Perfectos mentirosos 2

Alex Mírez

Fragmento

perfectos_mentirosos-2

Prólogo

¿En dónde nos habíamos quedado?

Ah, sí, en esa noche de la feria en honor a los fundadores, después de que mi plan contra Aegan fracasara y dejara su alma en un baño público por culpa de una diarrea, y Adrik se fuera con Artie a nuestro apartamento.

Ahí, en un banco, yo. Junto a mí, Regan Cash. Y la pregunta: «¿Quién eres tú en realidad?».

Bueno, es momento de contártelo. Es momento de contártelo todo: no me llamo Jude Derry, y definitivamente no había ido a Tagus solo a estudiar. Había ido porque solo quería una cosa: venganza.

Lo sé, lo sé, debes de estar hecho un lío. Estarás pensando: «¡¿Qué p*tas estás diciendo, Jude del Carmen?!». También sé que se supone que debes confiar en mí. ¡Todos confían en las protagonistas! Las protas nunca mienten y nunca son malas. Jamás cambian la historia, de ninguna forma alteran los hechos y mucho menos omiten secretos, y si yo hice eso...

Entonces supongo que esta siempre fue la historia de una villana.

Para que entiendas este lío y el porqué de mis mentiras, hay que volver seis años atrás. Debemos irnos muy pero que muy lejos de Tagus, a Miami, la ciudad a la que llegan la mayoría de los inmigrantes. Tenemos que detenernos en un día en el que un muchacho de dieciocho años llamado Henrik Damalet recibió una llamada para decirle que había sido contratado como jardinero en la casa de una familia muy importante.

Ese chico, Henrik, era mi hermano.

Tras colgar el teléfono, le quedó estampada en la cara una sonrisa enorme. Todo acababa de cambiar para él y nuestra familia gracias a ese empleo. Por esa razón, mamá lloró, emocionada. Era una mujer muy delgada con la piel pálida, los ojos cansados, el cabello opaco, las uñas rotas y la existencia exhausta y adolorida. Llevaba cinco años enferma de algo incurable y nosotros no teníamos mucho dinero para pagar los medicamentos en un país en el que no tener un seguro médico significaba exclusión. Pero con el nuevo trabajo de Henrik en la casa de esa familia importante, todo sería diferente.

Eso lo sabía muy bien la chica de trece años sentada en la mesa, es decir, yo. Me alegraba la idea, la posibilidad de un futuro mejor, pero me entristecía que mi hermano se fuera tan lejos, aunque también sabía que en su nuevo trabajo le pagarían bastante solo por ser jardinero y cuidar el enorme jardín de una mansión; además, tendría la posibilidad de seguir estudiando por la noche en un sitio mejor. Y eso era bueno para nosotros.

—¿Cuándo vendrás a visitarnos? —le había preguntado yo con el corazón encogido.

—Pediré vacaciones y seguro que podré venir los días de fiesta —me respondió, animado—. Pero llamaré todos los días al mediodía y por la noche, y te enviaré un móvil para que podamos enviarnos mensajes. Lo tengo todo planeado.

—¿Y cómo se llama el tipo para el que vas a trabajar? —pregunté.

—Adrien Cash —contestó Henrik con mucho orgullo.

Se fue al día siguiente, y cuando volvió de nuevo a casa, lo hizo dentro de un ataúd.

Sí, Henrik murió en la mansión de los Cash. Le practicaron una autopsia pero su muerte fue calificada como accidente: estaba limpiando las tejas, se cayó y falleció al instante.

Ahí debió de haber acabado esa historia: luto, dolor y olvido.

Pero no, yo nunca olvidé. Yo nunca creí que su muerte hubiera sido un accidente. Y no lo creí porque, antes de morir, Henrik me dio pistas de que algo así podía sucederle, solo que no las supe interpretar hasta muy tarde.

Rebobinemos. Como él prometió el día antes de irse, a los dos meses me envió un móvil para que habláramos constantemente por mensajes. Todos los días me lo contaba todo: lo que hacía, lo que no, lo que comía, lo que ahorraba y lo que veía al salir a algún lado. No omitió ningún detalle. Me contó desde cómo era la mansión hasta cómo eran las personas que vivían en ella.

Adrien Cash era tan rico por herencia familiar e inversiones que meaba en un retrete de oro y se limpiaba el culo con billetes de dólar. Bueno, no; pero nos gustaba hacer ese chiste. Era senador y no tenía esposa porque ella había muerto en un accidente. El enorme jardín que Henrik cuidaba había sido el sitio más querido de su mujer; por esa razón querían mantenerlo y lo trataban como si fuese una especie de altar en su memoria.

Ese hombre, Adrien, tenía cuatro hijos: tres de la mujer fallecida y uno fuera del matrimonio, todos varones. Eran chicos malcriados y consentidos, que hacían y deshacían a su antojo. Solo uno de ellos le dirigía la palabra a mi hermano, y únicamente lo hacía porque disfrutaba dificultándole las cosas y molestándolo, porque molestar era lo que más le motivaba en la vida.

Se llamaba Aegan.

Aegan hacía cualquier cosa para hacerle la vida imposible a Henrik. Al principio, no resultó muy ingenioso: dañaba los arbustos para que culparan a mi hermano de haberlos podado mal; pisaba las flores; echaba basura en lugares limpios y se burlaba de él llamándole «jardimierdo» o «recogebasura», entre otros apodos denigrantes.

Henrik siempre me decía que tenía la suficiente paciencia para soportarlo, que así era el mundo, que Aegan solo era demasiado joven y con una vida demasiado fácil para entender la magnitud de lo que hacía y decía. Pero yo no lo veía del mismo modo, y comencé a odiarlo. Todavía sin conocerlo, detestaba lo que mi hermano me contaba de ese chico cruel. Me sentía impotente la mayoría del tiempo, pero Henrik intentaba tranquilizarme asegurándome que en algún momento se cansaría.

Aegan no se cansó. Peor aún, aumentó el nivel y la gravedad de sus jugarretas.

Henrik me llamó una noche a reventar de furia porque Adrien le había ordenado mantener bien limpia la piscina para un evento especial que tendría lugar esa misma noche. Para asegurarse de ello, se levantó muy temprano y estuvo todo el día trabajando para dejar el área de la piscina impecable. A las seis de la tarde, se fue a su casa a descansar. A las seis treinta, cuando Adrien llegó, la piscina estaba llena de hojas, ramas y tierra, y tenía una tonalidad verdosa semejante al moho.

Casi despiden a Henrik. Al final no lo hicieron porque, de alguna manera que no quiso contarme, se descubrió que el responsable de aquel desastre había sido Aegan, que había ensuciado la piscina a propósito. El hecho de que no hubieran despedido a Henrik enfureció a Aegan a unos niveles inimaginables, por lo que desde entonces se dedicó a meter a mi hermano en más problemas constantemente.

Cuando Henrik me contaba las humillaciones que los hijos de Adrien Cash le hacían pasar, me llenaba de una rabia apoteósica. Y me enfurecía mucho más que Henrik dijera que debía aguantarlo porque el dinero que ganaba nos ayudaba de una forma difícil de conseguir con cualquier otro trabajo. Y en verdad nos había ayudado. Habíamos alquilado una casita en un sitio mejor y logramos empezar a pagar el tratamiento de mamá, e incluso se hicieron planes para que yo asistiera a una escuela privada.

Pero yo no quería ir a ninguna estúpida escuela privada. Lo que yo quería era ir a visitar a Henrik, ver con mis propios ojos a ese tal Aegan, plantarme frente a él y darle un puñetazo en la cara para que dejara de ser tan imbécil.

Pisé la casa Cash un mes antes de que Henrik muriera. Fui sola con un billete de autobús que pagué yo misma. Era sábado y mi hermano no se esperaba mi visita. Cuando llegué, me quedé parada frente a la enorme verja blanca que marcaba el inicio de los terrenos. Desde allí se veía la gigantesca estructura, erguida con arrogancia bajo un moderno diseño arquitectónico. Debía de tener más de tres plantas y muchísimas habitaciones, y estaba pintada de blanco con un tejado azul. Era hermosa, pero sentí cierto rechazo hacia ella.

Ya adentro, resultó que Adrien se había ido de viaje y se había llevado a Aegan con él. Aleixandre, Adrik y Regan no estaban, así que no tuve la oportunidad de enfrentarme a ellos.

Henrik me mostró la pequeña casita donde vivía, que estaba dentro del terreno de la mansión, pero no muy cerca del edificio principal para que no olvidara que era un simple empleado. Recuerdo que mi primer pensamiento fue: «¿Esta gente se quedó en 1850 o qué?», pero a pesar de todo la casita era compacta, simple, muy bonita e incluso acogedora.

El problema fue que no pude concentrarme mucho en ella. Lo primero que me llamó la atención fueron otros detalles. Al ver a Henrik, me sentí muy feliz, pero también fue como ver a un desconocido. La sensación que experimenté al abrazarlo fue extraña. Cuando conoces a alguien de toda la vida, notas el momento en el que empieza a cambiar. Mi hermano había cambiado, y yo no sabía en qué momento había sucedido. Estaba más flaco de lo normal y tenía unas ojeras profundas que no le había visto ni cuando trabajaba doble turno. Su cabello era naturalmente lacio y castaño como el mío, y como le llegaba hasta la mitad del cuello, solía recogérselo en una coleta baja, pero en ese momento cada mechón de su pelo se veía opaco y descuidado.

Su aspecto era distinto, y en sus ojos había unos destellos de... ¿preocupación?

—¿Qué sucede, Henrik? —le pregunté mientras almorzábamos en la mesa individual de su casita. Él bajó la vista y la fijó en su plato de espaguetis. Yo insistí—. No soy estúpida. Quizá mamá se cree todo eso de que estás muy bien, de que adoras este lugar y de que tu jefe y su familia son excelentes, pero yo sé la verdad. ¿Esos chicos todavía se meten contigo?

Henrik jugó con su tenedor por un momento. Tenía los dedos y los nudillos llenos de cicatrices y moretones por la jardinería. ¿Es que no usaba guantes? Claro que no, porque Aegan se los escondía.

—Ya sabes que no les caigo nada bien; todo sigue igual... —admitió, neutral, esforzándose por no resaltar ninguna emoción.

—Pero pareces preocupado. ¿Está pasando algo más? —insistí.

Henrik suspiró. Reconocí ese gesto. Era el gesto de: «No he ganado mucho dinero hoy, pero diré que todo está bien». El gesto de: «Mamá tiene una recaída, pero haré parecer que las cosas van a mejorar». El mismo maldito gesto de: «Me escupen en la cara, pero yo la mantendré levantada de todos modos».

No obstante, fue la primera vez que mi hermano decidió no ocultarme algo. Y lo hizo porque fue importante:

—Últimamente, Aegan ha estado rondándome. Creo que pretende pillarme en algo para tener una buena base y acusarme, pero yo me mantengo profesional, y eso es lo que importa.

Me quedé pasmada. El plato de espaguetis me pareció la cosa más repugnante del mundo.

—¿Te vigila? Pero eso es... —me interrumpí, atónita, sin saber qué palabra usar de todas las que se me ocurrieron.

—No es nuevo —admitió él en un tono de voz más bajo, como si la lejanía entre esa casita y la mansión no fuera más que de milímetros y pudieran escucharnos—, solo que ahora lo hace con mayor frecuencia. Aleixandre y él están todo el tiempo controlando qué hago y qué no. Y hace unos días pillé a Adrik saliendo de aquí, pero él no me vio.

—¿Y qué podría estar haciendo aquí? —pregunté en un susurro.

La preocupación se acentuó en su rostro, una preocupación que jamás le había visto expresar, ni siquiera durante los peores momentos de nuestra madre. Henrik era bastante bueno en demostrar calma para calmarme a mí, pero en ese instante no ocultó nada.

—No lo sé, pero busqué por todas partes por si se les había ocurrido meter algo de la mansión para culparme de robo. No encontré nada que no fuera mío, pero esta actitud me está haciendo sospechar muchas cosas, y ninguna buena.

—¡Tienes que decírselo a Adrien! —le insté, soltando el tenedor y mirándolo con la furia hirviendo bajo mi piel.

Henrik negó con tranquilidad.

—No va a creerme y podría despedirme. Aegan es su favorito. —Suspiró con resignación—. La verdad es que el padre no es muy distinto al hijo. Ninguno es muy distinto a los otros.

Sentí que no podía contenerme más.

—¡Tengo que hablar con alguno de ellos! —solté, y me levanté de la silla de golpe. Cada palabra me salía a reventar de furia—. ¡No, hablar no! ¡Con esos miserables no se puede hablar! ¡Haré algo que...!

Henrik me tomó por el brazo para detenerme. Su agarre fue como el de mi madre: reconfortante y tranquilizador. A pesar de todo lo que estaba pasando, me miró con los ojos achinados por una sonrisa amplia sin despegar los labios.

—Tienes solo dieciséis años, acuérdate de eso, Vengadora —me dijo con diversión. Eso de «vengadora» era por los superhéroes, porque solía decir que yo siempre quería salvar el día a la gente. Me miró a los ojos con calidez y cariño—. Estaré bien, y mantendré este trabajo el tiempo que dure, no tienes que preocuparte.

Entonces volví a ser la niña de trece años que le hacía preguntas a su hermano; preocupada, pero al mismo tiempo haciendo un esfuerzo por sentir otra cosa que no fuera miedo, exigiéndome a sí misma ver el lado bueno de las cosas e imaginándome que todo mejoraría.

—Pero ¿y si Aegan te culpa de algo que no has hecho? —le pregunté, intranquila, con un hilo de voz—. O peor aún, ¿y si te meten en un problema grave del que no puedas salir?

Aun con lo aterrador que era imaginar las respuestas a esas preguntas, su expresión fue serena y esperanzadora.

—El mundo es duro para las personas buenas, sí, pero les compensa por enfrentarlo —me dijo, y acompañó sus palabras con una sonrisa exhausta—. Lo que sea que llegue a hacer Aegan quedará en su conciencia. Al menos tú y yo sabremos que estamos limpios, pero sobre todo que jamás seremos iguales a ellos. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Él no tenía permitido dejar que sus visitas se quedaran a dormir, así que nos despedimos por la tarde. Insistió en acompañarme, pero le dije que podía llegar a la verja sola. Por un momento, antes de atravesarla, me volví para mirar la casa. Me sentí preocupada, muy preocupada, por dejar a mi hermano allí. Quise correr y decirle: «Nos vamos a casa. Recoge tus cosas», pero yo solo tenía dieciséis años y Henrik estaba decidido a hacer lo que fuera para mantenernos. Y, por otra parte, no se equivocaba al insistir en que el dinero que ganaba allí no lo ganaría en ningún otro trabajo convencional.

Me recordé que al menos tenía un techo, comida y un lugar privado, y quise resaltar esos detalles por encima de los alarmantes como el hecho de que los hijos de Adrien lo vigilaran de manera anormal.

