Doctor MARIO AMADEO, diplomático y político, cuyo padre desempeñó un importante papel en los planes de RMO como interventor en la provincia de Buenos Aires.
Doctor EDUARDO ARAUJO, presidente del Comité de la Capital de la UCR y diputado nacional radical por la Capital Federal durante la presidencia de RMO.
Señor NORMAN ARMOUR, diplomático norteamericano. Fue embajador de su país en Buenos Aires durante la presidencia de RMO. Actualmente vive en Nueva York, retirado de su actividad.
Doctor LUIS A. BARBERIS, íntimo amigo de RMO, su secretario privado en el Ministerio de Obras Públicas, secretario general de la Presidencia de la Nación y ministro de Obras Públicas durante la presidencia de RMO.
Señora MARÍA AGUSTINA MARTÍNEZ DE BARBERIS, su esposa.
Señor BARTOLO CALAFEL, jefe de los servicios de cocina de la residencia presidencial desde que RMO fue presidente electo hasta su renuncia definitiva.
Doctor MIGUEL ÁNGEL CÁRCANO, precandidato a vicepresidente de la Nación de la fórmula encabezada por RMO; durante la presidencia de éste, embajador en París.
Doctor RODOLFO CARRERAS, político y jurista, ex diputado nacional entre 1958 y 1962. Fue discípulo del doctor Raúl Oyhanarte, dirigente radical de La Plata, que tuvo vinculación política con RMO.
Doctor RAMÓN CASTROVIEJO, médico oftalmólogo español nacido en 1904 y radicado en Estados Unidos desde 1928. En 1942 viajó a Buenos Aires con el propósito de operar a RMO.
Ingeniero doctor MANUEL CASTELLO, íntimo amigo de RMO y director general de Ferrocarriles cuando éste era ministro de Obras Públicas.
Señorita LÍA ESCALADA, secretaria privada de RMO, primero en su estudio, luego en la Presidencia de la Nación.
Señor JERÓNIMO JUTRONICH, periodista. Trabajó en la oficina de prensa de RMO cuando éste era candidato presidencial; luego fue cronista de la agencia ANDI en la Casa de Gobierno, durante la presidencia de RMO.
Doctor PEDRO LANDABOURE, discípulo y sucesor del profesor Pedro Escudero en la cátedra de Nutrición de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires.
Doctor VICENTE SOLANO LIMA, diputado nacional conservador por Buenos Aires durante la presidencia de RMO y amigo de su confianza.
Señora NINÍ MARSHALL, actriz, animadora de audiciones radiales de gran éxito desde 1938 y durante los años posteriores.
Doctor JOSÉ HERIBERTO MARTÍNEZ, senador nacional conservador por Córdoba durante la presidencia de RMO; en tal carácter fue miembro de la comisión investigadora del Senado sobre la salud del presidente.
Señorita ELENA MUSMANNO, discípula del profesor Pedro Escudero, dietista y preparadora de los regímenes de comida de RMO desde que fue presidente electo hasta su fallecimiento.
Doctor MANUEL V. ORDÓÑEZ, amigo de confianza de RMO y, durante la presidencia de éste, abogado de los Ferrocarriles del Estado.
Doctor EDUARDO PAZ, diputado nacional consevador por Tucumán durante la presidencia de RMO.
Doctor CARLOS PITA, íntimo amigo de RMO, diputado nacional antipersonalista por Santa Fe durante la presidencia de RMO y, en tal carácter, presidente del bloque antipersonalista de Diputados.
Señor AGUSTÍN PETRUCELLI, dirigente conservador del partido de Exaltación de la Cruz (Buenos Aires) durante la presidencia de RMO.
Doctor DIÓGENES TABOADA, íntimo amigo de RMO, su colega en la Cámara de Diputados como diputado por San Luis y luego ministro del Interior durante la presidencia de RMO.
Señor MIGUEL TUOSO, chofer de la cochera presidencial durante la presidencia de RMO; sirvió a éste y su esposa desde que asumió la presidencia hasta su renuncia definitiva.

Salvo expresa mención en contrario, los textos en bastardilla son transcripciones literales de los testimonios que estas personas brindaron al autor en entrevistas individuales, grabadas durante la preparación de esta obra y con destino a la misma.
A María,
la más chiquita
Aquella gente sabía hacer las cosas... El espectáculo se proyectó a lo grande, fastuosamente, y todo salió como se había previsto: con un aire preciso y decoroso, propio de una gran Nación. Hasta el tiempo ayudó: los días anteriores fueron agobiantes, con ese bochornoso calor que suele aplastar a Buenos Aires en verano. Pero el domingo 20 de febrero de 1938 amaneció relativamente fresco. ¡Respiraron todos aquellos que tenían que concurrir trajeados de gala!
