Errores (Siete noches 5)

Alys Marín

Fragmento

errores-2

Capítulo 1

Buena vida

El atardecer atraviesa las paredes de cristal, iluminando mi habitación, permitiendo que pueda contemplar con detenimiento la figura de su cuerpo acostado. Su respiración serena ralentiza mis pensamientos y me alienta a despertarla con un beso como a una hermosa bella durmiente. No lo llevaré a cabo porque será complicar la situación. Además, está agotada por la jornada de trabajo para reunir dinero. En cuanto me comentó los problemas económicos de su familia, quise entregar el mío y vender hasta mi alma para que no se angustiase. Sin embargo, lo rechazó. La excusa fue que ella posee manos y piernas con las que currar para conseguir lo suficiente. A mi familia le sobra; mi madre es una prestigiosa científica y mi padre, un empresario farmacéutico.

Me desperezo, estirando mis músculos, y me siento al borde de la cama. Debería ir preparándome para el inicio de las fiestas que prepara mi mejor amigo Adam. Ni tan siquiera le he escrito para decirle que he regresado de mi viaje familiar. Y el motivo es ella, a quien conocí la primera noche que llamó a la puerta de mi colega. Apareció con un traje de tirantes liso azul claro hasta las rodillas; cubriendo sus hombros del color del caramelo, una rebeca blanca de punto y su hermoso cabello castaño al viento. Sus rasgos se veían eclipsados por esas pecas que daban ternura a su rostro. Apenas ella consiguió formular una oración completa y yo escasamente había percibido que me había enamorado. Pese a su traje barato o su rostro al natural, era un joven de quince años que quedó impresionado.

—Helena —pronuncio su nombre en voz baja porque sus manos se cuelan por debajo de mi camisa y acaricia la piel de mi espalda con las yemas de sus dedos, ejerciendo la presión perfecta para relajarme—. Pensaba que dormías.

—Como siempre, te equivocas —juguetea antes de morder mi hombro, divertida, y me encojo al sentir sus dientes.

La enfrento, lanzándome sobre ella y acorralándola contra el colchón. Su cuerpo es pequeño bajo el mío, aunque me gusta que no sea menudita. Ella enrolla sus brazos en mi cuello, tirando de mí para probar sus apiñados labios. No obstante, Helena no es la única a la que le gusta jugar, así que me siento a horcajadas, anclo mis palmas a cada lado de su cabeza para que no consiga robarme un beso. Me conoce tan bien que sabe lo que espero para que acceda a algo que también ansío. Su cabello tiñe mi colcha blanca de un precioso marrón, suave y brilloso.

—¿Qué quieres? —pregunta, picarona, arrastrando una de sus manos para enterrarla en mi pelo rubio más largo de la coronilla—. Me gustan tus mechones revueltos —musita, perdiendo esa chispa traviesa para destapar ternura que derriba cada defensa e impedimento para ceder.

Me desmorono sobre su cuerpo, enterrando mi cara en su cuello y ella me estrecha entre sus brazos con delicadeza. Huele a comida grasosa, aunque también atrapo su olor. Es un aroma fresco y duradero, como es Helena. Con mi nariz aparto su pelo hasta saborear su piel con algunos besos cortos y subo hasta su oído para provocar su risa, ya que es lo que deseo.

—Necesitas un baño —le aviso, alejándome para toparme con sus ojos—. Como te presentes oliendo así espantarás a todos los invitados.

—¿A todos? No creo, solo a los que queden tras huir la mayoría por tu feo rostro —contraataca con una sonrisa divertida que saca a relucir un hoyuelo que pasa casi desapercibido si no te fijas.

Me atrapa distraído y rueda, acabando por encima de mí. Utiliza la misma técnica, con sus piernas en cada uno de mis costados y su trasero sobre mi vientre. Salvo que cruza sus brazos, manteniendo una actitud altiva que embellece el conjunto de una genial chica. Yo aprovecho para acariciar sus muslos sobre ese pantalón de tela que raspa mientras espero a que hable, replique u ordene. Le guiño un ojo para, a continuación, esbozar en mi boca la más cautivadora sonrisa. Me imita, distrayéndome para que no prevea el puñetazo suave que provoca mi risa.

—¿Para qué me invitas a tu casa sin tan siquiera me vas a dar un beso? —se enfurruña.

—Porque me gusta tu compañía —miento porque no solo es eso y soy sincero—. No creo que esté bien.

—Te dije por mensaje que dejaría a Adam, lo hice y ahora te acobardas —se indigna por mi falta de compromiso.

—¿Seguro que lo has hecho por mí? —dudo.

Poseo razones suficientes para no confiar en que sea honesta conmigo. Es decir, ya jugó con mis sentimientos una vez. Estaba en el hogar de mi amigo, destrozado porque mi relación con Alana había finalizado, aunque de manera muy destructiva. Provocando que ella se fuera cerrando un portazo y yo me quedara como estúpido sin poder moverme. Adam se marchó unos minutos para traerme un refresco, ya que no podía parar de llorar. En ese momento, Helena aferró mi mentón, obligándome a mirarla. Con su otra mano peinó mis cabellos rubios con expresión distraída, apartándolos para no cubrir mi rostro. Fue un gesto tan tierno que olvidé la razón de mi llanto. Confuso, arrugué mi camisa con mis puños mientras me convertía en estatua sentado en el sofá, a la vez que ella se había arrimado hasta que nuestras piernas se tocaban. Ella se hallaba allí porque comenzaba a salir con el moreno después de tanto insistir. Pero me pareció una estupidez que desease estar con alguien que ama a otra persona.

—Ella no se merece tus lágrimas porque es incapaz de querer a alguien —me aseguró, liberando mi mentón y arrastrando su mano por mi mejilla hasta sujetar mi rostro.

En ese instante me besó, me alarmé y me incorporé de sopetón. No entendí qué quería ganar con eso o qué quería decir. Igualmente, no tuve oportunidad para preguntar porque regresó Adam, cargando bebidas para los tres. Me estuvo consolando toda la tarde hasta que, por fin, impactado, confuso y desorientado, les indique que me iba a mi casa. No comentó ni insinuó nada de ese corto beso hasta que me fui de viaje con mi familia y recibí un mensaje en plena noche. Por el cambio horario, para ella era el amanecer. En el texto ponía que había soñado conmigo, que estas semanas, separados, sin vernos por mis vacaciones, le había hecho replantearse su relación y que añora pasar tiempo conmigo. Le admití cómo me sentía respecto a ella y me prometió que rompería su amorío.

Todo estaba bien, estaba feliz hasta que me di cuenta lo que suponía comenzar cualquier tipo de acercamiento amoroso con Helena. Debería admitir que tuvimos algo y destrozar la amistad con mi mejor amigo. Esa idea me dio pánico y me arrepentí. La llamé y expliqué la situación en la que se encontraba, y que prefería conservar a Adam. Ella solo me llamó capullo y me colgó. No me devolvía las llamadas ni mensajes. Así que, cuando iba a subir al avión para regresar, me comuniqué con mi camarada, quien me contó que habían dado por finiquitado el noviazgo y lo que más me sorprendió es que parecía tranquilo. Le avisé de que llegaría a tiempo a su fiesta y hablaríamos allí sobre el asunto. No tuve valor de llamarla para confirmarlo, ya que estaba molesta. Pero, tras descender por las escaleras y conseguir cobertura, me atreví. Me esperaba su no contestación. No obstante, me sorprendió su mensaje de si podía pasarse por mi casa al finalizar su jornada. Acepté porque de verdad deseaba contempl

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos