«Después de diciembre», de Joana Marcús: así empieza la segunda parte de la saga «Meses a tu lado»

Amigas, amigos, tenemos un regalo para todos vosotros. Bajo estas líneas tenéis íntegro «Sanar heridas», el primer capítulo de «Después de diciembre», segunda entrega de la serie «Meses a tu lado», el esperadísimo regreso de Joana Marcús. Editado de nuevo por Montena dentro de la colección Wattpad, el título estará disponible en librerías y plataformas digitales desde el 2 de noviembre. Sirva este adelanto para abrir boca.

19 octubre,2022
«Después de diciembre», de Joana Marcús

Sanar heridas

Dicen que el tiempo transcurre muy despacio cuando lo pasas mal… y no podría estar más de acuerdo.

Había tenido mi propia dosis de sufrimiento, y la peor parte era que la culpable de ello era yo misma. Había tomado una decisión que, aunque me parecía acertada, se hacía difícil de afrontar; la de abandonar al chico que amaba.

Quizá «abandonar» fuera un término un poco exagerado. El chico en cuestión tenía aún a todos los amigos a su lado. Will, Naya, Sue, e incluso su hermano Mike… Todos seguían acompañándolo. Yo era quien se había apartado del camino, había vuelto con sus padres y había dejado todo aquello atrás.

Un año antes había decidido mudarme para estudiar en la universidad una carrera que no me entusiasmaba, quizá movida por el deseo de alejarme lo máximo posible de cuanto había sido mi vida hasta ese momento. Ahí los había conocido a todos ellos… y a Jack Ross, a quien me resultaba más complicado considerar un simple amigo.

Él hizo que me diera cuenta de que mi relación con Monty no era amor, de que debía aprender a pensar por mí misma, de que había dedicado toda mi vida a complacer a los demás independientemente de si ellos querían hacerme feliz.

Supongo que él no había calculado que la primera decisión sobre mí misma fuera, precisamente, dejarlo. Jack necesitaba perseguir sus sueños y yo no estaba preparada para acompañarlo en ello. Tenía que encontrar los míos propios.

Tomaría todo el crédito de esas frases de autoayuda, pero lo cierto es que las había pronunciado la que había sido mi terapeuta en ese último año. Acudí a sus citas gracias a mis dos hermanos mayores, Spencer y Shanon, quienes me habían ayudado a pagarme la terapia hasta que tuve mis propios ingresos.

En un único año trabajé como cajera, dependienta de una gasolinera, ayudante en un almacén y monitora de atletismo con Spencer. Alguna vez esos trabajos se solapaban y me consumían tantas horas que me impedían pensar en nada más que en lo cansada que estaba. Y, curiosamente, fue eso lo que más me ayudó.

Tener la oportunidad de moverme sola, ganar mi propio dinero, empezar a decidir por mí misma… fue todo un cambio. Uno que nunca pensé que experimentaría. Este hecho, junto a la terapia, me ayudó a ver las cosas desde una nueva perspectiva.

Y una de las que empecé a ver con otros ojos… fue mi familia.

Las palabras de Jack sobre cómo conseguían que siempre hiciera lo que ellos querían me retumbaban constantemente en la cabeza. Había intentado ignorarlas, pasar de aquellas señales que le daban la razón, fingir que todo iba bien… hasta que una noche todo explotó.

Estaba sentada en la mesa de la cocina con mis hermanos gemelos —Sonny y Steve—, mis padres y Spencer. El único sonido que interrumpía la cena era el del partido que emitía el pequeño televisor junto a la nevera. Mis hermanos y mi padre tenían los ojos clavados en la pantalla, mientras que mi madre y yo comíamos con poco interés.

Que ella y yo fuéramos las únicas desocupadas y no nos quedara más remedio que interactuar fue, seguramente, lo que desencadenó la discusión.

—¿No tienes hambre? —me preguntó al ver que empujaba una col de Bruselas con el tenedor.

Estaba demasiado cansada como para tenerla. Tras cinco horas en la gasolinera y otras cuatro en el campo de atletismo, apenas me sostenía en pie.

—No mucha. Creo que me lo guardaré para mañana.

Mamá permaneció en silencio por unos instantes. Sus ojos castaños, casi idénticos a los míos, observaban con cierto rencor mi plato prácticamente intacto.

—Da igual —sentenció al fin, y dejó el tenedor—. Yo tampoco tengo mucha hambre. Quizá hoy no me haya salido bien la cena.

—No he dicho eso, mamá.

—No hace falta que lo digas. Últimamente todo te viene mal.

—Estoy cansada.

—Siempre hay una excusa. La notaba un poco áspera conmigo desde mi vuelta a casa, pero nunca me había atacado de forma tan directa y, sobre todo, tan injustificada. Estaba claro que algo sucedía, pero no se atrevía a decírmelo.

Así que, por algún motivo, esa noche decidí ser yo quien encarara el asunto.

—¿Se puede saber qué pasa?

Mi tono era distinto. Sereno pero directo. Uno que nunca había usado con mis padres. Quizá nunca lo había usado con nadie. Mi terapeuta lo llamaba «asertividad». Hizo que toda la mesa dejara de prestar atención a la pantalla para volverse hacia mí con sorpresa.

Mamá, por supuesto, ya tenía una mano sobre el corazón.

—¿De qué estás hablando?

—De que está claro que te pasa algo y no entiendo por qué no quieres decírmelo —expliqué con calma.

Papá y ella intercambiaron una mirada. Por aquel entonces lo hacían a menudo. Entendí que habían hablado del asunto y ambos sabían perfectamente lo que les decía. Me dio mucha rabia que, aun así, ninguno lo admitiera.

—¿Y bien? —insistí con la misma calma.

—No le hables así a tu madre —me advirtió papá.

—No le he hablado de ninguna forma, solo he preguntado qué pasa y por qué siento que no dejáis de buscar excusas para encontrarme defectos.

Sonny y Steve soltaron risitas burlonas. Apreté el puño entorno al tenedor.

—Estás majareta —me dijo Steve sin apartar la vista de la pantalla.

—Sí —añadió Sonny—. Desde que volvió, se cree que el mundo está en su contra.

—No me creo nada, pero me molesta sentir que todos habéis hablado de mí y no me lo habéis dicho.

—Nadie ha hablado de ti —me aseguró papá.

Fue tan evidente que mentía, que incluso se puso colorado. Cruzó otra mirada rápida con mamá.

—¿No? —insistí—. ¿Y por qué os miráis así?

—¡No nos miramos de ninguna forma! —exclamó mamá, airada.

—¡Sí que lo hacéis!

—Paranoica —fingió que tosía Steve, y Sonny se rio a carcajadas. A esas alturas, mis nudillos ya estaban blancos. Me sentía frustrada. Y cansada. Esa mala combinación hizo que, por primera vez en mucho tiempo, gritara a mis hermanos.

—¡Callaos de una vez!

—¡Jennifer! —Mamá replicó mi grito—. ¡Ya basta! Nadie está en tu contra. ¡No seas tan paranoica!

—¡No soy paranoica, veo lo que hacéis!

—¿Y qué ves?, ¿que tus hermanos se ríen? ¿Qué tiene eso de malo?

—¡No se ríen! —Mi tono iba en aumento y mi voz empezaba a tintarse de desesperación—. ¡Se burlan! ¡Llevan años burlándose de mí, y tú nunca dices nada! ¡Y papá tampoco!

El último aludido frunció el ceño, pero fue mamá quien respondió: —¿Se puede saber a qué viene esto ahora? ¡Estamos intentando cenar en paz!

—¡Tú eres la que ha empezado! ¡Y la que me mira mal desde que volví a casa! No lo entiendo, ¿no querías que volviera? ¿Ahora te sobro?

El grito ahogado de mamá hizo que mi padre se irguiera un poco más, casi como si la hubiera abofeteado y él tuviera que prepararse para intervenir.

—¡Te estás pasando! —me gritó, algo muy impropio en él.

—¿Y qué? ¿Negarás que se están burlando?

—Deja de hacer sentir mal a los demás —protestó Sonny al tiempo que me lanzaba una servilleta a la cara.

—¡Y tú déjame en paz de una vez! —le grité, sorprendiendo también a su gemelo—. ¿No tienes nada mejor que hacer con tu vida que meterte con tu hermana pequeña? ¿No lleváis un negocio en ruinas en el garaje? ¡Id a encargaros de él y dejadme tranquila!

Por primera vez en la historia, los dejé calladitos a ambos.

—¡Ya basta! —Mamá estaba completamente roja, como siempre que se enfadaba. Incluso me señaló con un dedo—. ¡No puedes ir por la vida haciendo que los demás nos sintamos miserables, Jennifer!

—¿Los demás? ¿Y yo qué? ¿Alguna vez os habéis preguntado cómo me siento, o eso queda totalmente fuera de la ecuación?

—¿Desde cuándo nos hablas así? —Tras una pausa, como si le faltaran las palabras, continuó—: ¡Seguro que eso te lo metieron en la cabeza tus amiguitos de la universidad, sobre todo ese chico con el que salías!

Desde que había vuelto, mi madre no mencionaba a Jack por su nombre. Era «ese chico con el que salía». Incluso su tono, antes cariñoso, había pasado a ser absolutamente despectivo.

—¡Pues sí! —exclamé, dejando el tenedor de un golpe sobre la mesa—. ¡Jack me abrió los ojos sobre muchas cosas!

—¡Ahí está! —Pareció que le había dado la respuesta que tanto buscaba—. ¡Te comió la cabeza para ponerte en contra nuestra! ¡Incluso hizo que denunciaras a ese pobre chico!

Iba a responder, pero esa última frase me dejó helada. A medio camino entre hablar y quedarme petrificada, por fin noté que Spencer, que había permanecido en silencio hasta ese momento, se ponía de pie.

—No —advirtió en un tono muy frío—. No vayas por ahí, mamá.

Ella, que no estaba acostumbrada a que nadie saltara a defenderme —y menos en su contra—, dio un respingo.

—¡Solo estoy diciendo las cosas como son!

—Si denunció a ese cabrón fue porque era lo que debía hacer, así que ten cuidado con lo que dices.

—¡Spencer! —Papá también se puso de pie, furioso.

—¡Ni Spencer ni nada! —¡Esa denuncia no solo la afecta a ella! —chilló mamá, muy alterada—. ¿Sabes cómo me miran por el barrio desde que la puso? ¿Sabes lo que dicen de nosotros? ¡Toda su familia nos ha dado la espalda!

—¡Golpeó a Jenny!

—¡Eso dice ella!

Creo que esa fue la frase que hizo que mi cuerpo reaccionara. Quedé petrificada desde el momento en que Monty había surgido en la conversación, pero entonces por fin lo entendí. Sus desprecios no eran porque hubiera vuelto a casa, sino porque mis decisiones habían afectado sus vidas. Lo que les molestaba no era que mi bienestar pudiera estar en riesgo, sino que lo estuviera el suyo.

No sé muy bien cuándo empecé a moverme, pero de pronto oí el ruido de mi silla arrastrándose hacia atrás y me descubrí a mí misma encaminándome hacia las escaleras. Me movía como si fuera una autómata. Y sentía mucha rabia. Rabia por mis padres, por mis hermanos, porque un año y varios golpes después, la gente siguiera sin creerme.

Porque… no, no me creían. Excepto unas pocas personas del barrio, pero nadie comentaba nada. Monty no era el tipo de chico que les encajaba como alguien abusivo. Era guapo, encantador y un buen jugador de baloncesto. El prototipo de hombre perfecto. Yo, en cambio, era la hija rarita de los Brown que había decidido largarse durante varios meses y al volver le había arruinado la vida con una denuncia.

Claro que no me creían. Apenas me conocían. Y, aunque lo hicieran, no les interesaba creerme. Pero podía vivir con eso.

Lo que dolía era que mi madre tampoco lo hiciera.

Llegué a mi habitación y saqué la maleta de debajo de la cama. No sabía qué haría cuando cruzara de nuevo el umbral de esa casa, pero sabía que no podía permanecer allí más tiempo. No permitiría que me hicieran cuestionarme si la denuncia había sido justa.

No lo era. Recordaba los golpes, los mensajes, las humillaciones y los insultos. Recordaba mi ropa y mis gafas destrozadas. No podía vivir con el miedo a que aquello se repitiera, porque algún día esos gritos se convertirían en agarrones, los agarrones en empujones, los empujones en golpes contra la pared… y esos golpes, algún día, volverían a dirigirse contra mí. Y entonces dejaría de tener el control sobre lo que me sucediera. No podía vivir así.

Percibí gritos, pero no los distinguía. Me pareció ver un movimiento con el rabillo del ojo. Spencer estaba entrando en mi habitación en mitad de una discusión a gritos con mi padre, a quien le cerró la puerta en la cara. Nunca lo había visto tan enfadado, y que fuera solo por defenderme, que alguien me creyera, hizo que estuviera a punto de lanzarme a sus brazos.

—No te preocupes, Jenny —me dijo mi hermano mayor en un tono mucho más suave, casi en un susurro—. Te sacaré de aquí, ¿vale?

No sé si le respondí, pero como un resorte, salté de la cama y abrí el armario para lanzar mi ropa de cualquier forma dentro de la maleta. En cuanto tuve la suficiente, la cerré y me puse de pie, pero Spencer me la quitó de la mano para bajarla él mismo. No me había fijado en que tenía las llaves del coche en la otra mano, pero oí el tintineo. Nos íbamos de verdad.

Mis padres gritaron mientras salíamos. Diría que incluso mis hermanos intervinieron. Pero no sirvió de nada. Acabé metida en el coche de Spencer con él conduciendo a toda velocidad hacia un destino que yo desconocía. Y solo entonces, cuando estuvimos a solas, fui incapaz de contener más las lágrimas. Mi hermano me pasó una mano por la espalda, pero no dijo nada. Se lo agradecí.

Aparcó el coche frente a la casa de nuestra abuela.

Nos recibió sentada en el porche, así que deduje que había hablado con ella antes de iniciar el trayecto, solo que no me había dado cuenta. Nada más vernos, se puso de pie y se acercó a mí con media sonrisa apesadumbrada.

—Entra, cariño. ¿Quieres un chocolate caliente?

Desde esa noche, empecé a vivir con ella. La solución no me gustaba demasiado. Me daba miedo resultar una carga para ella, que ya era mayor y tenía sus propios problemas. Varias veces me ofrecí a darle una parte de mi sueldo, pero ni siquiera quería oír hablar de ello. Al final desistí y opté por llevarle comida preparada para ahorrarle trabajo antes de que se acostara.

Mis padres hablaron con ella la primera noche y, si bien mi padre trató de contactarme por teléfono hasta que lo consiguió, mi madre no volvió a dirigirme la palabra.

A raíz de esa noche, la familia se dividió. Shanon y Spencer se distanciaron un poco de mis padres. Los gemelos, por su parte, decidieron no volver a hablarme. Supongo que lo entendía. Yo tampoco tenía ganas de hablar con ellos.

Por aquel entonces hablaba con Naya al menos una vez a la semana, pero nunca le comenté nada de todo eso. Para ella, mi vida era totalmente ideal. Tenía un trabajo como profesora de atletismo, me había mudado con mi abuela para ayudarla con la casa, toda mi familia me adoraba… Sospecho que también le habría gustado oír que Monty se había caído de un quinto piso, pero no me atreví a inventarme tanto. Bastante culpable me sentía ya por mentirle.

Pero, claro, conociendo a Naya… si le hubiera contado la verdad, se habría presentado para llevarme de vuelta al piso.

—¿Seguro que estás bien? —preguntó una de esas noches en medio de nuestra llamada.

—Sí —insistí. Estaba sentada en el porche de mi abuela con un brazo alrededor de las rodillas—. Claro que sí, ¿por qué?

—No sé, te noto un poco apagada.

Quería decirle que todo estaba bien para que no se preocupara, pero fui incapaz de fingir más.

 —Estoy cansada —admití en voz baja.

Naya no sabía hasta qué punto me sentía agotada, tanto física como mentalmente. Hasta qué punto no podía más.

Aun así, me ofreció todo el consuelo que pudo, porque así es ella.

—Sea lo que sea que te está cansando, Jenna… No vale la pena que te preocupes por ello. Te mereces ser feliz.

—Vaya, no sabía que íbamos a ponernos tan profundas —bromeé como pude—. Me habría traído una botellita de vino.

—Déjame consolarte, idiota. Intento decirte que quizá necesites un cambio de aires. Quizá el problema sea el sitio donde vives.

—Quizá, no. Estoy segura.

—Entonces podrías volver, ¿no? Aunque fuera solo por un semestre. Así desconectarías un poco.

Lo peor era que no me parecía una mala idea. Después de todo, me apetecía alejarme de mi entorno. Quería olvidarme de todo por unos meses.

Mi preocupación era que…

—No quiero cruzarme con Jack.

—Lo sé… Pero no creo que eso sea un problema. Después de todo, se fue a estudiar a Francia.

Eso ya lo sabía. Se había marchado poco después de que me fuera. Will me lo contó y me alegré mucho por él.

—Lo sé, pero podría volver en cualquier momento, aunque fuera solo por unos días. No quiero que se cruce conmigo y se sienta incómodo.

Naya soltó un suspiro.

—No creo que pase por aquí, Jenna. Ross no ha vuelto ni una sola vez desde que se marchó.

Aquello sí que me sorprendió.

—¿Y no sabéis nada de él?

—Will lo llama de vez en cuando, pero poco más.

—Oh… Hubo un momento de silencio antes de que Naya suspirara.

—Tú… piensa en ello, ¿vale? Todavía estamos a principios de enero. Creo que hasta finales de mes puedes apuntarte al segundo semestre.

—Vale, lo pensaré. Pero no te prometo nada.

—¡Qué bien! —Pareció tan sinceramente alegre que me entraron ganas de abrazarla—. ¡Si vuelves, quiero ser la primera en enterarme!

—Siempre lo eres.

—Privilegios de besties.

Casi pude sentir que me guiñaba un ojo. Empecé a reírme.

—Te llamo mañana, Naya. Tengo que ir a cenar.

—Vale. ¡Dale un abrazo a tu abuela de mi parte!

—¡Y tú a los demás! Ve con cuidado con el de Sue. Igual te araña en la cara.

—Para el suyo me pondré una máscara de protección.

Tras colgar con una sonrisa, me quedé mirando el móvil unos segundos. Luego volví a la realidad. Me gustaba mucho hablar con ella. Era mi oasis de paz en el día. Con Naya todo parecía siempre más sencillo, como si los problemas no tuvieran tanto peso y las alegrías duraran más tiempo. Quizá por eso era la primera persona en la que pensaba cuando me sentía mal y me gustaba tanto que yo fuera la suya cuando la situación era al revés.

Pero la alegría del momento se esfumó. Fue instintivo. Pese a no haber oído nada, un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Levanté la cabeza de modo inconsciente y, para mi horror, me encontré de frente con Monty.

Estaba de pie en la entrada del jardín con las manos metidas en los bolsillos del abrigo y una expresión un poco ambigua que no logré entender del todo. Tampoco me importaba. En ese momento solo pude procesar que debía salir corriendo.

Antes de que abriera la boca, ya me había puesto de pie de un respingo y lo señalaba.

—No te acerques un paso más —le advertí en voz baja.

Monty soltó un suspiro mientras yo retrocedía hacia la puerta.

—Solo quiero hablar, Jenny.

—Tienes una orden de alejamiento, ¿quieres hablar con la policía?

Me movía muy despacio debido al pánico que me producía darle la espalda. Con una mano estirada hacia atrás busqué la puerta.

—¿Puedes dejar de huir? —Su tono tranquilo no cambió, pero dio un paso en mi dirección y todas mis alarmas se dispararon—. Te he dicho que solo quiero hablar.

Lo ignoré. Por fin había encontrado la puerta.

Ya a punto de sonreír, me sorprendió el peor de los horrores en una situación así: se había cerrado.

Mierda, ¿tenía las llaves? ¿Las había sacado? Lo dudaba mucho. Normalmente, cuando se cerraba, esperaba a que la abuela saliera a ver por qué tardaba tanto. Solía ser cuestión de cinco minutos.

Presa del pánico, llamé insistentemente al timbre. Era ya la tercera vez cuando Monty empezó a avanzar hacia mí con las manos levantadas en señal de rendición.

—¡Te he dicho que no te acerques! —Me habría gustado sonar menos asustada.

—¡No te haré daño, te lo juro!

Desesperada, intenté llamar de nuevo. Era tarde. Monty ya subía los escalones de la entrada.

¿Qué podía hacer? Pensé en saltar la valla del porche y correr calle abajo. Hacía atletismo. Podía superar su velocidad. Estaba segurísima.

Sin embargo, para ello tenía que pasar por su lado, y sabía, por otras ocasiones, que atraparme no le supondría ningún problema.

Así que solo me quedó la opción de pegar la espalda a la puerta y suplicar que se detuviera. Monty se quedó a un paso de distancia, todavía con las manos levantadas, y me contempló como si casi le diera lástima verme de esa forma. Eso me dio todavía más rabia que todo lo demás.

—Vete —repetí entre dientes.

—Me he enterado de lo de tus padres —replicó en tono suave, bajando por fin las manos.

—¡Vete! ¡No tengo nada que hablar contigo!

—A veces ayudo a tus hermanos en el taller para ganar algo de dinero —siguió explicando como si no me hubiera oído—. Tus padres me aprecian mucho y se lo agradezco, pero…

—Vete —repetí, y esa vez sonó como una súplica.

Por favor, necesitaba que alguien viniera de una vez. ¿Por qué había salido para hablar con Naya? ¿Por qué no lo había hecho desde el salón? ¿Por qué justo ese día tenía que cerrarse la puerta?

Monty apretó los dientes.

—No me iré hasta que me hayas escuchado.

Mis ojos no dejaban de rastrear su cuerpo. Durante los meses que habíamos pasado juntos, había aprendido a detectar los movimientos y las señales que me indicaban la proximidad de un momento de peligro. En cuanto viera uno, no me quedaría otra que intentar salir a la carrera.

—Lo que quería decir es que aprecio que les caiga bien. —Siguió mirándome fijamente pese a que yo no le devolvía la mirada—. Pero si eso supone un problema para tu relación con ellos, puedo dejar de visitarlos.

Aquello me descolocó tanto que casi me reí. ¿Ahora iba de bueno?

—Déjame en paz —murmuré tras sacudir la cabeza.

—No me gusta verte así, alejada de tu familia por un chico con el que ni siquiera estás saliendo.

Analicé sus palabras. ¿Cómo sabía que me había alejado de mi familia? ¿Había hablado con ellos?

—Por última vez… Vete antes de que llame a la policía.

—No entiendo por qué sigues dejando que te separe de tu familia si ya ni siquiera lo ves —continuó—. Jenny, es tu familia. Lo están pasando muy mal por todo esto.

No solo se cree bueno, sino también terapeuta familiar.

—Te adoran y quieren lo mejor para ti. Aunque a veces no lo parezca porque no usan las palabras adecuadas, te aseguro que están muy preocupados por ti y solo quieren que vuelvas a casa. Si lo que necesitas para ello es que me aparte de sus vidas, dímelo y…

Se calló de golpe. La puerta se había abierto de un tirón y yo casi caí hacia atrás, pero me sujeté al marco justo a tiempo. Vi que la abuela pasaba por mi lado como un suspiro y, en cuestión de instantes, Monty retrocedía a toda velocidad.

—¡Fuera de mi jardín! —vociferó ella, furiosa—. ¡No te atrevas a acercarte nunca más!

Me sorprendió que Monty retrocediera con esa cara de espanto, pero lo entendí rápidamente en cuanto vi que la abuela empuñaba la vieja escopeta de caza de su hermano.

—¡Vete de aquí! —chilló de nuevo mientras él se apresuraba a marcharse—. ¡La próxima vez saldré con el seguro quitado! ¡¿Me has entendido?!

Al bajar el arma, la abuela entrecerraba los ojos.

—¿Te ha hecho daño?

—No —le aseguré enseguida.

—¿Y estás bien? ¿Necesitas alguna cosa?

Curiosamente, no podía estar mejor. Verla defenderme de esa forma casi me había hecho reír, presa de los nervios.

—¿Sabes…? ¿Ibas a usar eso?

—¿La escopeta? No funciona desde hace veinte años. —Soltó una risita y me pasó una mano por la espalda—. Venga, Jenny, vayamos adentro.

 En vistas de lo sucedido, tanto mis hermanos como mi abuela estuvieron de acuerdo en llamar a la policía. Dos agentes pasaron por la casa, pero enseguida deduje que no se lo acababan de creer. Mientras nos tomaban declaración, se miraban entre sí e insistían en determinados puntos. Les resultaba complicado asumir que alguien con una orden de alejamiento se hubiera arriesgado a algo tan grave por el simple hecho de hablar con su víctima. Shanon se enfadó tanto que, por primera vez, la escuché soltar una retahíla de insultos ante su hijo Owen, quien por la impresión quedó con la boca abierta.

Por suerte, Monty no volvió a intentarlo. Mi vida entró de nuevo en el bucle del cansancio. De la gasolinera a la clase de atletismo. De las cenas con la abuela a las noches de película con mi sobrino.

Y así siguió, hasta que, con el tiempo, me animé a abrir la web de la universidad.

Solo quería ver los precios, las fechas… imaginarme cómo sería terminar ese primer año de carrera que al final, no sé cómo, había conseguido aprobar.

Como quien no quiere la cosa, fui clicando hasta llegar a la página de la pre-matrícula con las cinco asignaturas que me tocarían ese semestre. No parecían mucho más complicadas que las del primero. Me mordí el labio inferior al ver el precio total. Podía permitírmelo.

Qué raro suena eso.

