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MARROQUINEROS
1° de abril de 2006
Corrupciones comparadas (III): Sobre diversas supuraciones de la actualidad.
Tío Plinio querido:
En cuanto se lo presiona levemente en la piel, el gobierno supura.
Por hombre más transitado que por viejo, usted sabe que la impunidad, en la Argentina, jamás fue un redituable negocio estratégico.
Tienen que aprenderlo, también, los que participan del extraño ciclo de acumulación.
Los muchachos adictos a las tensiones de la marroquinería.
Los que lucran, en definitiva, para la corona de la nueva política. A partir del mito nietzscheano de los eternos retornos.
La supuración entonces prolifera hasta expandirse de manera trasversal. Y no exclusivamente en el ámbito terminal del superministerio, convertido en el revoltijo de un supermercado.
Trátase de los marroquineros culposos que se atormentan, tío Plinio querido. Conectándose, a cada rato, al sadismo del Portal de las sorpresas que no pueden entender.
Acongojados porque suelen leer los textos, también, sus familiares.
Asístese entonces a las ceremonias explícitas de supuraciones sentimentalmente berretas.
Ocurre que los marroquineros enchastrados pretenden llevarse, por izquierda, para hacerlas subir, la totalidad de las valijas.
Para después suplicar clemencia, por derecha. Y en el nombre de los chicos.
Debe dudarse entonces entre dos acciones complementarias, no necesariamente excluyentes.
La acción cívicamente policial de desenmascararlos. Con el riesgo, imperdonablemente cruel, de someter a los marroquineros a merced de la formidable legión de extorsionadores, que completan el círculo vicioso.
O asumir la acción de confortarlos. Decirles, por ejemplo: «Llevátela tranquilo, hacé la tuya y no te preocupes».
O acaso regalarles una medallita de la Virgen del Rosario. Para que los proteja contra la envidia de los cuñados. Contra los que se encuentran afuera del progreso y se quieren anotar.
La corrupción, tío Plinio querido, impone las personales reglas del juego. En el ámbito confidencial de los iniciados.
Y si alguien de afuera, por ejemplo algún «intruso del espectáculo», describe los artilugios sutiles del mecanismo, los marroquineros vulnerables suelen desacomodarse.
¿Y este h. de p. qué quiere?, parecen preguntarse. Convencidos que el interrogativo «qué» solo debe suplantarse por el «cuánto».
Una lástima que no se lo arregle con una cadena mensual. Ni siquiera con un attaché.
Sin embargo pueden deslizarse, por ejemplo, en el error de determinado funcionario.
Trátase de un secretario de Estado, detectado con resonancias magnéticas, de frente y de perfil. Las transparencias exhiben costillas que adquieren diversos componentes de cuero.
Después de leer el artículo «Orgía Pública», varios incrédulos se le acercaron para solidarizarse.
«De este h. de p. se va a encargar El Resucitado», comentó, aunque lo llamó por su nombre.
«Al Resucitado no le gustan estas cosas».
Téngase en cuenta que se debe ser indulgente con la desesperación del señor secretario.
Si volcó, el pobrecito, en las lides de la oralidad, volcó movilizado por un lícito arrebato emocional. Por una rabia que superaba su sistema de valores.
Habrá que ser también indulgente con El Resucitado.
A quien, acaso sin saberlo, irresponsablemente se le pretende trasladar el programa conmovedor de encargarse del delivery de un sicario.
Para decirle la verdad, tío Plinio querido, le gusten o no «estas cosas», difícilmente El Resucitado se atreva a encargar la ejecución del deseo involuntario del señor secretario. Porque sabe que el señor secretario actúa acelerado, con seguridad, por el Ñoqui.
Trátase de otro marroquinero que debe aguardar su turno.
En cuanto trascienda la dimensión política del presente texto inofensivo, El Resucitado se va a enojar con el señor secretario.
Con el poderoso avivado con la potencia marroquinera de la impunidad.
CÓDIGOS DE CIRCUITO CERRADO
La corrupción suele regirse, tío Plinio querido, con los códigos elitistas del circuito cerrado. Promueve su propia escala de valores. Sistemas de pertenencia que suelen despertar resentimientos entre los vocacionales que pretenden anotarse. Porque se quedaron afuera.
La apuesta ingenua por la impunidad consiste en impulsar escenarios delictivos que nunca se deben probar.
En ocasiones siniestramente protegidos, como cierto «fratello», debajo del retrato sonriente del padre Mujica.
Se trata, tío Plinio querido, de una profanación inmemorial.
El colmo de la venalidad, de la nueva política, consiste en operar la marroquinería debajo de la estampa del Che Guevara.
Y con la complicidad de decenas de empresarios sigilosos e identificados. Los que se especializan en forzar sus contabilidades, a los efectos de ocultar el «costo del blanqueo».
Pronto se le va a contar, tío Plinio querido, sobre el estilo de los dibujos impresionistas de los blanqueos contables, para taponar la tajada de la nueva política.
