PRÓLOGO
«Traitor» – Olivia Rodrigo
6 DE JULIO DE 2021
Lágrimas frías descendían por mis mejillas dejando un rastro salado en mi piel. Tenía el rostro empapado del dolor que sentía en mi interior, mi vista estaba nublada y los párpados me pesaban. Los sollozos se escapaban por entre mis labios y no podía retenerlos más; intentaba respirar y repetirme que todo estaba bien, que no era mi culpa que me hubiesen roto el corazón.
Porque no, no lo era.
No era culpable de que me rompieran.
No era culpable de haber dado todo de mí y que me fallaran.
A pesar de todo, seguía pensando en una sola cosa: que lo amaba.
Sí, como una completa estúpida lo seguía amando.
En mi cabeza todavía era difícil aceptar que me hubiera fallado. Él tenía mi completa confianza y pudimos haber arreglado nuestras diferencias, o el problema que lo aquejaba, de otra forma. Era lo más lógico. No podía dejar de pensar en todos los otros caminos que pudo tomar.
¿Qué lograba intentando buscar los motivos?
Nada, no debía seguir dándole pie al dolor, debía cortarlo de raíz, cortar la hiedra venenosa y evitar que siguiera creciendo, porque me estaba matando y dolía.
Dolía jodidamente tanto.
Volvíamos a ser extraños. Yo ya no lo reconocía.
Todo me sabía a mentiras, a una escena mal ejecutada, mal narrada y estructurada, como si fuese parte de una obra de teatro de segunda clase.
Mi mente trabajaba a mil por hora y muchas situaciones encajaron en el rompecabezas. Ahora lo entendía todo: aunque lo hubiera querido evitar, era inevitable, estaba en su ADN, en cada decisión mal tomada durante nuestros tres últimos años. Para mí había sido mi mejor período de vida hasta el momento, pero lo que inicia mal, termina mal.
Nuestro comienzo no fue como el de las demás parejas. Empezamos a salir después de una noche de pasión. No tuvimos citas antes de ser novios, no me sonrojé ni me puse nerviosa al esperarlo en alguna esquina. No pensé que fuéramos a tener algo más serio, solo fue sexo casual, aunque nunca es casual tener intimidad con alguien que te gusta.
Los sentimientos siempre se enredan.
Después de un tiempo comenzamos a salir en serio. Parecía un cuento de hadas... él era muy lindo conmigo, lo quería muchísimo, pero el engaño me abofeteó en la cara.
¿Y qué hice cuando vi que me engañó por primera vez?
Lo perdoné.
Y ahora ¿dónde estaba yo? Sentada en el piso abrazando mis piernas, hundida en una pena profunda, con el celular en la mano y el mensaje abierto, la prueba de que me había engañado otra vez, pensando en todo, encerrando mi corazón y preparándome para una separación que no quería, pero que merecía.
¿Tan difícil era recibir lo que deseaba?
Amor recíproco, algo básico, intrínseco y tácito que se entrega cuando tienes una relación.
Ahora lo tendría que seguir buscando en otra parte.
—Me hundí... me hundí en un puto hoyo, uno tan profundo que ya no sé cómo salir de él —susurré mientras trataba de contener las lágrimas.
—¿Qué dices, amor?, ¿estás bien?
No me di cuenta de cuándo mi exnovio había vuelto a casa. No había escuchado los sonidos característicos que me avisaban de su llegada: el motor de su auto, sus pisadas en el piso de madera del departamento y la bisagra de la puerta al abrirla. Un conjunto de señales que relacionaba con él.
Estaba paralizado, mirándome desde la puerta. Sus ojos cafés irradiaban preocupación.
Apreté mis párpados y respiré profundo. No quería reaccionar de mala manera, así que me concentré en la brisa que entraba por la ventana y rozaba mis brazos. Era refrescante, como si lo más delicado del mundo me estuviera acariciando la piel y me diera fuerzas. Pero no lo logré, otra lágrima descendió por mi mejilla.
Marco se agachó a mi lado y me abrazó con fuerzas, susurrándome que todo iba a estar bien.
