No me conoces, pero soy tu mejor amigo

Cata Kaoe

Fragmento

Capítulo 1. Día cero

Capítulo 1

Día cero

Álex

Todo acerca de ella me irrita. Lo ruidosa que es, lo pegote. Un real fastidio. Lo de acercarse a cualquier extraño y saludarlo. Lo de hacerme quedar en ridículo cuando estamos en grupo o que se ponga a cantar o bailar frente a todos. Lo de llegar atrasada a cualquier compromiso y nunca urgirse por ello. Admito que a veces me gustaría ser tan relajado como ella. Pero la mayor parte del tiempo me resulta agotadora.

En lo posible, intento no pasar mucho tiempo a su lado, pero es inevitable. Somos compañeros de curso y parecemos coincidir en todo. Por más que procure alejarme el destino me la devuelve como un búmeran. Cada vez me pilla de sorpresa y sin tener la destreza necesaria para recibirla, siempre me golpea el punto más vulnerable de mi cabeza.

Quizás hay quienes se preguntan cuál es nuestra verdadera relación o por qué, si siento esto, sigo junto a ella. Solo puedo decir que somos amigos desde que tengo memoria, porque así me tocó, no porque yo lo decidiera. Es mi amiga porque me rendí a su amistad. Y para qué estamos con cosas, no soy una persona muy sociable, así que contar al menos con la amistad de Solae resulta bastante útil en algunos casos.

No estoy diciendo que todo acerca de ella sea malo. Es solo que muchas de sus actitudes molestas se me hacen difíciles de ignorar, como si gritaran directamente en mis oídos, mientras que sus puntos a favor fueran un susurro tímido desde la distancia. Y eso sería lo único tímido en ella.

—¿En qué piensas? —me pregunta con una voz tan alta que pisotea mis pensamientos y me siento violentado. Cuando nos preguntan esas cosas tan de repente es muy probable que respondamos que nada, simplemente porque acaban de ahuyentar cualquier vestigio de pensamiento dentro de nuestras cabezas.

No respondo y Solae no insiste, lo que igual me parece extraño.

Con ella agarrada de mi brazo, como suele hacer, nos vamos caminando rumbo a nuestras respectivas casas. Vivimos cerca, así que también me toca acompañarla de ida y vuelta al colegio, no vaya a ser que algún ladrón o pervertido se atreva a acercarse a un ser tan «indefenso» como ella. Quizás en el fondo la acompaño para ponerme yo a salvo de cualquier ser indeseable que ose aproximarse.

Seguimos nuestro camino en un silencio inusual, el que al poco rato es interrumpido por una nueva intervención de su parte.

—¿Vas a hacer algo hoy? —me pregunta animosa, soltando mi brazo y poniéndose justo frente a mí, lo que me obliga a detenerme en seco para evitar chocar contra ella. Su cara se encuentra a pocos centímetros de la mía, tan cerca que puedo sentir el olor de su champú, lo que me pone entre nervioso e incómodo.

—No creo. Estoy cansado —le respondo girando la cara, deseando que no insista, pero continúa.

—Ok, pero el domingo sí, ¿verdad? Recuerda que tenemos que estudiar para el examen del próximo viernes.

—¡No, Solae, el domingo tampoco puedo! —le respondo cortante y la rodeo para seguir caminando, sin mirarla a los ojos. Lo único que quiero era llegar a mi casa y pasar un fin de semana tranquilo y en soledad. Tanta interacción social entre el colegio y mi amiga termina agotando.

Cuando me doy cuenta de que Solae se ha quedado atrás, volteo para mirarla, extrañado.

—No importa, creo que es mejor así —dice ahora con tono serio y la vista fija en el camino, retomando el paso hasta alcanzarme. No parece afectada ni molesta, pero podría jurar que la distancia entre los dos ha aumentado.

Me cuesta mucho imaginar qué es lo que pasa por la cabeza de Solae. Siento que siempre está improvisando situaciones, preguntas y actitudes. Parece regirse por un patrón caótico que no me permite predecirla. No sabría si poner eso en la lista de sus pros o de sus contras, pero en este momento, me inclinaba más por lo segundo.

Nos detenemos frente al semáforo que está a dos cuadras de donde nos separamos, esperando la luz verde en silencio. Solae parece ensimismada y yo... bueno, yo también. No estoy acostumbrado a tanta tranquilidad a su lado, así que algo preocupado me tiene.

Antes de que la luz cambie, Solae empieza a cruzar con paso firme. No viene nada por la calle, pero igual no me apetece atravesar aún. Uno nunca es suficientemente precavido.

—¡Solae! —le grito, llamándole la atención para que tenga cuidado, pero no me responde—. ¡Solae! —insisto, cuando ya casi está por llegar a la otra vereda y por fin el semáforo da luz verde. Ante mi segundo llamado gira la cabeza, pero un chico que va cruzando en dirección contraria la empuja, pasándole a llevar con fuerza su hombro.

—Oh, no —pienso. Acá se va a armar la grande.

Solae dirige su atención al chico en cuestión, que debe tener nuestra misma edad, y se queda con la vista fija en él. Es alto y rubio y aunque sé que ella no siente ninguna atracción por los chicos de pelo tan claro, hasta yo soy capaz de reparar en su atractivo. El tipo es tan exageradamente guapo que parece una celebridad. Pero como yo tengo una sólida preferencia por las mujeres, su apariencia solo me genera un gran brote de anticuerpos.

Él le sonríe, le guiña un ojo y sigue su camino con despreocupación, mientras que Solae, luego de despertar de su aturdimiento, también sigue caminando como si nada hubiese ocurrido. Yo contemplo la escena un poco desconcertado. La Solae que conozco lo hubiera increpado a gritos, lo hubiera subido y bajado hasta que le pidiera disculpas de rodillas. Más aún tratándose de un tipo presumido como aquel, justo la clase de personas que ella no soporta; pero me asombro al no ver reacción alguna de su parte. La llamo para que me espere, y en cambio me grita que nos veremos el lunes en el colegio. Luego acelera el paso y se aleja hasta perderse de mi vista.

Puedo jurar que es casi como si estuviese huyendo de mí.

Capítulo 2. ¿Qué está pasando?

Capítulo 2

¿Qué está pasando?

Empezaba una nueva semana y me levanté temprano, como siempre, para ir a la escuela. Había disfrutado de un par de días inusualmente tranquilos, sin noticias de Solae. Tanta paz no me dejaba de resultar extraña.

Sentado en el comedor de la cocina, ya vestido y tomando desayuno, observaba con desgano el estresante ritual matutino de mi hermana menor, Paula que, aún en pijama,

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos