La corporación

Rob Hart

Fragmento

GIBSON

Bueno, ¡me estoy muriendo!

Muchos hombres llegan al final de su vida sin darse cuenta de que lo han alcanzado. Un buen día, las luces se apagan sin más. Y aquí estoy yo, con una fecha límite.

No tengo tiempo de escribir un libro sobre mi vida, como todo el mundo me anima a hacer, de modo que tendrá que bastar con esto. Un blog parece bastante apropiado, ¿o no? Últimamente no duermo mucho, de forma que me da algo con lo que mantenerme ocupado por la noche.

En cualquier caso, dormir es para gente sin ambición.

Por lo menos quedará constancia escrita, de alguna clase. Quiero que lo sepáis por mí, y no de boca de alguien que quiera ganar dinero y haga conjeturas más o menos fundamentadas. Os diré una cosa que he aprendido en el desempeño de mi profesión: las conjeturas rara vez están fundamentadas.

Espero que salga una buena historia, porque tengo la impresión de que he llevado una vida bastante buena.

Puede que penséis: señor Wells, tiene una fortuna valorada en 304.900 millones de dólares, lo que lo convierte en el hombre más rico de Estados Unidos y la cuarta persona más rica de este mundo que Dios nos ha dado, pues claro que ha tenido una buena vida.

Pero, amigos, esa no es la cuestión.

O lo que es más importante: una cosa no tiene nada que ver con la otra.

He aquí la auténtica verdad: conocí a la mujer más bella del mundo y la convencí de que se casara conmigo antes de tener un céntimo. Juntos criamos a una niña que creció rodeada de privilegios, sí, pero a la que le hemos enseñado a apreciar lo que vale un dólar. Dice «por favor» y «gracias», y con sinceridad.

He visto salir y ponerse el sol. He visto partes del mundo de las que mi padre ni siquiera había oído hablar. He conocido a tres presidentes y a todos les dije con mucho respeto cómo podían desempeñar mejor su trabajo... y me hicieron caso. Me marqué una partida de bolos perfecta en mi bolera local y mi nombre sigue colgado en lo alto de una de sus paredes aún hoy.

No todo ha sido un camino de rosas, pero aquí sentado, con mis perros tumbados a los pies, mi mujer Molly dormida en la habitación contigua y mi pequeña, Claire, sana y con el futuro asegurado, es fácil sentirme satisfecho con lo que he conseguido.

Con gran humildad quiero decir que Cloud ha sido la clase de logro del que me enorgullezco. Es la clase de logro que la mayoría de los hombres no tienen ocasión de consumar. Las libertades de mi infancia desaparecieron hace tanto que se diría que apenas queda recuerdo de ellas. En aquel entonces ganarse la vida y sentar la cabeza en alguna parte no era tan difícil. Al cabo de un tiempo se convirtió en un lujo y, al final, en una fantasía. A medida que Cloud crecía, comprendí que podía ser más que una tienda. Podía ser una solución. Podía ofrecer consuelo a esta gran nación.

Recordarle a la gente el sentido de la palabra «prosperidad».

Y así fue.

Dimos trabajo a la gente. Le proporcionamos acceso a unos bienes de consumo y una sanidad asequibles. Hemos generado miles de millones de dólares en ingresos fiscales. Hemos liderado la reducción de emisiones de carbono y hemos desarrollado estándares y tecnologías que salvarán este planeta.

Y todo esto lo hemos hecho concentrándonos en lo único que importa en esta vida: la familia.

Tengo una familia en casa y otra en el trabajo. Dos familias diferentes a las que quiero de todo corazón y a las que me dará pena dejar atrás.

El médico me ha dicho que me queda un año, y es bastante bueno, o sea que me fío de su pronóstico. Y sé que la noticia saldrá a la luz bastante pronto, de modo que, ya puestos, imagino que puedo ser yo mismo quien os la dé.

Cáncer de páncreas de estadio cuatro. «Estadio cuatro» significa que se ha extendido a otras partes de mi cuerpo. En concreto, la columna, los pulmones y el hígado. No existe el estadio cinco.

Lo que pasa con el páncreas es que está muy escondido, dentro del abdomen. En muchos casos, para cuando se descubre que algo anda mal, es como un incendio en un campo seco: resulta demasiado tarde para hacer gran cosa al respecto.

Cuando el médico me lo dijo, adoptó un tono de voz muy serio y me puso la mano en el brazo. Y, mientras, yo pensaba: «ya está, ahí vienen las malas noticias». De manera que él me cuenta lo que pasa y os juro que mi primera pregunta fue: «Pero ¿se puede saber para qué demonios sirve un páncreas?».

El médico se rio, y yo también, lo que sirvió para quitarle un poco de hierro al asunto. Lo cual estuvo muy bien, porque después la cosa se torció. Por si os lo estabais preguntando, el páncreas ayuda a digerir la comida y a regular el azúcar en la sangre. Ahora ya lo sé.

Me queda un año. O sea que, a partir de mañana, mi mujer y yo nos vamos de viaje. Me propongo visitar el mayor número posible de MotherCloud en los diferentes estados de este país.

Quiero dar las gracias a la gente. Resulta imposible estrechar la mano de cada persona que trabaja en cada una de las MotherCloud, pero voy a dejarme la piel en el intento. Parece mucho más agradable que quedarme en casa esperando la muerte.

Como siempre, viajaré en autobús. Volar es cosa de pájaros. Además, ¿habéis visto lo que cuesta un billete de avión hoy en día?

Tardaremos lo nuestro y, a medida que se alargue la gira, sospecho que empezaré a estar más cansado. A lo mejor incluso un poco deprimido, porque, a pesar de mi natural alegre, a un hombre le cuesta encajar la noticia de que va a morir y seguir adelante como si nada. Pero he recibido muchas muestras de amor y buena voluntad a lo largo de la vida, y debo hacer todo lo que pueda. De lo contrario, me limitaré a quedarme en casa compadeciéndome de mí mismo durante el año que viene o así, y eso no es de recibo. ¡Molly preferiría ahogarme con una almohada antes que pasar por eso!

Hace más o menos una semana que lo sé, pero escribirlo tiene algo que lo convierte en mucho más real. Ya no hay vuelta atrás.

En fin, ya basta de todo eso. Voy a pasear a los perros. No me vendrá mal tomar un poco de aire fresco. Si veis pasar mi autobús, saludad. Cuando la gente hace eso, siempre me siento bien.

Gracias por leerme, y hablamos pronto.

PAXTON

Paxton apretó la mano contra el escaparate de la heladería. El tablón con la carta que había en el interior prometía sabores de elaboración casera: galleta, nubes con chocolate y caramelo con mantequilla de cacahuete.

La flanqueaban, por un lado, una ferretería llamada Pop’s y, por el otro, una cafetería con un cartel de metal cromado con un neón cuyo nombre no acababa de descifrar. ¿Delia’s? ¿Dahlia’s?

Paxton miró a un lado y a otro de la calle principal. No resultaba difícil imaginarla muy concurrida, con toda la vida que aquel

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos