Dos comidas al día

Mark Sisson

Fragmento

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Introducción

Mi dieta antes se basaba enteramente en carbohidratos, y me atiborraba tres o cuatro veces al día con menús ricos en cereales y sus derivados. Guardaba una buena reserva de barritas energéticas ultraprocesadas y otros productos semejantes en casa, en el coche, en la oficina y en la bolsa de viaje. Acababa de desayunar y ya estaba pensando en el almuerzo. Un par de horas después de mis copiosas cenas, entraba en la cocina para picotear algo y disfrutar de una plácida velada. Como quemaba tanta energía haciendo intensas rutinas de ejercicio físico, no engordaba, a diferencia de lo que les sucede a las personas sedentarias que siguen ese mismo patrón alimentario. Sin embargo, y pese a mi impresionante cuerpo y a la falta de consecuencias físicas derivadas de mi estilo de vida, el hambre, el apetito y la organización de los menús regían mi vida. En aquel momento no era consciente de los culpables, pero el gluten y otras toxinas presentes en la dieta estaban destruyendo mi tracto intestinal hasta tal punto que cuando salía a correr, me veía obligado a planear la ruta para tener siempre cerca un baño público.

Cambié la dieta hace casi dos décadas y empecé a comer alimentos ancestrales libres de azúcares añadidos, de derivados de los cereales y de aceites vegetales refinados. Mi salud mejoró de forma increíble a partir de ese momento. Además de curarme los problemas intestinales crónicos, mis nuevos hábitos alimentarios me aseguraban no tener que depender más de la comida para mantener la energía, el buen humor y la concentración mental. Al abandonar los alimentos ricos en hidratos de carbono con un alto índice glucémico, mi cuerpo empezó a acceder a la grasa almacenada y a quemarla a lo largo del día. Casi nunca tenía hambre y necesitaba muchas menos calorías para sentirme satisfecho en cada comida. Escapar de la prisión que suponía la dependencia de los carbohidratos (sumado a la transición a esa nueva forma de vida, más cercana a las expectativas marcadas por nuestra genética humana para mantenernos saludables y que desarrollamos a lo largo de dos millones y medio de evolución) fue un regalo increíble. Al contrario de lo que promueve la publicidad de la industria y las creencias con las que nos han machacado hasta grabárnoslas en el cerebro, los seres humanos podemos sobrevivir perfectamente sin necesidad de pasarnos el día comiendo, desde que amanece hasta que anochece, y sin picotear de forma incesante entremedias de esas comidas fijadas por el reloj.

En resumen, mi trabajo vital se ha convertido en ayudar a otras personas a escapar de la dependencia a los hidratos de carbono promovida por la dieta estadounidense estándar (SAD por sus siglas en inglés) y a convertirse en lo que yo llamo con cariño «bestias quemagrasa». Ese es el estado metabólico natural del ser humano que llevamos en los genes, pero que se ha visto comprometido hasta el extremo por el consumo excesivo de alimentos ultraprocesados ricos en carbohidratos y de aceites vegetales refinados tóxicos (de colza —también conocido como nabina, que es la semilla del nabo—, de sésamo, de soja y de girasol, por ejemplo), que destruyen nuestra capacidad natural para quemar las reservas de energía. Aunque es posible que necesites esforzarte mucho para reprogramar tus genes de manera que se olviden de la dependencia a los hidratos de carbono (según la severidad del daño metabólico que hayas sufrido), la bestia que llevas en tu interior está lista para asomar en cuanto elijas los alimentos más nutritivos y saciantes, reduzcas la cantidad de veces que comes al día y desbloquees el asombroso poder sanador del ayuno.

Bienvenido a Dos comidas al día. Pierde grasa, revierte el envejecimiento y líbrate de las dietas, una estrategia sencilla, sostenible y altamente eficaz que te ayudará a perder el exceso de grasa corporal, aumentará tu energía y tu capacidad de concentración, minimizará el riesgo de sufrir diabetes, cáncer, enfermedades cardiovasculares y deterioro cognitivo; y te abrirá el camino para disfrutar de una mayor esperanza de vida, entendiéndola como una vida larga, saludable, feliz y enérgica hasta el último momento. Dos comidas al día ofrece una solución refrescante a la increíble frustración que supone cargar con un exceso de grasa corporal. Esclarece casi toda la controversia y la confusión sobre cuál es la dieta más saludable, y acaba por fin con el dolor, el sufrimiento y el sacrificio que asociamos con las dietas. Estoy muy motivado al inicio de esta travesía que emprendemos juntos porque esos supuestos gurús de la salud, junto con las técnicas manipuladoras publicitarias y los «expertos» del gobierno, de las instituciones y del todopoderoso internet, se empecinan en perpetuar el ridícu­lo sufrimiento que suponen las dietas con consejos espantosos y con su erróneo entendimiento y la tergiversación de la genética humana y de la biología evolutiva. Por si no te has enterado, te lo resumo ahora mismo: comemos demasiados alimentos perjudiciales demasiadas veces al día. Eso nos hace estar gordos, cansados y enfermos, y nos está matando lentamente.

La ciencia ha descubierto hace poco que no son la pereza ni la falta de voluntad los culpables de que el ser humano moderno no se encuentre bien, sino el desequilibrio hormonal causado por ese modelo diario de desayunos, almuerzos y cenas con un exceso de hidratos de carbono, sumados a los frecuentes picoteos y a la ingesta de aceites vegetales refinados perjudiciales. Este patrón alimentario ha afectado de la peor manera posible a nuestra magnífica habilidad evolutiva de quemar la grasa almacenada en nuestro cuerpo a lo largo del día como fuente constante y fiable de energía. En cambio, hemos acabado dependiendo de las dosis regulares de calorías ingeridas para poder sobrevivir a nuestros atareados días. El frecuente fenómeno de sentirse hambriento y frustrado después de una comida, una noción ridícula desde la perspectiva evolutiva, es una señal ine­quívoca de este desequilibrio hormonal.

Hasta esas personas conscientes de que deben mantenerse alejadas de los azúcares refinados, de las bebidas azucaradas, de los cereales y sus derivados (trigo, maíz, arroz, pasta, cereales) y de los aceites vegetales refinados siguen encontrándose mal y con sobrepeso porque comen y picotean demasiado a lo largo del día. Tomemos como ejemplo la dieta cetogénica (o dieta keto), tan popular en los últimos años. Aunque muchos de los que siguen una dieta bien formu­lada han logrado perder grasa y mejorar su salud, el concepto se ha tergiversado y algunos lo usan para atiborrarse de alimentos altos en grasas y tentempiés «aprobados por la dieta keto», en un intento erróneo de estimu­lar la producción de cuerpos cetónicos en el hígado. Se nos ha olvidado que las raíces de esta dieta se hunden en el mecanismo de supervivencia perfeccionado por la evolución. La producción de cuerpos cetónicos en el hígado tiene como finalidad ofrecer una fuente constante de energía para el cerebro en épocas de inanición o en ausencia de alimentos ricos en hidratos de carbono.

Ya va siendo hora de que reconfiguremos tanto esas creencias obsoletas y erróneas como nuestros patrones de conducta relacionados con la comida y la alimentación. Es muy simple: si quieres gozar de una salud y una composición corporal óptimas, así como de una vida larga, tienes que hacer dos cosas:

1. Abandonar los alimentos ultraprocesados y elegir alimentos saluda

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