El presidente electo estaba en la quinta Las Toscas, en Martínez, donde había pasado casi todo el verano. Allí recibió a sus amigos más íntimos durante la mañana. Almorzó ligeramente y a las dos de la tarde se dirigió a su casa del centro, en Callao entre Córdoba y Paraguay. Poco después llegó Castillo, que vivía en Juncal, a media cuadra de Callao. A las tres de la tarde salieron los nuevos mandatarios, de riguroso frac, acompañados por el general Benedicto Ruzo y el almirante Abel Renard. Frente a la casa formaba un escuadrón de granaderos.
—¿Cómo estaba Ortiz ese día?
LUIS A. BARBERIS: Bien. Muy contento y muy serio. A la noche me comentó que el único momento en que se sintió impresionado fue cuando, al salir de su casa, se enfrentó con los granaderos.
Subieron a la calesa de gala: ocho resortes, con dos lacayos atrás y cochero, vestidos de calzón corto celeste, librea azul con alamares dorados, galera de felpa con cucarda celeste y blanca y un tronco de caballos especialmente adquiridos por la Presidencia para esta ocasión. ¡Un espectáculo! Ortiz y Castillo sentados atrás, vis à vis de los militares; a la zaga de la carroza el jefe de la Casa Militar cabalgando un espléndido alazán. Luego el abanderado y su escolta, la fanfarria del Regimiento de Granaderos a Caballo y dos escuadrones. Algunas motocicletas de la policía flanqueaban el cortejo. Realmente, un espectáculo suntuoso y colorido.
Había una discreta cantidad de público sobre Callao, que aplaudía el paso de la caravana. Ningún grito en contra, nada que pudiera deslucir la solemnidad de la ceremonia. Sin embargo, la candidatura del nuevo presidente había sido rechazada por el electorado metropolitano, cinco meses antes... Sin incidentes llegó el cortejo al Congreso. Ortiz y su compañero de fórmula descendieron frente a la gran puerta que da sobre la plaza. Allí los esperaba la comisión de recepción. En el gran recinto de la Cámara de Diputados, las bancas, los palcos y las galerías estaban repletos.
El breve trámite del juramento: las palabras de Julio A. Roca deseando éxito al nuevo mandatario. La fórmula constitucional pronunciada con voz firme por Ortiz. Ya era presidente.
Después de un intervalo de charlas y saludos con los legisladores, subió de nuevo a la calesa. A lo largo de la Avenida de Mayo las veredas estaban bastante pobladas; mucha gente sentada en los cafés aplaudía cortésmente. (Algún radical comentaría esa noche que se habían confundido las palmadas llamando al mozo con los aplausos a lo largo de la avenida...) Ortiz resplandecía. Su ancho rostro se hacía más vasto en la sonrisa que mantenía mientras saludaba a uno y otro lado con la galera; a su izquierda Castillo, con su cabello blanco y su figura escueta, parecía un abuelito provinciano un poco cohibido al lado del volumen de su compañero.
A las cinco llegaron a la Casa Rosada. En el Salón Blanco repleto de público, Justo los esperaba. Uniformes militares y navales, trajes oscuros o de palm-beach, señoras con vestidos veraniegos de color claro y los infaltables sombreritos abundantes en flores y plumas. En lo alto de la gran escalera, el presidente cuyo mandato concluía recibió a su sucesor con un abrazo. Luego, en el estrado del salón, pronunció una breve alocución resumiendo su propia acción de gobierno. En el otro extremo de la gran mesa donde reposaba el bastón de mando, Ortiz escuchaba. “Conozco vuestra capacidad de trabajo, vuestra sana y honda inspiración patriótica y las condiciones de carácter e inteligencia que os distinguen. Por ello me he congratulado de que la voluntad ciudadana os haya elevado a la primera magistratura, convencido de que saldréis airoso de la dura prueba a que os abocáis, en medio de simpática y auspiciosa expectativa.” Terminadas sus palabras, le entregó el bastón de mando. El Salón Blanco se venía abajo de aplausos. En la imponente formalidad de la ceremonia, bajo los estucos dorados y los espejos biselados del recinto, ¿quién tendría la insolencia de recordar que Justo había impuesto a su sucesor, y que éste había llegado al poder a través de un gigantesco fraude electoral?
Pero ahora contestaba el presidente, leyendo una página donde se hacía una afectuosa alusión al accidente que, un mes antes, costara la vida a un hijo de Justo: “Habéis subrayado, hasta con el dolor más profundo, el cumplimiento de vuestro mandato”.
Después lo acompañó hasta la salida de honor de la Casa Rosada, para regresar al despacho presidencial, donde firmó las designaciones de sus ministros. Tomó juramento uno por uno a sus futuros colaboradores y luego pasó al jardín de invierno a fin de recibir los plácemes de los jefes de las misiones diplomáticas acreditadas en la transmisión del mando.
Ya estaba fresca la tarde cuando el presidente salió a un balcón sobre Plaza de Mayo, para asistir al desfile: unos 7.000 soldados rindieron honores a las nuevas autoridades. Pero la curiosidad del público se dirigió, preferentemente a las seis “fortalezas volantes” que habían venido a participar en los actos y —¡maravillas de la técnica moderna!— lograron hacer la etapa Lima-Buenos Aires sin escalas. Aplaudido por el público, Ortiz alcanzó a pronunciar unas breves frases que apenas se escucharon por no haber micrófonos ni altoparlantes. Su misión principal —prometió— sería la de “pacificar el sentimiento argentino”.
¿Había terminado el trajín de la jornada? Todavía no. Concluidos los actos en la Casa de Gobierno, Ortiz y su esposa fueron a visitar a Justo en su residencia particular de la calle Federico Lacroze. De allí a Las Toscas, donde el presidente ofrecía una recepción.
A las nueve de la noche habló por LRA, Radio del Estado, dirigiendo un corto discurso a todo el país. En la oportunidad, doña María Luisa también habló por radio. “Es seguramente la primera vez que al asumir el poder un jefe de Estado argentino, asocia a la compañera de su vida a la comunicación inicial directa con sus compatriotas, en carácter de Presidente de la Nación.” Efectivamente, era la primera vez. La segunda vez ocurriría ocho años más tarde; pero la que continuaría con el precedente de 1938, una escuálida muchacha de 18 años, en ese momento acaso no escuchó el pequeño discurso de la señora de Ortiz.
Pasada la medianoche terminó la fiesta en Las Toscas. Había sido una hermosa jornada. Sin calor popular, desde luego; con apenas la curiosidad que despierta una carroza anacrónica, unos soldaditos bellamente uniformados, dos señores vestidos de frac que recorren el centro de la ciudad saludando parsimoniosamente con sus galeras. Pero el rito cívico de la transmisión del mando se había desenvuelto con dignidad y colorido y eso bastaba. Estas cosas, aquella gente sabía hacerlas bien...
Ahora empezaba la tarea de Roberto Marcelino Ortiz.
ORTIZ HACIA EL PODER
I
A mediados de abril de 1937 se confirmó lo que se venía suponiendo desde el año anterior: Ortiz sería el candidato presidencial de la Concordancia. Completaría la fórmula un conservador a designarse. La presencia en la Capital Federal de casi todos los legisladores oficialistas, por la proximidad de la inauguración del año parlamentario, apresuró la definición. Ahora sólo se necesitaba la homologación formal por parte de las convenciones del antipersonalismo y el conservadurismo, los partidos aliados en la Concordancia.
El nombre del ministro de Hacienda había sido lanzado por Justo a sus amigos íntimos. Éstos lo difundieron en círculos más amplios y los diarios recogieron de inmediato la versión como lo que era: la consagración definitiva e inamovible de Ortiz a la candidatura oficialista.
—¿Cómo lo impuso Justo? ¿Sugirió su nombre abiertamente?
VICENTE SOLANO LIMA: Justo llamó a sus amigos y les dijo que el radicalismo antipersonalista era una parte de la fórmula, que los conservadores eligieran el segundo término. Lo propuso de una manera que... ¡no había alternativas! No hubo objeciones, tampoco, por parte de los conservadores. A Ortiz lo consideraban de una gran personalidad.
—La candidatura de Ortiz, ¿no fue resistida por nadie, dentro de la Concordancia?
JOSÉ HERIBERTO MARTÍNEZ: Por nadie. Recayó sobre él por gravitación propia.
DIÓGENES TABOADA: Justo lo prefirió a Ortiz porque había sido su ministro y pudo entonces tener la sensación clara de las relevantes condiciones que tenía como hombre público, como gobernante y como político. Era un hombre de gran inteligencia y de una gran facultad de percepción de la realidad de las cosas.
CARLOS PITA: La vinculación con Justo le venía a Ortiz del gabinete de Alvear. Eran amigos. Solíamos ir al escritorio del ingeniero Pablo Nogués, en la calle Sarmiento esquina San Martín, donde Justo recibía a la gente cuando se preparaba su candidatura. Muchas veces Justo lo llamaba a Ortiz por teléfono y lo incitaba a almorzar para hacerle alguna consulta.
VICENTE SOLANO LIMA: Justo consultaba con frecuencia a Ortiz. Antes de ser ministro de Hacienda yo lo veía en la antesala presidencial, sobre todo en momentos de crisis. Cuando lo nombró ministro, yo tuve el pálpito de que Ortiz sería el futuro candidato...
Es cierto que la decisión de Justo atendía a las condiciones de gobierno que había revelado Ortiz en sus dos desempeños ministeriales, con Alvear y con el propio Justo. También había tenido en cuenta la amistad que los unía: ambos se trataban de usted y Justo lo llamaba “don Roberto”. Solían discutir de igual a igual —algo no muy frecuente en el caso de Justo, a quien no le gustaba que lo contradijeran— y Ortiz le decía “Justo” nomás, no “general” ni menos “presidente”.
Pero desde luego, otros factores habían operado a favor de Ortiz en su designación como candidato. En primer lugar, era un secreto a voces que el presidente legaba su cargo, con el valor entendido de que en 1944 retornaría al poder. Por otra parte, éste era el criterio de no pocos dirigentes concordancistas.
JOSÉ HERIBERTO MARTÍNEZ: Ortiz, puesto por Justo, tenía en realidad la obligación de devolverle a Justo la presidencia. Justo lo designó con este criterio, evidentemente.
—Pero Ortiz, ¿lo hubiera puesto de nuevo a Justo?
LUIS A. BARBERIS: ¡Sí! ¿Por qué no?
—¿Siempre conservaron buena amistad, Justo y Ortiz?
LUIS A. BARBERIS: No siempre. Se enfrió cuando Ortiz era presidente, a raíz de la intervención a San Juan. Pero en el fondo se respetaban.
MANUEL V. ORDÓÑEZ: Una vez, siendo ya presidente, le pregunté a Ortiz qué iba a hacer con Justo. “Tenga cuidado —le dije— no se vaya a poner contra Justo, porque usted le debe todo...”Ortiz lo mantuvo ahí nomás... No le dio la patada histórica pero tampoco mucha injerencia en los asuntos, y no se privó de tomar algunas medidas que a Justo no le gustaron. Ambos se respetaban, sin pasar por encima del otro.
Entonces, en la medida de lo humano, Ortiz era la garantía que necesitaba Justo para su anhelada segunda presidencia. Pero además, el candidato concordancista tenía ventajas adicionales. Su retiro de la política activa entre 1928 y 1936 le había evitado fricciones y encontronazos. Tenía amigos en todos los sectores.
—¿Quiénes eran sus amigos conservadores?
CARLOS PITA: Antonio y Jorge Santamarina, Eduardito Bullrich y algunos más. Miguel Ángel Cárcano también estaba vinculado a él.
EDUARDO PAZ: Uno de los amigos más cercanos que tuvo Ortiz dentro del conservadurismo fue Vicente Solano Lima y también don Antonio Santamarina a través de su hermano Jorge, que era presidente del Banco de la Nación. Usted sabe, don Antonio representaba, dentro del conservadurismo bonaerense, algo bastante diferente de Barceló.
—¿Y quiénes eran sus amigos en el radicalismo del Comité Nacional?
LUIS A. BARBERIS: Muchos: Tamborini, O’Reilly, Gallo, aunque este último era bastante mayor.
MANUEL V. ORDÓÑEZ: A Tamborini lo llamaba Pasquale: “¡Hola, Pasquale!” “¿Qué decís, Pasquale?”
—¿De dónde venía su vinculación con Tamborini?
ORTIZ: En 1904 se reunía la “Convención de Notables” en la que iba a surgir la fórmula presidencial Quintana-Figueroa. Los universitarios radicales anduvimos armando escándalo por las calles, gritando que no podía defraudarse la voluntad popular. Hubo tiroteos, heridos... ¡qué sé yo! Y al final fuimos a dar unos 150 o 200 al Depósito de Contraventores, que estaba entonces en la calle 24 de Noviembre. Allí, con Tamborini, fundamos un diario manuscrito para entretenimiento de los presos. Hasta hace poco conservaba el ejemplar... El peor servicio que podríamos hacerle a Tamborini es publicar los versos con espíritu revolucionario que escribió entonces...
