José Saramago: todos los escritores que viven en mí
Trabajó de periodista, crítico y traductor en Portugal durante varios años hasta 1976, cuando se dedicó exclusivamente a la literatura. Sin embargo, José Saramago nunca abandonó la escritura de columnas de opinión, cartas abiertas y crónicas en medios de todo el mundo. El año en el que cumpliría cien años parece el pretexto perfecto para recorrer ese camino paralelo de su obra: publicamos a continuación una selección de fragmentos de «Saramago. Sus nombres. Un álbum biográfico» (Alfaguara) en el que el portugués ganador del Nobel habla de los autores clásicos que más leyó y admiró –entre ellos, Franz Kafka, Fernando Pessoa y Federico García Lorca–, y de escritores contemporáneos como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes o Mario Benedetti, con los que cultivó una amistad que trascendió la cofradía literaria.
Por José Saramago

Crédito: Getty Images.
FERNANDO PESSOA
A Fernando Pessoa, hombre de máscaras que miran y se enfrentan a máscaras, solo podríamos leerlo, y probablemente entenderlo, si reconociésemos en nosotros mismos las máscaras que somos. Se produciría, así, una constelación de sentidos, de lecturas infinitamente abiertas, nunca conclusivas. Sin embargo, a esta propuesta de aproximación se opone la tendencia general de definir a un Fernando Pessoa unificado, del cual, por mera ramificación, habrían nacido los heterónimos, reversibles en cualquier momento a su punto de partida, por mera voluntad nuestra. Es un intento, a mi entender, condenado a fallar. Cada uno de nosotros es aquel que es (somos quien cuando), pero el que actúa en nosotros es otro. Fernando Pessoa lo habrá entendido mejor que nadie. A partir del día en que Fernando Pessoa se convirtió en objeto de citas para políticos, el mito empezó a morir, para quedar solo el poeta. Solo, y como conviene.
La Vanguardia, marzo de 1988
FEDERICO GARCÍA LORCA
Más Lorca. Esta vez fuimos de romería hasta la Huerta de San Vicente, la casa donde vivía cuando se lo llevaron para matarlo. Una sobrina, Laura García Lorca, fue la guía de la melancólica visita. Probablemente sin que ella se diera cuenta, cada palabra suya, cada gesto, cada puerta que abría y cerraba, nos iban guiando por los laberintos ambiguos de la relación de la ciudad de Granada con la memoria de Federico. Incluso llegué a pensar (la responsabilidad de este pensar es solo mía), tanto por lo que conocía de antes, como por lo que he conocido ahora, que Granada sufre, todavía hoy, el remordimiento de no haberlo defendido...
Cuadernos de Lanzarote, 20 de octubre de 1996
ANTONIO MACHADO
Me acuerdo, tan nítidamente como si fuera hoy, de un hombre que se llamó Antonio Machado. En ese tiempo yo tenía catorce años e iba a la escuela para aprender un oficio que de poco iba a servirme. Había guerra en España. A los combatientes de un lado les dieron el nombre de rojos, mientras que los del otro lado, por las bondades que de ellos oía contar, debían de tener un color así como el del cielo cuando hace buen tiempo. Al dictador de mi país le gustaba tanto ese ejército azul que dio orden a los periódicos para que publicaran las noticias de modo que hicieran creer a los ingenuos que los combates siempre terminaban con victorias de sus amigos. Yo tenía un mapa donde clavaba banderitas hechas con alfileres y papel de seda. Era la línea del frente. Este hecho prueba que conocía a Antonio Machado, aunque no lo había leído, lo que es disculpable si tenemos en cuenta mi poca edad. Un día, al darme cuenta de que andaba siendo engañado por los oficiales del ejército portugués que dirigían la censura de la prensa, tire el mapa y las banderas. Me dejé llevar por una actitud irreflexiva, de impaciencia juvenil, que Antonio Machado no merecía y de la que hoy me arrepiento. Los años fueron pasando. En cierto momento, no recuerdo cuándo ni cómo, descubrí que el tal hombre era poeta, y tan feliz me sentí que, sin ningún propósito de vanagloria futura, me puse a leer todo cuanto escribió. Fue entonces cuando supe que ya había muerto, y, naturalmente, coloqué una bandera en Collioure. Es tiempo, si no me equivoco, de poner esa bandera en el corazón de España. Los restos pueden quedarse donde están.
«Carta a Antonio Machado», El Cuaderno, 22 de febrero de 2009
«Es evidente que Dios no ha leído a Kafka».
Saramago, 2009
VOLTAIRE
Mi racionalismo tiene una raíz «voltairiana». Ese escepticismo, esa ironía y esa especie de compasión por la locura de los hombres viene de ahí.