Causará una gracia infinita entonces el señor Montoya, con sus persecuciones mediáticas para secuestrar Rastrojeros, Ford Fairlanes y Dodge Polaras.
Aguárdase entonces que los marroquineros, incluso uno de los «fratellos», descuelgue, al mejor estilo Bendini, algún retrato aludido.
Antes que esta misiva al tío Plinio querido comience a propagarse con la prepotencia de la gripe aviar.
La cuestión que las ceremonias marroquineras de la supuración se apoderan también de causas supuestamente sublimes.
Como cuando cierto empresario del suburbio intentó, con una sumatoria de pretextos, poner menos aditivo del que le correspondía: «La plata de la causa popular es sagrada», expresó el heroico marroquinero.
Ocurre que el acto mecánico de la marroquinería suele presentarse como expresión del imaginario honroso de la militancia.
El «Diego» de la construcción keynesiana de un camino. El Juan «Cincotta» de cientos de viviendas que se recibe luego del pago de algún certificado. O el «Sietemesino» de una escuela.
Diego, Cincotta y Sietemesino forman parte del Impuesto Revolucionario.
Como si estos cretinos fueran, tío Plinio querido, de la ETA.
BAGAJE TEÓRICO DEL COSTO MORAL
Solo a partir del cinismo indispensable puede convivirse con el dilema del «costo moral» que enuncia Alessandro Pizzorno.
Con el «costo moral» de saberse corrupto, aunque amparado en la máscara del cinismo. Apoyándose en el recodo irreversiblemente pecaminoso de la sociedad.
El «costo moral» refleja, tío Plinio querido, el horizonte de la penitencia social.
El fortalecimiento del cinismo permite asumir el riesgo del desprestigio social del sujeto corrupto.
La discreta confidencialidad es un imperativo obviamente básico.
Debe saberse explotar, con el lenguaje gestual de los silencios, la sabiduría de aquello que no se habla.
Y que se disfruta, como hecho natural, entre los pares adictos al anonimato.
En el circuito donde se rinde tributo al bajo perfil. Entre elitistas cartelizados que se regodean en los pormenores de las jergas. En los matices diferenciadores y excluyentes. En las suaves entonaciones, con invocaciones a los «costos adicionales». O los «gastos políticos sin especificar».
En teoría, tío Plinio querido, el sistema marroquinero de la supuración, cierra.
El profesional de la corrupción es aquel que sabe que tiene vedado, según Alessandro Pizzorno, «el derecho a la arrogancia».
A la fanfarronería orgánica del exhibicionismo. A la tentación latente del boconeo.
Principales errores previsibles entre los plebeyos que ingresan, merced a contingencias políticas, al reparto del botín que se encontraba, hasta hacía cinco décadas, a disposición, según preceptos del marxismo, de la clase dominante.
Errores usualmente fatales. El inicio común de la sepultura del vínculo delictivo que debiera ser perfecto.
En la democracia, tío Plinio querido, la corrupción se convierte en el método inexorable para el escalamiento social.
Sobre todo en una sociedad con pautas cada vez más rígidas.
Cuando casi no se admiten estratificaciones ascendentes desde el trabajo.
Aquí, más que recomendarle a Alessandro Pizzorno, a Banfield y Wilson, o a Donatella della Porta, se aconseja seguir el positivismo filosófico del plebeyo Luisito Barrionuevo.
La democracia admite el enriquecimiento rápido de los plebeyos que participan, transitoriamente, de la ficción de suponerse equiparados con los empresarios establemente consolidados.
Con los ricos que los aceptan, los instruyen, los perfeccionan mientras los utilizan.
Les enseñan hasta a manejar los cubiertos, a no comer con la boca abierta, a no comerse hasta las miguitas de la panera.
A los efectos de continuar en el sendero de la permanencia.
Cerca, siempre, a disposición del advenedizo fundamental. Al que se asome a las puertas giratorias del enriquecimiento.
Claro que el circuito de la corrupción pierde siempre, tío Plinio querido, por el riesgo cotidiano del deschave.
Convoca a demasiada gente para que se arribe a la perfección de lo inadvertido.
Para mantener el culto del secreto, debe atenuarse el posible descontrol de los incontinentes que no aprenden a convivir con el peso de la historia.
Con la tentación de narrarla, para sacársela de encima. Como si fuera una eyaculación.
Sobre todo cuando están desnudos. Cuando el corrupto termina de hacer el amor con una mujer de cuerpo superior al de quien históricamente lo acompaña.
Por lo tanto es recomendable, ante el cambio inexorable del partenaire, evitar el desaire de las desatendidas mujeres históricas.
Las que suelen acompañar, al plebeyo ascendente, desde las instancias generalmente incómodas del despegue.
Con seguridad tía Edelma aguarda más sangre. A ella le fascina más la sangre de los marroquineros que el bagaje de las teorías.
Asegúrele entonces que sangre va a tener.
EL MITO DE LA SOCIEDAD SIEMPRE INOCENTE
Miércoles 22 de junio de 2005
Historia política del independiente Humberto Rosales, hombre de bien que convalidó la sucesión de catástrofes.
Aunque se suponga un independiente, de los seres anónimos que conforman la mayoría silenciosa y deciden las elecciones, Humberto Rosales mantiene una trayectoria política.
A los cincuenta años su peripecia sirve de pretexto para describir una teoría.
La del «mito de la sociedad siempre inocente».
Humberto Rosales tiene la desmesura enfermiza de un hombre normal. Paga puntualmente los impuestos. Cuida a los suyos, y es un individualista que apuesta, a veces, por la solidaridad. Todavía no se separó de su única esposa. Jamás se afilió a ningún partido político, ni piensa afiliarse.
Es decente. Aunque tal vez porque nunca tuvo la oportunidad de ser un corrupto.
Votó, por primera vez, el 25 de mayo de 1973. Votó a Cámpora, y ganó. Aquella noche del 25 pudo incorporarse, por el impulso juvenil de un contagioso optimismo, a la manifestación interminable que, desde la Plaza de Mayo, se dirigía hacia la cárcel de Villa Devoto.
Tenía 18 años, se esfumaba otro gobierno militar y volvía el peronismo, que había sido desalojado, violentamente, en el 55. Justamente en el año de su nacimiento.
Cantó entonces Humberto, como tantos miles, y sin ser militante, a favor de la liberación de los compañeros. De FAR y Montoneros. Soplaba un aire de redención generacional.
Trabajaba con su padre. Vendían cinturones, entre los estampidos de otra violencia rutinaria que cada vez le espantaba más. Hasta atemorizarlo, sobre todo a mediados del 74, después de la muerte del general Perón.
En 1975, cuando estaba de novio con Lucrecia Ardanaz y tenía veinte, sobrevivía literalmente harto del desorden. Presentía, sin mayor originalidad, que con Isabel Martínez como presidente todo iba a terminar mal. Coincidía con los argumentos de su padre. Hacía falta alguien fuerte, en la Argentina, para poner orden. Mano dura, de militares, obvio. Porque con las divisiones confrontacionales del peronismo en el poder no se podía continuar. Y le daba la razón a su padre cuando le decía que el peronismo era, en el fondo, el gran culpable del desastre nacional.
Humberto entonces sintió un gran alivio el 24 de marzo de 1976.
Siguió, a los altibajos, con los cinturones. Aunque percibió, de pronto, que ganaba más dinero con las acciones de la Bolsa. O con los Valores Nacionales Ajustables.
Se casó con Lucrecia en el 78, el año del Mundial. Viajaron hacia Río de Janeiro. Claro que conocieron Miami. Juntos, se hacían expertos en aeropuertos.
Sentíase comparativamente superiores, entre las vitrinas tan baratas del extranjero.
Y Humberto siguió el Mundial de fútbol con un entusiasmo conmovedor. No se cansaba de ver, por la sorprendente televisión en colores, aquellos goles de Luque, de Kempes.
Festejó, a los bocinazos, el título, mientras daban vueltas con Lucrecia en el Peugeot 504, con el techo embanderado.
Aquel fantástico orgullo, por saberse argentino, solo pudo ser superado por Humberto cuatro años después.
Cuando se recuperaron, en el 82, las Malvinas.
Tenía 27 años, y sentía, por su incipiente nacionalismo, que debía justificarse ante sus amistades, por no inscribirse como soldado voluntario. Aparte, los motivos eran sólidos, tenía un hijo de tres, y venía otro en camino.
La Guerra de Malvinas desencadenó, al fin y al cabo, la más fuerte decepción. Estaba convencido de que ganaban, y de pronto se sintió engañado como un niño.
Entonces, merced al epílogo degradante, al bochorno que todos preferían simplificar en el rostro del general Galtieri, cambió el país. Pudo informarse, en detalle, de las abominables tropelías que habían cometido los militares.
Entre finales del 82, y casi todo el 83, Humberto pudo valorar el insigne significado de la democracia. Sistema que había, en realidad, tratado con indiferencia. Ocurrían ahora tiempos ideales para conmoverse, con la refundación intelectual de los derechos humanos.
La Argentina había perdido la guerra que nunca iba a asumir. Sin embargo recuperaba, gracias a la derrota, la democracia.
El 30 de octubre de 1983, Humberto votó por Alfonsín, porque lo volvía a emocionar. Sobre todo en los finales emotivos de sus discursos, con el Preámbulo de la Constitución incluido. Y ganó otra vez. Y supo reconfortarse cuando, en 1984, se juzgaron las cúpulas militares que habían producido tantos desatinos.
Era el turno de los militares. Entonces, los militares eran los culpables exclusivos del desastre nacional.
Humberto ya no vendía cinturones. Se había asociado con una inmobiliaria, en San Isidro.