Hombre sin enemigos, con amistades en todos lados, respetado aunque no admirado, sin resistencias. Figura con escaso brillo. Sin atractivos de líder. Una personalidad casi apolítica, a pesar de su larga trayectoria radical y su notoria adscripción al antipersonalismo. ¡El sucesor ideal!
Cuando trascendió que la “media palabra” presidencial ya estaba dada y el ungido era el ministro de Hacienda, la oposición se rasgó las vestiduras. ¡El regreso a las corruptelas del Régimen! ¡El Gran Elector designando a dedo a su reemplazante! En verdad, todos los candidatos oficiales han sido designados en la Argentina por el presidente. Justo había contado en 1931 con el asentimiento de Uriburu. Alvear había arbitrado en 1927 a favor de Melo; Alvear había sido impuesto por Yrigoyen... Que Justo indicara a Ortiz no era más que una tradición previsible, reiterada. Nuestro sistema constitucional es presidencialista y todo presidente, en épocas normales, aspira a dejar guardadas sus espaldas. Y ya lo dijo don Julio Costa: muchos políticos argentinos pueden resistir las presiones del dinero, de sus correligionarios, de la opinión pública y de las mujeres; pero no hay ninguno que resista una insinuación del presidente de la Nación...

¡Ronda! ¡Ronda! (Toque de silbato).
LOCUTORA: Escúchame oyente, tú que indiferente recorres el dial, deténte un momento, siquiera un instante ante este mi lema, “Ronda Policial”, y así dando vuelo a tu fantasía puede que comprendas qué tragedia anida cuando narra en sangre sus cosas extrañas ¡la fatalidad!
RELATOR: Yo soy el agente de esa voz amiga que sabe de madres que agobia el dolor, y sé por qué llora en la oscura celda aquel hombre bueno que se obsesionó... También sé del hombre cuya cerviz baja no albergó jamás una contrición, de la ley al margen mísera piltrafa purgando el delito de la perversión.
MADRE: (Implorando): ¡Una limosnita, por el amor de Dios... para mi hijito enfermo!...
RELATOR: Sé del niño enfermo cuya madre es ciega, del hogar sin pan sumido en miseria, “ronda de fantasmas” de la humanidad, y los alcoholistas, sombras de las sombras que pisan la alfombra del fin sepulcral...
VOZ RONCA: ¡Maldición! (un tiro) ¡Tomá!
VÍCTIMA (Con dolor): ¡Ah! ¡Cobarde... canalla...!
LOCUTORA: Yo sé del artero y vil asesino que traza el enigma sobre algún destino sin saber por qué...
Yo soy el consejo con que la experiencia le enseña su ciencia a la humanidad
(Toque lejano de alarma).
RELATOR: ¡Ronda! Voy de alerta, que de puerta en puerta es verbo capaz,
por eso tú me hablas de la voz amiga que tiene por lema el más alto ideal:
¡Velar por los hombres de esta noble tierra, grande por ser Patria de la Libertad!
LOCUTORA: Radio Porteña Presenta...
(Cortina musical)
RELATOR: ¡Ronda Policial!
LOCUTORA: Una voz moral, enérgica y preventiva en el espacio...
(Cortina musical)

¡OTRA GRAN OBRA RADIOTEATRAL!
Sintonice la Gran Compañía Mecha Caus
“AMOR NO ES SACRIFICIO”
¿Hasta dónde el amor puede ser sacrificio?
¿Hasta dónde el sacrificio puede ser amor?
El drama angustioso de una mujer que lucha entre el deber de esposa y los dictados de su corazón.
Escuche esta vigorosa radionovela, original de De Bassi y Sevanse.
Desde el 1° de abril todos los días, a las 17.30 horas, excepto domingos, por L.R.1 Radio El Mundo y la Red Azul y Blanca.
Por el notable elenco que encabeza Mecha Caus “la actriz de todos los hogares” con el galán Antuco Telesca.
Radiolandia, 29 de marzo de 1941.
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GRAN COMPAÑÍA RADIOTEATRAL AMELIA BENCE
Con el galán Lalo Harbin en la apasionante novela
“LA CONFESIÓN”
Tema lleno de dramáticos contornos, intriga, amor y sacrificio, “La confesión” revive la historia de una princesita, cautiva de un siniestro círculo de gobernantes, cuyo nombre se convirtió en el terror de su pueblo, a pesar de ser ella de una gran bondad. Enamorada de su príncipe enemigo, caudillo de la revuelta popular contra “ella misma”, la princesita Florinda aparece en la vida de este hombre bajo otra personalidad y lo ayuda en su empresa temeraria contra su misma persona.