Todavía tumbada en el sofá de mi abuela y sin saber muy bien por qué, marqué el número del único compañero de clase con quien seguía en contacto tras un año de ausencia. Se llamaba Curtis. Habíamos coincidido en varios trabajos grupales y siempre aportaba la chispa que le faltaba al proyecto. Era genial.

—¡Jeeeeeenna! —exclamó nada más descolgar—. Admito que no me esperaba una llamada tuya.

No pude evitar sonreír.

—Hola, Curtis. ¿Puedo consultarte una cosita?

Al final resultó que mi querido compañero había suspendido casi la mitad de sus asignaturas porque se había pasado gran parte de su primer año de fiesta. Tendría que repetirlas y, por lo tanto, estaríamos juntos en algunas clases. Oír que la mayoría de asignaturas eran fáciles me ayudó bastante.

—Lo jodido será la residencia —añadió, un poco menos animado—. A estas alturas del curso, dudo mucho que queden plazas.

La siguiente llamada fue a Naya, que empezó a chillar en cuanto oyó que estaba considerando la oferta.

—¿Qué hay de nuestra habitación? —le pregunté con esperanza—. ¿Te han asignado a alguna compañera o estás sola? Quizá podría intentar…

—Eeeeeem… Es que ya no vivo en la residencia.

Silencio. Parpadeé.

—¿Eh? —Vivo con Will y Sue. Solo desde hace unas semanas —añadió enseguida—. No te lo dije porque se me olvidó, lo prometo.

—Bueno, espero que os lo paséis genial. Seguro que tendréis una buena convivencia.

—No sé yo si Sue estará de acuerdo… Espera, puedo llamar a Chris para ver si mi plaza sigue libre.

—Te lo agradecería muchísimo.

Sin embargo, cuando volvió a llamarme no tenía buenas noticias.

—Asignada —se lamentó, aunque su humor enseguida cambió—. Pero he hablado con Will y Sue y hemos pensado en una solución.

Ya empezaba a sospechar por dónde iría la cosa.

—Naya…

—¡Podrías venirte con nosotros!

—Sí, claro… —¿Por qué no? ¡Todos somos amigos y hay una habitación libre!

—Una habitación que pertenece a mi exnovio. No puedo ir.

—Por Dios, Jenna… No ha vuelto por aquí desde hace casi un año. ¿Crees que lo hará justo ahora que empieza su segundo semestre?

—Con mi suerte, seguro que sí.

—¿Quieres que le pregunte si tiene pensado volver?

—No es solo eso, Naya, es que no quiero dormir en su habitación. Es violento e intrusivo. Si me lo hicieran a mí, me sentiría muy mal.

Naya soltó un suspiro lastimero.

—Vaaale… ¿Y si compramos un sofá cama? Al menos hasta que encuentres una plaza en la residencia… Chris ha dicho que si aparece alguna plaza, me avisará enseguida.

La conversación duró bastante más que eso, y de alguna forma Naya acabó convenciéndome de que era una buena idea.

Así que, ahí estaba: tras dimitir de mis dos trabajos, por primera vez en mi vida con dinero propio en el bolsillo y a punto de cerrar la maleta. La abuela me había tejido dos gorros de lana, y Shanon se había acercado con una bolsa de ropa por si la necesitaba. Spencer estaba en el piso de abajo con nuestro sobrino. Oía sus risas desde mi habitación.

—Entonces… —Shanon me miró a través del espejo, todavía sentada en mi cama—. ¿Estás nerviosa?

Yo también me miré a mí misma. ¿Era cosa mía o ese día nada —en serio, nada— me sentaba bien? Estaba horrorosa. Estúpida ropa. Estúpido cuerpo. Me quité de un tirón la que llevaba puesta y la lancé al suelo junto al ya considerable montón de ropa que había descartado en un tiempo récord.

Mi hermana mayor parecía divertirse mucho con la situación.

—Me lo tomaré como un sí.

—¿Por qué todo me queda tan mal?

—Solo te ves mal por los nervios. Y por la ropa. —Hizo una mueca—. En serio, necesitas renovar tu armario. Menos mal que te he traído cosas.

—Mi ropa está bien —protesté entre dientes.

—Jenny, nena, sabes que te aprecio mucho y que eres la mejor hermana que tengo, pero tu sentido de la moda…

—Un momento, soy la única hermana que tienes.

—Exacto.

Puse los ojos en blanco.

Tras esa pequeña pausa, retomé la aventura de encontrar ropa apropiada. Rebuscando un poquito, logré rescatar un jersey rojo que había llevado alguna vez durante mi breve vida universitaria.

—¿Te gusta este? —pregunté.

—Pues sí, ¡porque es mío! —Ah, sí… te lo robé hace tiempo. Ahora es mío.

—Si te quedas eso, tus botas con plataforma son mías. Y el collar azul.

—Sí, claro. Y el armario entero, ya que estamos.

—Da gracias a que esté demasiado cansada como para discutir. Además, me sigue quedando mejor a mí.

—Eso te crees tú.

El rojo no me sentaba mal. Sería el elegido, junto con la escasa selección que ya aguardaba dentro de la maleta. El proceso había consistido en que mi hermana me lanzaba la ropa y yo la arreglaba apresuradamente para que no quedara todo hecho un desastre. Por lo menos, la selección ya parecía bastante completa.