Aunque económicamente con el alfonsinismo se debilitaba, mantuvo el ánimo suficiente como para dirigirse, con su mujer y los chicos, a defender la democracia en la Plaza de Mayo.
Transcurría la Semana Santa de 1987. Y permaneció algunas horas con su familia en la Plaza, legitimado entre la multitud. Y después frente al televisor, hasta que Alfonsín les dijo, a decenas de miles como Humberto, Felices Pascuas.
En setiembre de 1987, para gobernador de Buenos Aires, contra la opinión de su padre, Humberto votó a Cañero. Y volvió a ganar.
Entonces se profundizó la contundente bancarrota del Alfonsín que oportunamente había apoyado. Entre las corridas bancarias, las inmanejables convulsiones financieras, la crisis estructural de un monstruoso estado deficitario, y los aumentos del verano del 89, Humberto comprendió que con los radicales era imposible encontrar una salida.
Porque los radicales no servían para gobernar. Eran culpables, por incapacidad. Y no los iba a votar más.
Sostenía, a los 34, que solo los peronistas podían gobernar la Argentina. Aunque le disgustaban naturalmente los peronistas, en el 89 votó a Menem. Volvió a ganar.
Sin embargo, le avergonzaría después reconocer, que entre 1991 y 1995, en su plenitud desde los 36 a los 40 años, vivió el período más positivo de su vida. Aparte, con el clima de negocios que se había apoderado del país, se las ingenió para hacer sus diferencias. Y por si no bastara, se mudó a un country de Pilar. Y regresó, con frecuencia, a Miami.
Experimentó también una cierta atmósfera de culposidad cultural. Porque le costaba aceptar que con el menemismo le iba bien. Se consolidaba con sus negocios inmobiliarios, aunque ya empezaba a resultarle fascinante el discurso cautivantemente televisivo del Chacho Álvarez. Incluso, de la señora Fernández Meijide.
Debía además escandalizarse con la presencia fuertemente protagónica de la corrupción. Siempre inquilina, en el primer plano, la corrupción, casi un sinónimo instalado de menemismo.
Aunque la palabra menemista se había convertido en un neologismo de descalificación, en el 95 votó igualmente a Menem.
Volvió a ganar, a los 40 y sin euforia. Incluso, sin decirlo. Se trataba de un voto secretamente culposo, socialmente discriminatorio.
Cuando Menem lo echó al ministro Cavallo, en el 96, Humberto había adquirido suficiente experiencia como para estimular malos presentimientos. Que se confirmaron después, cuando comenzaron las convulsiones letales entre Menem y Duhalde.
Por naturaleza, los peronistas, en el poder, eran conflictivos.
Duhalde quería ser y Menem quería quedarse. Desde el 98 volvió a olfatear un final, sin grandeza, de reinado.
Simultáneamente, su encantamiento con la labia envolvente del Chacho Álvarez se agudizaba. Y aunque había prometido no votar, nunca más, a los radicales, por apoyarlo al Chacho Álvarez votó, en el 99, al radical De la Rúa. Y con la Alianza volvió a ganar. Aunque otra vez padeció vulnerabilidades en materia económica.
Cuando, por una contundente idiotez, renunció Chacho Álvarez a la vicepresidencia, en el 2000, sintió que de nuevo se agigantaba el turno pendiente del fracaso.
Ahora, aunque a las opiniones de su padre envejecido casi no le prestaba atención, coincidieron en que la economía solo la podía encarrilar Domingo Cavallo.
Si hasta su ídolo derrumbado, el Chacho Álvarez, lo decía, desde su torpe exilio del «Varela Varelita». Entonces Humberto ansiaba que volviera Cavallo a conducir la economía, mientras sabiamente, basamentado en la perspicacia de su desconfianza, se las ingeniaba para enviar, alguna parte considerable de sus dinerillos, al Miami que lo fascinaba.
Y ganó otra vez, Cavallo fue designado ministro. Pero, como pronto comprendió, ya no era el mismo Cavallo. Carecía, con los radicales que lo despreciaban, del respaldo político que había tenido con los peronistas.
De no estar muy cómodo, ante la televisión de su casa en el country, en diciembre del 2001 Humberto también hubiera salido, armado con cucharas y cacerolas, a insultar, con grotescos pantalones cortos. Hasta que echaran al Cavallo que lo había defraudado. Y que De la Rúa se trepara al helicóptero.
Ahora la historia es más reciente. Por ejemplo, aquel cuartetazo de presidentes lo siguió desde el televisor del country. Sin embargo, Humberto casi supo emocionarse cuando Rodríguez Saá anunció la suspensión de pagos de la deuda externa.
Sin entender mucho, también aprobó, sin otra alternativa, que Duhalde fuera designado presidente.
Porque el país está condenado, afirmaba, a ser gobernado por el peronismo.
Si solo el peronismo podía imponer la convertibilidad económica, solo desde el peronismo se la podía masacrar.
El 30 de abril del 2003, por primera vez, Humberto perdió una elección. Porque lo votó a López Murphy, porque ya no era radical. Sin embargo Kirchner, el destapado, aunque no lo conocía, pudo sorprenderlo. Y hasta pudo convencerlo de que las medidas tomadas en los noventa eran las causas fundamentales del desastre nacional. Que había que recuperar el Estado, liquidado por la «corrupción del menemismo».
En definitiva, a Humberto ahora, con Kirchner, le va mejor. La inmobiliaria vuelve a registrar movimientos, circula dinero, y se convirtió en otro de los anónimos potenciales que alimenta las favorables encuestas de Artemiópolis.
Hasta ahora, los malos presentimientos no le florecen. Aunque le parece que el presidente se pelea innecesariamente de más. Tampoco descarta que, en cualquier momento, puedan surgir los nubarrones. Está espiritualmente preparado.
Aprendió, a los 50 años, que lo único importante es salvar siempre lo suyo. Lo de Humberto Rosales. De todos modos, eternamente será inocente. Ninguna caída podrá involucrarlo. Y menos aún, decepcionarlo.
Téngase en cuenta que la sociedad siempre es la víctima.
Que la inocencia social está definitivamente asegurada.
POLIEDRO, LA SOCIEDAD GARCA
Jueves 13 de enero de 2005
Tío Plinio querido:
Suelo explicar la Argentina, en mis disertaciones, a través de la imagen de un Poliedro. Es decir, de un cuerpo geométrico que tiene una gran variedad de caras.
Puede ser un octaedro, acaso un dodecaedro. Depende del tiempo asignado de exposición y la atención de los receptores.
De una de las caras, especialmente hoy, tío Plinio querido, no se puede prescindir. Trátase de una imagen positivamente eufórica que paraliza la inacción de los desconcertados opositores, que en general distan de caracterizarse por la inteligencia y no saben cómo pararse. Porque esta cara del Poliedro presenta las imágenes febriles de la fiesta kirchnerista, motivada por la dinamización de la economía en ascenso.
Por ejemplo, no se encuentra prácticamente un cuarto en las zonas veraniegas. Así se trate de la aceitosa habitualidad del borde del mar, de la aventura del hielo o la distinción espiritual de la montaña.
Con decirle, tío Plinio querido, que Punta del Este se encuentra desbordada. Y en su fosforescencia oriental, los insaciables argentinos consumen y construyen paredes como nunca.
En Buenos Aires, cómo explicarle, los restaurantes de categoría se saturan de pedidos de reservas. Y los maîtres sin biromes en las orejas hasta se atreven, con cierta arrogancia, a rechazar comensales.
Téngase en cuenta que se vendieron, en el 2004, más automóviles cero kilómetro que en los últimos quince años.
Que los innumerables turistas de pantalón corto y chancletas se benefician con abnegación ventajosa de la virtual convertibilidad del uno a tres. Que arrasan con los comercios, mientras los dueños de los locales de los shoppings reciben sus liviandades consumistas con serpentinas de colores y papel picado.
Y hasta vuelven a registrarse, tío Plinio querido, discretas colas en los Albergues Transitorios, los clásicos hoteles por horas para hacer el amor. Como si con Kirchner en el poder se incrementara hasta el deseo sexual. Y se facilitaran, incluso, las delicias tántricas del erotismo.
Por su parte, la soja progresista reactiva los pueblos del Interior. Se venden tractores y se vuelven a cotizar los metros de los campos.
De repente se expenden más electrodomésticos que panes. Y en los diarios, tan superados como tradicionales medios de comunicación, se escribe exclusivamente en los blancos que les admite la copiosa publicidad de las ofertas de supermercados.
Esta cara principal del Poliedro desdibuja las restantes. Las lateraliza, casi hasta ningunearlas. Mientras tanto, el jolgorio de la Caja, con sus irreparables bengalas, permite sentir la atmósfera admirable de la recuperación.
¿Y cómo se las arreglan, tío Plinio querido, los opositores ligeramente improvisados, para apartarlo a Kirchner de la feria interminable de esta cara del Poliedro? Atribuirlo meramente a la suerte puede ser hasta razonable. Pero no alcanza.
Justamente entonces, en estos imperdonables días de optimismo adolescente, de euforia exitista por el programado canje de deudas, tío Plinio querido, siento que es necesario transmitirle mi inquietud por la otra cara gravitante del Poliedro.
La cara, precisamente, que legitima la cultura del despojo.
La cara que retroalimenta el mito de la Argentina embaucadora y fiola, que en general supo ingeniársela para vivir por encima de sus reales posibilidades. Que supo financiar los encantos de sus desbordes y fastuosidades. Anteriormente fue con inflación, más tarde con endeudamiento. Después con el ovacionado pagadiós del default.
Una cara del Poliedro estratégicamente catastrófica, donde se consolida, tío Plinio querido, la paciente construcción de una sociedad garca. Típica de un país de chantas, que ni siquiera se espanta por generar un Estado carterista.
Una sociedad que puede considerar un éxito la «dura negociación con los acreedores», mientras se le paga religiosamente al Fondo con un progresismo digno de entremés. Una cínica celebración de la arquitectura del pedal, que termina con el catecismo del «festival de bonos», que acaba de presentar, curiosamente, el ministro Lavagna, aquel que solía sorprenderse por anteriores festivales infinitamente más inofensivos.
Habrá que informarse entonces sobre los secretos de los Bonos Par, de los Bonos Cuasi Par, los Bonos Ultra Par, los inefables Bonos Cuchuflito y los Bonos Descuento.
Bonos, tío Plinio querido, con los que podrán especular los aventureros en el almacén, para promover probables diferencias lícitas de los doblemente garcas.
Ahora bien, si los condenados bonistas italianos, los considerados poco patrióticos bonistas argentinos, los ancianos japoneses o sus ex aliados alemanes, protagonistas de esta última y penosa cara, contemplaran la cara anterior ya examinada del Poliedro, tío Plinio querido, le pregunto:
¿Por qué demonios no van a pensar que los argentinos vividores gastamos en la fiesta kirchnerista, con bengalas de consumo interminables, los miles de millones de dólares que supimos arrebatarles delictivamente a ellos?
Para colmo, asistimos a una frontal estafa al semejante que será presentada como si fuera el máximo logro de la gestión.
La proeza de una estafa, tío Plinio querido, vergonzosamente nacional. Que hasta admite la insolencia de tratar a los acreedores como si fueran una manga de irresponsables. Todos cretinos o buitres. Por lo tanto que se jodan. Porque ¿qué derecho tenían para confiar oportunamente, o tomarse en serio la propuesta del país?
Es como si, haciéndoles burla o pito catalán, en un país que carece de la menor noción de continuidad jurídica del Estado, les dijéramos:
¿Cómo pudieron ser tan imbéciles como para confiar en las operaciones con la Argentina?
¿Acaso ustedes, los bonistas, eran tan truchos que no se daban cuenta que nosotros podíamos ser más truchos aún?
Por lo tanto, tienen que ser despiadadamente culpables por habernos creído.
Y ahora tienen que aceptar estos papeles pintados con el recorte autoritario que se nos antoje. Y desde aquí al crecimiento, muchachos, ¿quién nos para?
¡Grande, Lupo!, habrá que decir, tío Plinio querido, y colocar su retrato al lado del retrato de Maradona con la mano de Dios. Habrá que reconocer que el Impune es un genio insuperable para la dureza de estas negociaciones. Un campeón patagónico, precario como un bidet de portland pero forjado en el acero de la toma de decisiones del poder. Le correspondió negociar la más grande quita de la historia de las naciones, de manera que es digno de admiración de sus súbditos. La monotonía de la farsa del gran pedalero ministro Lavagna arranca el viernes, y entonces la mediología entera del fin de semana —acaso el objetivo real— va a saber reconocer sus méritos.
En adelante, tío Plinio querido, ¿quién será —aparte de su sobrino— el bonzo que podrá atreverse a criticar al Impune? ¿Quién va a discutirle la reelección eterna que los gobernadores del peronismo caricatural le reclaman?
Si todas las caras del Poliedro, definitivamente, se encuentran bajo su control.
El Impune es, indudablemente, el Presidente que la sociedad garca argentina se merece.
Besos a tía Edelma y dígale que no se asuste porque el sobrino banca. Y un abrazo para usted.
LAS CAJAS DE SANTA CRUZ
Lunes 30 de mayo de 2005
JorgeAsisDigital se expande por el sur con un corresponsal de lujo, Oberdán Rocamora.
Río Gallegos (de nuestro enviado especial, Oberdán Rocamora). Aquí, instalado casi de manera clandestina, y de regreso de Puerto Madryn, el cronista envía este primer despacho con intenciones primarias de reportarse.
Desde Gallegos, casi capital moral de la república, una cantera inagotable de dirigencia innovadora. En realidad, si el periodista viajero consigue quebrar la rigidez de la desconfianza, puede percibirse que cualquier duro habitante se encuentra capacitado para traficar la información inquietante más calificada, acerca del conjunto de seres discutiblemente presentables que, después de ocasionar los más graves desmanes en la comarca, por imprudencia de Duhalde que se supo apoderar, con voracidad y vehemencia, de las cajas de la administración nacional.
VOLTAJE CINEMATOGRÁFICO EN MADRYN
Sin embargo en Gallegos se respira un clima un tanto más aliviado que en Madryn. Y por supuesto que no se trata de la uniformidad del frío, que es similar; o del paisaje, que conserva tramos significativamente grandiosos.
De Puerto Madryn, el cronista promete enviar algún próximo despacho sobre la parálisis de sesenta días, por los desvaríos ocasionados por los graves litigios sustanciales de la pesca. Contemplan un completo menú de intereses político-comerciales, conflictivamente interprovinciales entre Chubut y Santa Cruz. Con alianzas que amenazan con deshacerse, y recomponerse entre los gobernadores Acevedo y Das Neves, en triangulación inevitable con intereses conjeturables del propio presidente Kirchner. Y con una conjunción de empresas claramente vinculadas al negocio del poder, como Conarpesa, de los españoles Álvarez, inexorablemente comprometida con el suspenso de algún asesinato célebre, como el de Cacho Espinoza, ejecutado por encargo de señores honorables, y por asesinos identificados que insólitamente recuperaron su libertad.
En fin, una problemática de alto voltaje cinematográfico, mezcla de entrecruzamientos económicos con el pintoresquismo de rupturas matrimoniales aprovechadas por los enemigos. Y con el marco esplendoroso de una geografía agresivamente bella, ventosamente endurecida, de donde surge un negocio anual de 30 mil toneladas de langostino que se cotizan a 12 mil euros cada una. Sin contar, tampoco, los langostinos marinados, o denominados a la romana, recubiertos de una espesamente valiosa carga blanca.
Por lo tanto vale la pena, Asís, que transfiera al cronista los viáticos por otros quince días.
CAJA STORY
Para empezar la cobertura que se convertirá en un hito del periodismo de investigación, desde Río Gallegos, el cronista decide despachar la muy buscada fotografía de La Caja.
Es una Caja fuerte que guarda, posiblemente, solo misterios que estimulan la imaginación de los locales. No corresponde tampoco, por nuestra parte, siquiera sugerir lo que determinados confidentes, vocacionales gargantas profundas, sospechan.
Las Cajas, porque son dos las Cajas, de dimensiones más que gravitantes, pertenecían a la sucursal de Río Gallegos del Banco Hipotecario Nacional. Se hallaban empotradas en el viejo edificio que estaba en la calle Zapiola, y como el banco fue trasladado a otro sitio, las pobres Cajas no tenían lugar.
¿A que se encuentran en condiciones de adivinar entonces quién se quedó con las Cajas?
Por supuesto, fueron los Kirchner. Una de las Cajas quedó para la nueva residencia matrimonial. La misma que le compraron, por un precio irrisoriamente simbólico, a un sobreviviente de los que fueran los poderosos Gotti, de cuyo despedazamiento empresario —con Invernes incluido— se hablará detalladamente en un próximo despacho, si es que llega, claro, previamente, la transferencia.
En este despacho, el cronista prefiere evocar las peripecias que ocasionó aquel traslado de La Caja. Y a la vista, casi azorada, de los habitantes de la ciudad del sur que tiene más desconfiados por kilómetro cuadrado.
Para trasladarla, debieron utilizar trabajosamente una grúa de la empresa de Zalim Kesen. Y aunque desde el edificio antiguo del Hipotecario, situado en la calle Zapiola, hasta la casa presidencial de 25 de Mayo y Maipú, hay solo seis cuadras, para lograr meterla en el interior, el pobre turco Zalim Kesen debió extremar su ingenio. «Le costó uno y más de la mitad del otro», nos confió un allegado que sabía todo, en la medianoche del Belfast.
La pregunta, que se hacían los hombres duros de Gallegos era: «¿Para qué demonios, el Lupo y la Lupina, quieren una Caja tan grande en la casa?»
Las respuestas, todas, fueron previsiblemente presumibles.
La otra Caja, en cambio, la de la foto que se envía para ilustrar el despacho, fue trasladada hacia la residencia de los Kirchner en el Calafate. Curiosamente, adonde el cronista se encontrará hacia el final de semana. Y alojado, de confirmarse una reserva efectuada con otro nombre, en la acogedora posada de Angelita Girometti, viuda de Guatti, una dama sexagenaria que merece, posiblemente, las luces cercanas de la celebridad.
¿Ve, don Asís, que puede ser una inversión informativamente rentable enviar a este cronista al sur? Y conste que se resistió a poner efectivo para alquilar, aunque sea, una 4 por 4, como tienen casi todos los referentes del kirchnerismo en suave declinación, sobre todo aquí, en Gallegos, donde, porque los conocen, perdieron hasta la intendencia.
ANGUSTIAS
A propósito, en el Mónaco, el cronista pudo enterarse de que la declinación de Kirchner es tan alarmantemente notoria que el Rudy Ulloa Igor, el ejecutivo multimediático chileno, y hombre fundamental en la estructura local de los Kirchner, hoy trata, por todos los medios posibles, «de pedir pista con Acevedo», el Gobernador. Aspira a tirar la toalla después de haberlo combatido con estoicismo, y con su poder mediático, como si se tratara de un Magnetto del sur.
Sucede que el Rudy debe cuidar explicablemente sus posiciones conquistadas, y que es altamente probable que Acevedo sea reelecto en el 2007. Hay quienes sostienen que pactó como consecuencia de un compromiso con Kirchner, para bancarlo en las desprolijidades incandescentes relativas a los fondos de desaparecidos de Santa Cruz.
No obstante Acevedo sorprendió, con su firmeza, al peronismo del lugar. Sobre todo al no vacilar desprenderse de varios de los incondicionales de Kirchner que se habían quedado para acotarlo.
A Bontempo, por ejemplo, otro genio que también está en Buenos Aires. Por aquí todos descuentan que Bontempo será el reemplazante de Oscar Parrilli, en la Secretaría General de la Presidencia. Algún Garganta Generosa, de información irreprochable, que el cronista se abstiene de citar con su nombre por motivos obvios, asegura que Kirchner aprovecha las elecciones plebiscitarias para quitarse de encima a varios de los protagonistas que nada tienen que envidiar a los históricos de un film de Federico Fellini, I Vitelloni, conocido en Argentina como Los inútiles.
Por lo tanto, Kirchner planifica liberarse de todos los inútiles que lo rodean, y adosárselos al parlamento, que se convirtió en el espacio monstruoso de máxima inutilidad.
A Parrilli para Neuquén, «que es un gil que se pone a discutir de política con los piqueteros», y «no es capaz de encontrar un taxi a las 11 de la mañana por la Avenida de Mayo». Y sobre todo a Rosatti, al que el Lupo contó en la ceremonia del vermucito que ya no lo soporta más. Porque debe enterarse de lo que pasa en la Justicia por los diarios, y es justamente ahí cuando quisiera disponer de un buen Corach.
«Rosatti es uno de los tantos regalitos que me dejó mi mujer», dice el Garganta que contó el Presidente. Porque la señora Cristina, en apariencias, quedó fascinada con los modos de Rosatti, cuando se encontraba curiosamente tan desenvuelta, tan bien aspectada en la convención reeleccionista de Santa Fe. Y él, Kirchner, a propósito, entonces tan angustiado, y con cierta inclinación al whisky berretón que tanto agredía a la fragilidad de su colon.
Para justificar sus viáticos, don Asís, el cronista desde aquí puede ofrecerle algo más. Ahora el Presidente está igualmente angustiado, pero por el probable fallo de la Corte sobre la pesificación. Es lo que más le preocupa, en apariencias, aunque despotrique en las tribunas contra la impunidad y quiera terminar con la Obediencia debida.
FINAL CON PAVOS
Por temor a que rebanen la dimensión del despacho en Buenos Aires, el cronista piensa ya en la tristeza del punto final.
Pronto seguirá con los motivos del pedido de pista del Rudy. Acaso son motivados por el resultado de una encuesta reservada que se hizo en la provincia. Tenga prudencia porque, si se entera Paquito Larcher que difundimos el resultado, se puede enojar.
Primero, por supuesto, está la señora Cristina. La misma que usted, don Asís, denomina La Vampiresa. Aunque aquí suelen valorarla a la Lupina, sobre todo por lo que debió aguantar mientras criaba a sus hijos. Cristina Fernández tiene el 61 de imagen positiva. Pero la sigue, como segundo, Acevedo, el gobernador, con 54. Recién, tercero, aparece el Presidente, con 42. Y seguido del senador Prades, ostensiblemente menor, con alrededor del 30.
Aquí solo puede plebiscitarse el Presidente, en la elección legislativa, si la candidata es la señora Cristina. Porque la Alicia, la Bombona, numéricamente no registra. No carga el dínamo.
Para terminar, ahora sí, a Acevedo habían intentado mancillarlo los hombres del Rudy con el mascarón de proa del Pavo Sancho, que es el vicegobernador. Es también el dueño de la Inmobiliaria Sancho, donde tiene una oficina Máximo, el hijo mayor de los Kirchner, en cuyas anécdotas, por una cuestión de códigos que usted impone, preferimos no detenernos. De quien hablaremos, también, con seguridad, es del enigmático Osvaldo Sanfelice, que tiene, en la estructura, una misión fundamental. La que la señora Carrió, muy bien informada sobre las bajezas de estos pagos, le atribuye a De Vido.
Ah, para cerrar, al Pavo Sancho, la encuesta le da 0,6 de aceptación.
¿Cómo no va a pedir pista a Acevedo, entonces, el Rudy? Lo que resta de los viáticos, por la noche, el cronista lo invertirá en Belfast.
APARICIÓN CON VIDA DE LOS DESAPARECIDOS DE SANTA CRUZ
Miércoles 8 de junio de 2005
Río Gallegos (de nuestro enviado especial, Oberdán Rocamora). Una tácita lucha de clases condiciona la atmósfera interna de los piqueteros. Suelen percibirse las diferencias. Por ejemplo, resultan infinitamente menos apasionantes los piquetes de los empleados municipales. Aunque se entreguen al incendio de los respectivos neumáticos, para las monótonas impres