1
«Puede ocurrir cualquier cosa —pensó Will Dando—. En los próximos cinco segundos, en los próximos cinco años. Cualquier cosa.»
Dio los últimos sorbos de cerveza y emprendió la difícil tarea de llamar la atención del camarero de la barra, lo cual no parecía fácil. Cuando había llegado, tres o cuatro horas antes, el bar no estaba abarrotado, pero se había llenado al comenzar el partido de los Jets contra los Raiders.
Los Jets perdían de tres puntos y apenas quedaba tiempo para la remontada. Will no era un gran aficionado a los deportes, ni siquiera estaba seguro de haber visto un partido completo. Sin embargo, este era distinto. Era importante.
Relevante por el resultado, ya que era una de las ciento ocho cosas que Will sabía que no habían ocurrido aún.
El bar estaba cerca de su piso y no tenía nada de especial, a excepción de lo que todo bar sobre la faz de la Tierra ofrece a sus comensales: un espacio para beber y (técnicamente) no hacerlo a solas. Will se había agenciado el segundo mejor puesto del local, un taburete lo más alejado posible de la puerta. A pesar de la distancia, el inusual frío de noviembre se colaba a ráfagas en el interior cada vez que alguien entraba o salía, barriendo el local y agitando los pequeños charcos de cerveza derramada y las servilletas arrugadas.
El mejor sitio del bar, el taburete más alejado de la puerta y del aire, se hallaba justo a su izquierda. Estaba ocupado por una atractiva joven de cabellos castaños y rizados, que parecía ser amiga del camarero y conseguía que este le sirviera más rápido que a Will e incluso que la invitara a alguna ronda. En realidad, había otras razones para lograrlo, como, por ejemplo, sus cabellos.
Will había reparado en su nombre —Victoria— y estaba considerando la idea de saludarla. De hecho, llevaba haciéndolo las últimas tres horas.
En ese momento su móvil vibró. Will miró la pantalla: «Jorge», lo cual solía significar algún trabajillo, algo bueno, posiblemente una fiesta en algún local genial del centro y además bien pagado. Incluso el peor encargo de Jorge solía ser divertido, a veces incluso espectacular. Había contratado a Will para tocar en desfiles de lencería, en fiestas posteriores a un concierto con gente de la industria musical, en sesiones de estudio que no eran ninguna broma e incluso como telonero de algunas bandas que iniciaban una gira. Cualquier futuro que Will pudiera tener como bajista en Nueva York estaba ligado, en mayor o menor medida, a Jorge Cabrera.
Will rechazó la llamada justo en el momento en que el camarero finalmente se acercó hasta su extremo de la barra.
—¿Otra? —le preguntó señalando el vaso vacío.
—Sí —respondió Will—. Lo mismo.
Entonces, siguiendo un impulso, se giró hacia Victoria y le sonrió.
—¿Puedo invitarte a una ronda?
Con el rabillo del ojo, Will advirtió que el camarero se detenía durante un instante al ir hacia la nevera. Quizá fueran más que amigos. Bueno… ¿y qué?
Victoria volvió la cabeza para mirarlo.
—Oh, gracias —dijo en un tono apenas cordial—, pero conozco al camarero, bebo gratis.
—Ah, claro —replicó él—. Pero… solo estoy pensando en voz alta… ¿no es mejor que te inviten a que sea gratis?
Victoria inclinó levemente la cabeza.
—Así estoy bien, gracias.
Dicho esto, se centró de nuevo en la pantalla del televisor, ignorándolo de manera evidente sin necesidad de tener que cambiar de asiento. El camarero volvió, deslizó un posavasos de cartón delante de Will y depositó en él la cerveza fría quizá con más brusquedad de la necesaria.
Los Raiders completaron un ensayo y acabaron anotando el punto extra, ampliando su ventaja a diez puntos. Un alarido se alzó de entre la mayoría de los que estaban en la barra, incluyendo a Victoria.
En el bar, delante de Will, había una libretita de espiral con las tapas negras, resquebrajadas como una vieja cartera de piel. El café derramado sobre ella por accidente había manchado sus páginas de una tonalidad marrón en el borde inferior, lo que hacía pensar en hongos adheridos. Will pasó las páginas con el índice y centró su mirada en el fondo del local, advirtiendo su reflejo distorsionado y múltiple en las botellas alineadas en el largo estante. Enseguida enrolló la libreta con las manos, acentuando los pliegues en la tapa.
Pensó en lo que ya sabía y en aquello que podía hacer con esa información.
«Disparos desde el interior de la tienda de comestibles. El Lucky Corner. Dos seguidos, luego una pausa, luego otros tres. Después, un largo intervalo con la respiración contenida. Dentro alguien tomaba decisiones. Más disparos. Mucho ruido. Algo salpica el escaparate de la tienda por dentro. Algo oscuro en el centro, teñido de rojo en los bordes, donde era menos denso y la luz del sol lo transparentaba.»
Jugueteó con la etiqueta de su cerveza a medio consumir y calculó cuántas se había tomado ya. Pensó en las decisiones buenas y malas y en lo difícil que era diferenciarlas.
Luego se volvió hacia Victoria.
—¿Seguidora de los Jets? —le preguntó.
—Por supuesto —dijo ella sin despegar la vista del televisor.
—¿Quieres saber quién ganará este partido? —preguntó él.
—Creo que ya lo sé —respondió ella.
—Puede que te sorprenda —dijo Will—. Ganarán los Jets por una diferencia de cuatro puntos.
Victoria resopló sin llegar a creérselo.
—¿Dos ensayos a solo dos minutos del final? ¡Por favor! Quizá deba decirle a Sam que no te sirva nada más.
