Alie (En un bosque de flores 1)

Avril Vives

Fragmento

alie-3

Prólogo

3 de agosto de 2014

Llevaba un rato delante del espejo intentando mantenerse firme. No era fácil, pensó, recrearse en un papel que le habría gustado no tener que interpretar, pero no había otra opción. A Alex le gustaba soñar, pero nunca se permitiría hacerlo sin ella, lo cual resultaba bonito y desastroso al mismo tiempo. Qué fácil había parecido todo y qué complicado era en realidad.

Se secó las lágrimas con las manos y cerró los ojos recordando el momento en el que se había dado cuenta de que estaba enamorada de Alex, aquel chico demasiado delgado que con ocho años la había mirado a los ojos como nadie más sabía hacerlo y la había cogido de la mano para ayudarla a levantarse con una sonrisa alegre. Se había ganado su corazón poco a poco, sin que ella se diera cuenta de lo que estaba pasando.

No podía recordar las veces que se había sentido marginada de niña, intentando hacer cosas que hacían otros niños de su edad; su cojera era algo que no solo había limitado su movilidad. Pero el hecho de tener pocos amigos, pensó, al final había sido una suerte, porque eran de verdad. Alex le enseñó a confiar y le ayudó a comprender que autocompadecerse no era una opción.

Necesito hablar contigo.

Le mandó el mensaje con manos temblorosas y luego dejó caer el móvil en la cama para vestirse. Sabía que él no tardaría en responder porque le había dicho esa misma mañana que saldría de entrenar antes de las cinco. Eran las cuatro y media pasadas.

Alex jugaba al baloncesto desde que tenía seis años. Le encantaba. A sus dieciocho, había pasado de ser el chico demasiado delgado al chico más atractivo de los alrededores. No era que ella fuera del todo objetiva, pero no cabía duda de que su amigo se había convertido en un hombre magníficamente proporcionado.

Acabo de salir, me paso por tu casa y damos una vuelta :)

El sonido del mensaje la devolvió a la realidad y se quedó mirando la pantalla durante unos segundos. Le respondió con un escueto «Ok». Tragó saliva e intentó calmarse. No podía dejarse dominar por los nervios cuando había estado ensayando meticulosamente lo que iba a decirle. Necesitaba estar entera.

Cuando terminó, bajó las escaleras para ir a la cocina, atándose el cabello rubio en una coleta por el camino. Su madre tarareaba una canción mientras cocinaba una de sus famosas tartas. Olía a hogar, a familia y cariño. No había día que no echara de menos a su hermano Nathan, habría podido ser feliz si él no los hubiera dejado tan pronto. Pero el destino quiso que muriera demasiado joven y a ella le había costado mucho superarlo.

—Alie, cariño —dijo Julia cuando oyó entrar a su hija—, ¿quieres probar las galletas de chocolate? Ya hace un rato que las he sacado del horno.

—No tengo hambre.

Se sentó en la mesa de la cocina y jugueteó con las flores que había en el centro, con la mirada perdida. Empujar a Alex lejos de ella habría sido menos complicado si no lo quisiera tanto, si no fuera un apoyo crucial en su vida. Pero esa era precisamente la razón por la que él tenía que aprovechar la mejor oportunidad que tendría nunca de cumplir su sueño, ella no se perdonaría que no lo hiciera por miedo a dejarla sola con sus temores.

—A Alex le han dado la beca para estudiar en Nueva York —dijo con voz ausente—. ¿No te parece genial?

Su madre se giró para mirarla, apoyándose en la encimera. Su expresión, aunque Alie no pudo verla, cambió por completo. Observó a su hija dibujando figuras inexistentes con el dedo en la mesa de la cocina y pensó en lo doloroso que era el amor a veces.

—Es maravilloso, cariño —respondió con cautela—, ¿te lo ha dicho él?

—No. —Desvió la mirada y la fijó en su madre—. Laura me llamó ayer y dijo que la semana pasada llegó la carta a su casa. Sus padres están muy contentos, pero Alex no quiere ir.

La madre de Alie sabía perfectamente por qué ese chico magnífico no quería aprovechar una oportunidad única y merecida como aquella. Estaba tan enamorado de su hija como su hija de él. Los había visto crecer juntos, conocía a Alex casi como si fuera suyo.

En ese momento, su marido entró en la cocina como un torbellino.

—Hola, chicas, huele de maravilla... —Besó a su hija y se quedó parado al verla triste—. ¿Qué pasa?

—A Alex le dan la beca para ir a Nueva York —murmuró ella.

—John, hay galletas de chocolate. —Julia besó a su marido en los labios con suavidad y le habló con la mirada.

—Escuchad, no hagáis como que esto es algo a lo que hay que quitar importancia. —Alie se levantó con cierta urgencia—. Es necesario que la acepte.

—Es su decisión, cariño. —John la miró con todo un mundo de sabiduría en los ojos—. No vas a perderlo.

—Claro que sí, es mucho tiempo lejos —aseguró su hija frunciendo el ceño—. Él construirá una vida sin mí en la ciudad, pero eso es algo que tengo que asumir. Es su sueño y no puede renunciar a él.

Julia miró a su hija con atención y se sentó en una de las sillas indicándole con un gesto que hiciera lo mismo.

—Escúchame bien, ese chico te quiere —levantó la mano cuando vio que iba a interrumpirla—, solo él puede tomar la decisión.

—Tiene que ir.

—Hija...

Sonó el timbre de la casa y John las dejó solas para ir a abrir. Julia y Alie se siguieron mirando en silencio hasta que las voces masculinas llegaron a la cocina. Alex entró con una sonrisa que mostraba orgullosamente sus hoyuelos.

—Buenas, ¿qué hacéis? —acarició con suavidad el brazo de su amiga a modo de saludo.

—Alex, cariño. —Julia se levantó para abrazarle y darle un beso—. Necesitas un afeitado, hombretón.

Alie se quedó donde estaba mientras su madre le ofrecía galletas de chocolate a su amigo, preguntándose, después del vuelco que le había dado el corazón al verlo, cómo podría dejar de lado todas esas emociones para decirle que lo que ella quería era que se fuera de su lado.

Lo observó un momento hablando amigablemente con sus padres, en confianza, porque sabía que aquella también era su familia, y pensó en todas las cosas que él le había dicho aquella noche bajo las estrellas. Estaba segura de que no viviría nada igual con ninguna otra persona, pero no era tan egoísta como para pensar que eso era más importante que todo lo demás.

—¿Vamos a dar una vuelta? —preguntó Alex a Alie, dándole un bocado a la galleta que tenía en la mano—. Luego podemos ir a la fiesta de Phillip.

—No creo que vaya a lo de Phillip —dijo ella saliendo de la cocina para coger sus llaves y dirigirse hacia la puerta de entrada para salir—. ¿Vienes?

Él la siguió fuera después de despedirse de sus padres. Caminaron juntos y en silencio hasta el camino que llevaba al bosque. Alex se llevó las manos a los bolsillos, notando la frialdad en la actitud de ella, pero no dijo nada hasta que llegaron a la roca donde tantas veces se habían sentado a charlar de sus cosas.

—Oye..., ¿vas a contarme qué te pasa?

Ella se sentó y levantó la cabeza para mirarlo. Era demasiado alto, demasiado guapo, demasiado cariñoso. Era demasiado importante para ella. Pensó en decirle eso último, pero fue incapaz. Él se había puesto las dichosas gafas de

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