Léxico familiar

Natalia Ginzburg

Fragmento

cap-1

Me llamo Natalia Ginzburg…

Me llamo Natalia Ginzburg.

Mi padre, Beppino, ama la ciencia y la naturaleza.

Lidia, mi madre, disfruta en cambio con «el placer de narrar». Tengo tres hermanos y una hermana. Vivirán lejos y me bastará la ficción para saber qué les ocurre. Cumpliré con los ritos: nacer, crecer, reproducirme. Algún día moriré. También escribiré libros. Quizá, incluso, plante el cerezo de aquella primavera triste de Pavese.

Oigo el ruido de los huesos arrojados contra la pared. Es la voz de todos los que me formaron: una abuela que amaba el orden, Natalina, la fiel, Leone Ginzburg, mi marido, en los tiempos en que yo aún me llamaba Natalia Levi, y tantos otros.

Me llamo Natalia Ginzburg: soy aquellos que fueron antes de mí.

Yo no soy Natalia Ginzburg… No me pertenece la voz que parlotea sobre juegos, costumbres o huidas, así que hablaré desde lejos de su escritura prodigiosa, de esa manera de narrar que convierte lo íntimo y lo cotidiano en una experiencia común, compartida por quienes la leen. Con la experiencia de su propia tragedia —la de una familia herida por la dictadura y por la guerra—, Ginzburg logra el milagro de la identificación.

Yo, Elena, nací con otro nombre y en otros años y en otra lengua, y en cambio todos los recuerdos que Natalia evoca en Léxico familiar se corresponden con los míos. No he viajado a las ciudades que menciona, pero yo también he construido mi memoria según los buzones con mi nombre en todas las casas que he habitado, y sus veranos en el pueblo los he caminado a la orilla de una playa de mi sur. Cambia la gente, cambian los espacios, cambian los tiempos, y los recuerdos en cambio son cómplices.

La nostalgia de la infancia, el terror de las épocas duras, la distancia del amor que ya no existe. Cuando leo a Natalia Ginzburg no la siento extraña, sino propia. Escribiendo sobre sí misma, Ginzburg escribe sobre mí. Es más, por un momento, durante la lectura de este libro extraordinario, olvidamos que existió la mujer que describía el paseo de los valientes por la avenida Re Umberto, la calle por la que ella misma se dirigiría cada mañana a su mesa en la editorial Einaudi. Y es que la historia —la de su familia, la de su país, la de su época— se ensancha: Ginzburg define nuestra forma de imaginar.

Esa mujer menuda de mirada penetrante no nos cuenta nada que no le haya ocurrido, y no nos cuenta nada que no nos haya ocurrido, y por eso Léxico familiar nos asombra. Ahí estamos, atentos al decir serenísimo con el que Ginzburg se refiere a su marido, a quien identificamos desde la primera aparición, y a cómo se transforma la actitud conforme la relación cambia. Y nos estremece la muerte, incrustada en el centro de este vocabulario íntimo, que «se unió indisolublemente en mi pensamiento a aquella forma alegre vestida de lana gris que solía venir a vernos a la montaña durante el verano». En Natalia Ginzburg, en Léxico familiar, lo cotidiano nos explica.

Lo curioso es que en Léxico familiar se cuenta una verdad disfrazada de invención, y estas memorias tan peculiares se leen igual que una rara novela; así lo pide Ginzburg. Un párrafo se abre cuando la memoria lo pide, y los relatos se encadenan dentro del retrato de familia. Ginzburg se regodea en el detalle, abre paréntesis en la trama fundamental, expone a esa mujer que aprende a vivir conforme la vida transcurre. La autora construye el refugio de la casa familiar, se sonríe de la torpeza del hogar de los suyos y de ese léxico que une a la tribu y aleja a los indeseados... Natalia Ginzburg nunca modifica ese rumbo en apariencia modesto, privado, y sin embargo allí estamos todos.

Su escritura tiene que ver con el tono propio de las confidencias entre amigos, con ese salto entre una y otra anécdota de quien desgrana sus recuerdos sin perder el hilo, porque se trata de su vida, y se la sabe. «¡La de veces que he oído contar esa historia!», se despide. Porque Léxico familiar se lee desde la intimidad, con la sensación culpable de quien hurga en los secretos de alguien a quien no conoce, y al mismo tiempo es un libro exterior: un tratado íntimamente político.

La historia de compromiso de los Levi se desarrolla en las cuatro paredes de una casa, en las conversaciones telefónicas, en los detalles nimios —esos paquetes de ropa interior acarreados en las idas y venidas de la cárcel— que duelen, más que por el peso de la historia, por su proximidad. Natalia Ginzburg traza un recuerdo de dignidad y resistencia con palabras domésticas, lejos de la épica y cerca de lo que es suyo y nuestro.

Me llamo Natalia Ginzburg por las emociones encontradas que por fin encuentran cobijo, por los dialectos que se mezclan al oír el pasado, por esas palabras que solo yo y mi familia conocemos y reconocemos. No soy ella, pero aquí —en esta lectura, ante este libro—, por arte de literatura, me siento Natalia Ginzburg, quizá porque haya dicho algo de mí que yo no sospechaba, y espero que, al cerrar la última página de Léxico familiar, todos sus lectores nos reconozcamos en ella.

ELENA MEDEL

cap-2

Nota de la autora

Todos los lugares, hechos y personas que aparecen en este libro son reales. Nada es ficticio. Siempre que, debido a mi costumbre de novelista, inventaba algo, me sentía obligada a destruirlo.

Hasta los nombres son reales. Al escribir, sentía tan profunda intolerancia por cualquier invención, que no he podido cambiar los nombres verdaderos. Me han parecido inseparables de las personas que los llevan. Puede que a alguien no le guste encontrarse aquí con nombre y apellido. Pero a esto no puedo responder nada.

Sólo he escrito lo que recordaba. Por eso, quien intente leerlo como si fuera una crónica, encontrará grandes lagunas. Y es que este libro, aunque haya sido extraído de la realidad, debe leerse como se lee una novela, es decir, sin pedir más, ni menos tampoco, de lo que una novela puede ofrecer.

También he omitido muchas de las cosas que recordaba, sobre todo las que me atañían directamente.

No deseaba hablar de mí. Ésta no es mi historia, sino (incluso con vacíos y lagunas) la de mi familia. Debo añadir que ya en la infancia y adolescencia me propuse escribir un libro sobre las personas que entonces me rodeaban. En parte, puedo decir que éste es el libro. Pero sólo en parte, porque la memoria es débil, y los libros que se basan en la realidad con frecuencia son sólo pequeños atisbos y fragmentos de cuanto vivimos y oímos.

cap-1

Léxico familiar

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