Bufé, incrédula, mientras me reía. Era imposible que las cosas fueran a ir bien. Me zafé de su agarre y caminé hacia la cocina. El sonido de mi risa había mutado a sollozos que brotaban con intensidad. Solté un grito de frustración. No quería seguir llorando, imploraba parar, pero mi alma necesitaba una liberación, un desahogo definitivo.
—La vida es una mierda... tú eres una mierda —dije mientras me limpiaba las lágrimas con rabia y le plantaba cara—. Vete con ella, no te quiero volver a ver en mi vida.
1
LUCÍA
Siempre había soñado con tener un amor inolvidable, un amor lleno, completo, loco, y enamorarme hasta quedar embobada. Encontrarme riendo mientras miraba el cielo, ver rastros de él en cada nube o recordar pequeños momentos juntos que me hicieran feliz. Soñaba con un amor que me abrazara y que fluyera; uno con el que estuviera segura de que recibiría lo mismo de vuelta, con el que pudiera bajar todas mis barreras, mostrar mi lado más vulnerable, acudir a él en los días de tormenta, dejar todos mis miedos de lado y sostenerme en él.
Alguien que estuviera conmigo y solo conmigo. Alguien que no me dejara recogiendo los trozos de mi magullado corazón del suelo.
Pero no hay.
No existen.
Eso solo pasaba en... los libros. En ese mundo imaginario que escribe un autor para que podamos escapar de nuestra miserable realidad y aspiremos a vivir en un cuento de hadas.
Y, entonces, ¿con qué nos conformamos?
Con un amor a medias, resignándonos al miedo constante de que te puedan fallar y a la costumbre de no expresar nuestros sentimientos, porque al escucharlos se asustan y salen corriendo a la más mínima insinuación de una relación; con un amor...
Espera. ¿Eso es amor?
No lo creo.
Era tiempo de que me conformara con mi amor propio. Y ese era el que iba a empezar a perseguir.
2
LUCÍA
15 DE AGOSTO DE 2021
Fue una pésima noche, no había descansado nada. Me había despertado cada dos horas, porque no dejaba de tener pensamientos intrusivos. Me pesaban los ojos, la cabeza y el cuerpo. Intenté abrir mis párpados, pero me era imposible; sentía que estaban pegados, de seguro de tanto llorar. Levanté mis manos y me los refregué con la punta de los dedos. Quizá así lograría abrirlos.
Pero fue un grave error: después de ese gesto sí que no pude abrirlos.
Me senté y me rasqué el cuero cabelludo. La sensación fue exquisita y se extendió por todo mi cuerpo. Todo mi ser pedía a gritos que volviera a la cama y descansara, me sentía como un perezoso que necesitaba veinte años más de sueño.
Pero no era millonaria y tenía que seguir trabajando.
Un ruido molesto irrumpió en mi ritual de cada mañana. «Lost on You» sonó en el parlante de mi teléfono y supe exactamente quién me estaba marcando.
—¿Aló? —dije con voz ronca.
—¿Qué estás haciendo que aún no llegas, Lucía? ¿Sabes qué hora es?
Giré mi rostro de manera lenta y desorientada hacia mi mesita de noche. Había logrado abrir un solo ojo e hice mi mayor esfuerzo para centrar toda mi atención en el reloj que debía de haber estado sobre la superficie de madera al lado de mi cama. Ese feo y antiguo reloj que me había regalado Marco para mi cumpleaños.
—¿No? Pero deberían ser las ocho y media, como mucho...
—Tienes quince minutos para llegar, la reunión empieza dentro de media hora.
—Mia —dije al teléfono—. ¿Mia?
Había cortado la llamada. Me froté la cara y desbloqueé el teléfono, enfoqué como pude mi vista en la pantalla y en números gigantes vi: 10.30.
Sentí que un frío gélido se colaba por mis huesos.
—Mierda, me quedé dormida.
¿Cómo era posible quedarse dormida y aun así no haber descansado nada? Odiaba la vida, pero en ese momento la odié muchísimo más.
Me paré de un salto de la cama y mis piernas se enredaron con las sábanas. Caí de mentón al suelo, mi celular voló lejos y una maldición surgió desde lo más profundo de mi garganta, escapándose por entre mis labios.
—¡Odio los lunes y todos los días de la semana en los que se trabaja! —grité.
Agarré mi humanidad y salí trotando en busca de mi bolso, ropa limpia, mis llaves y mis cosas esenciales. Corrí al baño, dejé todo lo que traía en el suelo y me desnudé.
La clave para empezar un buen día era bañarse, pero estaba más que claro que ese no sería un buen día y yo no me daría un baño. Me limpié como pude y luego me puse ropa, me hice una coleta decente, me lavé la cara —en eso consistió mi skincare— y salí del departamento.
Nunca había querido vivir en uno, siempre decía que solo era comprar un pedazo de aire, pero al crecer e independizarme me surgieron unas ganas locas de estar en un edificio, ver la recepción, subir las escaleras y tener vecinos guapos cerca. En días como ese lo odiaba con la vida, porque nunca vi a ningún vecino guapo y tener que bajar infinitas escaleras me hartaba. Era habitual que el ascensor estuviera en mantenimiento.
Después de comerme las uñas de todos los dedos y de haber muerto tres veces por la ansiedad de no encontrar autobuses ni taxis, al fin llegué al hospital. No tenía turno, pero había una reunión importante para todas las enfermeras y era necesario que estuviera.
Me detuve al lado de la puerta de la sala de reuniones, planché mi ropa con la palma de mi mano intentando alisar las arrugas, pero fue imposible. Solté un suspiro y tomé el pomo de la puerta para abrirla lentamente. Entré con la cabeza gacha para pasar desapercibida y caminé encorvada y a paso veloz hacia el primer asiento libre. La habitación estaba a oscuras, salvo por la luz que emanaba del proyector que reproducía la presentación de la enfermera coordinadora. No escuchaba nada más que el tambor de mi corazón latiendo a mil por hora. No tenía buen estado físico, por lo que cualquier actividad aceleraba mis pulsaciones, que ahora parecían estar en las nubes.
Respiré profundo para recuperar la compostura y me senté lo más derecha posible mientras giraba mi rostro a las personas más cerca y las saludaba con la cabeza. A pesar de que no conociera a nadie, no debía ser mal educada.
Llevaba dos meses trabajando en aquel hospital, me habían contratado para hacer un reemplazo y mi jefa ya me había prometido un puesto fijo para el mes siguiente. Siempre mencionaba lo bien que trabajaba, lo emocionada que estaba de que siguiera en el hospital. Yo también estaba muy feliz y expectante, quedaban dos días para que terminara el mes, pero aún no tenía noticias del puesto. Les estaba rezando a todos los dioses existentes para que se pusieran a mi favor.
Mi teléfono vibró y lo saqué con cautela, sin quitar la vista del frente para que la expositora no pensara que no le estaba prestando atención. Bueno, realmente no lo estaba haciendo, pero no quería que se diera cuenta.
De reojo vi en la barra de notificaciones que tenía un mensaje de Mia.
Mia (11.30 h)
Tenemos que hablar después de la reunión,
nos vemos en mi oficina.
La reunión se alargaba y mis nervios aumentaban con cada segundo que pasaba, tanto así que no logré prestar atención a nada de lo que salía de la boca de la presentadora. Estaba ansiosa por saber en qué servicio seguiría trabajando, si es que efectivamente me dejaban en alguno.
Nunca lograba manejar mis nervios y ahora era peor. Mi mente se paseaba por todas las malas noticias que mi jefa me podría dar. Lo único bueno de ese método de supervivencia era que luego no me sorprendía si la vida me abofeteaba con algún mal resultado. Un profesor de la universidad me había dicho que si no me sentía nerviosa frente a un nuevo desafío o suceso que se presentaba en mi vida era porque no me importaba. Tenía razón y a mí este trabajo me importaba muchísimo. Al fin me había independizado y por nada del mundo quería volver a la casa de mis padres.
Caminé a paso de tortuga hacia la oficina de Mia.
A pesar de todas las situaciones, conversaciones y malas noticias que mi mente ya había imaginado, tenía una ligera esperanza de que fueran buenas nuevas.