Expresso, 2 de noviembre de 1991
Me gustaría encontrarme con Voltaire y decirle que tenía razón en su opinión escéptica y pesimista del género humano. Le diría que tuvo razón y que, muchos años después, no hemos cambiado nada, que hay motivos para pensar que, si el viviese en el siglo xx, tendría aún mucha más razón.
Diário Uno, 13 de septiembre de 1998
KARL MARX
Marx, por ejemplo, no dogmatizó, pero no faltaron después pseudomarxistas para convertir El capital en otra biblia, cambiando el pensamiento activo por la glosa estéril o por la interpretación viciosa. Ya se ha visto lo que sucedió. Un día, si fuésemos capaces de deshacernos de los antiguos y férreos moldes, la piel que parecía vieja y al final no nos dejó crecer, volveremos a encontrarnos con Marx: tal vez un «reexamen marxista» del marxismo nos ayude a abrir caminos más generosos al acto de pensar. Que tendrá que empezar por buscar respuestas a la pregunta fundamental: «¿Por qué pienso como pienso?». Con otras palabras: «¿Qué es la ideología?». Parecen preguntas de poca monta y no creo que haya otras más importantes...
Cuadernos de Lanzarote, 21 de marzo de 1995

José Saramago y Gabriel García Márquez. Crédito: Getty Images.
FRANZ KAFKA
Es evidente que Dios no ha leído a Kafka.
«Sofía Gandarias», El último Cuaderno, 14 de junio de 2009
Si hay un escritor del siglo XX por el que siento veneración, ese es Kafka, y reivindico ser kafkiano. Kafka dijo que un libro tiene que ser el hacha que corta el mar helado de nuestra conciencia; todo esto como un programa de trabajo.
Época, 21 de enero de 2001
JORGE LUIS BORGES
El último de los gigantes literarios. Esa literatura suya que parece haberse desprendido de la realidad para revelar mejor sus misterios invisibles. Hay mundos que existen a partir del momento en que él los creó.
Palabras en la inauguración del Memorial a Borges en Lisboa, 12 de diciembre de 2008
Borges inventó la literatura virtual. Pierre Menard, Herbert Quain, toda esa fantasía, todo ese inventar un mundo que solo existe en su mente, en su imaginación… Es como si para Borges la realidad estuviese incompleta, como si a la realidad aún le faltase algo para existir del todo.
Alma, diciembre de 2009
FEDERICO FELLINI
Amarcord es, probablemente, la película que me llevaría a una isla desierta. No es suficiente decir que me gusta Fellini. Es más correcto decir que me apasiona. Desgraciadamente para todos nosotros, no habrá otro Fellini.
La Repubblica, 23 de junio de 2007
«Amarcord es, probablemente, la película que me llevaría a una isla desierta. No es suficiente decir que me gusta Fellini. Es más correcto decir que me apasiona».
Saramago, 2007
JOSÉ DONOSO
No es ninguna novedad decir que los libros de Jose Donoso son también, en el ámbito de las circunstancias subjetivas y objetivas de la historia social y política de Chile y de sus clases en los últimos cuarenta años, una mirada por dentro. Por eso mismo, una mirada impiadosa. La mirada de quien sabe. La mirada de quien en ningún momento se dejará sustraer por la complacencia con que acostumbran a arreglarse todas las decadencias, siempre fácilmente romantizables, porque tan apasionadamente romántico es el temperamento del escritor y, quizá, del hombre. Creo que es exacto decir que en Jose Donoso existe, para nuestro gozo, el realismo de una razón que se mueve rectamente en la dirección de la fría objetividad y el
romanticismo convulsivo de un sentimiento desesperado frente a la realidad. Jose Donoso no ha hecho más que parar el tiempo. ¿Para qué? Solo puedo ofrecerles una respuesta: que Donoso lo ha hecho simplemente para que pensáramos despacio, muy despacio, si somos en verdad humanos. ¿Lo hemos pensado? ¿O es que seguimos encerrados en el saco de nuestra propia absurdidad, esperando la hoguera y las cenizas como quien renuncio ya a la vida? Si el escritor es, como creo, quien nos persigue con preguntas, entonces Jose Donoso es de los más grandes.
Por eso, y por ser quien es, le doy las gracias.
