Santa Maradona (Flash Ensayo)

Juan José Sebreli

Fragmento

cap-7

Resulta extraño que un hombre aparentemente simple haya suscitado comparaciones con personajes tan disímiles: Cristo, Ulises, san Genaro, la Virgen María, Napoleón, Mick Jagger y algunos más inexplicables aún, como Baudelaire, según el periodista italiano Gianni Brera. El rockero Fito Páez enumeraba los grandes genios de la humanidad: «Miguel Ángel, Gaudí, Stravinski y Maradona». Una comparación hiperbólica, aunque no exenta de crítica, fue la de la revista alemana Der Spiegel: «Maradona es un Quijote del siglo XX, un Caballero de la Triste Figura que sin querer hace escuela para todos sus compatriotas, tanto jóvenes como viejos, con los disparates engendrados por su locura».

En Nápoles se llegó a identificarlo, mediante un juego de palabras, con la Virgen: Maradona-Madonna era uno de los cantos populares. Su imagen era llevada con el mismo ritual folclórico que la Madona dell’Arco, durante una fiesta popular donde se mezclaban los elementos religiosos con los futbolísticos. La mujer, tradicionalmente ausente o no bien aceptada en el mundo exclusivamente viril del fútbol, se permitía en la figura maternal de la Virgen. En otras imágenes Maradona era representado con la corona de la Virgen y se lo llamaba —una transgresión de género— Santa Maradona, una suerte de travestí sagrado. Algunas veces aparecía con sombrero de obispo y la casulla de san Genaro, con el nombre de san Genarmando. Se decía que el gol de Maradona era un nuevo milagro de san Genaro y que reconstituía la unidad de la ciudad. En la portada de las páginas del Napoli en internet, debajo de su foto, se leía el poema de un solo verso de Giuseppe Ungaretti: «Me ilumino de inmensidad».

El endiosamiento llegó hasta el punto de rezarse el padrenuestro con adecuadas modificaciones: «Maradona nuestro, que descendiste sobre la Tierra / santificado sea tu nombre / Nápoles es tu reino». Durante la Navidad se vendían «pesebres» con un muñequito de Maradona que reemplazaba al niño Jesús. La idolatría no sólo se dio en Nápoles; en Buenos Aires, el día de su cumpleaños de 1997, frente a su casa de Villa Devoto, se vio un pasacalle con la inscripción: «El 30 de octubre de 1960 nació Dios». Ese mismo año y después de una suspensión por doping apareció otro pasacalle frente a la sede de la AFA que decía: «Amnistía a Dios». Alguien metaforizó frente a las cámaras que había nacido en un establo, y la analogía con Cristo fue después repetida por cronistas deportivos. Él mismo parecía asumir la deificación de sus adoradores: cuando fue expulsado del Mundial y era llevado preso por drogas declaraba que «lo habían crucificado». También permitió que su programa televisivo en 2007 se anunciara como «Dios y el Diez». Nadie transgredió tanto el mandamiento «no invocar el nombre de Dios en vano» sin que la Iglesia lo haya repudiado.

La deificación llegó a su grado máximo con el invento de la Iglesia maradoniana, una comunidad virtual con adeptos en Argentina, México y España, fundada en 1998 por Hernán Aráoz y Héctor Campomar con el objetivo de «mantener la pasión y la magia con que nuestro Dios juega al fútbol». Celebran el 29 de octubre la nochebuena y el 30 la navidad maradonina, y en esa oportunidad los oficiantes vestidos con los colores del seleccionado argentino elevan una pelota al cielo con la inscripción «Dios» y la firma de Maradona. Se hizo una versión del padrenuestro y del credo adecuada al nuevo dios y se instituyeron diez mandamientos. El primero dice: «Nuestra religión es el fútbol y como toda religión ha de tener a Dios. […] Nuestro Dios es argentino y se llama Diego Armando Maradona». Otros mandamientos ordenan «defender los milagros de Diego en todo el universo», y obliga a todos los fieles a agregarse Diego como segundo nombre y llamar así al hijo varón.

MARADONA EN NÁPOLES

Nápoles fue decisiva en la creación del mito. En Barcelona había sido un fracaso y los españoles se lo sacaron de encima en cuanto pudieron. Cuando volvió a España en 1993 a jugar en el Sevilla al también le fue mal, se dijo que utilizaba al fútbol español para lavar su imagen. Su posible pase al Olympique de Marsella provocó el rechazo de Jean-Pierre Papin, jugador estrella de ese equipo:

Un día Maradona vuelve a Nápoles, otro día se queda en la Argentina, después amenaza con retirarse. ¡Es un circo! Estoy desilusionado con él, su historia enerva a todo el mundo. En el plantel no deseamos su llegada, es un efecto desestabilizador. […] ¡Que se quede donde está![1]

Otro habría sido su destino si hubiera ido a Marsella o a cualquier otra parte en lugar de Nápoles; tal vez ahora no nos estaríamos ocupando de él. En Nápoles, en cambio, las condiciones estaban dadas para que se convirtiera en un ídolo. Mauricio Valenti, que fuera alcalde de esa ciudad, decía:

Desde 1984 comenzaron a preguntarme por Maradona. Para la imagen de la ciudad era positivo. Nápoles victoriosa frente a Milán ¡quién lo creyera! […] Al principio los napolitanos lo querían por su sorprendente parecido con ellos, o, más bien, con el lumpenproletariado napolitano, del cual tenía la misma incoherencia. [2]

Un juicio similar mereció del periodismo italiano; el diario Corriere della Sera, comentando el legendario gol con la mano, sostuvo que había actuado como «un ladrón a la napolitana».

No fue un mero azar que no se encontrara a sí mismo en una ciudad burguesa, próspera, laboriosa y satisfecha como Barcelona, sino en el sur de Italia. En este país el fanatismo futbolístico tiene su tradición —sólo comparable a las de Brasil y Argentina—, derivada del uso político que Mussolini dio al fútbol después de que Italia ganara el segundo campeonato mundial. Pero más que en Italia, Maradona fue idealizado en Nápoles, donde el mito del postergado que triunfa era asumido por toda una ciudad, por toda una región.

Su apoteosis ocurrió el 24 de mayo de 1987, cuando el club Napoli ganó el campeonato, algo que significaba, para el sur atrasado y pobre de Italia, la revancha contra el norte industrializado, moderno, culto y rico. Maradona señaló y fomentó, siempre que pudo, esa contraposición; cuando en el Mundial de 1990 fue silbado por los italianos, trató de dividirlos en norte y sur, dicotomía parcial y no del todo cierta. Nápoles es también la ciudad de Benedetto Croce, tuvo dos premios Nobel de ciencia y posee un instituto de filosofía donde se conservan originales de Kant y Hegel que envidian los alemanes. Las ciudades del norte, por su parte, tienen bandas de tifosi tan violentas o más que las del sur.

De todos modos, la idolatría tuvo su consagración en Nápoles, porque para ciertos sectores sociales napolitanos el fútbol estaba más vinculado con la política, los sentimientos localistas, la religiosidad primitiva y la sobrecompensación por las frustraciones económicas que con el deporte propiamente dicho. Para la celebración del triunfo de 1987, durante una semana todas las actividades fueron interrumpidas en esa ciudad atacada por la peste emocional y Maradona fue paseado por las calles ante una multitud delirante.

Hay un aspecto siniestro de su trayectoria en Nápoles, su relación con la Camorra. [3] Estaba destinado a vincular su carrera a los ámbitos más tenebrosos de la sociedad en la que actuaba. Si en Buenos Aires toleró que la dictadura

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