Todos los días, a las 16.30 horas, por L.R.3 Radio Belgrano
Radiolandia, 1° de febrero de 1941.

VARIEDADES ATKINSONS
Nuestra radiotelefonía, tan necesitada de audiciones novedosas, registra desde hace varias semanas un motivo de indudable atracción para los oyentes. Nos referimos a las “Variedades Atkinsons”, presentadas martes y viernes, a las 21.30, por Radio Belgrano, sobre libretos de Rafael García Ibáñez, prestigioso autor radiotelefónico y con la interpretación de una gran compañía, encabezada por la primera actriz Blanquita Del Prado.
Se trata de un apasionante desfile de hechos asombrosos, curiosidades y fenómenos hábilmente llevados al micrófono, que se han constituido desde sus primeras presentaciones en un éxito rotundo. Todo lo que en los sentidos apuntados registra el mundo, en estos días en que todo parece convulsionado, es rigurosamente seleccionado para ser llevado después a “Variedades Atkinsons”. Desde la nota deportiva hasta el episodio policial. Desde la rareza más increíble hasta la curiosidad más notable que pueda recogerse. Evade, pues, el programa de referencia el círculo vicioso en que se venían armando los programas radiofónicos comúnmente. Y logra, precisamente por esa variedad singularísima de motivos de atracción, una enorme repercusión en la masa radioescucha.
Además, se ha introducido en tal audición, un motivo que aumenta su interés. Se trata de acertijos semanales, a cuyas soluciones acertadas, se adjudican premios consistentes en diez frascos de perfumes Atkinsons. Veamos cómo.
El locutor, por ejemplo, plantea al público, desde el micrófono de Radio Belgrano, un problema. Si un sastre, por ejemplo, corta un metro por día, de una pieza de género que tiene diez metros, ¿cuántos días tardará en cortar los diez metros?
Precisamente ese acertijo se planteó la semana última. La respuesta acertada era la siguiente: “Tardará nueve días, pues al hacer el noveno movimiento, queda naturalmente cortado el décimo metro”.
Una enorme cantidad de respuestas se recibieron hasta la fecha indicada para la recepción de soluciones, que debían enviarse a “Variedades Atkinsons”, Florida 835, Bs. As.
Radiolandia, 26 de abril de 1941.
II
En cuanto al candidato a vicepresidente, tenía que llenar dos condiciones: ser conservador y ser provinciano. La Concordancia, inventada por Justo en 1931 para servirle de plataforma de lanzamiento hacia la presidencia, estaba compuesta por el radicalismo antipersonalista y el conservadurismo, además del socialismo independiente que en 1937 ya era una fuerza en extinción. El binomio presidencial debía representar, entonces, a aquellas dos fuerzas. Siendo Ortiz de origen antipersonalista, el segundo término debía ser designado por los conservadores. Además debía ser provinciano para continuar con la invariable tradición iniciada en la época de Mitre, que da a las fórmulas presidenciales —cualquiera sea la fuerza que la proponga— un sentido de integración nacional con la inclusión de un porteño y un hombre del interior en alguno de sus términos.
Bien: conservador y provinciano. ¿Quién, entonces? Justo se había reservado la facultad de imponer el candidato presidencial. Para la vicepresidencia, cargo sin mayor relevancia en épocas normales, dejaba a los conservadores en libertad de elección. ¿Quién, entonces?
La incógnita no interesaba demasiado al país. Se trataba de un manejo interno dentro del oficialismo, que sería resuelto en esotéricos conciliábulos. La opinión pública se apasionaba en esos días de abril de 1937 con el arrollador avance franquista sobre los países vascos o los desalojos de los inmuebles por donde pasaría la “Avenida Norte a Sur” —después 9 de Julio—, que el intendente metropolitano seguía a rajatabla pese a las furiosas conminaciones del Concejo Deliberante. En esa época comenzaba la última etapa de las obras con que Justo daría una nueva fisonomía a la ciudad de Buenos Aires: la Municipalidad tomaba posesión de la Quinta Miró para ampliar la plaza Lavalle, se iniciaban las obras de la futura Avenida General Paz, se ensanchaba la calle Belgrano, se anunciaba la próxima demolición de la Casa Rosada y se ponía la piedra fundamental del monumento a Roca. Los diarios publicaban maquetas de las futuras realizaciones y en los teatros se llamaba al intendente “Guillermo Tell”, porque “volteaba cualquier manzana...”.