¿Qué era lo peor que podían hacer?

Lo imaginé, pero por ingenua aparté la posibilidad. Después de todo, eran solo chicos, ¿no?

Cuando me estaba acercando a la enorme verja para salir, un auto apareció por el camino asfaltado. Pensé en ocultarme en algún sitio, asustada ante la idea de que reprendieran a Henrik por mi culpa por haberme invitado, pero correr habría sido muy obvio y terminé quedándome plantada en el mismo sitio con mi gastada mochila colgando de los hombros.

El coche se detuvo frente a la verja y esta comenzó a deslizarse hacia la derecha. Al mismo tiempo, la ventana del conductor descendió y un muchacho me miró con interés y con una divertida confusión.

Tenía el cabello rubio desordenado y los ojos de un gris intenso. Recuerdo que pensé que parecía un actor de Disney Channel, solo que había un brillo descarado, travieso y astuto en su rostro, como si fuera un zorrillo experto en escabullirse y conseguir secretos escandalosos. Eso me hizo preguntarme si sería el famoso Aegan, pero al salir del embeleso me di cuenta de que era mayor. Aegan me llevaba dos años según lo que me había dicho Henrik, y ese chico parecía tener unos veinte.

—No me sorprende ver chicas saliendo de aquí, pero tú tienes una interesante cara de susto —comentó con una rara vacilación. Se dio cuenta de que lo miraba con extrañeza y se apresuró a agregar—: Seguramente eres una de las chicas de Aegan. ¿Qué te ha hecho ese abominable ser?

Quise protestar por hablarme como si fuera un objeto, pero comprendí que no estaba en todos sus sentidos cuando alzó una mano y vi que sostenía una cerveza. Se tomó un trago y exhaló de manera refrescante. Luego volvió a mirarme hasta que me hizo un gesto para que hablara porque, como una tonta, yo me había quedado pasmada.

Y sí, mi cerebro falló al intentar procesar palabras inteligentes, de modo que recurrí a lo primero que se me ocurrió:

—Solo vine a... vender algo —mentí con rapidez—. Ya me voy.

No le di más explicaciones y me fui a paso rápido, dejándolo atrás.

Poco después descubrí que había hablado con Regan. Otro poco después me enteré de que Regan era un hijo que Adrien Cash había tenido con una mujer con la que tuvo una relación años antes de casarse con la madre de los Perfectos mentirosos, pero con la que seguía viéndose mientras estaba comprometido con ella. De manera que tenía mucho sentido que la tarde que apareció en Tagus me preguntara si nos habíamos visto antes. A pesar de que había alcohol en su sistema durante nuestro encuentro, su memoria le envió destellos de mi cara.

Esa también fue la última vez que pisé la mansión Cash. Un mes después, Henrik estaba muerto.

La noticia ni siquiera llegó a nuestra casa. Llegó a la casa de la antigua novia de Henrik, con un abogado que buscaba a la familia de Henrik Tedman. La chica me llamó por teléfono y me avisó. Ese día entendí dos cosas:

1. Mi hermano había ocultado nuestro apellido «Damalet» a la familia Cash por alguna razón. Había usado solo el apellido de nuestro padre, que ambos habíamos decidido no usar nunca.

2. Aegan lo había matado. No tenía las pruebas, claro, pero tampoco tenía dudas. Si no lo había hecho con sus propias manos, seguro que había tenido algo que ver con su muerte. Todo me indicaba que sí. Él y sus hermanos lo habían estado rondando. Habían entrado en su casa por alguna macabra razón. Lo habían odiado, le habían hecho la vida imposible y al final hicieron lo único que les faltaba, cosa que era fácil de encubrir si nadaban en dinero y su padre tenía una mano puesta sobre la máquina que movía el mundo: la política.

El señor Adrien Cash pagó el funeral, aunque no se lo pedimos. Costeó una corona y un buen ataúd. El abogado nos explicó que no lo podíamos abrir. Mi madre pudo haber reclamado hacerlo, pudo haber pedido que lo abrieran para ver a Henrik, pero entró en un estado de shock que la dejó sin habla. Yo no pude decir nada porque era menor de edad, así que no volvimos a ver el rostro de mi hermano de nuevo.

De todas formas, mi madre ni siquiera pudo levantarse de la cama para ir al funeral. Me acompañó la exnovia de Henrik. Luego lo incineraron, lo pusieron en una cajita de madera, que Adrien también pagó, y finalmente yo lo llevé a casa. Lo puse sobre la mesita de la sala y me senté en el sofá a mirarlo.

Lloré durante un buen rato, sola, en silencio, hasta que me di cuenta de que mi hermano me había dejado algo muy valioso al no usar nuestro apellido: la posibilidad de conocer la verdad.

Esperé un año. Primero tuve que buscar ayuda para el estado de shock en el que vivía mi madre. Adrien Cash nos enviaba mensualmente un cheque para compensar nuestra pérdida. Venía en un sobre blanco con la dirección de la casa de la ex de Henrik. Ella me los entregaba. Con parte de ese dinero pagué las terapias psicológicas de mi madre. En una de ellas conocimos a Tina, una paciente que había sido tratada por depresión, pero que ya estaba superándola. Tina resultó ser una fabulosa ayuda, porque su compañía reanimó un poco a mi madre, aunque no logró hacerla hablar del todo. Aun así, como Tina no tenía hijos, se ofreció a acompañarla mientras yo iba a clases por las mañanas. Al principio, pensé que se trataba del poder de la amistad, pero después descubrí que era el poder del amor. Mi madre había sido violada por mi padre durante muchos años y de esa manera había contraído el sida. Nunca esperó volver a tener pareja debido a ello, ya que no quería perjudicar a ninguna persona. Pero Tina se quedó con nosotras, y eso me alivió por una parte.

Mi madre ya tenía a alguien que la cuidaba, la amaba y no se molestaba si ella pasaba días sin pronunciar más de una palabra. Tal vez gracias a eso el recuerdo de Henrik empezó a paralizarla menos.

Pero a mí... A mí me seguía doliendo de la misma forma, porque yo sabía la verdad, así que, sabiendo que mi madre estaba segura con Tina, empecé a elaborar mi plan.

Primer paso: investigación.

Debía analizar a los Cash y su entorno. Fue bastante fácil dar con Aegan. Al ser una familia reconocida públicamente, sus nombres estaban en todos lados, sus caras en todas las revistas y sus pasos eran seguidos en todas las redes sociales.

La primera vez que vi sus caras fue en una página web con el pie de foto: «De izquierda a derecha: Aegan, Adrik, Aleixandre y el senador Adrien Cash». Los tres tenían el mismo cabello azabache de su padre, los mismos ojos grises, los mismos rasgos atractivos y el mismo porte de superioridad absoluta. Es decir, el aspecto que no esperas de un asesino, sino de un chico con el que sueñas salir.

Varios artículos aseguraban que no solo eran guapos, sino que también eran buenos deportistas, inteligentes, generosos haciendo donaciones y elocuentes, y que sobre todo les gustaba ir de fiesta. Por eso busqué a Aegan en Facebook y escudriñando a fondo encontré un festival de música al que había confirmado que asistiría.

Volví a viajar a su ciudad con mayor decisión. Me compré un vestido con lo que había ganado trabajando doble turno en una cafetería, y pagué un feo motel durante dos días. El festival era de noche, pero me presenté unas horas antes de que empezara para tantear el terreno. Quería ver cómo se comportaba y, sobre todo, cómo se comportaban las personas a su alrededor.