—Tú espera y verás —dijo Will.
—¿Y por qué estás tan seguro? ¿Eres el Oráculo, acaso?
Will vaciló.
—Exactamente —respondió.
Victoria apartó finalmente la mirada de la pantalla.
—Ya —dijo—. ¿Sabes cuántas veces he escuchado eso mismo en los últimos meses? Pero lo has hecho mal: supuestamente, debes predecir que mañana nos despertaremos juntos.
Will se limitó a sonreír.
—Eso no lo sé… Pero sí que los Jets ganarán este partido.
—Por cuatro puntos —dijo Victoria.
—Eso es.
—Si eso llega a pasar seré toda tuya. Podrás llevarme a mi casa y hacer lo que quieras conmigo.
Will abrió muchísimo los ojos.
—Vaya.
—No te hagas ilusiones —comentó Victoria.
Al segundo pase inicial de los Jets, uno de los receptores del equipo neoyorquino lo atrapó en las treinta yardas y corrió hasta la zona de ensayo. El bar entero explotó de entusiasmo.
Will miró a Victoria, que también lo estaba mirando a él, fijamente.
—¿Ves lo que te decía? —dijo él.
—Sí, ya —dijo ella—. Pero aún están por debajo en el marcador y no queda mucho tiempo.
—Ajá —dijo Will.
Los Jets anotaron el punto extra y los Raiders dispusieron otra vez del balón.
«Algo oscuro salpicando el escaparate, rojo en los bordes, donde era menos denso.»
Will se levantó con la libreta en la mano y se la puso bajo el brazo.
—¿Adónde vas? —preguntó Victoria.
—Volveré enseguida, tranquila. Hemos hecho una apuesta, ¿lo recuerdas?
—Sin duda.
Will se dirigió a paso rápido hacia la trastienda del bar, donde entró en el baño de hombres y cerró la puerta tras de sí. Apoyó ambas manos en el lavabo de fría porcelana, una en cada lado, y miró su reflejo en el espejo lleno de salpicaduras. Un reflejo vago, sin nada extraordinario: la imagen de un individuo al final de la veintena, desaliñado, subempleado. Pero, por supuesto, el aspecto externo no decía mucho del contenido; desde hacía un rato, era todo menos un individuo ordinario.
Del bar le llegó otro estallido colectivo de entusiasmo. Ya no podía ver la televisión, pero supo igualmente lo que acababa de ocurrir: los Jets habían forzado un balón suelto para anotar de nuevo. El local estaba ahora sumido en un frenesí total, y una chica despampanante comenzaba a pensar que quizá sí se había topado esa noche con el Oráculo. Alguien que podía poseerla si le daba la gana, a ella y a cualquier otra mujer allí presente. Podía poner, si lo deseaba, a todo el bar a sus pies, le hubieran bastado una decena de palabras para cada uno.
Will cerró los ojos. Enrolló la libreta para hacer con ella un cilindro y la estrujó entre sus manos hasta que los nudillos se le volvieron blancos.
Las buenas decisiones y las malas.
—Maldita sea —murmuró.
Entonces se dio cuenta de que se había dejado el abrigo en la barra, el muy cretino.
Se deslizó fuera del baño y se arriesgó a echar una última ojeada al bar. La hermosa Victoria estaba con los ojos clavados en el televisor, aplaudiendo mientras los Jets se disponían a anotar el punto extra. Lo habían logrado, estaban cuatro puntos por delante.
El local disponía de otra salida por la parte trasera, junto a la cocina. Will salió de allí sintiendo el aguijón del aire frío en sus pulmones nada más aspirarlo, y se alejó caminando en la noche, ya sin mirar atrás.
2
Leigh Shore contempló su ensalada. Se había permitido algunos excesos: trocitos de pan tostado y de queso, tiras de pollo frito y el aderezo más apetecible de cuantos había (que parecía más una salsa de postre que de ensalada). En total, se había dejado casi quince dólares en la cola del bufé libre. Apenas había tomado dos bocados.
Terminó por ensartar el tenedor en la ensalada y se limpió las manos con la servilleta de papel. La arrugó y la arrojó sobre la bandeja. Con aire ausente, cogió su móvil y lo abrió. En la pantalla apareció la página Reddit, con una sola publicación en la parte superior.
Al final de la página, dos frases breves:
EL MAÑANA ES HOY.
ESTAS SON LAS COSAS QUE SUCEDERÁN.
Debajo aparecía un listado: veinte resúmenes breves de acontecimientos, ninguno más extenso que unas pocas frases y cada uno acompañado de una fecha, en un intervalo total de unos seis meses. El listado estaba por toda la red —cada sitio de noticias difundía una copia, con el despliegue respectivo de miles de comentarios en la parte inferior—, pero la página Reddit era donde había aparecido por primera vez, con un enlace que dirigía a un sitio anónimo, que era desde donde había sido subido a la red.
El Sitio. Todo el mundo sabía ahora lo que eso implicaba.
Leigh desplazó el listado hasta llegar a la última entrada. Nada había cambiado en los cinco minutos transcurridos desde la última vez que lo había mirado. Alzó la vista del móvil. De las diez personas que había en el establecimiento, ocho de ellas estaban atentas a sus teléfonos. Desde donde se encontraba Leigh podía ver que al menos dos de esas pantallitas tenían desplegado el Sitio.
Después abrió su correo electrónico. No había nada, o al menos no el correo que ella esperaba.
Dudó un instante, frunciendo el ceño, y enseguida desplegó otro documento —un artículo, su artículo— de unas tres mil palabras, gratamente acompañado de imágenes, enlaces… y todo lo que los perspicaces lectores de Urbanity.com esperaban de los contenidos en esa página.
El artículo era acerca del Sitio. Leigh podría haber escogido cualquier otro tema, pero el Sitio le parecía simplemente fascinante y, desde su aparición, lo único importante de verdad, el único enigma digno de resolverse.
Mientras hacía cola en un Starbucks su móvil vibró con un mensaje: un enlace remitido por su amiga Kimmy Tong. Leigh lo desplegó de inmediato, sin entender la razón por la que Kimmy lo consideraba digno de su atención. Hizo su pedido y navegó un rato mientras esperaba el latte; empezaba a entender lo que el Sitio proclamaba que era, y al cabo de poco quedó absolutamente prendada de la pantalla. Leyó una y otra vez lo que en ella aparecía, sin escuchar siquiera su nombre cuando el dependiente la llamó, quien terminó gritándoselo a la cara con la inflexión más malévola de que fue capaz.
El Sitio entró en la conciencia pública con tanta celeridad que fue como si hubiera aparecido un ovni sobrevolando Washington. De un día para otro —a ella le parecía, en su recuerdo, que había ocurrido de un segundo para otro—, se convirtió en lo único de lo que todo el mundo hablaba.
Eran veinte acontecimientos, todos acompañados de una fecha. Los primeros dos ya habían sucedido cuando el Sitio se hizo viral, pero los demás eran todos anuncios futuros. Desde entonces, cuatro más de esas fechas ya habían discurrido y, en cada ocasión, el acontecimiento incluido en el Sitio había ocurrido exactamente tal y como se describía. O, para ser más precisos, como había predicho alguna persona, un superordenador, una presencia extraña o un alienígena al que muy pronto se llegó a conocer como el Oráculo, de la misma manera que al Sitio se le conocía como tal.
Leigh continuó escaneando su propio artículo, verificando por última vez que no hubiera errores de contenido u ortográficos. Había elegido escribir sobre el Oráculo precisamente porque el tema ya había sido tratado de manera exhaustiva en otros medios. Era una elección estratégica por su parte: si era capaz de aportar un enfoque nuevo, una nueva lectura del asunto, resultaría casi más impactante que escribir sobre un tema menos conocido.
Ahora pensaba que quizá lo hubiera logrado: se había empeñado en introducirse en la mente del Oráculo de un modo que la mayoría de los articulistas no pretendían, ignorando toda discusión respecto al efecto que tendrían las profecías del Sitio en el mundo y centrándose en el modo en que eso podía afectar al mismo profeta. Esa era cuando menos la idea. Para entonces ya había releído demasiadas veces su texto para estar segura de a lo que aludía, pero su intención seguía siendo buena.
Los artículos de Leigh en Urbanity.com aparecían en la sección «cultura urbana», que desplegaba enlaces-señuelo sobre clubes y espectáculos neoyorquinos, rencillas entre celebridades y datos respecto a las mejores rosquillas de Brooklyn. Urbanity ofrecía ocasionalmente auténticos reportajes —no muchos, alguno que otro en las secciones restantes— y su propio artículo sobre el Oráculo fue un intento de sortear por un momento los temas habituales.
Leigh volvió a su cuenta de correo; todavía nada. Frunció el ceño, frustrada; luego tecleó en el teléfono varias veces y su artículo salió publicado; ahora ya estaba accesible gratuitamente para cualquiera de los millones de lectores de la página. La suerte estaba echada.
Se levantó de la mesa y fue a vaciar su bandeja en el recipiente de la basura, experimentando un leve resquemor por el desperdicio. Luego caminó las dos calles de vuelta a la oficina con el estómago revuelto.
Urbanity ocupaba dos plantas en un edificio inclasificable de la Quinta con la Tercera. Apenas una colmena de cubículos con salas de reuniones a su alrededor en la sexta planta, y los despachos directivos en la undécima.
Leigh se sentó a su escritorio y miró el pequeño espejo que había en una de las paredes del cubículo. La relación que tenía con su reflejo evolucionaba con perfiles frustrantes a medida que se acercaba la treintena, y cada nuevo vistazo venía acompañado por un breve suspiro. No sabía qué esperar exactamente de la imagen; quizá algún eco del rostro de su madre, algunas hebras de color blanco entre sus cabellos o las arrugas desplegándose en torno a la piel oscura, bajo sus ojos.
«¿Por qué lo has hecho?», se preguntó.
Tenía un empleo en Nueva York y vivía de lo que escribía, amparada de hecho en su título de periodista. Más o menos. Podía pagar las facturas, aunque todos los meses debía arrastrarse un poco cuando recurría a humillantes llamadas a su casa. Pero la mitad de sus amigos no tenían algo así ni de lejos.
«Entonces… ¿por qué lo has hecho?», se repitió.
Una cabeza asomó por encima de una de las paredes del cubículo; era Eddie, uno de los fotógrafos de la empresa, que comenzaba a adentrarse en la madurez sin resistirse demasiado y muy bueno en su trabajo. Había hecho algunas de las fotos para su artículo del Sitio y la ayudó a montarlo.
Eddie estaba sonriendo.
—Tu artículo acaba de aparecer, Leigh, acabo de verlo. Bien hecho. Te dije que era muy sólido… ¿Han dicho algo de transferirte a la sección de crónicas o ha sido solo esta única vez? De todas formas, casi nunca recurren a gente de otras secciones, al menos en el tiempo que llevo aquí. Deberías estar orgullosa de que te hayan dado luz verde.
Leigh se lo quedó mirando sin decir nada. Eddie entornó ligeramente los ojos.
—No te la dieron —dijo.
La verdad fundamental respecto a Leigh Shore —algo de lo que se había percatado años atrás, pero que no había variado gran cosa desde entonces, sin importar las muchas oportunidades, relaciones estables y nivel de felicidad general que insistía en negarse— era que nada le resultaba más tedioso que lo que ya había conseguido. Y, al mismo tiempo, nada le parecía más interesante que lo que alguien le decía que no podía tener.
—Estaba cansada de esperar, Eddie. Les envié por correo electrónico el artículo hace más de una semana y no se dignaron siquiera a responderme. Tú conoces mis capacidades, acabas de mencionarlo. Necesitaba demostrarles algo. Pronto hará dos años que llevo pidiéndoles un cambio, pero insisten en seguir enviándome a cubrir la inauguración de un club de tres al cuarto, esas cosas. Me parece que este artículo habla por sí mismo o lo hará cuando los jefes lo vean, aunque sea una apuesta a ciegas. Solo que…
Eddie soltó un fuerte bufido, más parecido a un gruñido que a un suspiro.
—Sabes que este sitio es propiedad de un conglomerado multinacional del espectáculo, ¿verdad? No puedes subir… lo que te dé la gana. No se trata de tu muro personal. Esa clase de acciones suelen traer consigo demandas legales y, casi siempre, el despido.
Eddie rodeó el cubículo.
—Voy a verificar tu jodido artículo y reza para que no me hayas mencionado en los créditos.
Leigh abrió la boca para decir que quitaría el texto del sitio de Urbanity, pero ¿de qué serviría, realmente? El asunto ya debía de estar en toda la red.
La primera predicción que se cumplió cuando la gente estaba pendiente del fenómeno fue el anuncio de que, el 8 de octubre, catorce bebés nacerían en el Hospital General de Northside en Houston, seis niños y ocho niñas. El anuncio resultó absolutamente correcto, aunque el último bebé nació faltando apenas dos minutos para la medianoche y la madre apareció por el hospital media hora antes. La mujer ni siquiera era residente de la zona, solo estaba de paso mientras iba en coche con su marido.
No era fácil de manipular, pero los detractores de siempre lo hicieron, en blogs y otros tabloides, subiendo toda clase de especulaciones respecto a cómo podían haberse conseguido las predicciones. La versión más popular fue que la CIA administraba el Sitio y había propiciado el parto en cierto número de mujeres, en unas instalaciones secretas próximas al hospital, alineándolas como yeguas de cría para asegurarse de que todo saliera como estaba planeado, y que habían enviado a la afortunada mujer al hospital poco antes de la medianoche.
A nadie le importó mucho que la CIA solo operara exclusivamente fuera de Estados Unidos, o que inducir un parto estuviese lejos de constituir una maniobra exacta y con una precisión de segundos, y que tampoco se entendiera muy bien por qué una mujer aceptaría hacer algo semejante, y suma y sigue.
La siguiente predicción estaba fechada dos semanas después de los nacimientos:
EL VUELO 256 DE PACIFIC AIRLINES SUFRE LA DESPRESURIZACIÓN DE LA CABINA DURANTE EL DESCENSO HACIA KUALA LUMPUR. AUNQUE EL AVIÓN ATERRIZA SIN PROBLEMAS, DIECISIETE PERSONAS RESULTAN HERIDAS. NO HAY FALLECIDOS.
Una vez más, el Sitio dio en el clavo. Un pájaro había chocado contra una de las ventanillas del avión, ya dañada por falta de mantenimiento, y la había agrietado lo suficiente para provocar la succión de aire al exterior. Exactamente, diecisiete pasajeros resultaron heridos, ni uno más, ni uno menos. Hasta eso era susceptible de montaje, alegaron algunos, pero en esta ocasión el mundo entero estuvo mucho menos dispuesto a tomarse en serio las especulaciones de los teóricos de la conspiración, dado que el acontecimiento había sido registrado.
Un grupo de emprendedores indonesios instaló una cámara junto al aeropuerto y filmó el vuelo 256 cuando se disponía a aterrizar. El vídeo circuló en las redes durante horas y mostraba claramente el instante en que la bandada de pájaros entraba en el encuadre. La mayoría de ellos viraban en el último momento, pero unos pocos no lo hicieron. Cuando se preguntaba a la gente si creía que la CIA había desarrollado alguna suerte de control remoto sobre los pájaros o si había manipulado el avión de algún modo para que solo diecisiete personas resultaran heridas, a muchos les pareció más fácil pensar simplemente que el Sitio era real.
Alguien en la red era capaz de predecir el futuro. El Oráculo.
La mayoría de los grupos religiosos denunciaron al Sitio, o bien lo ignoraron de manera intencionada. Unos pocos se adhirieron a él. Los políticos y comentaristas incorporaron sin vacilar el Sitio en su retórica. El Oráculo recibió invitaciones a eventos exclusivos, ofertas de favores sexuales, pagos y empleos varios, todo lo cual fue ignorado por el propio Oráculo, hasta donde pudo saberse.
Surgieron modas inspiradas en el contenido de las predicciones: la leche con chocolate se convirtió en la bebida preferida de niños y adultos debido a que:
EL 24 DE ABRIL, LA SEÑORA LUISA ALVAREZ, RESIDENTE EN LA CIUDAD DE EL PASO, TEXAS, ADQUIERE UNA BOTELLA DE LECHE CON CHOCOLATE, ALGO QUE LLEVA VEINTE AÑOS SIN HACER, PARA COMPROBAR SI AÚN DISFRUTA DE SU SABOR TANTO COMO CUANDO ERA NIÑA.
