la utilizaba, pero desde que Jenna la había descubierto le había dado por guardar en ella todo tipo de cosas.

Solté una carcajada cuando sacó una botella de champán y dos copas.

—Brindemos por tu mayoría de edad —propuso sirviendo las copas y tendiéndome una. Sonreí; sabía que si mi madre me viera me mataría, pero, al fin y al cabo, era mi cumpleaños y tenía que celebrarlo, ¿no?

—Por nosotras —agregué yo.

Brindamos y nos llevamos la copa a los labios. Estaba riquísimo, tenía que estarlo —era una botella de Cristal y costaba más de trescientos dólares—, pero Jenna lo hacía todo a lo grande, estaba acostumbrada a ese tipo de lujos y nunca le había faltado de nada.

—Ese vestido es impresionante —declaró observándome embobada.

Sonreí y me observé en el espejo. El vestido era precioso, blanco, ajustado al cuerpo, y con un encaje delicado que me llegaba hasta las muñecas dejando entrever mi piel clara en distintos dibujos geométricos. Los zapatos también eran increíbles y me hacían estar casi a la misma altura que Jenna. Ella iba con un vestido corto de vuelo de color burdeos.

—Abajo hay un montón de gente —anunció dejando su copa de champán junto a la mía. Yo hice lo contrario: la cogí y me bebí todo el líquido burbujeante de un solo trago.

—¡No me digas! —exclamé, poniéndome nerviosa. De repente, me faltaba el aire. Aquel vestido era demasiado apretado, no me dejaba respirar con libertad.

Jenna me observó y sonrió de forma cómplice.

—¿De qué te ríes? —repliqué, envidiándola por no tener que pasar por aquello.

—De nada, es que sé cómo odias este tipo de cosas, pero tranquila —contestó acercándose a mi oreja—; yo estoy aquí para asegurarme de que lo pasamos en grande —añadió sonriendo y besándome en la mejilla.

Le sonreí agradecida. Quizá mi novio se perdería mi cumpleaños, pero al menos tendría a mi mejor amiga a mi lado.

—¿Bajamos? —me propuso entonces acomodándose el vestido.

—¡Qué remedio!

Habían transformado todo el jardín. Mi madre se había vuelto loca; alquiló una carpa blanca que habían colocado en el jardín. Esta albergaba, además de un montón de globos, muchas mesas redondas de color rosa y vistosas sillas, entre las cuales se movían camareros con chaquetas y pajarita. En un extremo del espacio, se servían bebida

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