Vi aparecer a los Cash a eso de las nueve y media de la noche, mezclada entre la gente, siendo una más bajo la enormidad de un cielo oscuro plagado de estrellas. Supe de inmediato quién era Aegan, quién era Adrik y quién era Aleixandre. Reconocí sus caras por las fotos que había visto, pero percibí sus personalidades por sus actitudes y por lo que Henrik me había contado de ellos.

No fue raro darme cuenta de que la gente los adoraba. Nadie los veía tan repugnantes como yo. Todo el mundo miraba a Aegan como si fuera único en la raza humana. Se acercaban a saludarlo, se emocionaban con su presencia, y las chicas intentaban captar su atención. Escuché a unas que hablaban cerca de mí:

—¿Aegan ha cortado ya con Eli?

—No lo sé, a veces están juntos y otras veces no, pero si no está con ella tampoco está durante mucho tiempo con alguien. Y es mejor así. Nadie quiere que esté comprometido.

—Una amiga salió con él el año pasado. Me contó unas cosas que... —soltó unas risitas juguetonas—. Ni te imaginas lo salvaje que es.

—Aegan me mata, pero tengo cierta debilidad por Aleixandre. ¿Sabes cómo conseguir su número?

—¡Claro! Puedes intentar escribirle y ver si entre todos sus chats te responde, pero yo tengo otra táctica.

—¿Cuál?

—Los pillaré en Tagus. Cuando me gradúe de la prepa, iré a estudiar allí. Aegan ya está en el primer año. Adrik empieza en un mes y Aleixandre entra el año próximo. Aegan todavía estará estudiando cuando yo vaya, y entonces tendré una oportunidad con él.

Después de eso, me fui al motel, donde estuve pensando a fondo. En un primer momento quise volver a casa de inmediato y abandonar mis absurdas ideas. Después de todo, tenía que encontrar un trabajo y hacer lo mismo que había hecho Henrik: trabajar y seguir estudiando.

Pero... no iba a lograrlo. Seguía enojada, llena de rabia, de dolor, de todos esos sentimientos que había acumulado con los años. No podía encontrar tranquilidad pensando en que Aegan seguía viviendo una vida feliz y fácil mientras que mi hermano estaba muerto. Recordaba la forma en que la gente lo miraba a él y a sus hermanos: como si no fueran unos asesinos o unos expertos en humillar a la gente, como si no hubieran matado a Henrik, como si no le hubieran amargado la vida sin ninguna razón, y volvía a sentirme impotente como cuando mi hermano me lo contaba todo por mensajes. Y de ahí pasaba a sentirme estúpida e inútil por no poder lograr enfrentarme a ellos, por no ser capaz de cumplir todo lo que había prometido hacer movida por la rabia durante las noches de insomnio.

Así que, sentada en la camita individual del motel con las manos cubriéndome la cara por la frustración, recordé las palabras de aquella chica: «Los pillaré en Tagus. Iré a estudiar allí. Aegan ya está en el primer año».

Y me pregunté qué pasaría si yo también fuera a Tagus...

¿Cuáles eran las posibilidades?

¿Podía lograrlo?

Eso significaba convertir mi idea de enfrentarme a los Cash en algo mucho más grande, algo más comprometedor, en algo llamado «venganza». Era más arriesgado, sí, pero lo suficientemente cruel. Y crueldad era con exactitud lo que quería que los hermanos Cash probaran. Para conseguirlo, debía ser más meticulosa, más organizada, tener un plan completo. Pero no lo tenía, a decir verdad. Tan solo me pareció tentadora la idea de entrar en Tagus, acercarme a los Cash y descubrir cómo podía dañar a Aegan de manera permanente.

Si fallaba, ¿qué perdería? Nada.

Si ganaba, lo tendría todo: la paz mental, el descanso de mi hermano, la satisfacción de hacer pagar a los Cash por lo que seguramente consideraron un simple juego. Y si habían cometido un asesinato, su futuro solo podía estar en la cárcel. Podridos y olvidados. Bonita imagen.

Mi siguiente paso fue investigar sobre Tagus. Dos cosas me quedaron claras: la matrícula era costosa y necesitaba un buen perfil que fuese aceptado. Lo de la matrícula no pareció mucho problema porque el resto del dinero de los cheques era suficiente para pagar un semestre si lo juntaba todo, pero... ¿y el perfil?

Aunque Henrik había usado el apellido de nuestro padre no podía solo presentarme como Ivy Derry porque las conexiones podían hacerse de un momento a otro. Sentí que necesitaba otro nombre, otra identidad, una que fuese aceptada en Tagus, que no luciera como alguien que iba con dobles intenciones, y que para lograr eso necesitaba ayuda, porque, por supuesto, seguía siendo una adolescente.

Después de pensarlo mucho, le conté mi plan a Tina, aunque de una forma un poco... diferente, je.

Le dije que quería ir a Tagus a estudiar pero que los hijos de Adrien Cash también iban allí y que no quería que ellos supieran, de ninguna forma, que yo estaba relacionada con su antiguo jardinero. Le expresé mi deseo como si fuese lo único que quisiera en la vida hasta que la convencí de ayudarme. Yo ya tenía una idea: robar una identidad.

Dos años atrás había muerto la hija de mi tía (la única hermana de mi madre). Esa chica se llamaba Jude Derry (nuestro apellido materno), y había muerto atropellada por un coche la noche de una fiesta a la que se escapó sin permiso. Ella ya no necesitaba la identidad, ¿no? Pues acordé que robaría el acta de defunción, de nacimiento y todos los papeles necesarios. Luego contactamos a un tipo. Tina lo conocía porque ella conocía a mucha gente que había ido a terapias por distintas razones. Ese tipo se encargaba de copiar identidades.

De acuerdo, era algo ilegal, pero Tina creía que estaba protegiéndome de la familia Cash, y lo creía porque tal vez yo había sido muy buena mintiéndole... Aunque, si soy sincera, siempre sospeché que Tina lo sabía y que, en el fondo, ella también quería que yo hiciera lo que iba a hacer, porque la muerte de Henrik le había arrebatado a mamá de su estado normal.

Después de mucho papeleo y pagos de los cheques mensuales de Adrien Cash, finalmente adopté el nombre de Jude Derry, pero Tina y yo también logramos hacer algo aparte: borramos a Henrik y a Ivy como hijos de mi madre y pasamos a Jude como su hija en ese lugar. Mira, yo no sé cómo las personas de los bajos mundos hacen eso, pero lo logran. Créeme, siempre hay alguien a quien sobornar.

Entonces, si investigabas, Jude Derry no tenía ninguna relación con Henrik Damalet. Si Aegan llegaba a investigarme, averiguaría que mi madre estaba enferma. Hallaría a una Elein Derry tratada por VIH, lo que era verdad, pero nada más. Su única hija sería esa tal Jude. Mi madre no era capaz de hablar como para confirmar si era cierto o no.

Después de que el trabajo más duro estuvo hecho, armé mi perfil con las buenas calificaciones de Jude. Realizado eso, busqué fotos de Jude para parecerme lo más posible a ella. Mi cabello era de un castaño que se veía claro a la luz del sol, el de ella era tan oscuro que parecía negro. Me lo teñí para oscurecerlo y me lo corté en capas para cambiar mi estilo. Tiré toda mi ropa vieja y conseguí comprar ropa que me daba un aire de chica un tanto rebelde. Tomé el sol para ponerme morena, le di forma a mis cejas y me hice agujeros en las orejas para ponerme pendientes. Hice todo lo que pude para cambiar mi aspecto, para dejar atrás a la chica que pensaba que una bofetada y una simple humillación serían suficiente castigo.

