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—Hoy es el dÃa, hija mÃa —decÃa Basil, orgulloso de que su hija cumpliese los diez años.
—¿De verdad tengo que hacerlo, papá? —preguntaba con semblante de preocupación— Ya sé que todas debemos hacerlo, pero..., el resto de chicas mayores dice que cuando te los extraen nunca vuelves a ser la misma.
—No te preocupes, cariño. Ya hemos hablado de esto una y mil veces, no tengas miedo —abrazaba a Mila fuertemente y besaba su frente mientras pensaba en lo madura que ya era, tal y como se les enseñaba a ser a todas las mujeres desde el dÃa en que nacÃan.
Desde la otra punta del apartamento cúbico prefabricado en el que vivÃan, Mátia, la madre de Mila y esposa de Basil, reclamaba la atención de ambos para que se diesen prisa. TenÃan que estar en el centro de extracciones en media hora y tan sólo bajar en ascensor, desde la planta sesenta y tres en la que estaban, hasta la calle, les llevaba cinco minutos.
Nada más salir, Basil activó el filtro solar de su traje vital y miró al turbio cielo de la mañana. No esperaba ver nada en especial, pues ya advirtieron en las noticias que lo único que se podrÃa observar serÃa un simple punto que lucirÃa más de lo habitual, pero todo el mundo estaba atento al gran acontecimiento. Hoy era el dÃa en el que, por fin, Encelado colisionarÃa controladamente contra Marte. Aunque aquello no iba a ensombrecer el gran acontecimiento de su hija, la extracción de sus ovarios para recoger los gametos por la HBCNC (compañÃa nacional de conservación del ser humano)
El tiempo en la calle era bastante agradable: cincuenta y un grados centÃgrados de calor, dieciséis por ciento de oxÃgeno en el aire y una cantidad de partÃculas de polvo moderada; según indicaba el analizador y computador individual que rodeaba la muñeca izquierda de Basil. Al momento, el PLV (Public Levitational Vehicle) hacÃa acto de presencia con ese zumbido caracterÃstico, descendiendo de su medio metro de separación del suelo cuando estaba en marcha, hasta los diez centÃmetros en la parada para que la gente subiese y bajase con facilidad. Aquel medio de transporte era el más usado, circulaba por carriles especÃficos para el transporte público y no sufrÃa retenciones de ningún tipo. Aunque este no era un clon del PLV estándar que todo el mundo utilizaba para desplazarse, en él solamente habÃa padres acompañando a sus fértiles hijas. Era un vehÃculo especial adaptado que la compañÃa ponÃa a disposición de las niñas. Jóvenes mujeres que eran el futuro de la humanidad. Desde hacÃa más de dos siglos una enfermedad que afectaba a los órganos reproductores femeninos se habÃa propagado por todo el globo haciendo que, al transcurrir de cuatro a cinco años desde la pubertad, los ovarios se enquistasen y muriesen. Aún asÃ, el porcentaje de éxito en la fecundación de los óvulos madurados y conservados en el inmenso laboratorio de Conneticut, alcanzaba el tres y medio por ciento. Uno de los más altos del planeta.
Rápidamente, Basil y su familia tomaron asiento y se quitaron el casco. Era una maravilla estar dentro de tan lujoso aparato, todo blanco y luminoso en su interior. Además, habÃa bebidas de todo tipo, snacks y asientos reclinables que automáticamente te preguntaban si deseabas un masaje o qué canal de televisión preferÃas ver. Un auténtico prodigio para Basil y su familia, pues ellos no se podÃan permitir nada de eso.
Enseguida, una trabajadora de los laboratorios, que hacÃa la ruta como azafata para recoger a las receptoras de vida, se acercó a Mila.
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