Conferencia en el coloquio «José Donoso, 70 años», 5-7 de octubre de 1994
MARIO BENEDETTI
La MANZANA es un manzano
y el manzano es un vitral
el vitral es un ensueño
y el ensueño un ojalá
ojalá siembra futuro
y el futuro es un imán
el imán es una patria
patria es humanidad
Mario Benedetti escribió estos versos cuando andaba por aquí transportando sobre los hombros su exilio y el de todos los exiliados del mundo. Era el momento adecuado para conocer el significado de la palabra patria, por eso descubrió la gloriosa humanidad de hombres y mujeres que cada día, juntando afán con afán, como hoy aquí, pretenden construir otra norma y otra forma de mirar y de mirarse. Así que siguió escribiendo mi amigo Mario Benedetti,
yo con mis manos de hueso
vos con tu vientre de pan
yo con mi germen de gloria
vos con tu tierra feraz
vos con tus pechos boreales
yo con mi caricia austral
inventamos una patria
patria es humanidad
Algunos hombres han encarnado este sueño de Jose Martí. Sin duda, los mejores, y Mario Benedetti esta entre ellos. Por eso todos sentimos que algo dentro de nosotros se nos ensancha cada vez que leemos una página suya, un poema, un cuento, la lección moral que nos alumbra. Ahora, en esta fiesta de intercambio y mestizaje, conviene recordar el porqué de tanta amistad, de tanta gratitud: la patria que Benedetti nos ha ido ofreciendo se ha convertido en nuestra propia patria y todos juntos nos festejamos al descubrirnos a nosotros mismos en la escritura y en el ejemplo de nuestro definitivo amigo.
Agradecerle al escritor Mario Benedetti que nos haya descubierto los andamiajes de una nueva patria y que esta sea un lugar de encuentro y de responsabilidad es un deber que tenemos hoy más que nunca, porque están cerca los que se empeñan en prostituir palabras y conceptos, los que desprecian o condenan al otro porque le atribuyen patrias distintas a la única posible, la de la necesaria humanidad que Benedetti nos ha ensenado.
Gracias, Mario
Un abrazo de hermano
Carta pública a Mario Benedetti por la atribución del Premio Son Latino, 25 de agosto de 2000
«El primer libro de Gabriel García Márquez que me llegó a las manos fue Cien años de soledad y el choque que me causó fue tal que tuve que parar de leer al cabo de cincuenta páginas. Si la palabra traumatismo pudiese tener un significado positivo, de buen grado la aplicaría al caso».
Saramago, 2009
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Los escritores se dividen (imaginando que aceptaran ser divididos...) en dos grupos: el más reducido, el de aquellos que fueron capaces de abrirle a la literatura nuevos caminos; el más numeroso, el de los que van detrás y se sirven de esos caminos para su propio viaje. Es así desde el principio del mundo y la (¿legítima?) vanidad de los autores nada puede contra las claridades de la evidencia. Gabriel García Márquez usó su ingenio para abrir y consolidar la vía del después mal llamado «realismo mágico», por donde avanzaron más tarde multitudes de seguidores y, como siempre sucede, los detractores de turno. El primer libro suyo que me llegó a las manos fue Cien años de soledad y el choque que me causó fue tal que tuve que parar de leer al cabo de cincuenta páginas. Necesitaba poner algún orden en mi cabeza, alguna disciplina en el corazón, y, sobre todo, aprender a manejar la brújula con la que tenía la esperanza de orientarme en las veredas del mundo nuevo que se presentaba ante mis ojos. En mi vida de lector han sido poquísimas las ocasiones en que se ha producido una experiencia como ésta. Si la palabra traumatismo pudiese tener un significado positivo, de buen grado la aplicaría al caso. Pero, ya que ha sido escrita, aquí la dejo. Espero que se entienda.
«Gabo», El último Cuaderno, 3 de agosto de 2009
CHICO BUARQUE
¿Cómo entonces?
¿Desgarrados de la tierra?
¿Cómo?
¿Levantados del suelo?
¿Como bajo los pies una tierra como agua que se escurre de la mano?
¿Como en sueños correr por una carretera?
¿Deslizándose en el mismo sitio?
¿Como en sueños perder el paso y caer en el hueco de la Tierra?
¿Cómo entonces?
¿Desgarrados de la tierra?
¿Cómo?
¿Levantados del suelo?
¿O en la planta de los pies una tierra como agua en la palma de la mano?
«Levantados del suelo», Terra, 1997
Mi querido Chico:
Acabamos de oír la preciosa música y las preciosas palabras de Levantados del suelo. Las hemos oído emocionados, como si las estuviesen cantando todos los hombres y las mujeres sin tierra de ese dolorido Brasil. Gracias a tu talento y a tu corazón generoso, la gente sufridora del campo tiene su himno. Ojalá sea cantado y oído en todas las partes del mundo donde falta la justicia y es negado el derecho. Por lo que a mí respecta, te estaré siempre agradecido por haberle puesto a tu canción el título de un libro mío. Puedes imaginarte la alegría que me da. Y también el orgullo. Recibe nuestro abrazo fraterno.
Carta de José Saramago, 19 de marzo de 1997

José Saramago con el argentino Ernesto Sabato. Crédito: Getty Images.