—Esto no va a cerrar —comentó Shanon.

Me senté encima de la maleta y empezamos a tirar con fuerza de la cremallera por ambos lados.

—Aclárame una cosa —masculló mientras seguíamos con nuestro empeño.

—¿Qué? —Hace… mmm… cómo odio las maletas…

—Shanon, ibas a decirme algo.

—Ay, sí, sí… Hace un año que no los ves, ¿no? A Naya, Will, Sue… y todo el etcétera que va tras ellos y que no voy a nombrar para no herir sensibilidades.

—Ajá…

—Un año exacto.

—Bueno… no exacto. Ya estamos a mediados de enero.

—Y tu novio no estará, ¿no? Está en Francia por…

Hice una mueca cuando mencionó la-palabra-prohibida-con-n y ella se interrumpió a sí misma.

 —No lo llames así —le pedí en voz baja.

—Perdón —se apresuró a añadir—. Quiero decir que estás segura de que no te vas a cruzar con Ross, ¿no?

—Completamente.

—¿Y dormirás en su habitación?

—En un sofá cama. O con Sue, aunque no creo que me deje entrar en su habitación. Y les pagaré el alquiler, claro. Aunque se nieguen.

—Ya, y todo eso está genial. Pero… —Hizo una pausa—… ¿Estarás bien, Jenny?

 Y sabía lo que quería decir con eso.

Lo había pasado fatal durante ese año. Más allá de mis discusiones con papá y mamá, de todo el asunto de Monty… la única que me había visto realmente afectada por Jack había sido mi hermana. No había hablado de él con nadie más. Y, desde luego, no me había mostrado vulnerable con ninguna otra persona.

Pero ella lo sabía. Era consciente de que el primer mes había sido el peor. Y de que, aunque el resto del año había conseguido sobrellevarlo, todavía le echaba de menos y quería hablar con él.

De hecho, fue la única a quien le conté lo que había sucedido el día del cumpleaños de Jack.

Había estado toda la mañana dándole vueltas, comprobando el horario de Francia para no pillarlo a deshora, y después me había sentado en la cama con el móvil en la mano.

Quería felicitarlo, pero no sabía cómo estaría ni si ya se habría olvidado de mí, si mi intervención irrumpiría de nuevo en su vida de forma desagradable, si querría hablar conmigo… Todas las opciones parecían bastante viables, pero aun así necesitaba oír su voz. Aunque fuera egoísta, quería que supiera que me había acordado de él en su cumpleaños y que solo le deseaba lo mejor.

Así que, después de diez intentos fallidos de escribir un mensaje, contuve la respiración y marqué su número de teléfono.

¿Me respondería?

¿Me colgaría?

Quizá no tenía intención de mirar el móvil en todo el día. Conociéndolo, seguro que ni siquiera le había dado demasiada importancia a su cumpleaños. El año anterior, yo misma le había dicho que tenía que celebrarlo y habíamos ido de copas con los demás. Quizá era mejor dejarlo tranquilo.

Pero echaba tanto de menos hablar con él…

Estaba tan centrada en ello que casi no me enteré de que habían descolgado.

—¿Quién es? Si había contenido la respiración hasta ese momento, solté todo el aire de golpe.

Era una voz de chica.

Durante lo que pareció una verdadera eternidad, fui incapaz de decir nada. Me había preparado para todo menos para eso, pero tenía sentido. Quizá había rehecho su vida. Prácticamente había transcurrido un año. No tendría mucho sentido que me guardara el luto durante tanto tiempo. ¿Quién podía culparle?

No obstante, el nudo en mi garganta iba en aumento a cada segundo de silencio que pasaba.

 —Hola —dije por fin con la voz un poco ahogada—. S-soy… una amiga de Ja… de Ross. Me llamo Jennifer. ¿Está por ahí?

La chica se quedó en silencio bastante menos tiempo que yo. Su acento era un poco raro, marcaba mucho las vocales, aunque con cierta elegancia.

—¿Jennifer? —repitió con confusión. Ni siquiera le resultaba familiar. Fuera quien fuese, Jack no le había hablado de mí. Quizá yo no era tan relevante en su vida como había creído. Quizá me había vuelto un poco creída.

—Ahora mismo está en la ducha —replicó ella—. ¿Quieres que lo llame?

¿En la ducha? ¿Habían…? No, no era mi problema. Cerré los ojos, tragué saliva con dificultad y después negué con la cabeza aunque no pudiera verme.

—No hace falta, deja que se duche tranquilo. —Dudé durante unos instantes—. Pero, para cuando salga…, ¿podrías hacerme un favor?

—Sí, claro. Dime.

—¿Podrías decirle que Jen quería felicitarle, por favor?

No sé por qué insistí. O por qué me sentí tan intrusiva. No me quería en su vida. ¿Por qué no desistía de una vez?

La chica emitió un sonido de aprobación.

—Yo me encargo —me aseguró—. Au revoir!

Y a pesar de aquella despedida, nunca obtuve una respuesta. Supongo que Jack sí fue capaz de pasar página. Solo yo me quedé estancada entre líneas.

—¿Jenny?

Shanon, en el presente, me miraba como si hubiera entrado en trance.

—¿Me estás escuchando?

—¿Qué? —parpadeé.

