PRÓLOGO
PARA MEJORAR NUESTRA CALIDAD DE VIDA y desarrollar al máximo nuestras habilidades, tanto físicas como intelectuales, es necesario que el instrumento que utilizamos para ello, el cerebro, esté afinado y con mucha atención. No solamente debemos ejercitar la mente con propuestas diferentes y optimistas, o intentar meditar en forma diaria para que el estrés disminuya. El cerebro debe estar correctamente nutrido para responder con todas sus capacidades a las nuevas tareas que vamos a emprender, y para ello es importante reflexionar acerca de la alimentación.
No todo alimento nutre. Algunos de los productos que consumimos sirven solo para disminuir el apetito y distraernos; dentro de estos, algunos son inocuos, y otros, nocivos. También, dentro de los alimentos sanos, algunos tienen más ventajas que otros por su contenido en ciertos elementos que pueden favorecer la cura o prevenir enfermedades. Entonces, tan importante como los alimentos es el conocimiento: nos ayuda a elegir, descartar, modificar y actualizar nuestra manera de nutrirnos.
El secreto de la salud de los pueblos más sabios y longevos proviene de su manera de alimentarse, y la forma en que se alimentan los volverá aun más sanos e inteligentes. El “Pienso, luego como” que plantea este libro se puede expresar también inversamente, “Como, luego pienso”, en el sentido de que una buena alimentación ayudará a tener mejores pensamientos e ideas.
Vivimos bombardeados por mucha información tendenciosa, pseudoinformativa, cuyo único objetivo es aumentar las ganancias de las empresas que venden productos disfrazados de alimentos, incluso a costa de la salud del consumidor. El Estado, que debería cuidarnos, participa del negocio de los alimentos directa o indirectamente, y sin ningún control permite que se publiciten productos carentes de nutrientes, con atractivos paquetes y cuya única ventaja es “que son ricos”. O bien se insiste en que, si no consumimos algo determinado, nos vamos a enfermar. Este es el momento en el que el cerebro, por medio de información adecuada, con un razonamiento discriminativo y en buen estado de salud, puede ayudar a no dejarnos llevar por los intereses ajenos y a saber cómo defender los propios y los de nuestro entorno. El objetivo de este libro es ayudar a lograrlo.
El cerebro es el órgano que más funciones realiza y el que coordina todo en nuestro organismo. A la hora de alimentarnos, debemos dedicarle especial atención a sus necesidades específicas, y para esto debemos tener conocimiento de su funcionamiento y de sus nutrientes esenciales, dado que a mayor sutileza en las funciones del órgano, mayor especificidad en los nutrientes que necesita. El cerebro tiene seis nutrientes esenciales: hidratos de carbono, ácidos grasos, fosfolípidos, proteínas, minerales y vitaminas.
Antes de detallar los mejores alimentos para el cerebro, veamos de una manera sencilla cómo funciona este órgano.
El cerebro es una red de neuronas que son células particulares que se conectan entre sí a través de una prolongación llamada “dendrita”. El lugar donde una dendrita se encuentra con una neurona es un espacio que se llama “sinapsis”; allí se van a enviar los mensajes de una neurona a otra. Una neurona emite un mensaje y otra lo recibe. Estos sitios de emisión y recepción están formados por grasas esenciales que se hallan en los pescados y semillas, por fosfolípidos presentes en la yema de huevo, por ejemplo, y por aminoácidos, que son la materia prima de las proteínas.
A su vez, el mensaje que se va a transmitir, que se denomina “neurotransmisor”, está también formado principalmente por aminoácidos. Para que un aminoácido se transforme en un neurotransmisor, se van a necesitar vitaminas, minerales y algunos aminoácidos especiales. La energía para que todo esto que hemos relatado suceda la proporcionarán los hidratos de carbono. Imaginemos los miles de millones de neuronas que poseemos interactuando entre sí con mensajes que se transmiten todo el tiempo y podremos comprender la importancia que tiene aquello que lo va a nutrir.
Un cerebro correctamente alimentado estará en condiciones de responder de una forma más efectiva, ya sea para que seamos más creativos como para que estemos en paz con nosotros mismos.
Por siglos, el hombre se alimentó con aquello que la naturaleza le ofrecía de acuerdo con los cambios climáticos. En la actualidad, con los diferentes medios de conservación y transporte, la comida se puede seleccionar y depende más de lo que se desea comer que de la disponibilidad natural. Y el deseo muchas veces está inducido por intereses ajenos, no es algo natural que “el cuerpo pide”. La industrialización de los alimentos hizo de la necesidad fisiológica de alimentarse una gran industria que produce grandes beneficios económicos para las empresas.
En paralelo con estos cambios, en los últimos años, vienen mejorando cada vez más la información y nuestro conocimiento sobre las ventajas y desventajas de ciertos productos. Esto hace necesario oponer a la presión comercial la correcta información científica.
Como sucedió con los cigarrillos, que fueron vendidos durante años sin hacer referencia al daño que ocasionaban, hoy el negocio está en muchos alimentos que se impusieron en nuestra dieta diaria, pero que no llevan la advertencia de “perjudiciales para la salud”. No es casual que empresas que producían cigarrillos se dedicaran después a producir alimentos (por ejemplo, Altria, antes Philip Morris, fabricaba, hasta 2007, las galletitas Oreo y el chocolate Toblerone, y tenía la franquicia del Café Starbucks).
En las próximas páginas, el lector se va a encontrar con una serie de palabras y siglas que, probablemente, no haya leído o escuchado con anterioridad. No hay que asustarse, ya que todos esos nombres extraños, que forman parte de nuestro sistema nervioso, al final se van a resumir transformados en un delicioso trozo de salmón o en nueces que los contienen entre sus nutrientes. Si bien puede parecer un poco árido el hecho de aprender un nombre nuevo y difícil, dado que este libro trata de cómo alimentar el cerebro, una de las formas correctas es aumentando nuestra información. Aun así, lo más importante es entender el concepto de cómo actúa un alimento en el metabolismo cerebral, ya sea a partir de su nombre técnico o traducido como un plato de comida.
En las dos semanas de ejemplo de dieta para el cerebro, encontraremos convertidos en diferentes comidas los nombres técnicos a los cuales he aludido anteriormente. Es decir, omega 3; omega 6; antioxidantes; vitaminas A, C, E y B; minerales; glúcidos y fosfolípidos son, en realidad, un salmón asado acompañado con una ensalada de hojas verdes, nueces, apio, manzana y semillas de lino, condimentada con aceite de oliva.
Del mismo modo que las abejas transforman una larva en reina gracias a una alimentación especial, de un niño cualquiera se puede hacer un hombre excepcional si sus nutrientes son los adecuados. En el panal de nuestro cerebro, podremos tener muchas neuronas reinas y pocas obreras o zánganos si el polen informativo de este texto es fecundo y logra su cometido.
HIDRATOS DE CARBONO:
EL COMBUSTIBLE CEREBRAL
EL NUTRIENTE MÁS IMPORTANTE para el cerebro es la glucosa, que es el elemento que mejor lo hace funcionar. La glucosa es un hidrato de carbono. Los carbohidratos son la mayor fuente energética del organismo y el alimento que ingerimos en mayor cantidad. El cerebro consume más glucosa que ningún otro órgano, casi el 20% del total ingerido. Básicamente, cuantos más hidratos de carbono se puedan comer y cuanto mayor sea la regularidad con que se lo haga, más sano estará y tanto mejor funcionará el cerebro.
Sin embargo, algo tan sano y necesario suele tener mala fama porque, generalmente, se engloban en esa palabra elementos muy diferentes entre sí. Pocas personas asocian una zanahoria con una medialuna, aunque ambos productos contienen una gran cantidad de hidratos de carbono en forma de almidón. La diferencia es que una hortaliza como la zanahoria no contiene grasa, y una medialuna, sí. La confusión sobre las desventajas de los carbohidratos proviene de asociarlos la mayoría de las veces con harinas engrasadas y no con hortalizas, frutas y verduras. Las harinas sin elaborar son almidones que no contienen grasas. En un comienzo, el pan se preparaba solo con harina y agua, como ocurre todavía en algunos países. Como se endurecía muy rápido, se debía consumir recién preparado. Para evitar esto y modificar el sabor, se le agregó aceite o grasa, lo cual permitía que mantuviera la elasticidad por más tiempo. Luego, se crearon los distintos tipos de galletas, pero ya con la incorporación de grasa. Con las masas de tartas y empanadas ocurre lo mismo, sean de harina integral, o digan las palabras “light” o “dietética” en el envase, siempre contienen aceites o grasas. La incorporación de grasas es mala, ya que produce adicción y descontrol al ser ingeridas, dado que retardan el proceso de asimilación y, por lo tanto, se retrasa la sensación de saciedad. La industria alimentaria fue aumentando el contenido de grasas de los productos derivados de la panificación para producir mayor consumo y así obtener más ganancias. Desgraciadamente, algo muy sano como los hidratos de carbono, componente principal de las frutas y verduras, quedó asociado a panes y galletitas engrasadas. La glucosa que nutre nuestro cerebro debe provenir principalmente de manzanas, bananas, remolachas, zanahorias, berenjenas, porotos y legumbres, no de galletitas o panes.
Los seres vivos nos nut