Y Jude Derry se levantó de la tumba con un rostro nuevo y se fue a Tagus a destruir a los Cash.

Los estuve evaluando por un par de meses. Analicé el entorno de Tagus e incluso trabajé por unas semanas en una cafetería cercana. ¿Recuerdas cuando en el primer libro, en esa fiesta organizada por Aegan en la terraza, una chica se me acercó y dijo que yo le recordaba a alguien? Pues tuvo razón, porque yo siempre estuve cerca, solo que ellos nunca me vieron.

Claro que no todo resultó como esperaba. Hubo cosas inesperadas como conocer a Artie, que Kiana propusiera ese plan que resultó ser una buena tapadera, que los Perfectos mentirosos dirigieran un club secreto y prohibido bajo las reglas de Tagus, y el misterio de Eli Denvers. Otras cosas sí resultaron como esperé: que Aegan me escogiera para ser su novia fue la principal. Estudié mucho sus actitudes durante un tiempo antes de entrar en Tagus. Frecuenté los mismos sitios, observé a las chicas con las que salía y descubrí que todas tenían algo en común: eran sumisas. Aegan no sabía lo que era enfrentarse a un «no», y cuando alguien le negaba algo, hacía lo posible para revertir la situación.

Yo sería la chica del «no».

La noche en la que me senté en esa mesa y reté a Aegan jugando al póquer tuve que tomarme antes unos tragos para no flaquear, porque enfrentarme al asesino de mi hermano no fue nada fácil. Pero mi única esperanza era que eso funcionara y despertara su interés por mí. En cuanto lo logré, gané seguridad y me obligué a continuar.

Cada humillación que Aegan me hizo pasar desde el día en que «me nombró» su novia me tentaba a rendirme, pero siempre pensaba que si Henrik había soportado tantas cosas durante tanto tiempo solo para alimentarnos a mamá y a mí, yo podía soportar también las humillaciones para finalmente destruirlo.

Sabía con exactitud el tipo de personas que eran los Cash, pero empecé a dudarlo cuando me di cuenta de que Adrik actuaba de forma diferente a sus hermanos.

Adrik... Lo admito, fue el gran fallo en mi plan. Jamás me esperé sentir algo por él, algo real que me llevara a cuestionarme mis intenciones, algo que me empujara a creer que quizá él no tuvo nada que ver con la muerte de Henrik, porque después de pensarlo muchas noches, me di cuenta de que mi hermano había mencionado muy pocas veces a Adrik cuando me hablaba de los chicos Cash.

Pero Adrik era quien había entrado en casa de Henrik; mi hermano lo había visto.

Eso me lo recordaba también cada noche.

No puede gustarte uno de los asesinos.

Pero ¿y si no es un asesino?

¿Qué te asegura que no?

¿Qué me asegura que sí?

Solo sabía que Aegan y sus hermanos habían dañado de manera permanente a mi familia. Me habían hecho daño a mí. Me habían quitado a la única persona en todo el mundo que arriesgó su vida en una casa en la que jamás se sintió a gusto solo para asegurar la mía. Yo debía ser fuerte. No podía tener miedo.

No podía abandonar.

Nunca fui una persona cruel, pero la muerte de Henrik me cambió. Tal vez otros habrían reaccionado de forma diferente. Tal vez a ti no te parece gran cosa lo que hice, pero cuando solo tienes pan, y el pan se acaba, aprendes a apreciar el pan. Dentro de la fatalidad y la desesperanza que flotaba en nuestras vidas, Henrik siempre fue el «todo puede mejorar». Entonces, cuando él murió solo quedaron las cosas terribles: mi madre en estado de shock, la casa vacía y su voz en mi cabeza diciendo repetitivamente que los hijos de Adrien estaban maquinando algo contra él. Así que pensé de manera fría, tal como había prometido que haría, y me esmeré en alcanzar mi objetivo aun sabiendo que el triunfo podía arrastrarme igual que el fracaso.

Era peligroso, pero continué. Era absurdo, pero no me detuve. Era una maldad, pero lo vi como un acto de justicia.

Y de verdad estuve segura de que ganaría. Es decir, había llegado a Tagus con la única intención de joderles la vida de alguna forma estúpida, pero había encontrado una maraña entera de mentiras y crímenes. Después de humillaciones, cagadas y muchas improvisaciones, sentí que yo tenía toda la ventaja. Fue incluso como si una mano invisible y mágica pusiera la situación a mi favor, o como si Henrik me ayudara a llevar a cabo mi plan.

Gran equivocación.

Me creí una araña en un universo de hormigas. La realidad es que la hormiga siempre fui yo, atrapada en la telaraña de los Cash.

Y la araña mayor estaba a punto de comerme:

Regan Cash.

Debía responderle.

perfectos_mentirosos-3

1

Tres perfectos mentirosos salieron un día: uno fue a decir muchas mentiras, otro fue a guardar un gran secreto, y el último, como siempre, se esmeró en fingir que era uno de ellos.

Estaba atrapada.

Lo único que podía quedarme bien en ese momento era una etiqueta en la frente que dijera: capturada. Ni siquiera tuve idea de qué hacer o decir. Me temblaban las manos, me sudaban las axilas, un hormigueo me hacía tiritar los labios. Por supuesto que mi cabeza estaba como loca intentando maquinar mil maneras de librarme de esa situación, de elaborar una buena mentira, pero una voz se alzaba entre todas diciéndome: «No podrás. Él lo sabe todo».

Ante mi prolongado silencio, Regan soltó una risa tranquila que marcó el final de su teatrillo y lo devolvió a su maliciosa normalidad.

—Estaba seguro de que te había visto antes, pero no recordaba dónde, y llegué a creer que eran solo ideas mías —comentó con ese encanto y esa nota de diversión omnipresente en su manera de hablar—. Luego entendí que no me acordaba porque fue hace demasiado tiempo...

De acuerdo, al principio había confiado en que Regan no tenía nada que pintar en Tagus. El universo tuvo que haber dado una vuelta muy rebuscada y maquiavélica para llevarlo hasta allí. Eso me tomó por sorpresa. Desde que lo vi aparecer la tarde del aniversario del fundador, comencé a ponerme muy nerviosa. Pensé que mi cambio lo despistaría, que no podría recordarme porque me había visto solo una vez, y hacía años, en un ligero estado de ebriedad; pero lo subestimé.

—¿Y qué piensas hacer? —no pude evitar preguntar, todavía muy quieta.

Regan se encogió de hombros. Sus ojos, poco confiables, sonreían con la astucia y la seguridad de un empresario. Parecía incluso que estar ahí exponiendo los secretos de alguien fuera algo en lo que le sobrara experiencia.

—¿Aplaudirte?, porque me costó confirmar mis sospechas —contestó. Luego me miró de arriba abajo con admiración—. Y solo tienes dieciocho años. Estoy asombrado, Jude. —Hizo un mohín al darse cuenta de que se había equivocado—. Perdón, ¿cómo prefieres que te llame ahora? ¿Jude o... Ivy?

Ivy, mi verdadero nombre. Escucharlo me hizo contener aire. Mierda al cubo.

—Mejor quedémonos con Jude —añadió guiñándome un ojo—, así parecerá menos raro. Ahora, cuéntamelo todo, porque no eres solo una chica que apareció y tuvo la suerte de ser la novia de mi hermano, ¿no?

Me miró con una incitadora complicidad, como si esperara que yo se lo contara todo al instante, que me comportara como una tonta y le escupiera cada detalle.

Pasé a modo supervivencia.

—No sé qué es lo que quieres saber exactamente —fue lo que salió de mi boca. Me sorprendió mi capacidad de control.

Regan alzó ligeramente los hombros.

—Quiero saber cuál es el secreto —dijo con suma tranquilidad—. Debe de haber uno, ¿no? Porque no hay ninguna mancha en tu pasado, no hay ningún historial de crímenes, nada relevante en la vida de esa chica llamada Ivy Damalet. Sí, eres hija de Elein Derry, una mujer enferma, pero no hay nada más... ¿Por qué te cambiaste el nombre si no tienes un pasado sucio y escandaloso que ocultar? —En ese punto entornó los ojos con una ligera suspicacia y lanzó la pregunta con una nota más seria y exigente que un momento atrás—: ¿Quién era Ivy? ¿Y qué ha venido a hacer aquí?

A pesar de que todo lo que había dicho sobre mí era cierto, me centré en una sola cosa: no había nombrado a Henrik. No había dicho: «Eres la hermana del que fue jardinero en mi casa». ¿Acaso...? ¿Acaso esa parte no la sabía?

Considerarlo me abrió una ventana en el cuarto oscuro en el que sentía que Regan me había metido había un momento. Tal vez había una posibilidad...

Sí, tenía que recurrir a cualquier cosa, porque hasta que él no me dijera directamente que sabía que yo era la hermana de Henrik, no afirmaría nada ni soltaría la lengua.

—Ivy era una chica que no valía la pena conocer —me limité a responder.

—Pero ¿qué clase de chica...? ¿Una fugitiva? ¿Una joven inocente? ¿Una asesina? —me preguntó con cierta impaciencia por mi enigmática respuesta.

Esperó a que contestara, y al ver que tardaba en hacerlo, hizo un movimiento con la mano para invitarme a hablar. Maquiné mentalmente mil posibilidades. Todas me parecieron malas, pero...

Al menos surgió una idea.

—Bien, te diré la verdad —suspiré, y fijé la vista en sus ojos (una buena táctica para darle fuerza a una mentira) antes de continuar hablando con serenidad y un aire de aflicción intencional—: Me cambié el nombre porque mi padre era un delincuente y un abusador. Mi madre y yo huimos de él, así que necesitábamos nuevas identidades. Por eso no encontraste nada en mi pasado. No lo hay. Solo un mal padre.

Regan me contempló en silencio. Traté de mostrarme calmada, a pesar de que los latidos del corazón me martilleaban los oídos y el pecho. Era lo mejor que se me había ocurrido. No sonaba falso ni inventado. Era algo muy real que sucedía a menudo. Si lo cuestionaba...

—¿Y eso cómo se conecta con que hace años te vi salir de mi casa? —me preguntó tras un momento de análisis.

A partir de este momento las mentiras salieron de mi boca como si las hubiera planeado desde hacía años y no las hubiese improvisado en ese mismo instante para intentar salvarme. Las pronuncié con tranquilidad y con un buen control de voz. Y parecerá admirable esa habilidad, pero cuando una mentira se cubre con otra mentira, es muy malo. Es terrible. Es como esconder un sarpullido en vez de curarlo. Ese sarpullido se extenderá y al final todos lo verán, pero lo único que yo necesitaba en ese instante era convencer a Regan, así que me arriesgué:

—No vengo de una familia con dinero —empecé a decir—. Cuando no iba a la escuela, me dedicaba a ir de casa en casa vendiendo distintas cosas. Comencé en mi zona, pero después descubrí que de nada servía intentar vender algo a gente sin dinero, y busqué las zonas de los ricos. Pero aun así no era mucho lo que ganaba, así que... —probé con una expresión de ligera vergüenza— con la excusa de vender, lo que hacía era inspeccionar qué había en las casas de esas personas para poder robar. Por eso me viste allí. En ese momento te dije que estaba vendiendo algo, pero era la mentira que utilizaba para ver qué podía sacar de tu casa.

Regan elevó las cejas con cierta sorpresa. Mil cosas debían de estar pasando por su mente y una sola resonaba en la mía: «Que se lo crea, que se lo crea, que se lo crea...».

—¿Así que no hay un objetivo detrás de esa falsa identidad? —preguntó.

—No —contesté como si ya hubiera entregado cada una de mis cartas—. La falsa identidad me protege de que ese imbécil no nos encuentre a mi madre y a mí.

Asintió con lentitud, pero de repente su ceño se hundió de manera ligera y detecté algo de desconcierto en su rostro. Creí necesario añadir algo, ampliar la información sobre el «padre abusador», pero Regan empezó a hablar como si estuviera relatando una historia.

—Una chica que nunca ha tenido mucho dinero llega a Tagus, la universidad más cara del estado, y a los pocos días es elegida novia del popular Aegan Cash. Parece un simple golpe de suerte, porque ni siquiera es tan bonita o tan interesante como para justificar el haber sido escogida por un chico fanático de las copias Barbie, pero entonces te enteras de que su nombre es falso y de que, de hecho, la viste salir de tu casa hace años. Y aunque te parece de lo más raro o, mejor dicho, demasiado conveniente, ella te asegura que todo eso no es más que una simple y casi sorprendente casualidad. —Ladeó la cabeza y buscó mis ojos de la misma forma que un detective buscaría los de un delincuente en la sala de interrogatorios—: ¿Es lo que estás queriendo decirme? ¿O me equivoco en alguna parte?

Me miró tan fijamente que tuve que gritarme a mí misma:

«No tragues saliva».

«No muevas la pierna».

«No desvíes la mirada».

«No titubees».

«Eres Jude y lo que dices es verdad».

—No te equivocas, es justo así —afirmé asintiendo con la cabeza.

Regan curvó la boca hacia abajo y pasó a verse algo asombrado.

—Bueno, admito que me suena rebuscado, pero eso de robar..., bueno, ni siquiera has perdido tu habilidad —dijo entre risas que no compartí—. Estar con Adrik y, también, con Aegan...

Ah, claro, lo sucedido con Adrik ya era de conocimiento público. Aunque cada cosa que soltaba Regan con esa voz clara y maquiavélica no era solo un comentario, era un «también puedo usar esto contra ti».

Notó mi rigidez e intentó corregirse con risas más serenas.

—No te estoy juzgando —me aclaró, como si fuéramos superamigos—. A decir verdad, estoy muy sorprendido. Eres la cosa más simple del mundo, y, sin embargo, has logrado enganchar a dos Cash. Un gran logro.

Supongo que solo «la cosa más simple del mundo» pudo soltar la peor mentira del mundo:

—Bueno, es que me gustaron ambos.

Regan no tuvo nada que decir a eso.

—¿Qué crees que pensaría Aegan si supiera que tu identidad es falsa? —En su rostro apareció una ligera, sutil y maliciosa sonrisa que me recordó mucho a la de sus hermanos—. Es impulsivo, no perdería su tiempo buscando información, solo actuaría movido por la rabia del momento, y como la rabia iría dirigida a ti... —Hizo una pausa como si me invitara a imaginar las peores situaciones—. Las cosas no terminarían nada bien, ¿verdad?

Por supuesto que no. Supiera o no que yo era la hermana de Henrik, si Aegan se enteraba de que Jude no era mi verdadero nombre, de que le había estado mintiendo, se encargaría de destruirme. Era el monstruo que posiblemente había matado a mi hermano y que tal vez había matado a alguien más cuyo nombre no sabía, eso según lo que había oído en el club aquella noche mientras él hablaba con un desconocido y yo escuchaba oculta en el conducto de ventilación. Me esperaba lo peor de él.

—Él solo lo sabrá si tú se lo dices —lancé.

—Y no voy a hacerlo —me aseguró. De nuevo destelló la mirada de empresario a punto de cerrar un trato—. Voy a creerte y guardaré tu secreto mientras hagas algo a cambio.

Me mantuve en calma, como si no estuviera a punto del colapso emocional.

—En ningún momento esperé que fueras a guardarme el secreto sin más —me atreví a soltar con sarcasmo.

—Es que es muy aburrido eso de hacer cosas sin obtener algo a cambio, ¿verdad? —Regan frunció la nariz con desagrado—. Es mejor cuando hay reciprocidad.

Ni siquiera me sorprendieron sus filosofías egoístas.

—Bien, ¿qué es lo que quieres, Regan? —exigí—. Dímelo.

Hizo un silencio de suspenso porque su astucia era tan cruel que él sabía que me estaba impacientando, que necesitaba saber qué demonios quería a cambio de su silencio.

Y lo que soltó definitivamente no me lo esperaba.

—¿Sabes?, desde hace un tiempo tengo la sospecha de que Aegan ha hecho algo muy malo.

Se me paralizaron hasta los parpadeos. Un frío helado me recorrió la piel. Pasé del miedo a la perplejidad en un microsegundo.

—¿Algo como qué? —Me salió de forma automática. Tuve que tragar saliva.

—Es algo que podría meterlo en problemas de los que no podría salir por sí solo —dijo Regan, serio—. Él quizá crea que sí, pero tengo la sensación de que necesitaría mi ayuda o la de nuestro padre, solo que a mí me detesta demasiado como para pedírmela y a nuestro padre le teme demasiado como para contarle la verdad de los hechos si se supiera algo de lo que sea que haya hecho.

Sentí que mis pulmones no estaban obteniendo todo el aire que necesitaba. ¿Acaso se refería a... lo de Henrik? ¿Acaso Regan tenía las mismas sospechas que yo? ¿Sería posible?

—Pero ¿a qué te refieres exactamente? —insistí.

—Lo sabrás en su momento —se limitó a decir—. Pero te diré que quiero ayudarlo, solo que no puedo hacerlo si no estoy seguro de mis sospechas. Y eso es lo que quiero de ti, que me ayudes a confirmarlo todo.

Puse cara de desconcierto.

—¿Cómo haría eso?

—Logrando que Aegan confíe en ti. —Regan esbozó una pequeña sonrisa maliciosa—. Jude, quiero que tú seas la novia que él nunca ha tenido, esa de la que se enamore tanto que no dude en contarte sus más oscuros secretos.

De acuerdo, eso definitivamente no me lo había esperado. Quería que siguiera siendo novia de Aegan, un objetivo parecido al que yo quería, aunque diferente al mismo tiempo. Mucho más difícil.

Pero ¿estaba hablando de Henrik? ¿Sospechaba que Aegan lo había matado? Necesitaba saberlo.

—¿En verdad crees que Aegan va a decirme algo tan importante como lo que tú sospechas? —pregunté en un tono absurdo—. Es más inteligente que eso.

—Si estuviera enamorado de ti, quizá sí...

—Aegan no va a enamorarse de mí jamás —le aseguré.

Regan me miró como si yo no supiera nada de nada y fuera un pequeño e inocente cachorrito. Suspiró divertido y dijo:

—Jude, tienes más posibilidades de las que crees —suspiró de nuevo con su tono divertido—. Créeme, de alguna forma le interesas. Lo conozco lo suficiente como para notarlo. Justo ahora no es nada profundo o real, te considera su juguete, pero podrías pasar a ser algo más. Tú lo impresionas, lo descolocas; esa es una ventaja.

Pestañeé. Me sonó incluso chistoso.

—¿De verdad?

—Sí. Lo que necesito es que él confíe en ti lo suficiente, y luego, cuando te lo pida, tú harás algo por mí.

—¿Qué?

La forma en la que los maquiavélicos ojos de Regan se entornaron y su boca reprimió una sonrisa me indicó que era algo malo, algo peligroso, pero no logré definir qué entre mi nerviosismo e inquietud.

—Lo sabrás en su momento —decidió mantener el misterio—. Mientras tanto, yo te ayudaré a lograr que mi hermano se enamore de ti. Te diré cuáles son sus puntos débiles, y le atacarás por ahí. ¿Cómo están ahora? ¿Siguen siendo novios después de que él se enterara de lo de Adrik?

Bueno, después de que se enterara de lo de Adrik, sí, pero después de lo que me había dicho en el baño mientras casi se moría de diarrea, eso de que habíamos terminado y que ya no éramos novios... Tenía la sospecha de que había cortado conmigo de verdad...

—No lo sé, creo que está enojado y...

—Vas a recuperarlo —dictaminó—. Empezaremos con esto.

Metió la mano en el bolsillo de su pantalón de lino color caqui y sacó una hoja doblada en un perfecto cuadro. Me la entregó y me animó a desdoblarla. Cuando lo hice, vi varias cosas escritas, pero por mi nerviosismo no las entendí.

—¿Qué es esto?

—Es la lista de las cosas que puedes hacer para atacar los puntos débiles de Aegan. Empezarás por ahí.

Oh, Dios. Pensé en cuánto me habría ayudado esa bendita lista al principio para tenerlo comiendo de mi mano, pero también pensé en lo increíblemente cruel que era aquello, incluso más cruel que mi plan de fingir ser una novia enamorada. Pero ¿era más cruel que asesinar a alguien? No.

—Aegan no va a caer, aunque haga todas estas cosas...

—Lo intentaremos —dijo Regan—. ¿Aceptas?

Obviamente, no respondí al instante, como si pudiera darme el lujo de dudar. Por un momento incluso creí entender por qué Aegan detestaba tanto a Regan. No por ser medio hermanos, sino porque era un enemigo digno de admirar. Aquello era inteligente. Sabía que a mí no me convenía que supieran que mi identidad era falsa. Y hablando de conveniencias, en realidad el trato me servía de alguna forma. Todavía había cosas que yo necesitaba descubrir: ¿quién era la joven que estaba muerta? Porque Aegan había hablado de una chica muerta aquella noche en el club secreto nocturno, junto con ese tipo desconocido. Ese podía ser mi billete para el éxito, porque también había un móvil con pruebas. Pruebas reales que asustaban a Aegan.

Necesitaba encontrar ese móvil. Si lo hallaba, no habría fallo. Aegan estaría atrapado. Además, mantenía mi promesa personal de venganza. No quería abandonar por muy peligroso que fuera que Regan supiera mi verdadero nombre. Él no sabía lo de Henrik, pero llegaría a eso en cualquier momento, y haría cualquier cosa horrible con mi secreto. Debía lograr algo antes de que eso ocurriera; si ya no podía demostrar que la muerte de mi hermano había sido culpa de Aegan, demostraría que era un monstruo de cualquier manera.

¿Que él se salvara y yo cayera?

Jamás.

Sabía que el mismísimo diablo estaba delante de mí (por cierto, era condenadamente guapo y aterrador al mismo tiempo), pero prefería que el apellido Cash cayera, aunque yo también tuviera que caer.

—Tenemos un trato —acepté.

Regan extendió una sonrisa complacida y se levantó del banco con intención de irse, pero de repente se volvió como si hubiese recordado algo.

