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Sentada en su ático de lujo en Roma, Cosima Saverio contemplaba a través de la ventana la familiar imagen de los monumentos y los tejados de la ciudad durante la salida del sol. A lo lejos vio la basílica de San Pedro y la Ciudad del Vaticano, la cúpula de la iglesia de San Carlo al Corso, y, hacia el norte, la villa Médici y los jardines Borghese. Nunca se cansaba de ese panorama, y era su momento del día favorito, antes de que la ciudad cobrara vida. La temperatura resultaba algo elevada ya a esas horas, y a media mañana haría calor. Unos instantes más tarde, apostada frente a la barandilla del balcón, observó frente a sí la piazza di Spagna, la Escalinata Española, la fuente della Barcaccia y la iglesia Trinità dei Monti.
El apartamento estaba convenientemente situado en la planta superior del edificio que acogía el negocio familiar. Los Saverio confeccionaban los artículos de cuero más elegantes de Italia, o más bien de Europa con la única salvedad de Hermès —su rival y una empresa con presencia en todo el mundo—. Los productos de piel de los Saverio solo se vendían en dos tiendas: una en Venecia y otra en Roma.
Igual que todos sus antepasados, Cosima había nacido en Venecia, en el seno de una familia ilustre cuya historia se remontaba al siglo XV. El palazzo Saverio seguía perteneciéndoles a pesar de que su padre se había trasladado a Roma poco después de que naciera Allegra, la hermana menor, y Cosima había vivido casi toda la vida en el mismo apartamento de la planta superior del edificio que albergaba la tienda, junto con sus padres y sus hermanos. Su hermano Luca, menor que ella, tenía un chalet propio en la via Appia Antica, y Allegra vivía en un apartamento más reducido en la planta inmediatamente inferior a la suya, donde disponía de un estudio de diseño. Su hermana estaba más cómoda allí porque el ascensor no llegaba al ático. Cosima vivía en solitario esplendor en el mismo apartamento donde se había criado, al cual accedía por una estrecha escalera y cuya terraza le ofrecía una vista de trescientos sesenta grados de la ciudad que consideraba su hogar. Venecia conformaba su historia, pero Roma era donde vivía y trabajaba, y donde dirigía el negocio familiar que había heredado quince años atrás, tras cumplir veintitrés.
De joven, nunca se planteó dirigir la empresa ni trabajar allí. Cuando sus hermanos y ella eran niños, su padre pensaba que Luca algún día la heredaría y sería quien ocuparía su puesto, pero este nunca mostró el mínimo interés a pesar de que era el varón. Sus amigos eran los hijos malcriados y consentidos de otros nobles italianos, y Luca, desde jovencito, sentía pasión por los cochazos y las mujeres despampanantes. No tenía el interés de su padre por el negocio ni el talento de su abuelo para crear belleza a partir de su excepcional trabajo de artesanía. Ottavio Saverio había diseñado personalmente todas y cada una de las piezas para su tienda de Venecia, ya fuese una silla de montar, un bolso de cocodrilo o un exclusivo par de zapatos personalizados. Quienes estaban acostumbrados a lo mejor de lo mejor, reconocían en cualquier parte las piezas creadas por él.
Ottavio Saverio era el octavo hijo de un respetado banquero veneciano y el único varón de la progenie. Fue quien heredó el palazzo de Venecia cuando todas sus hermanas se casaron y se trasladaron respectivamente a Florencia, Roma y otras ciudades de Europa. Ninguna de ellas deseaba cargar con la mansión en la que habían crecido, con sus cuatro siglos de antigüedad y un mantenimiento costoso y problemático. Ottavio empleó el dinero de la herencia en comprar la parte del palazzo que les correspondía a sus hermanas, y con lo que le sobró fundó la tienda en una de las estrechas calles adyacentes a la plaza de San Marcos, donde concibió las magníficas piezas de marroquinería y se ganó su reputación en toda Italia, y más tarde en Europa, por el exquisito trabajo que realizaba. Cada una de sus creaciones era una obra maestra de lujo y belleza, elaborada a partir del mejor cuero y las pieles más exóticas. Al principio, se trataba de piezas exclusivas únicas. Ottavio cumplía rápidamente con los pedidos y el fructífero negoció creció de forma asombrosa en menos de una década. Durante todo el tiempo que lo regentó, él fue el maestro artesano y el genio que se ocultaba detrás de la marca. Los productos Saverio solo se vendían en la tienda de Venecia. Las mujeres esperaban un año o incluso dos para que respondiera a sus pedidos, y el resultado jamás las decepcionaba. La lista de clientes de Ottavio incluía a miembros de la realeza, mujeres famosas, artistas de cine y personas adineradas de todo el mundo.