Los camareros de todo el país aprendieron a preparar un cóctel especial: leche con chocolate, amaretto y vodka.
Y aunque el Oráculo, hombre o mujer, seguía sin darse a conocer, el público en general se sentía satisfecho con que algunas personas fueran nombradas en las predicciones. La industria chocolatera Hershey’s se abalanzó sobre Luisa Alvarez para convertirla en su portavoz. La mujer pareció disfrutar inmensamente de la fama, hasta que alguna clase de fanático intentó asesinarla en una conferencia de prensa. El motivo del homicida frustrado: evitar que la predicción del Oráculo se hiciera realidad y «salvar al mundo» de la influencia perniciosa de un falso profeta.
Después de eso, se mantuvo a Luisa bajo estrictas medidas de seguridad y sus apariciones en público se redujeron drásticamente. Hershey’s no quería que nada interfiriera con su capacidad de adquirir la muestra de leche con chocolate cuando el gran día llegara.
Anonymous y sus distintas entidades aliadas en el pirateo de las redes declararon que el Sitio había sido creado utilizando herramientas ya existentes y más simples para mantener el anonimato, las cuales garantizaban que nadie excepto el Oráculo supiera quién era el Oráculo, o que fuese capaz de emitir nuevas predicciones. Su veredicto era, de momento, que quienquiera que hubiese programado el Oráculo era en extremo versado en los pros y contras de cómo mantener los datos a salvo. Más allá de eso, tenían poco que aportar.
Los mercados mundiales hubieron de soportar, con los anuncios, una serie de altibajos. El resultado eventual de las siguientes elecciones presidenciales se volvió repentinamente incierto cuando Daniel Green, el presidente en ejercicio, se mostró vago al comentar en sus intervenciones públicas lo que implicaba para el país la irrupción del Sitio.
Y es que no había respuestas, no aún, al menos; solo la esperanza de que en algún momento todo ello cobrara sentido. Había claramente un plan en juego, pero era difícil saber cuál era o de qué modo ocurriría, o dónde y cuándo… y, lo más importante, por qué. Nadie lo sabía. Aún.
Leigh se recostó en la silla mientras leía las últimas líneas de su artículo. Era bastante mejor de lo que recordaba. No era perfecto, pero como mínimo era tan bueno como la mayor parte de lo que Urbanity publicaba en la sección de crónicas. Eddie podía estar tranquilo.
Sonó un pitido breve y metálico que indicaba que un correo electrónico acababa de entrar en su bandeja. Leigh lo abrió y desplegó en pantalla.
De: jreimer@urbanity.com
Diríjase a la planta superior, si es tan amable.
Reimer.
Leigh escrutó el monitor unos diez segundos o más. Su mano se deslizó muy lentamente hacia el ratón y clicó, minimizando el correo electrónico en pantalla y revelando la página de un navegador oculta tras la ventana. Mostraba, evidentemente, el Sitio.
Absorta, Leigh movió su mano. Apretó el botón de actualizar, sintiendo que algo se encogía levemente en su interior: el Sitio jamás se modificaba.
Pero ahora acababa de hacerlo.
Al pie de la página, después de la última predicción, habían aparecido siete nuevas palabras:
ESTO NO ES TODO LO QUE SÉ.
Y, debajo, una dirección de correo electrónico.
3
«DÍGAME, POR FAVOR, ¿CUÁNDO VOLVERÁ MI PADRE?»
«DIOS TE VA A CASTIGAR, DEMONIO. ES LO QUE DICE EL REVERENDO BRANSON…»
«COMBIEN D’ANNÉES JUSQU’À CE QUE LA FRANCE GAGNE LA COUPE DU MONDE?»
Will incorporó la hoja al montón que había apilado contra la pared en su apartamento, uno de los tres que había formado, cado uno de un metro y veinte de alto aproximadamente, constituido por varios miles de hojas. Y cada hoja llena hasta los márgenes de texto en letra pequeña por ambas caras. Más que nada, de preguntas dirigidas al Oráculo desde que había subido al Sitio la dirección de correo electrónico y habían comenzado a llegar millones de mensajes que podían desglosarse, en lo esencial, dentro de tres preguntas fundamentales:
¿Lograré lo que deseo?
¿Cómo puedo lograr lo que deseo?
¿Por qué no puedo lograr lo que deseo?
Había impreso las primeras cien mil consultas o poco más, que ahora se apilaban entre algunos de los estuches con sus instrumentos: bajos y guitarras apoyados verticalmente, como centinelas vigilando las columnas impresas.
—Deja de leer todo eso, Will —dijo una voz a su espalda.
—Lo sé, lo sé. Es que no es tan fácil —dijo él.
Enseguida abrió con brusquedad uno de los estuches y extrajo un bajo de precisión Fender bastante usado, se lo colgó al cuello y echó un vistazo a la habitación. No había mucho que ver: una mesa de centro rescatada de la basura con la superficie parecida a un espirógrafo, llena de huellas circulares de los infinitos vasos que se habían apoyado en ella y de arañazos, de pie entre varios muebles más de segunda mano del salón. El resto del apartamento estaba abarrotado de equipos electrónicos, instrumentos y atriles, cables enrollados con cierta meticulosidad, pedales para generar efectos de sonido y un pequeño equipo digital de producción musical. Parecía más un almacén de alquiler que un sitio para vivir.
Sentado en el único sillón del apartamento estaba Hamza Sheikh, un individuo de ojos risueños y pelo muy corto, y los dientes extremadamente blancos.