Pisé el último escalón que me llevaría al cuarto piso, allí donde me esperaba mi futuro. Había optado por las escaleras porque consideraba que en ese tipo de situaciones iba de maravillas hacer un poco de ejercicio. Mi sistema cardiovascular me lo estaba agradeciendo cuando mi teléfono empezó a sonar.
Solté un suspiro de agradecimiento al ver quién llamaba y respondí.
—¿Aló? ¡Amiga! No sabes el gusto que me da escuchar tu voz —dramaticé.
—¿Qué ocurre? ¿Estás en problemas?
Caminé hacia la ventana para no quedarme en medio del pasillo y aprovechar de contemplar la vista. No había nada que me gustara y aterrara más que las alturas. Tenían algo sensual que entregar, en este caso, la espectacular panorámica que se ve desde un cuarto piso.
—¿Crees que siempre estoy en problemas? —pregunté curiosa.
—¿Quieres la verdad?
—Por supuesto, Valeria.
—No estás preparada para la respuesta.
—¿Me estás tomando el pelo?
Soltó una carcajada al otro lado de la línea y yo no pude evitar sonreír. Era impresionante lo bien que me hacía Valeria y lo relajada que me sentía después de conversar con ella o de verla.
—Te llamaba para invitarte a almorzar. Tengo ganas de comer pizza. ¿Te parece?
—¿No tienes turno?
—No. Bueno, sí tengo, pero hoy me toca de noche, así que estaba pensando que podíamos pasar tiempo juntas, ¿qué dices? Sé que han sido días horribles para ti y quiero ser una buena amiga... más de lo que ya soy.
Sonreí, satisfecha. Agradecía al universo por haber puesto una amiga así en mi camino, una que realmente se preocupaba por mí y estaba en mis peores y mejores momentos. Nunca olvidaría que en la universidad prácticamente la obligué a ser mi amiga y después de eso no nos separamos nunca más.
—¡Claro! Termino una pequeña reunión y voy para allá. Mi jefa pidió hablar conmigo... por lo de la continuidad.
—Ayyy, nena, todo irá bien, ambas sabemos que eres una enfermera excelente, así que confía en tus capacidades. No olvides que te adoro —dijo y escuché el sonido de un beso—. Con todo el ánimo, leona. ¡Sé que lo conseguirás!
—Gracias, Vale. Eres la mejor. Después te cuento con lujo de detalles.
—Hablamos, amiga. ¡Beso!
Colgué el teléfono y respiré profundo. Estaba lista para saber qué sería de mi futuro. Me giré y caminé hasta quedar frente a la puerta. Toqué con los nudillos y vi que la mano me temblaba. Erguí más mi espalda.
Mia abrió la puerta y me recibió con una sonrisa.
3
LUCÍA
«Lights Out» – EXO
Cerré la puerta y caminé perezosamente hacia el interior. Me quité el abrigo y lo colgué en el perchero. Los días habían empezado a estar más fríos, igualitos a como se estaba sintiendo mi corazón. Me quité los zapatos y me acerqué adonde estaba mi amiga mirando alrededor. La estancia seguía igual que siempre.
El departamento de Valeria era chiquito, solo tenía una habitación, el baño y la sala de estar que también era comedor. Tenía una mesa pequeña sobre una alfombra peluda en la que nos sentábamos para estar a la altura correcta. Era estilo japonés y me entretenía poder comer de esa manera.
Me senté junto a ella, me quité el blazer y lo dejé en el piso. No me importó que se arrugara, ya no lo iba a usar más, por lo menos no durante el día. Me relajé y apoyé la espalda en el sofá que tenía detrás. Realmente ese no era mi mes. O, mejor dicho... al parecer no era mi año.
Suspiré mientras me masajeaba la frente.
—¿Cómo te fue con tu jefa? —preguntó Valeria acomodando la caja de pizza y los refrescos en la mesa.
Una mecha de su cabello dorado se le había escapado hacia adelante y se la acomodó detrás de la oreja. Se había amarrado sus rizos de forma descuidada, como siempre hacía cuando yo iba a su departamento y al igual que yo hacía cuando ella iba al mío. Me fijé en sus manos y vi que tenía las uñas cortas, limadas y con un esmalte trasparente. Una vez que eres enfermera te olvidas de que te las puedes pintar.