Su único hijo, Alberto, jamás fue un artesano como su padre, aunque Ottavio lo hizo formarse como aprendiz durante dos años para que entendiera la clase de productos que vendían y cómo estaban hechos. Sin embargo, a Alberto le interesaba más la parte empresarial. Cuando heredó el negocio, conservó la tradición de su padre según la cual los productos Saverio se vendían en su propia tienda y en ninguna más.
A la muerte de Ottavio, Alberto mantuvo la tienda en Venecia y se trasladó a Roma junto con su esposa, Tizianna, y sus tres hijos. Compró el edificio que aún alojaba la tienda e hizo construir el apartamento del ático que había sido el hogar de la familia y donde ahora Cosima vivía sola. Cuando Allegra fue lo bastante mayor para vivir por su cuenta, Cosima hizo arreglar el apartamento de la planta inferior para que las dos dispusieran de su espacio privado. Luca ya se había trasladado a su propia casa al cumplir veintiún años, momento en el que Allegra todavía tenía diecisiete.
Cuando su padre abrió la tienda en Roma, esta causó sensación y el negocio creció de forma exponencial. Alberto había adiestrado a su hijo desde que era niño para que dirigiera la empresa familiar, pero nunca consiguió captar el interés de Luca. Este jamás comprendió la magia de lo que habían creado ni se preocupó por ello.
Lo que Alberto deseaba era que la actividad aumentara sin renunciar a ninguna de las tradiciones de su padre. La línea que separaba ambas cosas era muy fina, y Alberto atesoraba planes ambiciosos que siempre resultaban un poco más caros de implementar de lo que había previsto, con lo cual el beneficio no era tanto como esperaba. Tenía una vista infalible para la calidad y la belleza, y él mismo era un hombre de una elegancia excepcional. Junto con Tizianna, se encontraba entre las figuras sociales destacadas tanto en Venecia como en Roma, y ambos desprendían un aura de refinamiento y estilo.
Cosima había heredado en parte esas cualidades, pero tenía un carácter más introvertido que sus padres, y adoraba sus estudios. Siempre se había sentido aliviada al pensar que no tendría que dirigir el negocio. Todos los veranos trabajaba en la tienda de Roma durante un mes para complacer a su padre, ya que era una hija obediente. Luca lograba escapar a esa obligación porque tenía cinco años menos que ella, y Allegra era aún una niña.
Durante julio y agosto la familia se trasladaba a su otra casa, en Cerdeña. Pasaban dos meses gozando de las embarcaciones de su propiedad y disfrutando con los amigos a quienes alojaban con ellos. Las invitaciones a su casa eran muy codiciadas. Alberto y Tizianna eran unos anfitriones estupendos, y, a cambio, recibían invitaciones para ir a un montón de sitios, o bien nuevos amigos les expresaban su deseo de que los visitaran con la esperanza de que algún día ellos los acogieran en su casa. Eran muy generosos en cuanto a la hospitalidad y la abundancia con que agasajaban a los huéspedes. Cosima todavía recordaba las extravagantes fiestas que ofrecían sus padres, tanto en el apartamento de Roma como en el palazzo de Venecia, donde celebraban espléndidos bailes.
Tras discusiones interminables con su padre, Cosima decidió estudiar Derecho. Fue a la universidad en Roma y vivía en casa. Guardaba muy buen recuerdo de la universidad, de los estudios y de los amigos que hizo en esa época. Su padre bromeaba diciéndole que algún día sería la abogada de la empresa. No esperaba que llegara a dedicarse a la profesión jurídica, pero creía que la carrera podía serle útil para el negocio si no se casaba antes. La madre de Cosima jamás trabajó, y Alberto confiaba en que sus hijas tampoco lo harían.