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
Es extraño porque no tuve mucha intimidad con Manolo Vázquez Montalbán. Llegó hasta mí a través de Pilar, nos llevamos muy bien desde el primer momento, pero las circunstancias, él aquí en Barcelona y nosotros en Lanzarote o en Lisboa, él viajando muchísimo y nosotros que no viajábamos menos. La nuestra es un ejemplo de gran amistad en que no fue necesario que hubiésemos ido a la misma escuela, bebido la primera copa juntos o fumado el primer cigarro. No era necesario. Lo que pido es que recordemos a Manolo vivo, porque está vivo.
Apertura de la Fiesta de Sant Jordi, Barcelona, 2004
SUSAN SONTAG
A Susan Sontag apetece llamarla simplemente La Sontag, como acostumbran los italianos cuando se refieren a las grandes cantantes de ópera. Susan, que yo sepa, no canta, pero parece tener la misma fuerza, el mismo lírico vuelo, la misma arrebatada pasión, la misma presencia irrefutable. Lo más curioso es que, contradiciendo absolutamente esta impresión, no se encuentra en ella ningún asomo de teatralidad, ninguna presunción, sus gestos son naturales siempre, el tono siempre acertado. Había coincidido con ella una vez, hace un buen par de años, en una mesa redonda del Salón del Libro de Turín. Por aquella época me pareció arrogante, impertinente, incluso presuntuosa. Para decirlo todo con una palabra, me desagradó. Pero hoy, mientras la oía hablar con tanta sencillez de su trabajo, mientras respondía yo a su interés por el mío, pensé cuántas veces sucede que no prestamos atención suficiente no solo al tiempo que pasa, sino a las personas que éste nos va trayendo y después llevando, dejándonos, frecuentemente, el sabor amargo de las ocasiones perdidas.
Cuadernos de Lanzarote, 24 de abril de 1995
CARLOS FUENTES
El primer libro de Carlos Fuentes que leÍ fue Aura. Aunque no he vuelto a él, guardo desde aquel día (más de cuarenta años han pasado) la impresión de haber penetrado en un mundo diferente a todo lo que había conocido hasta entonces, una atmósfera compuesta de objetividad realista y de misteriosa magia, en que estos contrarios, en el fondo más aparentes que efectivos, se fundían para crear en el espíritu del lector una vibración singular en todos los aspectos. No han sido muchos los casos en que el encuentro con un libro haya dejado en mi memoria tan intenso y perenne recuerdo.
«Carlos Fuentes», El Cuaderno, 15 de octubre de 2008
«Estoy seguro de que al siglo pasado se le podrá llamar también el siglo de Sabato, como el de Kafka o el de Proust».
Saramago, 2009
ERNESTO SABATO
Dentro, pese a la penumbra reinante, ninguna luz estaba encendida. Y en ningún momento Sabato se quitaría las gafas oscuras, de lentes gruesísimas. La sala donde nos recibió daba a la parte de atrás del jardín, la divisoria de ese lado, acristalada, apenas dejaba pasar la luz quebrada del rápido atardecer. Ofrecí a Sabato el Ensayo, él quiso saber qué ciegos eran estos míos, yo le hablé de los suyos, después repasamos juntos los ciegos ilustres de la literatura, tanto personajes como autores, y acabamos preguntándonos aquello que muchos han querido saber: si los problemas de visión que uno y otro hemos sufrido habrán sido la causa inmediata de nuestras contribuciones de ciegos a los estudios literarios. Estuvimos de acuerdo en que no. Trajeron un café, que tomamos en silencio. Después, Sabato se lanzó, como quien repite un camino ya muchas veces recorrido, a un largo soliloquio que comenzaba por la evocación dolorida de la muerte reciente de un hijo (herida que siempre le irá a sangrar), y luego, como si le fuese imposible escapar de su propio laberinto, transitó por las diversas obsesiones que le conocemos: la descreencia en la razón, la negación crítica del conocimiento científico, la descalificación del progreso, el problema del mal, Dostoievski, la apología de la obra breve (pese a Dostoievski, comento ahora...). La sala se fue oscureciendo hasta que casi no conseguíamos vernos. Sabato no se levantó a encender la luz. Sombra entre sombras, su voz de ceniza lentamente fue cubriendo la sala, los estantes, las caras, los bultos, las manos. Le dije que hasta para descreer de la razón teníamos necesidad de la razón, que el Mal no era efecto ni obra de un Demonio, que no hay otro Demonio ni otro Dios que el propio hombre. No tengo seguridad de que me haya oído, su voz era como un río negro hacia el cual, poco a poco, yo mismo, todavía agarrado a la orilla, iba resbalando.
Cuadernos de Lanzarote, 18 de mayo de 1996
Estoy seguro de que al siglo pasado se le podrá llamar también el siglo de Sabato, como el de Kafka o el de Proust.
«Sabato», El último Cuaderno, 24 de junio de 2009.
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