Se sentó sobre las rodillas de manera cómoda. Llevaba un buzo y una camiseta deportiva, pese a que no hacía ejercicio. Habíamos ordenado una pizza familiar con carne, extra queso, aceitunas, jamón y orégano. Venía, además, con papas fritas y refrescos, el menú típico de cuando estábamos juntas.
—¿Cómo crees que me fue? —Solté el aire de mis pulmones y trasformé la expresión de mi rostro en la más triste que pude, a modo de broma.
Me incliné hacia delante, saqué el pedazo más grande, porque estaba hambrienta, y comencé a comer.
—¡No lo sé, cuéntame!
—Entré en su oficina, fue muy simpática, me dijo que tomara asiento. Yo estaba totalmente nerviosa, así que me senté en silencio y esperé a que Mia empezara a hablar. Cuando vi que no decía nada le pregunté qué pasaba, si es que sabía algo del puesto en el que me iba a quedar o si es que me iba a decir otra cosa. Hoy era mi segundo día libre, mañana se suponía que tendría que volver a trabajar, pero...
Suspiré frustrada y le di un sorbo a mi bebida para terminar de masticar la comida. Había hablado con la boca llena sin que me importara.
—¿Pero? —me preguntó Valeria con sus ojos verdes bien abiertos, expectantes de lo que iba a decir.
—Pero no tengo que ir mañana. Llegó la colega a la que estaba reemplazando, y además me comentó que el puesto que tenía pensado para mí se lo había dado a otra enfermera. «Lo siento, pero no puedo hacer nada. Es la hermana del director», agregó.
—¿Qué? ¿Estás de joda?
Amaba ser su amiga, porque todos los acentos que se me pegaban se le terminaba pegando a ella también, aunque no le gustaran las series españolas.
—Estoy muy enfadada, Lucía. ¿Cómo pueden ser así? Llegan y desechan a los buenos funcionarios para beneficiar a sus familiares. ¡Ay, no sabes lo enojada que estoy! No te lo merecías, yo vi cómo te esforzaste. No es justo, Lu. Además, ¿por qué no te avisó antes? Mínimo respeto para que no quedaras cesante de un día para otro. ¡Qué descaro! —dijo casi gritando.
—Sé que no es justo. Nada de lo que me ha pasado el último mes es justo. Primero Marco me engañó y ahora que por fin logré salir de la casa de mis padres e irme a vivir sola no tengo trabajo. Bien sabes que tuve algunas ofertas laborales, ¡pero es que Mia me lo había prometido! Y ahora, por confiar, me quedé sin nada.
No pude evitar dejar la pizza en la caja de nuevo y abrazarme las rodillas. Ni siquiera me limpié los dedos grasientos antes de tocar mi ropa, eso quería decir que estaba muy triste, ya que era una maniática de la limpieza. Sentí las lágrimas bajando por mis mejillas y traté de respirar profundo para dejar de llorar.
—¿Por qué estoy llorando otra vez? Ya basta, Lucía —me reprendí.
Estaba harta de sentirme así, harta de que nadie me valorara, de que todos me terminaran haciendo daño. ¿Cuánto podía seguir aguantando mi corazón?
—Ay, amiga. Llora todo lo que quieras.
Valeria dejó su trozo al lado del mío y me atrajo hacia su pecho con sus brazos, apretándome y haciéndome cariño en la espalda. Fue inevitable que mis emociones se dejaran llevar y soltara todo lo que tenía acumulado. Todo el dolor, la decepción y la frustración. La abracé con fuerza y aspiré su dulce aroma a limón, algo característico de ella.
—Eso, bótalo todo. Necesitas sentir tus emociones y darles su lugar. No las reprimas. Está bien llorar cuando algo te hace daño, y este último tiempo muchas cosas te han hecho daño, pero quiero que me prometas que a pesar de todo no te quedarás en el hoyo, ¿oíste? Me tienes a mí y me puedes llamar cuando lo necesites, a la hora que quieras y cuantas veces quieras. ¿Está bien?
La abracé aún más fuerte y hundí mi cara en el hueco de su cuello.