—Ninguna de esas preguntas tiene ya importancia —dijo Hamza—. Ya obtuvimos de ellas lo que necesitábamos, ahora son únicamente ruido de fondo.
—Apostaría a que sí les importan a quienes las formularon —dijo Will.
—¿Puedes responder a alguna de ellas?
—En realidad, no.
—Entonces no te sientas culpable. Contestar esas preguntas nunca fue una posibilidad real. No te castigues porque la gente quiera saber cosas.
—Esto no tiene ninguna lógica —dijo Will—. Es solo que… me siento culpable. Dándole a la gente esperanzas de algo que nunca podremos brindarles.
Hamza miró el portátil que acababa de abrir en la mesa de centro, cerca de otro montón de papeles apilados. En el ordenador estaban los archivos que había llenado con su investigación de las personas con las que estaban a punto de hablar, y otras cosas como hojas de cálculo.
—Necesitas estar despejado —le dijo a Will al tiempo que actualizaba unas cuantas cifras en uno de los recuadros en la pantalla—. Hoy es el día más importante en nuestras vidas, colega, de los dos. Si conseguimos que esto funcione, podrás ayudar a quien tú quieras. ¡Yo invito, hermano!
Will ejecutó una secuencia de graves en el bajo que colgaba de su cuello: un patrón repetitivo de cuatro notas.
—Esa la conozco —dijo Hamza sin apartar la vista del teclado—. ¿Cómo se llama?
—Es O’Jays —dijo Will—. «Por amor al dinero.»
—Esa misma —dijo Hamza—. Mi tema predilecto. Ven aquí, es casi la hora.
Will fue hasta el sofá y se sentó, descolgándose el bajo y apoyándolo en posición vertical contra los cojines. Desplazó uno de los montones de hojas que había en la mesa de centro y dejó a la vista su propio portátil —casi tan aporreado como la mesa— y la libreta del Oráculo. Luego abrió el ordenador y enarboló en el aire la libreta, enseñándosela a Hamza como hace un predicador ambulante con la Biblia ante su grey.
—Antes de proceder —dijo—, repasémoslo una última vez. —Bajó la libreta y la convirtió de nuevo en un cilindro entre sus manos—. En todo caso, ¿realmente crees que se trata de esto? —agregó—. ¿Que sea esta la razón por la que me fueron enviadas esas predicciones? ¿Solo un tema… de dinero?
Hamza dejó de escribir en el ordenador y suspiró.
—Vale, Will. Solo una última vez. —Alzó la mirada y la fijó en su amigo—: Tenemos aquí una oportunidad única, como ninguna otra que haya surgido en nuestras vidas. Tan enorme que por ella he renunciado a mi trabajo para ayudarte… un trabajo en un banco de inversiones que en un año malo me reportaba doscientos cincuenta mil dólares netos más bonificaciones. Tan enorme que he tenido que mentir a mi esposa sobre los motivos de mi decisión. Dejando de lado el hecho de que hemos sido los mejores amigos durante los últimos diez años. Esperaba que hubiera una mayor confianza entre nosotros.
—Vamos, Hamza, no es… —comenzó a decir Will, pero Hamza alzó una mano y lo cortó a media frase.
—Tampoco voy a mencionar que tú necesitas esto tanto como yo, porque soy un buen amigo y sería algo desconsiderado por mi parte. Con todo…
Hamza hizo un intento de coger la libreta que Will sostenía, pero este retiró la mano. Hubo una pausa mientras los dos procesaban aquel gesto reflejo tan singular. Hamza bajó poco a poco la mano, mirando fijamente a su amigo.
—Escucha —dijo en tono calmado—. Tú tienes las predicciones y confiaste lo suficiente en mí para contármelas. Hemos hablado largo y tendido de ello, intentando decidir qué haríamos. Y esta fue la conclusión, algo que cambiará para siempre nuestras vidas, para siempre. No recibiste instrucciones, ni reglas que seguir. Si te encuentras un billete de veinte pavos tirado en la acera, ¿piensas que te ha llegado por alguna razón en particular? ¿Acaso estás obligado a hacer una cosa u otra con esos veinte pavos? Mierda, pues claro que no. Son tuyos. Puedes hacer lo que te plazca con ellos.
—Siempre terminas hablando de la pasta, Hamza —dijo Will.
—Eso no tiene nada de malo. De hecho, es una buena cos… —se interrumpió antes de concluir la frase, negando con la cabeza, y cerró de golpe el ordenador, provocando que la mesa de centro se tambalease de nuevo—. ¿Sabes qué? —dijo mientras se levantaba—. Olvídalo, cerremos ya mismo el Sitio, simplemente… aaagh.
Will lo vio pasearse de un lado para otro, aunque no había mucho espacio para eso: su deambular iba entre el vestíbulo y la cocina, tan reducida como una cabina telefónica, y de ahí al baño, unos cuatro pasos en cada dirección.
—¿De pronto te has acojonado, entonces? ¿Justo cuando… veamos… —Hamza extrajo su móvil y verificó la hora, mostrándosela a Will—, exactamente dentro de siete minutos estará en nuestras manos todo eso para lo que nos hemos venido preparando? —Se guardó de nuevo el móvil—. Eras un tío sin ningún futuro, si me permites decirlo, y de pronto te cae literalmente en las manos el futuro, pero eso te tiene aterrado. Ya sé, es abrumador, pero… ¿significa que deberías ocultarlo? ¿Ignorarlo? ¿Fingir que no sabes lo que ahora sabes? ¿Qué demonios te pasa, chaval?
Will seguía atento a su ir y venir.
—Tú estás tan nervioso como yo, ¿no es así? —dijo.