Al costado de la furia demoledora y reconstructora de Justo, la política seguía su trámite... Casi contemporáneamente a la definición de Ortiz como candidato, se difunde el nombre de Robustiano Patrón Costas como su probable compañero de fórmula. Para los conservadores se trataba de un excelente candidato. Manejaba los hilos políticos del norte argentino, y era un industrial que había convertido su ingenio azucarero en un modelo de productividad. En ese momento era senador nacional por Salta y Justo, aparentemente, no tenía objeciones que oponerle. Entonces, ¿será Ortiz-Patrón Costas?
El 19 de abril (1937), tres días después del anuncio sobre la candidatura de Ortiz, formula Patrón Costas esas vagas declaraciones que suelen ser el preludio de la aceptación formal de una nominación. Pero de pronto empieza a crecer una versión: Justo habría vetado al senador salteño y sugiere a los conservadores el nombre de su ministro de Agricultura, Miguel Ángel Cárcano.
—¿Por qué Justo lo vetó a Patrón Costas?
JOSÉ HERIBERTO MARTÍNEZ: No lo vetó. Le explico. Cuando Justo se dio cuenta de que Ortiz estaba enfermo, quiso asegurarse un segundo que le permitiera volver a la presidencia en 1944. Entonces resolvió eliminar la candidatura de Patrón Costas y suscitó la de Cárcano.
ADOLFO VICCHI: Justo apoyó la candidatura de Patrón Costas a vicepresidente, pero luego se opuso. No me lo explico sino como una consecuencia de haber sabido que la salud de Ortiz era mala. Probablemente no quiso que Patrón Costas llegara a ser presidente y entonces propició la candidatura de Miguel Ángel Cárcano. Los conservadores de Mendoza nos opusimos terminantemente e insistimos en la postulación de Patrón Costas; en una reunión con Justo, éste me insinuó que Mendoza podría ser intervenida si no deponíamos nuestra actitud...
ADOLFO MUGICA: El candidato natural a vicepresidente, y el que Ortiz hubiera deseado, era Patrón Costas, que era el conservador más importante y tenía la unanimidad del partido conservador. Yo creo que Justo no lo hizo candidato por temor a su poder. Buscaba un hombre más maleable, más manejable, y en este sentido eligió al que realmente le parecía, que era el amigo Cárcano, blando, un hombre fácil de conducir.
Pero no era fácil, ni siquiera a Justo, destruir la candidatura del poderoso senador salteño. Fueran cuales hayan sido sus motivos, le resultó costoso desplazarlo.
—¿A quién planteó Justo su disidencia con Patrón Costas?
EDUARDO PAZ: El problema de la candidatura a vicepresidente fue planteado por Justo a Suárez Lago, que era senador por Mendoza y presidente del Comité Nacional del Partido Demócrata Nacional (conservador, F. L.). Lo hizo venir de su provincia, mandó su edecán militar a recibirlo a Retiro y lo recibió en su despacho diciéndole que los conservadores “debían designar un gran candidato a la vicepresidencia”. El nombre de Ortiz no había suscitado resistencias en la Concordancia y estaba prácticamente impuesto, pero faltaba el segundo término de la fórmula. Ante este planteo, Suárez Lago le manifestó que él no podía decidir nada pero que tampoco entendía lo que intentaba insinuarle el presidente. Finalmente, Justo deslizó el nombre de Miguel Ángel Cárcano. Lo que sucedía es que ya la salud de Ortiz inspiraba preocupación y Justo quería cubrirse para la segunda presidencia a que aspiraba. También había divergencias dentro del conservadurismo, porque Patrón Costas era de los que pensaban que Justo había hecho una buena administración, pero su vida política debía terminar con ella.
LUIS A. BARBERIS: ¡Hubiera sido tan diferente la suerte de este país si el vicepresidente de Ortiz hubiera sido Cárcano!
Frente al planteo de Justo, todo el avispero conservador empieza a agitarse. Se dice que no aceptarán una nueva imposición presidencial. Se barajan los nombres del diputado puntano Alberto Arancibia Rodríguez y del senador salteño Luis Linares. Pero la agitación no excede los límites de los círculos conservadores. El resto del país permanecía indiferente a estos forcejeos casi secretos: en esos días se asombra con la explosión que destruye al “Graf Zeppelin” o se inquieta con los indicios de la agresión alemana contra Austria.
Durante un mes hay una cierta pausa en el ajetreo político. El 11 de mayo, La Nación logra una auténtica pegada informativa, que en ese momento pasa inadvertida. Haciendo conjeturas sobre la futura candidatura vicepresidencial de la Concordancia, sugiere que la solución del sordo pleito que se debate en los círculos oficiales podría ser el ministro del Interior. En realidad —asegura el matutino— “la candidatura del doctor Ramón Castillo a la vicepresidencia de la Nación tiene solamente un serio adversario: el propio ministro del Interior”. En efecto, Castillo, que se desempeñaba en el Ministerio del Interior desde la renuncia de Leopoldo Melo, no despertaba resistencias. Pero no era un buen candidato, por lo menos en función de su probable compañero de fórmula.
LUIS A. BARBERIS: Castillo no tenía ningún conocimiento anterior sobre Ortiz. No se conocían, casi. Su vinculación con Justo había sido a través de Manuel de Iriondo. Éste sí era muy amigo de Justo.
Castillo era un respetable magistrado jubilado, profesor de Derecho Comercial, que había entrado a la política casi por casualidad. Había sido decano de la Facultad de Derecho de Buenos Aires poco antes de 1930; el régimen de Uriburu lo designó interventor en Tucumán y quien lo recomendó para el cargo tuvo que darle pacientes explicaciones de política antes de que partiera hacia la provincia norteña. A raíz de esta actuación fue elegido senador por su provincia natal, Catamarca, e hizo un buen papel en los debates de contenido jurídico. De allí fue llevado por Justo al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública y, posteriormente, al del Interior. Era un hombre menudo, con cabellos y bigotes blancos que le hacían aparentar más años de los 64 que tenía. Suave en sus modos, pausado y cortés, en realidad ocultaba un temperamento obstinado, capaz de peligrosas terquedades. Ortiz diría después a sus íntimos:
—Castillo es de Ancasti... ¡Y ya se sabe que las mulas de Ancasti son las más tercas!
Además, carecía de todo arrastre electoral y su distrito nativo no tenía peso político en el panorama nacional. Pero nadie pensaba en Castillo como candidato a vicepresidente: la tensión en las esferas oficiales se limitaba al choque de los nombres de Cárcano —sostenido empecinadamente por Justo— y Patrón Costas, mantenido tercamente por los conservadores.
Más de un mes duró este tironeo y Ortiz empezó a encontrar francamente incómoda su situación. El radicalismo ya había proclamado a fines de mayo la fórmula Alvear-Mosca y se aprestaba a pasearla por todo el país. Había que resolver problemas que se presentaban en varios distritos. ¿Qué pasaría, por ejemplo, en Tucumán, donde gobernaban los concurrencistas, radicales de origen pero escindidos del Comité Nacional: apoyarían a Alvear o se mantendrían neutrales? ¿Qué ocurriría en San Juan, donde los bloquistas de Cantoni recibían insinuaciones apremiantes para sumarse a Alvear? ¿Qué, en Entre Ríos, donde los antiguos yrigoyenistas parecían renuentes a apoyar a Alvear? ¿O en la Capital Federal, donde algunos núcleos parroquiales del radicalismo se mostraban proclives a auspiciar a Ortiz? Todo estaba detenido. La demora en la definición de la fórmula concordancista ataba a Ortiz, candidato aún no proclamado, primer término de un binomio sin segundo término...
Hasta que de pronto, a mediados de junio, la postulación de Cárcano se derrumbó.
MIGUEL ÁNGEL CÁRCANO: El fracaso de mi precandidatura se debió a mi inexperiencia política. Como ministro de Agricultura se me ocurrió hacer una larga gira por la Patagonia. Mis amigos me decían que no perdiera tiempo allí, que en la Patagonia no había votos... Pero yo quería ver sobre el terreno los problemas de la colonización y adjudicación de tierras. Y me fui, nomás... Durante un mes no dormí dos veces en la misma cama ni comí dos veces en la misma mesa. Vi muchas injusticias, mucha corrupción en los funcionarios menores, pero ¡en fin!, ésta es otra historia. Cuando estaba promediando el viaje recibo un telegrama urgente del secretario de la Presidencia, pidiéndome que regresara de inmediato a Buenos Aires. Yo no quería volver sin terminar mi gira por la costa del Atlántico, de modo que contesté que regresaría en diez días más. Nuevo telegrama, entonces, urgiendo mi retorno: en la península Valdés me esperaba un destróyer para traerme a Bahía Blanca. No hubo más remedio que embarcarme y el buquecito me llevó a una velocidad escalofriante.
De Bahía Blanca seguí a Buenos Aires. ¿Qué había pasado? Pues que en todos lados sonaba mi nombre como compañero de la fórmula que encabezaría Ortiz. Yo era el candidato de Justo y de Ortiz. Era muy amigo de éste; coincidíamos en casi todo.