—Lucía. ¿Me oíste?
Se separó de mí y me acunó la cara entre sus manos, obligándome a hacer contacto visual.
—Sí, te oí. Te lo agradezco muchísimo. Tu amistad es lo que más necesitaba en la vida. Y te prometo que no me dejaré hundir.
—Esa es mi chica.
Después de unos minutos me sentí muchísimo más calmada y me separé de mi amiga. Me sorbí la nariz, pero no fue suficiente, los mocos llegaron de igual manera a mis labios, así que estiré la manga de mi blusa y me la pasé para quitármelos. No tenía papel higiénico cerca, aunque la verdad es que me daba lo mismo.
—¿Te sientes mejor?
—Sí, muchas gracias, Val.
—Está bien, pero no te vuelvas a limpiar los mocos con las mangas —dijo mientras reía y me pasaba una servilleta—. Es asqueroso.
Estallé en risas y sentí cómo mi corazón se llenaba un poco más de felicidad. Iba a ser difícil llenar los vacíos que me había dejado mi ex y la ausencia de un trabajo estable, pero junto a mi buena amiga lo haría.
—No sé qué haré ahora con el departamento. No tengo muchas cosas, pero no sé si seré capaz de seguir pagándolo.
Intenté respirar con calma. Mis problemas me estaban agobiando muchísimo y no sabía cómo gestionarlos. Me sentía encerrada en una caja, vacía, sola y sin salida, una caja rodeada de paredes de vidrio que me dejaban admirar el exterior, haciéndome sentir celos de que los demás tuvieran las cosas tan claras y yo no pudiera salir de ahí.
La presión en el pecho volvió y quise llorar otra vez.
Me encontraba perdida.
—No te atormentes. Echa los pensamientos intrusivos de tu mente, buscaremos una solución juntas. No estás sola en esto. Ya verás que este bache lo podremos tapar y después caminarás por encima de él como una puta ama. Porque lo eres, eres la puta ama.
—Nunca podré agradecerte lo suficiente que siempre estés para mí, en las buenas, en las malas y... en las peores.
—Es mi labor de mejor amiga, y aunque no fuera mi labor sería un placer. No me gusta ver que pierdes tu brillo tan característico. Eres como el sol cuando entras a un lugar, Lucía, alumbras la estancia con el solo hecho de sonreír y de ser tú. No sé si te has dado cuenta, amiga, pero eres mucho más de lo que crees que eres, tienes una capacidad gigantesca de hacer todo lo que te propones, y no estoy de acuerdo con que un imbécil de mierda que te engañó y no te valoró, sumado a la nula lealtad de tu antigua jefa, te hagan caer.
Me miró con cara de preocupación y continuó.
—Saldremos adelante. Estoy contigo en esta y en todas, Lu.
Me abalancé sobre ella y la abracé con todas mis fuerzas. No sabía lo que había hecho en esta vida o la anterior para merecer a alguien así.
Permanecimos en esa posición un momento, porque lo necesitaba, necesitaba contacto físico y sentir su cariño.
Suspiré. Mi estado de ánimo estaba mejor, mucho mejor. Por fin pude sonreír sinceramente, porque en ese momento realmente me sentí feliz.
Me separé de Valeria y asentí con la cabeza.
No hacía falta decir nada más, así que me giré hacia la pizza con las tripas rugiendo y tomé el pedazo que había dejado a medias. Estaba exquisita y comí lento para degustar todos sus sabores.
—La mejor pizza de todas.
—Concuerdo contigo, nena.
4
LUCÍA
¿Qué somos las personas?
Un conjunto de recuerdos, momentos, sensaciones, olores, canciones y frases. Somos lo que vivimos y los errores que cometemos, somos la fuerza y la voluntad que ponemos, somos la capacidad de aprender de nuestros tropiezos para no volver a repetirlos, somos el amor que damos y el respeto que entregamos.
Somos un montón de cosas, pero por sobre todo somos valientes al vivir la vida, al superar cada obstáculo, al levantarnos y sanar nuestro corazón, al aceptar que nadie es perfecto y que estamos propensos a dañar y ser dañados por otros.
Pero no por eso vamos a permitir que lo hagan a