Encontrarnos ahí donde siempre estuvimos
Este es el tercer y último volumen de La historia argentina contada por mujeres. Comienza con las consecuencias de la batalla de Pavón y culmina con el inicio del siglo XX y la gran oleada inmigratoria. Así como en el segundo volumen trabajamos sobre las guerras civiles entre las Provincias Unidas y establecimos la existencia de estados separados que no llegaban a conformar una entidad única, en este libro intentaremos dar cuenta de que la república y la nación argentina fueron construidas a partir de la batalla de Pavón. Tal como en los libros anteriores, lo haremos a través de fuentes que registran las voces femeninas.
El proceso de conformación del estado-nación llamado República Argentina estará presente en todos los capítulos como trasfondo de los hechos que se sucedieron en nuestro país a finales del siglo XIX. Ese estado-nación en construcción debía tener una presencia efectiva en cada una de las provincias, lo que implicaba definir el territorio nacional y crear instituciones de nivel nacional que lo representaran: un sistema educativo, un sistema electoral, una economía, una legislación y un ejército.
La creación de la República Argentina fue un proceso arduo, violento, difícil, que incluyó alianzas políticas, asesinatos, masacres. Las mujeres fueron parte protagonista de ese proceso, y este libro se propone dar a conocer ese protagonismo. Reiteramos lo que hemos señalado en los dos primeros tomos de esta colección: si no conocemos el lugar que ocuparon las mujeres en la historia de un determinado período, ese desconocimiento se debe a una operación de escritura. Si un historiador considera que la historia está compuesta por batallas y hechos políticos, en su visión de la historia no aparecerán las mujeres —o lo harán excepcionalmente—, puesto que esos ámbitos les estaban vedados. Cuando ampliamos el concepto de qué es historia —como ocurre desde principios del siglo XX en Europa y desde la década de 1960 en Argentina— aparecen personas, hechos, procesos que de otro modo quedaban invisibilizados. De este modo es posible construir la historia de las mentalidades, de los campesinos, de la clase obrera, de la vida cotidiana, la historia de las mujeres.
En Argentina, la historia de las mujeres comenzó a hacerse presente en los ámbitos académicos en 1983, a partir del regreso del país al sistema democrático. Un simple cambio de enfoque, una pregunta —“¿Dónde estaban las mujeres?”— logró iluminar un campo de estudio que hoy se conoce como “historia de género”. Uno de los objetivos principales de esta colección es poner en manos del público en general los resultados de esa investigación académica. Lo hacemos a través de algunos temas conocidos por los lectores, como el proyecto educativo de Sarmiento, la Guerra del Paraguay, la epidemia de fiebre amarilla, la conquista del desierto proyectada por Roca. Y de otros, menos conocidos, que tienen relevancia cuando se hace historia desde una perspectiva de género: el Código Civil de Vélez Sarsfield y sus efectos en las mujeres, los primeros pasos de las mujeres en la educación universitaria, las concepciones sobre el cuerpo femenino —y las consecuencias que tenían en las mujeres—, la vida de las mujeres trabajadoras.
El desarrollo de la historia de género enfrenta inconvenientes particulares. Fuentes dispersas o archivos desordenados hacen que la búsqueda histórica sea, por momentos, intuitiva y azarosa. Pese a estas dificultades, hemos logrado reunir información valiosa que permite encontrar a las mujeres “allí donde siempre estuvieron”, ocultas por el velo de un modo de hacer historia que no concebía su participación.
En este volumen, como en toda la colección, trabajaremos con la microhistoria, es decir, analizaremos fuentes tan diversas como una descripción de un veraneo, un discurso en la Plaza de Mayo y una receta de cocina. Todas ellas son registro del pasado. En estas páginas harán oír sus voces mujeres periodistas, maestras, médicas, políticas, militantes, terratenientes, viajeras, e incluso cocineras. Todas ellas fueron protagonistas y constructoras del período que les tocó vivir. Veremos que eran conscientes de su sometimiento y que lucharon para rebelarse. También veremos que sus luchas no fueron constantes, o uniformemente comprendidas y compartidas. No por eso sus voces deben ser calladas. Por el contrario, todas las voces son parte de la historia.
En el último capítulo ingresaremos en otro tipo de historia, que se está construyendo en los últimos quince años, la historia oral, para entrar definitivamente en el siglo XX y en un tema que seguramente tendrá resonancia en muchos lectores: la gran oleada inmigratoria. Nos detendremos allí, en el comienzo del siglo XX, porque creemos que —como consecuencia de los cambios propulsados en el siglo XIX— en ese momento las mujeres empezaron a tomar las riendas de su propia historia.
Una vez más, hacemos explícita la idea que rige esta colección y es su columna vertebral: si nos enseñaron una historia sin mujeres, nos enseñaron la mitad de la historia. Somos nosotras, las mujeres, y quienes quieran acompañarnos en esta travesía, las que debemos encontrarnos ahí donde siempre estuvimos, para reconocernos, para entender que fuimos y somos parte activa de la historia. Nuestra identidad se compone de las experiencias del pasado y las del presente. Nuestro presente nos dice que somos protagonistas. Nuestro pasado nos dice que también lo fuimos.
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“... ¿cómo nos hemos de entender?”
Lo antiguo y lo nuevo:
Sarmiento y la Sociedad de Beneficencia
“Después de Caseros” es una frase que recorre gran parte de los libros de historia argentina dedicados a la segunda mitad del siglo XIX. Para los protagonistas de la época, “Caseros” se había convertido en un punto de referencia y también un punto de partida. Sin embargo, como vimos en el segundo libro de esta colección, la batalla de Caseros no significó la unidad prevista por los propios protagonistas. Por el contrario, la derrota de Juan Manuel de Rosas concluyó en la formación de dos estados separados, con sus respectivas constituciones: la Confederación Argentina, de tendencia federal, liderada por Justo José de Urquiza, y el Estado de Buenos Aires, de tendencia unitaria, liderado por Bartolomé Mitre. El Estado de Buenos Aires fue derrotado en 1859, en la batalla de Cepeda, pero en 1861 la “provincia díscola” logró derrotar a Urquiza en Pavón, en el límite entre Santa Fe y Buenos Aires. ¿Sería entonces la batalla de Pavón el “antes y después” que la batalla de Caseros no había logrado ser? Al parecer, lo fue. Aunque, como veremos, ideas separatistas persistirían a lo largo de la década de 1860.
La batalla de Pavón indicaría un antes y un después en el pensamiento de ciertos grupos dirigentes situados en diferentes lugares del espectro político: la unidad nacional —irónicamente, de las antiguas “Provincias Unidas”— fue la idea que dominó después de Pavón y que los sucesivos gobiernos debieron sostener de diferentes modos. La violencia militar fue uno de esos modos, pero no el único. La organización económica, financiera, fiscal y de las comunicaciones del país tuvieron importancia fundamental para dar sustento a la idea de unidad. La educación fue el gran proyecto de largo plazo, cuyos efectos y resultados perduraron hasta el siglo XX. Y si hablamos de proyecto educativo, debemos hablar de Domingo Faustino Sarmiento y de su colega, Juana Manso.
La tarea de Sarmiento comenzó antes de la batalla de Pavón, en la provincia de Buenos Aires. La provincia sería laboratorio para las ideas que luego pondría en marcha durante su presidencia y que en 1884, durante la presidencia de Julio Argentino Roca, confluirían en la ley 1420 —la Ley de Educación Común—, que estableció la gratuidad de la educación y su obligatoriedad.
En 1856 Sarmiento fue nombrado jefe del Departamento de Escuelas del Estado de Buenos Aires, cargo que ocupó hasta 1861. Desde allí impulsó su proyecto, que tenía como modelo el sistema educativo norteamericano, basado en la masividad de la educación y la lectura y en la difusión de los periódicos y la imprenta. Para establecerlo sistemáticamente en Buenos Aires promovió la fundación de escuelas y bibliotecas, y la publicación de un periódico —Anales de la Educación Común— destinado a funcionarios públicos y educadores, que tuvo como directora a Juana Manso (nos referiremos al tema en otro capítulo).
Para su realización, el proyecto de Sarmiento tuvo que enfrentar obstáculos. Uno de los problemas a los que tuvo que hacer frente —y lo hizo con firmeza— fue la Sociedad de Beneficencia, a la que dedicamos un capítulo en el segundo volumen de esta colección.
La Sociedad de Beneficencia había sido creada en 1823 por Bernardino Rivadavia, ministro de gobierno del gobernador Martín Rodríguez. Desde entonces —con altibajos, como hemos visto— controlaba la gestión de escuelas para niñas huérfanas. Las actividades de la Sociedad fueron suspendidas por Rosas durante su gobierno y se reanudaron después de Caseros. Mariquita Sánchez, una de las socias fundadoras de dicha Sociedad, fue su presidenta durante varios años y tuvo fuertes peleas con Sarmiento, con quien había compartido el exilio en Montevideo durante la época rosista.
El proyecto educativo de Sarmiento iba a contramano de la idea de enseñanza de la Sociedad de Beneficencia, y ambas partes no tardaron en llegar a la pelea pública, esfera en la que Sarmiento estaba perfectamente entrenado y que, en cambio, era un territorio pantanoso para las damas de la Sociedad.
Veamos de manera más completa las diferencias entre las dos perspectivas. El proyecto educativo de Sarmiento tenía una idea central: la educación común para niños y niñas que fortaleciera la formación cívica y la disciplina, que enseñara historia, geografía y matemática, e impartiera conocimientos prácticos relacionados con la agricultura y el comercio. Como hemos visto en esta colección, este “para niños y niñas” del proyecto de Sarmiento no era la idea corriente de la época. Sarmiento fue el fundador de la primera escuela mixta y nombró a Juana Manso como directora. La experiencia de la educación mixta era demasiado novedosa para la época y la escuela debió cerrar, señalando los límites del proyecto sarmientino.
En esa época, la posibilidad de que la mujer recibiera educación no era una idea común y socialmente aceptada. También era discutible el tipo de educación que la mujer debía recibir. Los límites de la educación femenina formaban parte de la discusión de Sarmiento con la Sociedad puesto que el programa educativo de las niñas huérfanas consistía mayormente en enseñarles a coser, bordar, ejecutar instrumentos y cantar. Así como en 1823 la creación de la Sociedad había sido un hecho novedoso, porque se ocupaba de la educación de mujeres, en la segunda mitad del siglo XIX el mismo proyecto parecía retrasado al lado de las nuevas ideas que intentaban imponer educadores como Sarmiento o Manso.
Mariquita Sánchez, ya con setenta años, continuaba siendo una dama de influencia. Más allá de que sus amigos más cercanos de la Generación del 37 —como Alberdi, e incluso su hijo Juan Thompson— estuvieran en el extranjero o fueran parte del gobierno de Urquiza —como Juan María Gutiérrez— ella continuó su vida política propia dentro del Estado de Buenos Aires. En 1857 regresó a la Sociedad de Beneficencia y en agosto de ese año se puso al frente de la comisión que tenía como objetivo la repatriación de los restos de Rivadavia, fundador de la Sociedad.
La Sociedad de Beneficencia seguía teniendo a su cargo los colegios de niñas huérfanas y el Hospital de Mujeres Dementes y seguía teniendo los mismos problemas de financiamiento que había sufrido desde siempre. Si bien era una institución que dependía del estado —que estaba en guerra permanente—, también era una sociedad “de beneficencia”, de modo que el dinero recibido y la manera de administrarlo era un tema que generaba permanente tensión. En 1861, como secretaria de la Sociedad, Mariquita Sánchez debía enfrentar el problema de su financiamiento, y para hacerlo debía medirse con un enemigo cuyo dominio de la palabra era poderoso.
Como mencionamos antes, Sarmiento y la Sociedad estaban en conflicto desde años atrás precisamente porque sus respectivos proyectos educativos entraban en colisión. Sarmiento quería imponer su propio programa en todas las escuelas bonaerenses y las socias mantenían con firmeza su derecho a imponer su propio programa en las escuelas que controlaban. La labor de la Sociedad de Beneficencia contaba con un respaldo social y estatal que encontraba fundamento en el hecho —único en el mundo— de que la población femenina de las escuelas de Buenos Aires era superior a la población masculina y esta situación se debía a la actuación de la Sociedad.
Si bien Sarmiento reconocía la labor de la Sociedad en la formación de las niñas, consideraba que sus gastos eran excesivos y quería traspasar al estado el control de las escuelas de niñas huérfanas, para convertirlas en “escuelas normales”, es decir, escuelas que formaban maestras.
El problema era una cuestión de fondos y financiamiento, como dijimos, nada nuevo para la Sociedad. En octubre de 1860, Sarmiento había publicado un artículo en el periódico El Nacional, fundado por Dalmacio Vélez Sarsfield, donde criticaba abiertamente a las escuelas de la Sociedad por tener a León Pallière, artista francés, como maestro de pintura. Esto era, para Sarmiento, un derroche de dinero y de instrucción puesto que su interés no estaba puesto en la enseñanza de las artes sino en otros conocimientos más prácticos como la matemática o la geografía. La crítica se dirigía claramente a Mariquita: Pallière era su amigo y había conseguido el empleo gracias a esa amistad. El afrancesamiento de Mariquita, que le había dado prestigio y pesares por igual durante gran parte de su vida, seguía pasándole facturas.
Ella tomó la palabra y escribió un largo informe que defendía la actuación de la Sociedad de Beneficencia, la distribución de los fondos y el programa educativo. Lo firmó como “Una maestra del colegio de huérfanas”. El informe sirvió de descargo pero no alcanzó a silenciar la voz de Sarmiento, que siguió empeñado en retirar del control de la Sociedad dicho colegio.
En 1861, Mariquita le escribía una carta personal:
Mi estimado señor:
Me han dicho que usted ha publicado un cuaderno en el que se hace un proceso a la Sociedad de Beneficencia. Mándeme usted ese cuaderno, que deseo leerlo, pero ya veo lo que le han de responder, que peor están las suyas, que desean tener un buen modelo a imitar. En fin, veremos lo que usted dice.
Esta carta es confidencial, inspiración mía y nada más. El Gobierno nos dijo que se había decretado una suma (no tengo la nota a la mano por la cantidad) para traer libros para las escuelas de ambos sexos, los que se comunicaron a la Sociedad, etc. etc. Como usted está en guerra con esta pobre Sociedad, cosa que yo siento mucho porque no soy guerrera, nadie le hablará de esto; pero como yo lo conozco, le pregunto: ¿podemos pedirle libros?, ¿hay en los depósitos para nuestras escuelas?, ¿cómo nos hemos de entender?
Nuestra Sociedad va a tomar un impulso, queremos hacer muchas cosas, y a pesar de sus latigazos conozco que usted nos quiere y nos ha de ayudar, ni caso les hago a sus rabias, porque cuando en un momento de calma usted piense que usted es dueño absoluto con facilidades como Rosas para hacer lo que le dé la gana, con todo un departamento a sus órdenes, edecanes y subalternos y plata a su voluntad, y con todo esto tiene usted trabajos y sus escuelas tienen contrariedades, ¿qué serán las nuestras? En esta tierra cuesta mucho hacer algo, y le protesto que, con todos los elementos que tenemos, hay muy malos ratos, y si usted tiene dificultades con los hombres porqué de los nuestros y tenga indulgencia que al fin sirven sin sueldo y hace 38 años que esto dura en esta tierra que nada dura. Yo deseo poner en cada escuela (ojalá pudiera en cada casa) un manual de educación. Mándeme los que pueda. Si hay catecismos, cosa preciosa, mándeme, y en suma lo que pueda. Le repito, esto es confidencial. Si no hay, queda entre nosotros, pero yo deseo que mi puesto deje alguna ventaja y quiero hacer algo, ya sabe usted que he tenido otro luto, estoy cansada de penas, así que pase un poco esta tempestad le he de ver para tomar algunas noticias o consejos para mi plan. Trabajemos pues como podamos, que en nuestro corazón está la recompensa.
Su afecta siempre.
María S. de Mendeville1
El tono confidencial de la carta es clásico en la correspondencia de Mariquita Sánchez y lo hemos analizado a lo largo de esta colección muchas veces. Escribe desde un “yo” que sabe el lugar que ocupa y que esa misma posición social le permite enunciar. Sin embargo, ¿seguía siendo un capital importante en esa situación política “después de Caseros”?
Mariquita comienza la carta yendo directamente al grano:
Mi estimado señor:
Me han dicho que usted ha publicado un cuaderno en el que se hace un proceso a la Sociedad de Beneficencia. Mándeme usted ese cuaderno, que deseo leerlo, pero ya veo lo que le han de responder, que peor están las suyas, que desean tener un buen modelo a imitar. En fin, veremos lo que usted dice.
El “cuaderno” que menciona es un informe redactado por Sarmiento sobre la situación de las escuelas administradas por la Sociedad de Beneficencia. Mariquita parece conocer este informe y se lo pide confidencialmente a Sarmiento, poniendo en juego la amistad y la influencia que pudiera tener sobre él. No olvidemos que Bernardino Rivadavia debió recurrir a la propia Mariquita Sánchez para la concreción del proyecto de la Sociedad de Beneficencia cuando las señoras de la alta sociedad de la ciudad no quisieron comprometerse por temor a la crítica social. De modo que la Sociedad era también producto de Mariquita Sánchez y su influencia.
Esta carta es confidencial, inspiración mía y nada más. El Gobierno nos dijo que se había decretado una suma (no tengo la nota a la mano por la cantidad) para traer libros para las escuelas de ambos sexos, los que se comunicaron a la Sociedad, etc., etc.
Como señalamos, el problema en cuestión es económico: Sarmiento y la Sociedad están en disputa por el dinero que puede aportar un Estado de Buenos Aires en guerra permanente con la Confederación Argentina. El escaso dinero se usa para la compra de libros, la construcción de edificios y el pago de sueldos a los maestros, y allí es precisamente donde Mariquita y Sarmiento disputan sus proyectos educativos, una poniendo en juego su capital social, el otro poniendo en juego su capital político.
Mariquita sabe con quién habla y por eso la carta debe ser confidencial, para llevar la discusión de lo público a lo privado, lo que siempre fue su modo de actuar en sociedad:
Como usted está en guerra con esta pobre Sociedad, cosa que yo siento mucho porque no soy guerrera, nadie le hablará de esto; pero como yo lo conozco, le pregunto: ¿podemos pedirle libros?, ¿hay en los depósitos para nuestras escuelas?, ¿cómo nos hemos de entender?
“¿Cómo nos hemos de entender?” es una pregunta que tiende un puente hacia el enérgico Sarmiento, que parece decidido a quitar de en medio a la Sociedad. Pese a sus dichos, Mariquita es una guerrera, que tira sus cañonazos cuando puede, tratando de dar en el centro del orgullo de Sarmiento:
Nuestra Sociedad va a tomar un impulso, queremos hacer muchas cosas, y a pesar de sus latigazos conozco que usted nos quiere y nos ha de ayudar, ni caso les hago a sus rabias, porque cuando en un momento de calma usted piense que usted es dueño absoluto con facilidades como Rosas para hacer lo que le dé la gana, con todo un departamento a sus órdenes, edecanes y subalternos y plata a su voluntad, y con todo esto tiene usted trabajos y sus escuelas tienen contrariedades, ¿qué serán las nuestras?
Como al descuido, Mariquita escribe las palabras mágicas capaces de irritar a quien escribiera una carta en el mismo escritorio del Restaurador el día de su derrota. La comparación con Rosas no es casual, ni mucho menos. Intenta dar en el blanco al contemplar la posibilidad de que el Jefe del Departamento de Escuelas del Estado de Buenos Aires sea una figura equiparable a ese “dueño absoluto” tan odiado durante años por los unitarios en el exilio.
Después de compararlo con Rosas, lanza otra crítica: si Sarmiento tiene tantas facilidades a su disposición, ¿por qué sus escuelas tienen tantos problemas? ¿Cómo podrían las escuelas de la Sociedad mejorar sin tener siquiera un departamento, edecanes, subalternos y plata a voluntad?
Para aprovechar el daño que cree haber causado con la comparación, como buena guerrera, Mariquita agrega:
En esta tierra cuesta mucho hacer algo, y le protesto que, con todos los elementos que tenemos, hay muy malos ratos, y si usted tiene dificultades con los hombres porqué de los nuestros y tenga indulgencia que al fin sirven sin sueldo y hace 38 años que esto dura en esta tierra que nada dura.
El párrafo alude a los pesares sufridos en común y, más todavía, a pesares que Sarmiento no conoce, puesto que Mariquita lleva treinta y ocho años —desde 1823— trabajando para la Sociedad de Beneficencia, sobrellevando la inestabilidad política, las pérdidas personales y materiales, y el exilio. Hace treinta y ocho años que la Sociedad existe en una unidad política tan inestable como la que sucedió al Virreinato del Río de la Plata y Mariquita lo destaca para pedir que siga existiendo porque, bien lo sabe, sin sus escuelas la Sociedad de Beneficencia perdería gran parte de su lugar social y político.
Yo deseo poner en cada escuela (ojalá pudiera en cada casa) un manual de educación. Mándeme los que pueda. Si hay catecismos, cosa preciosa, mándeme, y en suma lo que pueda. Le repito, esto es confidencial.
Pide confidencialmente —lo repite varias veces—, porque evoca un tipo de política que tiene que ver con las influencias, el tipo de política que ella misma practicó durante gran parte de su vida: ¿qué eran sus tertulias, sino lugares de convergencia de esas influencias? Y en esa confidencialidad la política se enlaza con los dramas personales porque la política de influencias es personal:
Le repito, esto es confidencial. Si no hay, queda entre nosotros, pero yo deseo que mi puesto deje alguna ventaja y quiero hacer algo, ya sabe usted que he tenido otro luto, estoy cansada de penas, así que pase un poco esta tempestad le he de ver para tomar algunas noticias o consejos para mi plan. Trabajemos pues como podamos, que en nuestro corazón está la recompensa.
“Trabajemos como podamos”, ofrece Mariquita, con conocimiento de esos treinta y ocho años y como una forma de reconciliación para salvar a esa Sociedad de Beneficencia que siente que también le pertenece.
Sin embargo, Sarmiento será implacable. Le responderá que ese tipo de influencias ya no tiene cabida y que el lugar de la Sociedad de Beneficencia en la educación debe ser otro: acompañar pero no administrar porque esa administración es la que debe hacer un estado nacional, esa entidad que está en proceso de construcción, a veces tambaleante en los hechos pero firme en las ideas de los intelectuales de la época. Por supuesto, esa entidad en proceso de conformación no estaba libre de influencias, pero dichas influencias debían amoldarse a las instituciones creadas y no al revés, como propone Mariquita. Y esa tensión es precisamente la que se manifiesta en el intercambio entre ella y Sarmiento.
En septiembre de 1861, luego de la batalla de Pavón, el proceso de construcción nacional se afianzará y tendrá a uno de sus principales ideólogos, Bartolomé Mitre, a la cabeza del país unificado. La Sociedad de Beneficencia irá perdiendo “sus escuelas”, que caerán bajo la égida del estado nacional con un proyecto educativo unificado que analizaremos en profundidad más adelante de la mano de una de las grandes colaboradoras de Sarmiento: Juana Manso.
Este es el último capítulo de la colección en el que Mariquita Sánchez habla para contar la historia. Murió en 1868, ya retirada de la vida pública, aunque siempre pendiente de los asuntos de la Sociedad de Beneficencia a la que había visto nacer. Sus ideas educativas, sociales, e incluso las políticas ya pertenecían a otra época, como evidencia esta discusión con Sarmiento. Pero en ella siempre estuvo la idea de escribir la historia de las mujeres de mi país porque ellas son gente. Somos herederas y deudoras de ese deseo de contar la historia de las mujeres de nuestro país y esta colección rinde tributo a ese deseo que Mariquita no pudo —o no supo— llevar adelante.
1. Mizraje, María Gabriela, Intimidad y política. Diario, cartas y recuerdos de Mariquita Sánchez, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2010, pp. 360 y 361.
2
“Para castigo la muerte, era lo bastante...”
La tensión entre la nación
y las provincias
Como señalábamos en el capítulo anterior, la unidad de la República Argentina fue un proceso complejo. Para consolidar un estado de mayor tamaño que las provincias, debía existir la idea de que no había nada superior a la nación, concepto que también estaba en evolución y cambio.
El presidente Bartolomé Mitre fue quien emprendió la tarea de vincular la República Argentina a la idea de nación. Su ideario era unitario, pero en esta época comenzó a llamarse “liberal” —por asociación con la doctrina liberal en auge en Europa— y así lo llamaremos en este libro. No obstante, dado que sus ideas eran unitarias, Mitre construyó la idea de nación tomando como base las necesidades de la provincia de Buenos Aires. De este modo, sus diferentes actividades, como militar, político e intelectual, tendieron a igualar los intereses porteños a los nacionales. Esta identificación de intereses provocó disenso y oposiciones, que Mitre enfrentó a través del consenso político, donde fue posible, o de la violencia y la represión militar, donde las fuerzas locales se opusieron a su gobierno.
Tanto federales como liberales coincidían en la idea de respetar la Constitución de 1853 y no volver atrás, en particular, a la situación de “antes de Caseros”. La Constitución se convertía así en el marco de referencia política de uno y otro bando, y las acciones —e insurrecciones— solían llevarse a cabo “en nombre de la Constitución Nacional”. Como señalamos, la idea de instaurar esa entidad llamada nación se había establecido en el ideario político y no admitía discusión. Lo que se discutió durante toda la década de 1860 fue: ¿en qué condiciones existiría esa nación?, ¿qué ideas prevalecerían?
Los partidarios del federalismo no habían desaparecido después de la batalla de Pavón. Justo José de Urquiza seguía siendo el líder federal y hacia él miraban los federales del resto del país. Pero como había hecho en Pavón, Urquiza solía dar un paso a un costado ante este tipo de conflictos, lo que eventualmente lo llevaría a perder su poder. Con los demás gobernadores federales desplazados del poder después de la batalla de Pavón, el poder de Mitre y los liberales, y del ejército porteño parecía ilimitado. El liberalismo fue instalándose en los gobiernos provinciales desde fines de 1861 y se afianzó a partir de 1862, con el ascenso de Mitre a la presidencia.
Por supuesto, en algunas zonas surgieron resistencias al poder mitrista. En La Rioja el general de tendencia federal Ángel “Chacho” Peñaloza tenía el control de la provincia y comandaba las milicias civiles locales, conocidas como montoneras. El Chacho Peñaloza era un militar que provenía de una familia de estancieros riojanos. Había sido parte de las milicias de Facundo Quiroga, aliado de Rosas, y también del fallido intento de Juan Lavalle para derrotarlo. En la década de 1850, de regreso en La Rioja, el presidente Urquiza lo nombró general y se convirtió en hombre de confianza del líder federal durante esos años. Después de la batalla de Pavón los liberales intentaron controlar la provincia de La Rioja, pero se encontraron con la fuerte resistencia de Peñaloza y sus montoneras. Las tropas de Peñaloza eran superiores en número pero las tropas del ejército de Buenos Aires, enviadas por Mitre, eran superiores en armamento. Peñaloza sufrió varias derrotas y debió firmar en San Luis la Paz de La Banderita, en la que aceptaba subordinarse a las fuerzas nacionales.
El tratado fue inmediatamente rechazado porque las tropas nacionales ejecutaron a los prisioneros federales. El Chacho Peñaloza se rebeló contra Mitre, llamando a las provincias a defender los derechos e instituciones que se habían instalado después de Caseros. También convocó a