Divina Comedia: Infierno | Purgatorio | Paraíso (edición bilingüe)

Dante Alighieri

Fragmento

Introducción

INTRODUCCIÓN

HAZLO, PROFETA

La Comedia es un poema tan sincero que confunde. En la vida y en la poesía, la extrema sinceridad resulta engañosa, no es lo usual. Tendemos a la elaboración de la verdad, no a la verdad. Ante la Comedia, no creemos que sea verdad lo que se nos está diciendo porque nadie nos ha dicho la verdad así, tan desnudamente, con una fe fanática en ella.

Dante es el poeta de la veracidad extrema: poética, filosófica, teológica, política, experiencial. Él lo ha sentido, él lo ha estudiado, él lo ha vivido. Él lo sufre y lo sufre por todos.

Tanta verdad solo puede acabar en profecía, en la proclamación de un sentido nuevo, aunque de nuevo no tiene nada, es simplemente el sentido total, oculto, que al individuo se le escamotea de continuo a cambio de una construcción radiante pero insatisfactoria: el ego.

La profecía restituye el sentido primigenio: propone el sentido que el hombre —cuando supo— ya sabía, antes de la caída en la historia, es un regreso al hombre primigenio aunque no adánico, pues no pierde de vista el orden social. Para el profeta la verdad es total, integral, atañe a todos los órdenes, que en el caso de Dante se resumen en dos: político y espiritual, independientes aunque conectados; a poco que uno falle, el mundo se precipita en la bestial ignorancia, como se ve en su querida Florencia, entregada al cinismo y al dinero, o en la curia romana, corrompida de idéntica manera. Si el mundo se desangra, es porque se ha perdido el sentido. Los hombres han decidido vivir como menos que hombres. No gobiernan la ciudad y han perdido el camino a las estrellas.

Por descontado que, desde casi todos los puntos de vista, la verdad dantesca es una construcción de la verdad, pero en estos términos de absoluta intransigencia y convincente pureza que no le dejan al lector más opción que la pasmada credulidad.

Junto a la verdad, la abundancia puede ser un segundo elemento que se preste a confusión. Ocurren tantas cosas (encuentros: con almas, monstruos, diablos, ángeles; con condenados, penitentes, beatos; con personajes grandes y pequeños, de Adán a príncipes y emperadores) en el viaje por los tres reinos (infierno, purgatorio y paraíso) que perdemos de vista lo único que de verdad está ocurriendo: el viaje de Dante a Dios, que culmina con la unión mística. El poema se inicia con un individuo que intenta salir de la «selva oscura» (los extravíos del yo) y acaba con un individuo sumido en Dios, que al fin entiende lo incomprensible, porque abandona la razón y se adentra en el todo: el todo le da un «golpe», y ¡al fin entiende!

Dante se salva gracias a un viaje (la deconstrucción del yo) que le procura la experiencia que le faltaba: la cara escondida de sus saberes. Ese viaje es el poema, regido por el perpetuo movimiento argumental, rítmico. Dante busca el conocimiento total porque todos sus saberes (filosóficos, científicos, experienciales) no bastan y le han llevado a la selva oscura. Pero sus saberes también le legitiman: Dante lo ha probado todo y ese todo magmático le constituye y no le abandona; con la verdad dolorosa que le proporciona, avanza hacia la totalidad. Esos saberes son la forma instaurada, acumulable, de verdad, y le invisten de veracidad, la acuciosa veracidad que preside todos los actos del protagonista del poema, el Dante personaje, el viator (‘viajero’, ‘peregrino’).

Ante un planteamiento así, lo mejor que puede hacer el lector es creer en todo lo que Dante le dice. La Comedia es una obra que no admite resistencia y a la que hay que dar fe. De lo contrario es imposible leerla. Esto es así tanto por la distancia cultural como por las características de la visión dantesca, intransigente. A quien se sitúa a sí mismo en el vértice de la verdad extrema, es mejor dejarle hablar, tal vez tenga algo que decir. Imponer nuestras expectativas, resistencias y reluctancias no conduce a nada. El libro que cuenta la historia de la apertura de una mente debe leerse con una mente, en la medida de lo posible, abierta.

Es difícil encontrar un lector que se atreva, una vez identificadas, a dudar de las coordenadas poemáticas de la Comedia: de la selva oscura a la presencia divina. Desde el comienzo del libro, la poética de la veracidad extrema se impone, casi sin elaboración; basta la primera terzina:

Mediado ya el camino de la vida,

me vi de pronto en una selva oscura,

ya del todo perdido el rumbo cierto.

If I 1-3

El arranque está tan bien definido que no hay contraverdad posible: el que se sabe perdido está en lo cierto. Un personaje que lo ha vivido todo (las pasiones, las filosofías) y que ha fracasado, está a punto de dar un paso nuevo, diferente, de salvación espiritual pero también política, en la medida en que el viaje le refrendará en sus ideas ciudadanas y le anunciará la restauración de la politicidad perdida, pues el orden temporal, reservado al emperador, ha caído en las manos indebidas del papado. Pero el Dante de las primeras estrofas aún no sabe que le aguarda lo máximo, porque él no decide su salvación: va a ser la instancia misma salvadora (la totalidad) quien decida por él, tan extraviado está; se salvará porque el fantolin (‘el chiquillo’) no desmerece, al fin y al cabo, de la Madre (la cadena María-Lucía-Beatriz, la trinidad matria salvadora). Aquí surge ya, larvariamente, un personaje distinto al altivo e hipercapacitado Dante codificado por la tradición (que queda más cerca del autor): un Dante tontuso, corto en sus alcances frente a Virgilio (que ya ha estado en el infierno) y Beatriz (ella le reñirá, lo cual es parte de la poliédrica veracidad que Dante se construye) y las otras luminarias con que se encuentra, un Dante que se dispone a un aprendizaje oneroso, pagado con una paulatina pérdida de yoes: «Cada etapa y parada de su viaje ultraterreno es una modalidad de su “yo” antiguo victoriosamente superada» (Gianfranco Contini). Y ello hasta la disolución del yo, en Dios o en el todo. No es tanto a la fábrica de un yo nuevo —¡uno más, qué peste!— a lo que asistimos leyendo el poema, sino a la quiebra del yo en favor del conocimiento total. El magullado ego del hombre que se cree total, total por sus saberes, que como buen escolástico Dante se esfuerza en integrar, se pliega al final del viaje a la pequeñez sabia del hombre desnudo, san Francisco, evocado en el cielo del Sol con un ardor inigualado en el poema:

advino al mundo un sol, igual que sale

este que ahora hollamos por el Ganges.

Por ello al mencionar ese lugar,

que nadie diga Asís, que sabe a poco,

Oriente es en verdad más apropiado.

Pd XI 50-54

De todos los yoes que se le van apareciendo al viator, es este, el del poverello, el más cercano a su destino final, si bien técnicamente será un místico del claustro, no del camino, san Bernardo —su tercer y último guía tras Virgilio y Beatriz— quien le lleve de la mano

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