Hamza se detuvo y se dejó caer en una de las sillas, restregándose la cara con una mano.
—¡Bufff! —fue todo cuanto brotó de sus labios.
—Tú no estuviste en el Lucky Corner —siguió Will—. Eso ocurrió antes de que te dijera que yo era el Oráculo. No te haces una idea de lo malo que puede resultar esta mierda, yo sí. Una vez que difunda esta información al mundo… una vez que la libere… solo me quedará tomar asiento en el palco y ver lo que ocurre, sabiendo que fui yo quien lo provocó. Todo lo que venga a continuación será culpa mía.
Hamza suspiró.
—Ya lo sé, hermano. Mira, aún podemos hacer que este barco regrese a puerto, siempre que sea ya mismo. En unos veinte minutos ya no habrá esa opción. Las predicciones te llegan a ti, no a mí. No te voy a presionar. Si quieres parar esto, parémoslo. Ni siquiera te preocupes. Yo puedo conseguir otro empleo, y tú… —hizo un gesto para abarcar el apartamento algo dejado y atiborrado de cosas—, tú aún dispones de esto.
Will puso su mano extendida sobre la libreta, sintiendo al tacto la cartulina de la tapa. No emanaba ninguna tibieza de ella, ninguna sensación de vida, aunque a su modo las tuviera. Se quedó pensativo durante largo rato, repasándolo todo en su interior como ya lo había hecho miles de veces, y, como siempre, concluyó que era todo demasiado vasto e inabarcable.
Enseguida dejó la mente en blanco y entreabrió los labios, intrigado él mismo por lo que iba a decir.
—Está bien, hagámoslo —dijo al fin—. Dime con quién tengo que hablar.
—Estupendo —dijo Hamza, y abrió su portátil—. Es un fondo de cobertura. Starrer, Wern, Bigby y Greenborough. Manejan activos por un valor de aproximadamente treinta y cinco mil millones de dólares y los invierten en una amplia gama de sectores, desde empresas farmacéuticas, pasando por la agricultura, hasta la nanotecnología… Eso implica que, aunque no sepamos sobre qué te va a preguntar SWBG, podemos adivinar que estará relacionado con un área muy amplia.
—La del dinero —dijo Will.
—Eso es. Y son tíos duros. Debes estar preparado para que intenten intimidarte, es la forma en que ellos negocian. Pero no pueden hacerte absolutamente nada, recuérdalo bien. En algún momento te amenazarán con demandarte, pero eso da igual. No tienen forma de saber quién eres o dónde estás. Estarán hablando con el Oráculo, jamás han oído hablar de Will Dando, y nunca lo harán. —En este punto frunció el ceño—. Suponiendo, claro, que las Damas de Florida no la hayan cagado con la seguridad de este programa de chat que nos han proporcionado.
—No la han cagado —replicó Will—, saben muy bien lo que hacen. Además, con lo que estos tíos del fondo de cobertura han pagado solo para hablar conmigo, lo último que intentarán será rastrearnos o asustarme.
—Exacto, exacto —dijo Hamza, aprobando la idea con su mano alzada.
Will abrió de nuevo su ordenador. El programa de chat estaba ya subido y cargado. Nada muy sofisticado, solo una comunicación imposible de rastrear, a base de texto, que discurría a través de un buscador Tor y un canal anónimo de la Red Oscura.
—Muy bien, todo listo. Pero aún quedan unos minutos —dijo—. ¿Puedes verificar lo del dinero? ¿Asegurarte de que no lo han retirado?
Hamza tecleó algo a toda prisa en su propio ordenador y sonrió, luego lo giró para que Will pudiera ver la pantalla, donde estaba desplegado el resumen de una cuenta bancaria en las islas Caimán:
CUENTA # 52IJ8549UIP000-LF8
SALDO EN CUSTODIA: 10.000.000 $
—Aún está allí —dijo Will—. Joder.
—Aún está allí —dijo Hamza—. El banco lo liberará en unos tres minutos.
—A menos que algo se joda.
—Nada se va a joder. Una vez liberado, es nuestro, sin importar lo que pase.
—Fácil —dijo Will y sonrió.
Hamza asintió.
El ordenador de Will emitió un pitido y su sonrisa se diluyó.
—Mierda, ¡son ellos! —dijo.
—Vale, vale —dijo Hamza—. ¿Estás listo?
Will miró su pantalla. Hizo crujir los nudillos de las manos y posó los dedos en el teclado.
—Lo estoy.
En su pantalla apareció una frase:
SWBG: ¿Eres el Oráculo?
ORÁCULO: Lo soy.
SWBG: Vamos a requerir de alguna prueba antes de autorizar la emisión de los fondos.
ORÁCULO: No. Vais a liberar los fondos ahora o nos marcharemos. Tenéis treinta segundos.
Will miró a Hamza.
—Les he dado el ultimátum —indicó—. Treinta segundos. Avísame cuando se cumplan.
Hamza observó su pantalla mordiéndose la punta del pulgar. Los segundos corrían.
Will aproximó su dedo índice al teclado, vaciló, luego lo retiró. Si esto no resultaba, no se imaginaba armándose de valor para intentarlo de nuevo, independientemente de lo que Hamza pudiera decirle.
—Han pagado —anunció Hamza—. Transferencia concluida.
Will sintió que su cuerpo entero vibraba como un acorde bien ejecutado. Su parte eran cinco millones de dólares, sin importar lo que ocurriera a continuación.
—Muy bien —dijo apoyando su mano en el teclado—, es hora de ganárselo.
