Tempestad en víspera de viernes

Lara Moreno

Fragmento

cap-1

Nota de la autora

Durante muchos años me resistí a llamarme poeta. «Yo no soy poeta», repetía una y otra vez en presentaciones y en entrevistas; también en la intimidad. Me sentía una impostora en este género, pensaba que me quedaba grande la máscara. Tenía más que ver con la prudencia que con un verdadero rechazo identitario. El canon y aquella ideología del virtuosismo que es nada más que un lugar para los dioses. Era en la narrativa donde me relajaba, en el relato, en la novela. Aquello sí me lo tenía permitido. Fui puliendo las aristas a través del tiempo, como tantos otros dogmas que solo han resultado ser un hueso.

Comencé a escribir poemas en un cuaderno con tapas forradas de tela, en Sevilla, un septiembre difícil de olvidar, justo después de que cayeran las Torres Gemelas. Lo hacía por impulso y por vértigo, sin capacidad para el reposo. Echaba el resto en la prosa, con sus diferentes escenarios de ficción. No fue hasta mucho tiempo después, cuando ya vivía en Madrid, que el amigo poeta y editor Paco Cumpián dio con la clave que desanudó las ataduras: «Tus poemas son narrativos y tu prosa es poética». Cuántas cosas me enseñó Paco, como quien bebe un vino, como quien deja pasar la noche sin urgencia. Al final, en el camino, siempre es importante que alguien te invite a cruzar. Me llamó una primavera para que recitara en Málaga. «Y qué recito, Paco. Si yo no soy poeta.» «Recita lo que escribes; es una cuestión de ritmo», me dijo. Él me convenció para que armara mi primer poemario, La herida costumbre, publicado en la colección malagueña Puerta del Mar en el año 2008.

Cuando Sonia San Román me propuso publicar una plaquette en las Ediciones del 4 de Agosto, la lluvia ya caía de otra forma. Afronté ese libro con otra decisión. Después de la apnea fue una pequeña muestra de un dolor grande. Aquella era la primera vez que, con una perspectiva ligada a lo creativo, rebuscaba en mis libretas y decidía dejar cuenta de una historia, de un periodo concreto. Tracé una línea narrativa entre el acontecimiento y lo que siempre había considerado algo natural y sin importancia literaria: el barullo de lo poético, el placer de la escritura sin armas, sin contención, la urgencia del poema. Encontré el rastro. Luego, Miriam Reyes, en una milagrosa estancia en Valldemossa, me ayudó a corregirlos. En 2013 presenté Después de la apnea en el Agosto Clandestino de Logroño. La compañera Aroa Moreno Durán, con quien tanta poesía comparto y quiero, vino conmigo.

Cada vez se desdibujan más los límites entre los géneros. ¿Dónde está la diferencia? No existe en lo esencial: la historia siempre acaba escrita o siempre late, con su principio, su fin y su agujero. Lo demás es formato y sudor de corredor de fondo. Cuando Elena Medel acogió en el imponente catálogo de La Bella Varsovia mi último poemario, Tuve una jaula, en mayo de 2019, yo ya había conseguido borrar las etiquetas. Había encontrado, además, una nueva forma de entregar y de recibir. Gracias a Roberto Terán, hermano de letras y calles, y al escenario del teatro Off Latina, al que siempre me animó a subir, algunos de los textos de aquel poemario se me habían convertido casi en canciones. Hubo quien me habló de pudor. Pero nunca se debe renunciar al desnudo cuando se trata de poner la palabra.

Meses después, mi editora, María Fasce, me propuso publicar este libro. Ya no hago análisis del campo de batalla; creo que, para algunas cosas, voy perdiendo la vergüenza. Acepté entusiasmada y agradecida y con osadía, y me propuse corregir, quitar, modificar; por si acaso aquello de hacía tantos años ya no era yo. Le pedí a Lola Martínez de Albornoz que me ayudara a leer los poemas, a ver desde la distancia. Ha sido más fácil con su buen hacer y con la seguridad que ha sabido transmitirme.

Reconozco que el proceso de edición de este libro ha sido una sorpresa. Me he encontrado respetando lo que pensé que repudiaría y eliminando simplemente lo que ahora me sobra. La herida costumbre tenía un par de poemas más que aquí ya no aparecen y contaba con una organización diferente, por partes y explicativa, que he decidido suprimir. He intentado suavizar ciertas lejanías en el estilo sin traicionar el tiempo original. Al leerlo, después de los años, me di cuenta de que también contaba una historia; no la que pensé en su día que contaba, sino otra. Por eso le sobraban las armaduras, las partes y los preludios. He querido dejar intacta, eso sí, la frescura en el dolor y en la alegría. Después de la apnea, sin embargo, va tal cual fue. Era entonces la cavidad después de una flecha y años después no debe ser otra cosa. Les tengo respeto a esos acontecimientos y a esa madre y a esa hija, no importa si ya no somos nosotras. Tuve una jaula había sido publicado recientemente. Sin embargo, también ha tenido sus ajustes: había que limar la arquitectura, los espacios y la importancia de ciertas comas.

Pero este libro no es solo los tres libros de poemas que he publicado a lo largo de mi vida, es algo más, y tampoco eso pude intuirlo al principio. Van poemas inéditos escritos desde noviembre de 2018. Esa es una fecha decisiva para mí, como otras que silenciosamente aparecen a lo largo de estas páginas. Algún poema de los inéditos, en concreto «Pensaba que me pondría enferma de tanto llorar», tendría que haber entrado en Tuve una jaula, y no dio lugar. Hoy está donde tiene que estar, seguido de otros textos que por suerte han acabado llegando a mi vida, que por suerte han podido ser escritos. Conforme iba corrigiendo y preparando esta edición, había algo que caía, como se suele decir, por su peso propio. Algo que se iba asentando en estas páginas, así dispuestas. Sin ser consciente, a lo largo del confinamiento que vivimos en España, a causa de la pandemia, desde marzo a mayo de este año 2020, fui escribiendo el epílogo de este libro. Cuando corregía las pruebas con Lola, y juntas llegamos al final, tuve un escalofrío. Yo no sabía que este libro sería para mí lo que hoy es. No sabía que daría cuenta de lo que da. Es un privilegio haber tenido la oportunidad de transformar en esta Tempestad lo que siempre a una se le cae, eso que se suda, se llora o se tiembla: creo que la poesía no es otra cosa que la palabra con la que mirar. Yo, que no soy poeta, confieso que este libro es importante para mí. Y doy las gracias.

L. M.,

Madrid, 31 de julio de 2020

 

Para Vera

cap-2

LA HERIDA COSTUMBRE

 

A Miguel

 

Os juro que el jardín está nevado

y la noche es rara con el blanco de la hierba,

la congelación del sonido y de la angustia.

Estoy en un sitio donde nieva,

donde la noche calla de antemano

lo que será el futuro y su mentira,

lo que el amor esconde

y esa conciencia física del frío

donde no entran amapolas ni petunias.

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