Tokyo Ever After. Princesa por sorpresa

Emiko Jean

Fragmento

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EL COTILLA DE TOKIO

A la Mariposa Perdida le cortan las alas

4 de abril de 2021

La boda del primer ministro Adachi con la heredera del imperio naval Haya Tajima, que se celebró en el lujoso Hotel New Otani, estuvo rodeada de un aura de elegancia atemporal. Aunque este fuera el segundo matrimonio para el primer ministro (su primera esposa falleció hace algunos años), no se reparó en gastos. Los hombres vestían de frac y las mujeres lucían sedas. Corrían copas rebosantes de Dom Pérignon y en los estanques de los jardines nadaban cisnes negros importados de Australia. Los invitados eran la auténtica flor y nata de Japón, lo más selecto de la alta sociedad, y entre ellos se encontraba, como no podía ser de otro modo, la familia imperial. Incluso su alteza imperial el príncipe heredero Toshihito estuvo presente, pese a sus actuales desacuerdos con el primer ministro.

Sin embargo, el centro de atención no fue su disputa, ni, a decir verdad, tampoco los novios. El foco de todas las miradas fue la recién nombrada princesa, su alteza imperial la princesa Izumi, también conocida como la Mariposa Perdida. La ceremonia representaba su debut oficial en la sociedad japonesa. ¿Echaría a volar... o caería en picado?

Sin duda, S.A.I. la princesa Izumi iba vestida para la ocasión: lucía un vestido de seda de color verde jade y perlas de Mikimoto sacadas de las cámaras de seguridad imperiales, un regalo de la mismísima emperatriz. A la prensa no se le permitió la entrada a la celebración, pero, según todos los testigos, fue una velada perfecta.

Así pues, ¿por qué la Mariposa Perdida ha sido vista esta mañana subiendo a un tren rumbo a Kioto? La Agencia de la Casa Imperial insiste en que se trata de un viaje organizado al campo que ya estaba previsto, pero todos sabemos que la villa imperial de Kioto es el lugar donde se refugia la realeza para expiar sus culpas. Fue allí donde, el año pasado, su alteza imperial el príncipe Yoshihito se instaló para recuperarse de un viaje no autorizado a Suecia.

Parece que a esta mariposa le han cortado las alas. ¿Qué puede haber hecho S.A.I. la princesa Izumi para merecer la expulsión del palacio de Tokio? Nadie lo sabe. Lo que sí sabemos es que está metida en un buen lío...

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Una mejor amiga tiene la sagrada obligación de convencerte de hacer lo que no debes.

—No lo vas a terminar en tu vida. Lo has intentado. Lo has intentado con todas tus fuerzas —dice Noora, la mejor amiga en cuestión—. Le has puesto ganas.

Las «ganas» que le he puesto al ensayo sobre el crecimiento personal en Las aventuras de Huckleberry Finn han consistido en intentar escribirlo durante cinco minutos. Se suponía que Noora tenía que ayudarme; la he llamado para que me prestara apoyo moral.

—Lo mejor será que nos rindamos y pasemos página —insiste.

Se deja caer en mi cama y se tapa los ojos con los brazos como si se desmayara, la muy dramática.

Su razonamiento es convincente. He tenido cuatro semanas para trabajar en ese proyecto. Hoy es lunes. He de entregarlo el martes. No sé suficientes matemáticas para aproximarme estadísticamente a las probabilidades que tengo de acabarlo a tiempo, pero me juego el cuello a que no son altas. Hola, consecuencias de mis actos. Volvemos a encontrarnos, amigas mías.

Noora levanta la cabeza de uno de mis almohadones.

—Por Dios, tu perro apesta.

Estrecho a Tamagotchi contra mi pecho.

—No es culpa suya.

Mi perro, una mezcla de terrier, tiene una enfermedad glandular rara para la que no hay ni cura ni medicación. También tiene una de esas caras tan feas que son adorables y una obsesión asquerosa por sus propias patas. Siempre se las está chupando.

Estoy convencida de que amar a este cánido es la misión por la que se me puso en la Tierra.

—No puedo pasar del trabajo. Si no lo entrego, suspenderé la asignatura —contesto, sorprendiéndome a mí misma.

Casi nunca soy la voz de la razón. Está bien, lo confieso: en nuestra amistad no hay ninguna voz de la razón. Las conversaciones suelen ser más o menos así:

Noora: propone una mala idea.

Yo: dudo.

Noora: me mira decepcionada.

Yo: propongo algo todavía peor.

Noora: me mira emocionada.

Básicamente, ella es la instigadora y yo quien dobla la apuesta. Es el Justin Timberlake de mi Jessica Biel, el Edward de mi Bella, la Kim Kardashian de mi Kanye West. Mi hermana de otra madre. Estaremos juntas hasta la muerte. Ha sido así desde que nos conocimos en segundo de primaria y nos hicimos amigas gracias al color de nuestra piel (un poco más oscuro que el de los demás niños blancos de Mount Shasta) y a nuestra incapacidad de obedecer instrucciones simples. «Dibuja una flor.» ¡Bah! ¿Por qué no pintamos un paisaje oceánico con estrellas de mar criminales y delfines detectives que no respetan las normas?

Juntas, somos la mitad de una Banda de Chicas Asiáticas (a la que llamamos la BCA, para tener un nombre más corto), aunque nos parecemos más a Las chicas de oro que a una banda de crimen organizado. La otra mitad la forman Hansani y Glory. Las condiciones para ser miembro de la BCA son muy estrictas, y consisten en tener ancestros asiáticos de alguna clase. En otras palabras, somos una banda panasiática. En una ciudad repleta de banderas confederadas y estampados tie-dye, una no puede permitirse discriminar.

Noora me evalúa con la mirada.

—Ha llegado el momento de rendirse. Renuncia. Supéralo. Acepta tu fracaso con resignación. Vamos al Emporium, a ver si ese chico tan mono sigue trabajando allí. ¿Te acuerdas de aquel día que Glory se puso roja y pidió un helado de nata con penes? Venga, Zum Zum, di que sí... —insiste con tono persuasivo.

—Ojalá no hubieras oído nunca a mi madre llamarme así.

Me muevo y Tamagotchi salta de mi regazo. No es ningún secreto: yo lo quiero más a él que él a mí. Da una vuelta sobre sí mismo y se tumba encajando la barbilla en el culo. No puede ser más mono.

Noora se encoge de hombros.

—Pero la oí, y me encanta. Ahora no puedo no usarlo.

—Prefiero Izzy.

—Prefieres Izumi —replica.

Correcto. Pero cuando estábamos en tercero ya había oído como masacraban esas tres sílabas las veces suficientes como para querer simplificar mi nombre. Así es más fácil.

—Si los blancos son capaces de aprender klingon, también deberían ser capaces de pronunciar bien tu nombre.

Cuando tiene razón, tiene razón.

—Cierto —admito.

Mi mejor amiga tamborilea con los dedos sobre su barriga, una señal inequívoca de aburrimiento. Se sienta con una sonrisa gatuna, conspiradora y petulante. Esa es otra de las razones por las que me gustan más los perros. En los gatos no se puede confiar, son capaces de comerse tu cara si te mueres (no tengo pruebas, solo un pálpito

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