El banco habló primero:
SWBG: Ha recibido usted diez millones de dólares de nuestra parte. Si nuestros diez minutos han comenzado ya a correr, tenga la seguridad de que emprenderemos acciones legales si se niega usted a responder.
—Estos tíos son imbéciles —dijo Will.
—¿Qué hacen? —dijo Hamza, e hizo amago de levantarse para ir a observar la pantalla de Will, quien le indicó por señas que volviera a su silla.
—Amenazan con demandarme, los muy cretinos. Responderé a sus preguntas a medida que las vayan formulando.
Hamza hizo crujir sus propios nudillos sobre el teclado.
«Estáis hablando con el Oráculo. La entrevista se inicia en este momento», escribió Will en el suyo.
Hamza activó el cronómetro en su pantalla y este comenzó una cuenta atrás de diez minutos. Casi de inmediato apareció la primera pregunta:
SWBG: ¿Será el proyecto de reformas Medicare, descrito en el Acta Parlamentaria 2258, aprobado por el Congreso y el presidente?
Will se rio en voz alta.
ORÁCULO: Ni idea.
SWBG: ¿Cuándo y cómo morirán los siguientes individuos: James Starrer, Joseph Wern, Eduard Bigby e Ira Greenborough?
—Hum —dijo Will—. Esto es aterrador.
—¿Qué? —preguntó Hamza.
—Quieren saber cuándo va a morir cada uno.
—Cierto. ¿Y tú lo sabes?
Will vaciló; notaba la mirada de Hamza clavada en él, reacio a consultar su libreta.
—No —dijo.
SWBG: ¿En qué fecha y hora sobrepasará el Índice Dow Jones los veinte mil puntos?
ORÁCULO: No lo sé.
Will tecleó una y otra y otra vez sus respuestas, siempre que una pregunta aparecía en la pantalla, deseando haberlas copiado al portapapeles.
—Dios, tienen que estar medio cabreados, ¿no? —dijo hablándole a Hamza—. Diez millones de pavos por un montón de nada… ¿Tú estás obteniendo algo con sus preguntas?
—Toneladas —respondió Hamza, que llevaba un rato escribiendo en tromba en su teclado notas para su propio uso, buscando de vez en cuando algo entre sus documentos—. Es como si estuvieran tecleando a dos manos sus planes de inversión. Solo con esa pregunta de Medicare, yo mismo podría convertir diez millones en un centenar, como mínimo.
—Explícamelo después —dijo Will—. Me siento mal por…
SWBG: ¿Tiene usted alguna información sobre la cosecha de cítricos de este año en Florida?
—Espera, espera, esta última sí la puedo responder, están de suerte —dijo Will—. ¿Cuánto les queda? ¿Un minuto, dos?
—Cuarenta y cinco segundos —le indicó Hamza.
—Vale, lo escribo rápido —anunció Will.
Como ocurría cada vez que recordaba una predicción, tenía perfectamente clara cada una de las palabras que la contenían, como si hubiera tenido la libreta abierta enfrente. Y comenzó a escribir:
ORÁCULO: Patrones meteorológicos infrecuentes provocarán una helada tardía que abarcará todo el sudeste de Estados Unidos. La helada tendrá serios efectos sobre los cultivos de Florida y ocurrirá…
—¡Alto! —exclamó Hamza.
Will lo miró.
—¿Eso es todo?
—Diez minutos clavados.
—Vaya —dijo Will, apartando las manos del teclado mientras observaba a Hamza—. Solo pude responder a una de sus preguntas, y en este caso ni siquiera de forma completa. Me avergüenza un poco.
Hamza sonrió abiertamente.
—No, amigo, ¡que no te avergüence! Estos tíos conocían el trato. No hicimos ninguna promesa y, de todas formas, deben de ser de esos que ganan diez millones de pavos al día cada uno, ¿qué más les da? Además, si de veras quieren más tiempo, basta con que lo paguen. Otros diez millones compran otros diez minutos.
—¡Ya! —exclamó Will—. Es poco probable, ¿no? ¿Tú lo harías después de esto?
—Quién sabe, esta gente no razona igual que nosotros, Will.
—¿Y no eras tú uno de ellos? —dijo Will—. ¿El típico banquero todopoderoso?
—Ya no lo soy. Renuncié, ¿lo recuerdas? Ahora solo soy un hombre de negocios por cuenta propia. Una parte de la columna vertebral de este gran país.
SWBG: Queremos comprar otros diez minutos. Los fondos están siendo transferidos ahora mismo a su cuenta. Por favor, complete su respuesta a la pregunta relativa a la cosecha de cítricos en Florida.
Will miró su pantalla. Luego se puso al teclado:
ORÁCULO: La helada ocurrirá el 23 de mayo. Las temperaturas por debajo del promedio se extenderán durante aproximadamente una semana. La cosecha de Florida será inferior en un 40 por ciento a la cifra normal.
SWBG: ¿Es esta toda la información que puede usted ofrecer sobre este acontecimiento?
ORÁCULO: Sí.
Will esperó. Por primera vez desde que la conversación se había iniciado no hubo una pregunta automática a continuación. Miró a Hamza, que lo observaba con una expresión rara, y dijo:
—Una de tus predicciones fue específicamente sobre el clima de mayo en Florida y de qué modo afectará a la cantidad de naranjas en los supermercados, ¿no?
Will asintió.
—Y estos tipos no solo formularon esa pregunta, que precisa de ese conocimiento específico, sino que lo hicieron en el momento exacto que iba a requerirles comprar otra porción de tiempo, ¿verdad?
Will se encogió de hombros:
—Yo mismo me he estado haciendo preguntas como esa desde que tuve el sueño, Hamza. A estas a