Allegra, la más joven de los tres hermanos, había heredado el talento de su padre y sentía pasión por el diseño. Se pasaba la vida trazando esbozos de vestidos, bolsos y zapatos en cualquier trozo de papel. Tenía una naturaleza alegre y positiva, y ya de niña disfrutaba viviendo en la estela de la intensa vida social de sus padres. Le permitían asistir un rato a las fiestas, y ella deseaba invariablemente quedarse allí toda la noche. A Cosima no le interesaban tanto, pero contaba con un buen grupo de pretendientes entre los hijos de los amigos de sus padres, aunque Allegra tenía una tendencia al flirteo mucho más acusada que su hermana mayor. Cosima siempre había mostrado una personalidad más seria y estudiosa, mucho más que sus hermanos menores.
Luca tenía cinco años menos que Cosima, y Allegra, nueve, de modo que era cuatro años más joven que Luca y detestaba que la trataran como a una niña pequeña. No veía la hora de hacerse mayor y descubrir el mundo en toda su grandeza. Luca detestaba dedicar tiempo a la familia y prefería la compañía de sus amigos. Durante la adolescencia, tuvo un lado rebelde que sus padres se esforzaron por limar sin demasiado éxito.
A los veintitrés años, a Cosima le quedaba por terminar de cursar el último año de Derecho en Roma. Llegó a la casa familiar de Cerdeña tras haber trabajado en la tienda durante un mes en vacaciones, como siempre. No se dedicaba a los clientes, sino a tareas administrativas en el despacho, y todos los años recibía grandes elogios por su eficiencia. Gozaba de la mente precisa de una futura abogada y la rubia belleza de su madre. Allegra y Luca habían heredado el cabello castaño de su padre, y tanto Cosima como Allegra tenían los ojos de un intenso azul por legado materno. Tizianna procedía de Florencia, y Cosima compartía su belleza de rasgos refinados típicamente florentina. Luca y su padre tenían unas facciones aristocráticas clásicas propias del tipo de una moneda romana.
El verano anterior al último año en la facultad de Derecho, Cosima llegó a Cerdeña justo cuando sus padres estaban a punto de partir hacia Portofino para pasar un fin de semana con unos amigos que poseían una casa allí y que acababan de comprarse una nueva lancha motora. Luca iba a ir con ellos, pero unos amigos suyos daban una fiesta en Porto Rotondo, por lo que cambió de idea en el último momento y decidió quedarse en Cerdeña. Cosima también. Estaba cansada después de haber trabajado seis días a la semana en la tienda durante un mes, de modo que sus padres se marcharon y llevaron consigo a Allegra, de catorce años, puesto que los anfitriones tenían una hija de la misma edad. También tenían un hijo de una edad parecida a la de Luca, pero este lo consideraba un aburrido y se congratuló de librarse del fin de semana en Portofino. Ni siquiera el cebo de una nueva lancha motora lo tentaba.
Cuando se fueron, la casa quedó en silencio. Luca desapareció para reunirse con sus amigos de inmediato, y Cosima se relajó y se tumbó al sol, contenta de disponer de un rato a solas. Sabía que el fin de semana siguiente le esperaba una casa llena de invitados y que sus padres querrían que los ayudara a entretenerlos, de manera que se alegró de tener tiempo para leer y tomarse las cosas con calma antes de que volvieran.
El fin de semana en Portofino acabó en tragedia. Los anfitriones permitieron que su hijo de diecinueve años, temerario y rebosante de energía, guiara la lancha motora en la que viajaban todos, y esta chocó con otra embarcación a toda máquina por culpa de que el joven conducía con imprudencia un vehículo nuevo con el que no estaba familiarizado. Los dos barcos chocaron y estallaron por los aires. Ambos matrimonios murieron al instante, igual que el hijo de los anfitriones, que dirigía la lancha, y también la hija. La única superviviente fue Allegra, que sufrió quemaduras serias en la mayor parte del cuerpo y una lesión en la médula espinal tan grave que obligó a trasladarla en avión a Roma para intervenirla quirúrgicamente.
Cosima recibió el aviso el sábado por la tarde. Entró en casa desde la piscina para contestar al teléfono. Al cabo de veinte minutos, se había vestido y estaba esperando un taxi que la llevara al aeropuerto para volar a Roma y hacerle compañía a Allegra. Sus padres habían muerto, y ella se sentía conmocionada, incapaz de dar crédito a lo ocurrido. Se debatía entre la tristeza por la muerte de sus padres y el miedo por el estado de su hermana tras el accidente. Ahora todo dependía de ella, y también era responsable de su hermano. De pronto, tenía que enfrentarse a decisiones de adulta. No logró comunicarse con Luca antes de iniciar el viaje, ya que este se hallaba en el barco de la familia en Porto Rotondo, y tuvo que dejarle una nota explicándole la terrible noticia. Cuando llegó a Roma, él la llamó hecho un mar de lágrimas y ambos lloraron juntos por sus padres y por Allegra.
Cosima pasó las semanas siguientes al lado de su hermana mientras esta se recuperaba de la intervención en un estado de coma inducido a la espera de que se le curaran las quemaduras. Eso le concedió a Cosima mucho tiempo para pensar y llorar la muerte de sus padres. Tras la operación, los médicos le dijeron que su hermana no volvería a andar: tenía la médula espinal seccionada. Eso supuso otro tremendo golpe tras la pérdida de sus progenitores.
Dejó a Allegra sola en el hospital el tiempo imprescindible para planear el funeral de sus padres en Venecia y asistir a él, y regresó junto a su hermana tan rápido como pudo. Permitió que Luca volviera a Cerdeña, tal como deseaba, puesto que no podía dedicarle tiempo mientras Allegra siguiera ingresada y él no quería pasar el resto del verano en Roma.
Al principio, Luca tuvo un bajón de ánimo y estuvo muy triste por la muerte de sus padres, pero, en cuanto empezó a sentirse mejor, retomó sus viejas costumbres; y al final del verano estaba viviendo la vida loca con sus amigos, que habían acudido a visitarlo desde diversos puntos de Italia sin supervisión parental. Cosima se hallaba en Roma y no podía controlar a su hermano ni quería dejar sola a su hermana. Allegra también luchaba por recuperarse de la pérdida de sus padres y por mover las piernas. Cosima solo se apartaba de su lado a ratitos para ir al despacho de su padre y tratar de comprender lo que necesitaba saber. Tanto la secretaria de su padre como el abogado de la familia, Gian Battista di San Martino, resultaron de gran ayuda y trataron de trasladarle toda la información posible en muy poco tiempo. Casi todos los días le llevaban documentos para que los firmara en el hospital. Y Gian Battista se convirtió en una presencia constante y un importante apoyo en el que Cosima podía confiar. A veces la llevaba a cenar fuera solo para que se despejara.
Fue dos meses más tarde, en septiembre, cuando consiguió meter a Luca más o menos en vereda y hacer que volviera a Roma. El joven se negó a retomar los estudios universitarios que había iniciado e insistía en que necesitaba tiempo para elaborar el duelo por sus padres, que en su caso equivalía a asistir a todas las fiestas de la ciudad, salir noche tras noche y consumir ingentes cantidades de alcohol. Pero vivía en el apartamento de la familia, por lo que Cosima se comunicaba con él varias veces al día y, por lo menos, sabía dónde estaba, aunque con frecuencia pasaba fuera la noche entera y volvía a casa por la mañana. Le propuso que trabajara en la tienda, pero él se negó; y, sin ninguna clase de obligación, hacía lo que le daba la gana. Se recogía tarde y pasaba medio día durmiendo. Cosima no tenía tiempo de enfrentarse a él; estaba ocupada con Allegra. Y cada vez le resultaba más y más difícil controlarlo. A sus dieciocho años, Luca disfrutaba sin el control de sus padres y prestaba poca atención a su hermana mayor y a sus normas.
Allegra hacía progresos lentos pero constantes. Tuvieron que practicarle varios injertos de piel y operaciones dolorosas, pero resultó ser más valiente de lo que parecía y se tomó las lesiones con filosofía. Tras el accidente, se había vuelto más callada. Sin embargo, a diferencia de su hermano mayor, en Navidad ya estaba de nuevo en la escuela con una actitud extraordinariamente positiva. Tendría que pasarse la vida sentada en una silla de ruedas, pero Cosima la cuidaba con tanto amor como una madre, y, puesto que eran huérfanas, las dos hermanas estaban más unidas que antes. Cosima había contratado a un asistente para que subiera a Allegra por la escalera hasta su apartamento. Luca casi nunca estaba para ayudar.
Al cabo de seis meses, la primogénita se había vuelto más seria que nunca. Seguía llorando la muerte de sus padres, que la había sentenciado a una vida totalmente adulta. Dirigía el negocio y aprendía sobre la marcha. Fue el año más duro de su vida, y, después de que su hermana saliera del hospital, Cosima viajaba a Venecia tan a menudo como podía para supervisar la tienda que tenían allí. A veces, cuando Gian Battista tenía tiempo, la acompañaba. Si no, el palazzo de Venecia, donde habían pasado las vacaciones y el tiempo en familia, se le antojaba tremendamente desolado. Le dolía pensar en lo animado que estaba en vida de sus padres y lo triste que parecía ahora. Cosima no tenía tiempo de quedar con sus amigos ni de hacer nada salvo trabajar en las tiendas y cuidar de su hermana. Gian Battista era el único apoyo de su vida.
Allegra estaba decidida a ser lo más independiente posible cuando volvió a casa tras la hospitalización. Seguía diciendo que algún día querría diseñar para el negocio, como si deseara confirmar que tenía por delante un futuro activo. Quien había sido la asistenta doméstica desde hacía muchos años, Flavia, la ayudaba cuando su hermana tenía que trabajar. Cuando Cosima no estaba trabajando o con Allegra, se dedicaba a perseguir a Luca y tratar de ayudarle a orientarse. El joven se aprovechaba al máximo de la ausencia de control parental y se lo rebatía absolutamente todo.
Las propiedades de sus padres estaban divididas a partes iguales entre los hermanos, y Cosima pronto descubrió que su padre había gastado más de lo que generaba el negocio debido a su estilo de vida, la diversión constante, las casas, los coches y barcos de lujo y las reformas extravagantes en la tienda. Se encontró con que continuamente tenía que recortar gastos para pagar las facturas y las deudas, y tuvo que luchar para mantener a flote el negocio. No podía permitir que se hundiera. Quería honrar a su padre, lo cual era una tarea descomunal para una joven de veinticuatro años. Tuvo que abandonar los estudios, puesto que tenía tareas más importantes entre manos mientras dirigía la empresa, cuidaba de su hermana menor y trataba de controlar a Luca.
Antes de morir, su padre había comprado otro edificio más grande en Roma, en la via Condotti, con la esperanza de ampliar la tienda y convertirla en algo más importante todavía. Cosima se deshizo de él en cuanto tuvo la oportunidad, antes de que empezaran las obras. Salió perdiendo con la venta, pero necesitaba el dinero y lo inyectó en el negocio. La producción era tan meticulosa y tan lenta que no consiguió aumentar los ingresos de inmediato y tuvo que sacar recursos de otras fuentes para que la actividad siguiera en marcha y poder cubrir los gastos y los salarios.
Tenían muchos empleados, sobre todo en Roma: un grupo de artesanos, que trabajaba muy bien y cobraba buenos sueldos, y un equipo de ventas numeroso, que realizaba una cantidad limitada de operaciones porque disponían de pocos artículos. A la mayoría de quienes llevaban años en la casa les sentó mal que Cosima fuera la propietaria y no les gustó la dirección que estaba tomando el negocio con su preocupación constante por reducir los costes. Ella estaba mucho más pendiente de las entradas y las salidas de dinero que su padre, y a los trabajadores eso no les cayó bien, lo cual suponía una batalla para que cumplieran con las directrices, las órdenes y los límites que les imponía. Todos los días lo pasaba verdaderamente mal con las luchas a vida o muerte que aún hacían que extrañara más a sus padres, aunque era consciente de que algunas de las batallas financieras eran por culpa de Alberto.