—Solo quiero… A ver, ¿estás segura de que estarás bien? Durante un tiempo lo has pasado muy mal, ¿seguro que quieres volver allí? Podría ser como reiniciarlo todo.

—Ya está decidido, ¿no?

Ella suspiró.

—Sí, supongo que sí. Venga, te acompañaré al aeropuerto.

Bajé las escaleras cargando como pude la enorme maleta. Biscuit, mi perro, fue el primero en acercarse a recibirme con aire de tristeza, como si supiera que me marchaba otra vez. Spencer había ido a buscarlo a casa de mis padres para que al menos pudiera darle un último achuchón.

—Hora de irse —anunció Shanon.

—¿Puedo ir? —Owen puso cara de pena—. Por fa, por fa, por fa.

—Claro que sí, enanito.

—¡Bien!

—Ven, cielo. —La abuela se me había acercado con los brazos abiertos. Me dio un pequeño abrazo y suspiró—. Pórtate bien. Y, si cambias de opinión…

—Aquí siempre hay chocolate caliente, lo sé. —Al envolverla con los brazos, desaparecieron todos mis nervios—. Te quiero mucho, abuela.

Se separó y me dedicó una sonrisa.

—Y yo a ti. Aquí siempre tendrás tu casa. —No os pongáis sentimentales, seguro que esta vez podremos visitarla —intervino Spencer.

Aun así, despedirme de la abuela y de Biscuit desde la ventanilla fue desolador. De algún modo, había dejado atrás la comodidad para enfrentarme a algo fuera de mi zona de confort. Y, pese a que estaba aterrada… por primera vez en mucho tiempo sentí que recuperaba las riendas de mi vida.

En el aeropuerto, los tres me acompañaron hasta la zona de seguridad. Entonces no les quedó más remedio que plantarse a mi lado y despedirse. Para mi sorpresa, Owen fue el primero en abrazarme, rodeándome las rodillas.

—Me gustabas como entrenadora, tita…

—¿Y qué te hace pensar que no lo seré cuando vuelva? —Le revolví el pelo con una mano—. Son solo unos meses. Ya recuperaremos el tiempo perdido en verano.

No pareció muy convencido.

—Si ves a tu novio, no volverás pronto.

Mis hermanos parecían haber entrado en pánico, como siempre que se mencionaba a Jack en mi presencia. No sabían disimular.

—No molestes a tu tía, venga. —Shanon lo riñó suavemente antes de mirarme—. Lo siento, le pedí que no dijera nada.

—No pasa nada.

 Pero Owen empezaba a lloriquear. Ay, no.

—No quiero que la tita se vuelva a ir… —Se sorbió la nariz.

—Oye, Owen —intervino Spencer—, ¿quieres que vayamos a probar suerte en la máquina de pescar peluches?

Dejó de llorar casi al instante. Después asintió fervientemente. Era muy fácil sobornarlo. Shanon aprovechó el momento para darme un abrazo de oso. Sonreí nada más apoyar la mandíbula en su hombro.

—Estoy muy orgullosa de ti —me aseguró en voz baja—. Aunque seas insoportable y tengas un sentido de la moda rarísimo.

Me puse a reír.

—Yo también te echaré de menos.

Mientras daba un paso atrás, Spencer se acercó y me rodeó los hombros para plantarme un beso muy ruidoso en la frente.

—Llámame para cualquier cosa.

—Llevas una semana diciéndomelo.

—Cualquier cosa, ¿vale?

—Que siií —sonreí.

—Bien. Y, por favor, no vuelvas embarazada. Ya tuvimos bastante con una sorpresita en la familia.

Shanon le dio un codazo. Owen no parecía enterarse de nada. Estaba ocupado jugueteando con su nuevo peluche, un caballo blanco con manchas marrones.

—No creo que haya problemas con eso —murmuré.

—Nunca viene mal repetirlo. En fin… pásatelo bien, ¿vale? Es tu momento de disfrutar, no de preocuparte.

—Sí —sonrió Shanon—. Disfruta de estos meses. Iremos a verte en cuanto quieras.

Había llegado la hora de marcharse. Apreté los dedos en la maleta y, tras echarles una última ojeada, asentí y me dispuse a darme la vuelta. No obstante, Owen me detuvo tirándome de la muñeca.

—Tita, ¡llévate a Manchitas!

Así que su caballo de peluche ya tenía nombre. Sorprendida, me agaché a su lado.

—¿Estás seguro? ¿No lo echarás de menos, Owen?

Él negó al instante y me puso a Manchitas en las manos. Era muy suave.

—Si te lo llevas, no te olvidarás de nosotros —dijo en voz baja.

Oh, lo que me faltaba. ¿Cómo iba hacerme la dura si me decía cosas así? Mis dos hermanos también parecían emocionados. Spencer sonreía, mientras que Shanon había curvado un poco las cejas con tristeza.

—Nunca me olvidaría de vosotros —le aseguré a Owen—. Pero me lo llevaré encantada.

Él pareció muy ilusionado.

—¿En serio?

—En serio. Y va a dormir conmigo.

—¡Mami, tenemos que conseguir otro! ¡Así los dos dormiremos con Manchitas!

Spencer se puso a reír por la mueca de hastío de nuestra hermana, y tras aquello no me quedó más remedio que marcharme.

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