Marfil (Enfrentados 1)

Mercedes Ron

Fragmento

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1

MARFIL

Dos semanas después.

Miré la moneda de doscientos pesos colombianos que tenía entre los dedos. Mientras esperaba a que Liam llegase solo pude pensar en una cosa: esas dos caras formaban un todo y nunca llegarían a verse de frente. Parece una tontería, una moneda es una moneda, pero en aquel instante no pude evitar sentirme identificada con ella. ¿Tenía yo dos caras completamente opuestas que nunca llegarían a fundirse en una sola? A veces era complicado entenderme a mí misma. Si me viese desde fuera, en la mayoría de las situaciones de mi vida, estoy segura de que lo único que se me pasaría por la cabeza sería: ¿pero qué demonios haces?

Mi hermana Gabriella muchas veces afirmaba que haber pasado toda nuestra infancia y adolescencia metidas en un internado a siete mil kilómetros de distancia de nuestro hogar nos iba a dejar secuelas. Yo por suerte ya había dejado aquella etapa atrás, a ella por el contrario aún le quedaban dos años intensos de normas estrictas y días nublados. Le faltaban apenas unos meses para cumplir los dieciséis y sus únicas preocupaciones eran que nunca había besado a un chico y que si seguía rodeada de mujeres iba a terminar convirtiéndose en lesbiana. Solo pensar en la cara de mi padre al sopesar siquiera esa opción me sacaba una sonrisa.

Secuelas..., podría estar hablando de ellas durante horas. La más importante aún conseguía despertarme por las noches con el corazón encogido y las lágrimas cayendo por mis mejillas como si tuviese cuatro años, no veinte. Era increíble cómo algunos recuerdos podían quedar grabados para siempre en tu memoria y luego otros podían desaparecer sin dejar ni rastro. Según Pixar —sí, los estudios de animación que hicieron la película Del revés (Inside Out)—, nuestro cerebro elimina aquellos recuerdos que no sirven para nada y retiene aquellos que considera más importantes. Y ahí es cuando yo me pregunto: ¿servía de algo recordar cómo mataron a mi madre delante de mí?

Está claro que, diga lo que diga Pixar, el cerebro hace lo que le da la gana.

Mientras divagaba sin sentido, fui consciente de que el grupo de tíos que había en la barra a mi derecha no me quitaba los ojos de encima. No lo dudé, levanté la cabeza y los miré sin apartar la vista. Mi intención había sido intimidarlos, o al menos que fueran menos descarados, pero dos de ellos se echaron a reír y el tercero, alto y de pelo castaño, me mantuvo la mirada sin titubear.

Odiaba ser la primera en apartar la mirada, me daba igual con quien fuese. Solo una persona en todo el planeta conseguía intimidarme lo suficiente como para hacerme agachar la cabeza y que dejara incluso de pestañear si hacía falta; y esa persona se encontraba demasiado lejos de donde yo estaba como para tener que recordarla siquiera.

Empezó entonces la batalla de miradas más épica de la historia. Bueno, tampoco fue para tanto, me gusta dramatizar, pero sí que fue de las intensas. Cuanto más lo miraba, más curiosidad sentía, y cuanto más me miraba él, más segura estaba de lo que empezaba a pasársele por la cabeza. ¿Podría hacer con él lo mismo que con el resto? Sería divertido...

—Eh, Mar —dijo una voz grave detrás de mí, aunque fue el tacto de su mano en mi espalda lo que me hizo pegar un salto y desviar la mirada.

¡Mierda! Acababa de perder.

Me giré para recibir a mi mejor amigo, y la frustración se evaporó nada más fijar mis ojos en los suyos. Liam Michaelson medía casi uno noventa, tenía el pelo negro como la noche, ojos celestes... Todo un donjuán. Y no, no era gay. Y sí, era mi mejor amigo. Cosas más raras se han visto.

—¿Llevas mucho esperando? —preguntó mirando por encima de mi cabeza a los tíos del final de la barra.

—Lo justo como para que te toque invitarme a una copa.

Técnicamente yo aún no podía beber alcohol y menos comprarlo, pero lo de los carnets falsos estaba ya tan normalizado que me parecía patético que esa ley aún siguiera vigente.

Liam me sonrió con dulzura y llamó a la camarera para que nos sirviera una copa.

—¿Y a qué se debe que me hayas tenido media hora aquí esperándote? —dije haciendo girar las aceitunas de mi martini.

Liam se llevó su cerveza a los labios y puso los ojos en blanco.

—No quieras saberlo.

—¿Virginia? O no, espera... ¿Rose?

—Tessi —dijo sin que yo pudiera evitar echarme a reír.

—¿Tessi? ¿La llamas así por alguna razón que desconozco o...?

—Ella quiere que la llame así. Qué mujer tan insoportable, joder.

Liam era un tío que, bueno... era un tío. Fin. Los tíos por regla general solo quieren pasar un buen rato y, también por norma general, las mujeres queremos eso y muchas cosas más, aunque yo no me incluya... Pero entendía que Virginia, Rose y... Tessi quisiesen algo más con mi mejor amigo. Era un partidazo... si le quitabas esa afición de tirarse a todo lo que se movía, claro.

Liam y yo nos conocimos durante mi primer año en la facultad. Por aquel entonces era una novata de la cabeza a los pies y no solo en lo que a la universidad se refiere, sino a la vida en general. Venía de haberme pasado ocho años estudiando fuera, rodeada de chicas y de monjas; solo me pasaba dos meses de verano en mi casa de Luisiana. Los dos estudiábamos economía en la Universidad de Columbia, aquí, en Nueva York. Él tenía tres años más que yo, lo que significaba que ya estaba cursando su último año.

Tuve que luchar contra mi padre para que me dejase mudarme a Nueva York por mi cuenta y, aunque aún me costaba creerlo, ya llevaba dos años viviendo sola. Puede decirse que me desmadré un poquito cuando me encontré con tanta libertad; tantos años reprimida no habían sido nada saludables y perdí un poco la cabeza, aunque me gustaba pensar que esa época había quedado atrás... más o menos.

Liam fue el primer chico que besé. Tenía dieciocho años recién cumplidos y con él descubrí de lo que era capaz cuando se trataba de conquistar a un hombre. Mi padre siempre me tuvo bastante escondida y me trataba como si fuese su pequeño tesoro al que nadie podía acceder, aunque Liam accedió... y en profundidad.

No llegamos a acostarnos, pero sí hicimos algunas cosas hasta que nos dimos cuenta de que en realidad encajábamos mejor como amigos. Por muy buena que yo estuviese para él, y por muy bueno que él estuviese para mí y para el mundo entero.

Después de Liam intenté llevar una relación más en serio con un chico llamado Regan, hasta que me enteré de que entre él y sus amigos se habían apostado diez mil dólares para ver quién era el primero en llevarme a la cama. Sí, sí, diez mil dólares. Patético. A partir de ese momento me convertí en una Marfil que nadie conocía hasta entonces, ni yo misma. Que lo que mi padre había estado repitiéndome sobre los chicos desde que tenía uso de razón hubiese terminado siendo verdad me cabreó mucho más de lo que os podéis imaginar. Tomé cartas en el asunto y desde entonces se hacía lo que yo decía: no había lugar para medias tintas.

—El tío de la barra viene hacia aquí —dijo Liam, media hora y tres martinis después—. ¿Me hago pasar por tu novio?

Me reí mientras me terminaba la bebida.

—Sería divertido, pero no —dije esperando a ver qué hacía.

Sentí a alguien a mi espalda, pero me hice un poco d

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