—Por supuesto, ni se te ocurra intentar irte o escapar, porque eso me molestaría bastante —me advirtió con una suavidad amenazante—. Y soy muy bueno encontrando gente. Estaremos en contacto por mensajes. Tengo tu número.

Asentí.

En el instante en que Regan se alejó por los caminos de una feria casi desolada, tomé muchísimo aire, como si no hubiera estado respirando desde hacía rato, como si me hubiera estado asfixiando. Mi cuerpo amenazó con hiperventilar e incluso sentí un ligero mareo por lo abrumador que había sido soltar todas esas mentiras, arriesgándome a que Regan supiera que eran eso: mentiras; pero logré mantenerme consciente y tras un momento pude ponerme en pie e irme.

Obviamente, no volví al apartamento. No quería escuchar los sonidos de felicidad de Artie mientras se enrollaba con Adrik, porque sabía que eso era lo que estaban haciendo. Pues no, gracias. Fui a la biblioteca, el único lugar en Tagus que estaba abierto las veinticuatro horas para que los alumnos se desvelaran estudiando. Me recosté en uno de los sofás de lectura fingiendo leer un libro y pensé un rato.

En cierto momento se me ocurrió enviarle un mensaje a Aegan para comprobar cómo estaba la situación y así poder calcular cuáles eran mis probabilidades de éxito:

«¿Estás bien?».

Su respuesta llegó minutos después:

«No vuelvas a hablarme en tu jodida vida».

Tal vez sí estaba bastante molesto conmigo.

Recuperarlo sería difícil.

perfectos_mentirosos-4

2

A dar la cara, Jude

De acuerdo, mente centrada para los nuevos planes.

Todo había dado un giro dramático: yo ya no era un intento de Cady Heron en Chicas pesadas; era como la Andie Anderson de Cómo perder a un hombre en diez días, pero con otro objetivo: Cómo enamorar a un hombre en un mes.

Todavía más difícil: un hombre como Aegan.

Y el triple de difícil: siendo una chica como yo.

¡Yo tenía todo lo que a Aegan le desagradaba! Nunca me había creído que yo en verdad le gustara. Me había elegido como novia solo para fastidiarme la vida, para vengarse por haberlo humillado en el póquer. Intentar cumplir lo que Regan me había pedido iba a ser muy difícil, porque no solo debía mantenerme cerca de él, que era mi plan inicial, sino que tenía que ganármelo, debía intentar hacerle sentir algo real por mí.

¿Aegan sentía?

Bueno, primero tenía que trazar un camino hacia el supuesto móvil con pruebas. Eso también sería complicado porque no tenía ni una pequeña pista. Ni siquiera sabía de quién podía ser ese teléfono. El asunto no se trataba de Eli. Entonces ¿quién era? ¿Cómo lo averiguaba? ¿Por dónde debía empezar?

Tal vez mi ayudante anónimo podría echarme una mano... Era lo más valioso que tenía en ese momento, solo que no me había enviado ningún mensaje más. Decidí enviarle algo yo:

Necesito tu ayuda. ¿Quién es la chica muerta? ¿Lo sabes?

A la espera de alguna respuesta, debía empezar con la primera cosa de la lista que me había pasado Regan:

Cena especial.

Sonaba bastante cliché, pero no se trataba de la cena ni de la comida, se trataba del hecho de que alguien preparara algo solo para él, de que alguien le tuviera el suficiente cariño como para tomarse el tiempo de organizarle algo especial. Eso era lo que daba en su punto débil, y por ahí pretendía atacar. Así que con mis cosas en una cesta, fui al apartamento Cash. Era un domingo por la tarde. Por un lado, estaba lista para triunfar como falsa novia; por otro lado, estaba nerviosa, asustada, inquieta, porque... ¿y si veía a Adrik? ¿Qué cara tendría que poner? ¿La de «no me importa que hayas besado a otra chica»? ¿O la de «no pienso en ti como una tontita antes de dormir»? ¿O tal vez la de «claro que no me tiemblan las piernas cuando estás cerca porque me dan ganas de besarte, estúpido»?

Aunque en un primer momento no tuve que preocuparme por Adrik, porque la escenita que me encontré mientras subía las escaleras fue extraña: Aleixandre dormido en uno de los escalones, tendido como un borracho muerto. Me impactó. Esa imagen estaba lejos del Aleixandre Cash pulcro y decente. Su camisa estaba fuera del pantalón y desabrochada en el pecho, su cabello estaba tan despeinado como el de Adrik, le faltaba un zapato e incluso se le veían varios chupetones en el cuello, ya sabes...

Uy, ¿qué te ha pasado, amiguito?

Frente a él, estaba Owen, de pie, con las manos metidas en los bolsillos, mirándolo fijamente. No me vio al instante porque estaba muy concentrado observando a Aleixandre con una expresión tan neutral que me intrigó, pero luego notó que no estaba solo y alzó la mirada hacia mí. Apareció una sonrisa cálida en su rostro de chico de playa.

—Jude Derry —dijo como una invitación a que me acercara—. ¿Y esa cesta?

—Oh, vengo a... —empecé a decir mientras subía el resto de los escalones, pero mi mente se fue de nuevo al casi cadáver de Aleixandre—. ¿Qué le ha pasado? No tiene buen aspecto.

—Supongo que se fue de fiesta anoche. —La sonrisa de Owen flaqueó de forma intrigante—. Lo encontré así hace un momento.

¿Y se había limitado a quedárselo mirando? ¡Qué raro! ¿O no...? Una parte de mí sospechó algo, pero lo dejé para pensarlo después.

—¿Quieres que te ayude a llevarlo adentro? —propuse con un encogimiento de hombros.

—¿Tienes fuerza suficiente? —Enarcó una ceja.

—Soy la novia de Aegan, eso te da fuerza para cualquier cosa.

—Touché —dijo, ampliando su sonrisa aún más.

Dejé la cesta en el suelo y ambos procedimos a cargar a Aleixandre, Owen por las piernas y yo por los brazos. Pesaba como un muerto, en serio, pero logramos llevarlo hasta el sofá de la sala. Cuando lo dejamos caer sobre él, el suave golpe lo despertó. Abrió los ojos abruptamente y extendió los brazos como para defenderse de algo.

—¡Yo no sabía la verdad! —gritó de golpe. Fue una reacción chistosa, pero misteriosa.

¿Qué verdad?

Al darse cuenta de la situación, nos miró a ambos intentando reconocernos.

—Bienvenido a la vida —le saludó Owen con mucho ánimo—. ¿Café? ¿Zumo? ¿Más alcohol? ¿Qué desea el señorito Cash?

Hubo un momento de silencio hasta que Aleixandre soltó aire y volvió a dejarse caer en el sofá como derrotado, cansado y aún algo ebrio.

—Vete —le soltó groseramente a Owen.

—Pero si Jude y yo acabamos de llegar. Hemos venido solo a verte —resopló Owen de vuelta, aún divertido—. ¿Qué modales son esos?

Aleixandre no estaba de humor.

—¡Que te largues!

—¿Qué hiciste anoche? —preguntó Owen con curiosidad, en lugar de irse.

—Una mierda que no te importa —zanjó Aleixandre.

Jamás lo había escuchado hablar así. Sus estados de ánimo habituales eran: alegre o coqueto, nunca grosero, nunca desaliñado. En ese instante sonó como... Aegan.

—¿«Esa mierda» —repitió Owen— te sirvió para descargarte por lo de la rueda de la fortuna? Porque sí, todos hablan de que te estabas besando con un chico esa noche. Y sí, hasta hay un vídeo. Y sí, me reí.

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos