Judy Moody cambia de look (Judy Moody)

Megan McDonald

Fragmento

Mat-i-tud

Mat-i-tud

Cuando Judy Moody llegó al colegio el lunes se encontró con una profesora nueva. A la nueva profesora la llamaban la Susti (más por su cara de susto que por ser la sustituta). La nueva profesora se llamaba en realidad señora Gordon. Y había tres cosas que no encajaban: una, la señora Gordon no era gorda; dos, la señora Gordon, como era mujer, debería llamarse señora Gordan; tres, la señora Gordon no era el señor TODD.

Judy fue la primera en levantar la mano:

—¿Dónde está el señor Todd?

—Seguro que el señor Todd os contó el viernes que iba a una reunión de profesores.

—Yo no vine el viernes —dijo Judy.

—Ha ido a aprender a ser un profesor mejor —intervino Jessica Finch.

—Pero el señor Todd ya es un profesor estupendo —observó Judy.

—A lo mejor le van a dar un premio por ser buen profesor —apuntó Rocky.

—¿Dónde ha ido y cuándo volverá? —quiso saber Judy.

Los demás empezaron también a hacer preguntas:

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—¿Nos va a leer Catwings y La vuelta de Catwings?

—¿Nos va a llevar de paseo al campo? El señor Todd siempre nos lleva a dar paseos por el campo.

—¿Somos todavía la clase Tercero T? ¿O ahora somos Tercero G?

—El señor Todd está en Bolonia, Italia —explicó la señora Gordon.

¡Pues, vaya! La vida no era justa. A Judy le gustaba la salsa boloñesa. A Judy le gustaba Italia, hasta sabía un baile de Italia: la tarantela. El señor Todd probablemente estaría ahora mismo en Bolonia, bailando como una tarántula, mientras ellos estaban allí encerrados, aprendiendo aburridas y viejas tablas de multiplicar.

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A Judy Moody no le gustaba tercero, ya fuese Tercero T o Tercero G, si no estaba el señor Todd.

La nueva profesora de Judy Moody venía de Nueva Inglanterra y no hablaba como el señor Todd. Hablaba de una forma muy graciosa, pronunciando mucho las erres. La nueva profesora de Judy Moody no llevaba gafas fashion como el señor Todd. Las llevaba colgadas del cuello con una cadena. Tampoco olía como el señor Todd. Olía como si se bañase en agua estancada.

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La nueva profesora de Judy Moody plantó una tienda de campaña al fondo de la clase con un cartel que decía: «TIENDA DE REFLEXIONAR». Judy se preguntó qué actitud debería adoptar para entrar en ella e ir de excursión.

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Para colmo la nueva profesora de Judy Moody era aficionada a las chuches. Repartía caramelos entre sus alumnos por buen comportamiento, menos a Judy que mostraba una actitud negativa. Incluso daba caramelos por cada respuesta acertada de matemáticas. Pronto la clase entera iba a tener mate-caries. Todos, excepto Judy.

Aquel día la señora Gordon hablaba de medidas: litros, decilitros y mililitros. Intentaba que las matemáticas fueran «mogollón» de divertidas. Judy, por una vez, no atendía, no le interesaban ni medio litro los centilitros.

«La señora Gordon lleva diez litros de perfume». «La señora Gordon ha repartido veinte mililitros de caramelos».

En vez de escuchar, Judy jugaba con su reloj. Su nuevo reloj bailarín último modelo azul pavo fluorescente resuelvedudas 5000, que predice el futuro y tiene salvapantallas.

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Bla, bla, bla… continuaba la señora Gordon, garabateando cifras arriba y abajo. Judy «decidió» que escribir cifras no hacía que las matemáticas se entendieran mejor.

Judy apretó algunos botones de su reloj. Una lucecita parpadeó. Un botón dual daba la hora en dos países, de manera que una persona no tenía que llevar dos relojes.

Scrich, scrach, scrich, la señora Gordon escribió en la pizarra durante una mate-eternidad.

Judy apretó el gran botón verde con la interrogación. ¡Guay! Era como el juego de La bola mágica. Le preguntabas algo al reloj y te daba misteriosas contestaciones.

—¿Es la señora Gordon mate-adicta?

—Sí.

—¿Me dará alguna vez un caramelo?

—No sé.

—¿Iré algún día a la universidad?

—Tiene buena pinta.

—¿Volverá el señor Todd?

—Confuso.

—¡Judy! ¿Has oído la pregunta?

Judy no había escuchado la pregunta. Y por lo tanto no sabía la respuesta.

¿Era 77? ¿88? ¿99? ¿Eran litros, decilitros, metros, kilómetros, toneladas?

Judy soltó la primera respuesta que se le vino a la cabeza.

—¡Confuso!

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