Heist

Ariana Godoy

Fragmento

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Comisaría de Wilson

21 de diciembre

Hora: 10.58 pm

Denuncia recibida por: Oficial Jones

—¿Leigh?

Silencio.

El oficial Jones suspiró y se pasó la mano por la cara. La frágil figura de Leigh se estremecía mientras permanecía sentada al otro lado de su escritorio, con los hombros desnudos manchados de sangre al igual que su pálido rostro.

—¿Qué fue lo que pasó, Leigh? ¿De quién es toda esta sangre?

—Yo... él... —Leigh se calló y su rostro se contrajo al recordar algo—. Fue él.

—¿Quién?

—Ya se lo he dicho.

—¿Heist?

Ella asintió.

—¿Tienes alguna prueba de lo que estás diciendo? Esta acusación es muy seria, Leigh.

—Ya le he dado la foto, ¿qué más prueba necesita?

—Necesito mucho más que eso para acusarlo.

—¿Y no tiene suficiente con lo que ha pasado esta noche? ¿Con la sangre?

—No puedo hacer nada hasta que lleguen los resultados del laboratorio, pero tú lo sabes, ¿no, Leigh? ¿De quién es la sangre?

—No lo sé, debería preguntárselo a él.

El oficial Jones abrió su boca para contestar cuando los ojos de Leigh se agrandaron por la sorpresa, al fijar la vista en algo detrás de él. El oficial se giró en su silla y a través del vidrio transparente de su oficina pudo verlo: Heist. El chico venía esposado con un policía a cada lado, y sangre seca en algunas partes de su ropa, que también oscurecía su cabello rubio. Los ojos de Heist se cruzaron con los de Leigh y sus labios se curvaron hacia arriba en una siniestra y torcida sonrisa. Leigh apartó la mirada de inmediato. El oficial sabía que algo estaba pasando, pero ni él ni nadie en el pueblo de Wilson estaba preparado para la magnitud de lo ocurrido. Nadie nunca lo estaría para algo que tuviera que ver con Heist.

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1

Perfección fragmentada

Tres meses antes

22 de septiembre

LEIGH

—Mantente alejada de esa familia, Leigh.

Eso solo hizo que quisiera acercarme más a ellos. ¿Es que mi madre aún no entendía el principio de que cuanto más se opusiera a algo, más curiosidad tendría? Crecí rodeada de noes.

No juegues con niños, solo niñas.

No uses ropa reveladora.

No te desveles.

No digas malas palabras.

No escuches música extraña.

No leas nada que no sea apropiado.

No tengas amigas que yo no apruebe.

No puedes salir después de las siete de la tarde.

No puedes tener acceso a internet y debo autorizar todos los programas de televisión que veas.

No.

Mi madre tenía tendencia a prohibirme cosas sin darme ninguna razón, su respuesta era que ella era mi madre y sabía lo que era mejor para mí; eso o me daba una charla al respecto. Mi hogar era sumamente religioso, de hecho, todo el pueblo lo era. No existía ninguna familia que no asistiera a la iglesia, y aquellos que se atrevían a descarriarse eran aislados y tratados como bichos raros hasta que se rendían y volvían al redil. El pueblo de Wilson había creado su propia religión hacía más de cincuenta años y aún nos regíamos por ella.

El pueblo no tenía una población muy grande así que no fue difícil que la comunidad se volviera cerrada y estuviera entrelazada por nuestra religión. Todas las tiendas, negocios y restaurantes estaban controlados por la gente del pueblo. Wilson atraía a muchos turistas: en verano, cuando nuestros manantiales y cascadas naturales se tornaban frescos, y también en invierno, cuando nuestras montañas se cubrían de blanca nieve. La comunidad era muy permisiva con los turistas, total, según nuestros líderes, eran extranjeros que no sabían comportarse y que solo permitíamos en nuestro territorio para que mantuvieran nuestra economía.

«No se dejen influenciar por las costumbres libertinas que muestren los turistas.»

Ese sermón dominical estaba grabado en mi mente.

—No sabemos nada de ellos, esa familia aún no se ha incorporado a la iglesia —me recordó mi madre—. Hasta que no sean miembros activos y creyentes de nuestra iglesia...

—... no existen para nosotros —terminé la frase por ella.

No tenía que recordármelo; ya no tenía nueve años, sino diecisiete. Mamá probablemente tenía razón, no sabíamos nada de ellos. ¿Serían malas personas? ¿O personas libertinas como los turistas?

Cada vez que alguien se mudaba a Wilson causaba todo un revuelo, desde murmuraciones en los supermercados hasta conversaciones en la iglesia cuando nuestro líder terminaba su sermón. Hice una mueca, balanceando mis pies hacia delante y hacia atrás debajo de la silla alta en la que estaba sentada frente a la mesa de la cocina. Mamá estaba al otro lado, preparando la cena. Su cabello castaño estaba sujeto en una cola alta y llevaba puesto un vestido floreado con mangas que le llegaba por debajo de las rodillas —¡que el Altísimo no permitiera que mostrara algo de piel ni siquiera en casa!— y que protegía con un delantal. Cuando revisó el horno, un delicioso aroma se escapó de él.

—Hummm, ¿sábado de lasaña? —le comenté, poniéndome de pie.

Ella me sonrió y unas ligeras arrugas se le acentuaron en las comisuras de la boca y de los ojos.

—Sí, aún no entiendo cómo no te aburres de la lasaña.

—Es imposible.

—Ve a lavarte las manos, tu padre debe de estar a punto de llegar.

—Sí, señora.

Obedientemente, fui al baño pequeño situado a un lado de las escaleras de la casa y me lavé las manos. Papá era un abogado muy prestigioso y trabajaba en la ciudad. Su carrera nunca tuvo mucho futuro en un pueblo tan pequeño como ese, así que todos los días conducía durante una hora para llegar a su despacho de abogados. Nunca me había querido llevar a sus oficinas, supuse que tenía sus razones. Me conformaba con saber que le estaba yendo muy bien y, gracias a él, podíamos permitirnos vivir con muchos lujos y tener una casa grande y bonita en el mejor vecindario del pueblo.

Gracias al Altísimo por darnos tanto.

No eran muchos los que podían vivir en este barrio, la mayoría de las personas del pueblo tenían trabajos allí mismo con una remuneración estable, pero no suficiente como para comprarse una casa como esta. Muchas de las casas de nuestro alrededor se hallaban vacías, solo algunas estaban ocupadas por familias que, como papá, exploraron la ciudad en busca de mejores opciones.

Por esa razón, nuestros nuevos vecinos llamaron mucho la atención. No solo porque nadie los conocía cuando se mudaron aquí, sino porque un año atrás habían comprado la casa de al lado, la más cara del vecindario, y la habían estado reformando durante todo ese tiempo. Ahora lucía como una mansión de película. Ellos no se mudaron hasta que las remodelaciones terminaron, hacía poco más de una semana.

El día de la mudanza s

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