Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Capítulo 1. Bandera roja
Capítulo 2. Cerdo
Capítulo 3. Golpe bajo
Capítulo 4. La apuesta
Capítulo 5. Parker Hayes
Capítulo 6. Momento decisivo
Capítulo 7. Diecinueve
Capítulo 8. Rumores
Capítulo 9. Promesa
Capítulo 10. Cara de póquer
Capítulo 11. Celos
Capítulo 12. Hechos el uno para el otro
Capítulo 14. Full
Capítulo 15. Ciudad del pecado
Capítulo 16. Casa
Capítulo 17. Nada que agradecer
Capítulo 18. La caja
Capítulo 19. Hellerton
Capítulo 20. El último baile
Capítulo 21. Humo
Capítulo 22. Avión
Epílogo
Si te ha gustado…
Sobre la autora
Créditos
Grupo Santillana
Para los fans, cuyo amor por esta historia convirtió un deseo en el libro que tienen en las manos.
Capítulo 1
BANDERA ROJA
Todo en la sala proclamaba a gritos que yo no pintaba nada allí. Las escaleras se caían a pedazos; los ruidosos asistentes estaban muy juntos, codo con codo, en un ambiente que era una mezcla de sudor, sangre y moho. Sus voces se confundían mientras gritaban números y nombres una y otra vez, y movían los brazos en el aire, intercambiando dinero y gestos para comunicarse en medio del estruendo. Me abrí paso entre la multitud, siguiendo de cerca a mi mejor amiga.
—¡Guarda el dinero en la cartera, Abby! —me dijo America.
Su radiante sonrisa relucía incluso en la tenue luz.
—¡Quédate cerca! ¡Esto se pondrá peor cuando empiece todo! —gritó Shepley a través del ruido.
America le agarró la mano y luego la mía mientras Shepley nos guiaba entre ese mar de gente.
El repentino balido de un megáfono cortó el aire cargado de humo. El ruido me sobresaltó y me hizo dar un respingo, buscar de dónde procedía ese toque. Había un hombre sentado en una silla de madera, con un fajo de dinero en una mano y el megáfono en la otra. Se llevó el plástico a los labios.
—¡Bienvenidos al baño de sangre! Amigos míos, si andabais buscando un curso básico de economía..., ¡os habéis equivocado de sitio! Pero, si buscabais el Círculo, ¡estáis en la meca! Me llamo Adam. Yo pongo las reglas y yo doy el alto. Las apuestas se acaban cuando los rivales saltan al ruedo. Nada de tocar a los luchadores, nada de ayudas, no vale cambiar de apuesta, ni invadir el ring. Si la cagáis y no seguís las reglas, ¡os vais derechitos a la puta calle sin dinero! ¡Eso también va por vosotras, jovencitas! Así que, chicos, ¡no uséis a vuestras zorritas para hacer trampas!
Shepley sacudió la cabeza.
—¡Por Dios, Adam! —gritó en medio del estruendo al maestro de ceremonias, en claro desacuerdo con las palabras que había utilizado aquel.
El corazón me palpitaba en el pecho. Con una rebeca de cachemira color rosa y unos pendientes de perlas, me sentía como una maestra repipi en las playas de Normandía. Le prometí a America que podía enfrentarme a todo lo que se nos viniera e