Un año después del accidente, Cosima puso en venta la casa de Cerdeña. Luca se opuso enérgicamente, pero ella le dijo sin rodeos que andaban justos de dinero y, puesto que él no tenía otra solución que ofrecerle y no quería ponerse a trabajar, acabó dándole permiso para vender la casa de veraneo. Consiguió cerrar la operación a finales de agosto, a un precio justo, y además vendió los barcos, con lo que obtuvo el dinero que tanto necesitaba para pagar las deudas restantes y pudo emplearlo en el negocio y para satisfacer necesidades de la familia. Cuando le dio su parte a Luca, él la dilapidó al cabo de pocos meses en coches nuevos y con la gentuza poco recomendable de la que se había rodeado y que no paraban de gorronearle dinero y todo lo que pudieran conseguir a su costa. Cosima no tenía forma de impedírselo, aunque invirtió valor y esfuerzos en convencerlo de que fuese más prudente y selectivo con sus amigos, a lo que él respondió riéndose en su cara.
Se vio obligada a concentrarse en el negocio para sacarlo del agujero en el que lo había sumido su padre y seguir adelante. Le llevó otro año de duro trabajo, concentración y dedicación, pero por fin aumentó los beneficios, y, al cabo de un año más, pudo volver a respirar.
Cinco años después de la muerte de sus padres, las ventas se multiplicaron en ambas tiendas —Roma y Venecia—. Cosima había incrementado la velocidad de producción al contratar a más artesanos y eliminar lo no esencial en todo lo demás, a pesar de las quejas de los veteranos, que ella ignoró sin vacilar. Allegra asistía a la escuela de Diseño y tenía una gran aptitud para manejar su vida desde la silla de ruedas. Luca había adquirido un llamativo apartamento en Milán y salía con modelos. Tenía veintitrés años, se había convertido en un famoso playboy tanto en Roma como en Milán y le pedía dinero a Cosima constantemente. A esas alturas había malgastado casi toda su herencia y se había aficionado al juego en Venecia, San Remo y Montecarlo. Cosima no había hecho otra cosa que trabajar durante el último lustro, pero el esfuerzo había dado fruto y el negocio estaba a salvo por el momento.
Ese día en que, desde la terraza, contemplaba la salida del sol en Roma, habían pasado ya quince años de la muerte de sus padres. No disponía de dos meses de vacaciones de verano como antes, tan solo gozaba de unas cuantas semanas con Allegra mientras se mantenía en constante contacto con el despacho. Los días de la extravagancia y el lujo extremo pertenecían a otra época. Había trabajado con ahínco durante esos quince años, y ahora Allegra también estaba empleada en el negocio. En vacaciones, Cosima llevaba a su hermana a complejos playeros de precios más moderados, lugares adaptados para la silla de ruedas. Allegra era muy independiente y segura de sí misma. Había terminado los estudios de Diseño, y Cosima le permitió introducir en la firma pequeños artículos de piel creados por ella. La joven soñaba con llegar a diseñar bolsos de estilo más juvenil para la tienda, pero Cosima se había mantenido fiel a los modelos clásicos y no quería arriesgarse a perder ventas con grandes innovaciones ni líneas demasiado modernas. Tenían una clientela leal y más que fiable que no deseaba perder, de modo que mantuvo a Allegra atada de pies y manos con respecto a lo que le permitía diseñar, con lo cual ella no desplegaba todo su talento ni afrontaba retos y se sentía frustrada. Pero Cosima no estaba dispuesta a asumir riesgos con respecto al negocio y se limitaba a lo que siempre había dado buenos resultados.
Allegra no solía ir a Venecia. El palazzo era demasiado difícil de recorrer en silla de ruedas, igual que la ciudad. Luca se alojaba allí de vez en cuando y celebraba fiestas desenfrenadas que le reportaban algún rapapolvo por parte de Cosima, a los que él siempre respondía recordándole que el palazzo y el negocio eran tan suyos como de ella, y que, por tanto, no era nadie para decirle lo que tenía que hacer. El mantenimiento de la mansión corría a cargo de dos empleados contratados desde hacía tiempo. Todo cuanto Cosima podía hacer era tolerar a Luca sabiendo que algún día le tocaría recoger los pedazos de sus descalabros y prestarle dinero. El joven actuaba como si fuera el hijo de un millonario con fondos ilimitados a su disposición, y Cosima lo