La protegida

Daniela Gesqui

Fragmento

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Capítulo 1

La fuga

Con temor y, al ser la última en salir, cubrió el hoyo arrastrando el retrete por las correas precisamente anudadas. Estudiado al dedillo, su plan las dejaría fuera de la prisión en menos de treinta minutos.

Eran cuatro las que habían soñado con huir dejando años y años de desesperanza en el olvido.

Con un barbijo que tapaba sus bocas y narices, se arrastraron con los brazos por el túnel cavado por incansables cinco meses hasta llegar a un sector destinado al estacionamiento vehicular de los empleados. La cámara de seguridad que registraba los movimientos estaba, casualmente, averiada desde hacía dos días.

El acceso a los planos de la prisión provisto por el prometido de Jessica, quien era personal de seguridad externo, la rotación de las guardiacárceles que en ese preciso horario se marchaban hacia los vestuarios para cambiarse y las habilidades de las mujeres para no levantar sospechas mientras hacían el gran canal de escape, fueron herramientas suficientes para soñar con la posibilidad de marcharse definitivamente.

Transpiradas, con algo de falta de oxígeno, sucias por la tierra adherida en todo su cuerpo y agotadas mental y físicamente por posponer el escape al menos en tres oportunidades, salieron una tras otra tal como lo tenían previsto. Una camioneta blanca, con placa ficticia y cristales ahumados, había aparcado al lado de la tapa de hierro de uno de los ductos del desagüe.

Jessica Palmer, June Sorensen, Brooke McEntire y Linda Phillips se abrazaron con la adrenalina aún recorriéndoles el cuerpo, pero sin perder tiempo.

Trevor Dumney besó a su novia y rápidamente les alcanzó un bolso a cada una de ellas para que cambiaran sus ropas; al entrar al vehículo se taparon con unas gruesas mantas y se mantuvieron inmóviles. Aún faltaba traspasar el portón de egreso de la cárcel de Virginia.

Las cuatro rogaron que los compañeros de Dumney lo despidieran como siempre y no pensaran en requisar la camioneta. De no ser por él, nada hubiera sido posible; su plan era escapar a alguna isla del Pacífico con Jessica.

Según los cálculos faltaban quince minutos para la nueva ronda en la que notarían la ausencia de las convictas. Quince minutos para que su libertad comenzara a correr riesgos.

Sin levantar sospechas, volvieron a respirar cuando escucharon que los muchachos de la entrada bromearon con Dumney, dieron unas palmadas a las puertas traseras del vehículo y se despidieron hasta el día siguiente, como solían hacer.

A los pocos metros del penal, se destaparon para comenzar a gritar de la alegría, aunque eran plenamente conscientes que cantar victoria quedaba lejano ya que faltaba la segunda parte del plan: separarse lo antes posible y marcharse lejos del modo que sea.

Linda fue la primera en salir de la camioneta para tomar el tren en la estación de Alderson, el cual estaba entrando en la plataforma.

—Suerte, chicas, espero no verlas nunca más —saludó y todas comprendieron los alcances de sus palabras. Corriendo velozmente, ella logró subir al tren diluyéndose entre un grupo de gente.

Luego fue el turno de Brooke, quien bajó minutos más tarde en Wolf Creed donde la esperaba un hombre en motocicleta al cual saludó con efusividad y con el que se perdió en la cerrada noche.

Kilómetros después, con Dumney siempre al volante, cambiaron de vehículo. El oficial empuñó una linterna para dar con un oscuro automóvil escondido bajo un árbol de gran porte y copa cubierto con ramas y hojas, en el que June y Jessica subieron con sus bolsos.

Lejos de la urbe continuaron por la carretera camino a Roanoke, donde June bajaría sin alguien que aguardara por ella. Con nuevos documentos en mano gracias a los contactos del oficial, la libertad se sentía cada vez más cercana.

Los besos entre Jessica y su pareja eran intensos y duraderos, lo que preocupaba a la ocupante trasera, quien temblaba como una hoja sin poder relajarse del todo. Hasta ese mismo día por la mañana, las dudas en torno a su escape no le darían tregua.

Hostigada por sus compañeras de los últimos cinco años, fue la última en aceptar ser parte del grupo y salir de la cárcel, sosteniendo que la sentencia que caía sobre sus hombros era justa y merecida.

Tras zigzaguear sobre el asfalto, Trevor Dumney volvió a tomar el mando del carro para ponerlo en el carril correspondiente. Melosos, descuidados, él y su pareja confiaban en que la carretera era solo suya. Persignándose en silencio, June se aferró a su bolso con ropa de convicta y algunas prendas que el novio de Jessica había reunido para ellas.

A estas alturas la policía ya estaría buscándolas e incluso, sometiendo a las compañeras del pabellón a declarar mediante maniobras poco amables.

Mordisqueando su uña, June pensó en tomar un bus e ir hacia lo de su hermana April apenas arribase a Roanoke, aunque sería ponerla en riesgo a ella y su familia, teniendo en cuenta las horas de viaje y los controles ruteros que podrían interceptarla.

¿Cómo estaría la pequeña Skylar? Pensar en la chiquilla la desoló.

Meneando la cabeza, pensó en lo mucho que deseaba poder ser feliz en esta etapa de su vida la cual parecía ver el sol después de tanta lluvia.

***

Dormitando de a ratos, se despertó con la boca pastosa y algo de acidez en el estómago; era obvio, puesto que no había podido tocar bocado en el transcurso del día a causa de los interminables nervios.

Refregó sus ojos e intentó enfocar su vista hacia el próximo cartel, iluminado por la proyección de las luces del vehículo de Dumney. Estaban a pocos kilómetros de la región de Gap Mills, en West Virginia. El silencio y la oscuridad dominaban el espacio; la respiración pesada de su amiga era sinónimo de paz.

—Jessica me ha dicho que tienes una hermana en Baltimore. ¿Irás a su casa? —Por sobre la quietud, Dumney elevó su voz sobresaltando a June. El tipo tenía el aspecto de un verdadero policía: bigote oscuro y espeso, cabello corto y postura erguida. Su tono era algo autoritario, pero a ella poco le importaba: gracias a él estaba fuera del infierno carcelario y era quien se había jugado el pellejo para ayudar a las amigas de su novia.

—No lo tengo en claro. Para ella, morí hace muchos años.

Reduciendo la conversación a puntos suspensivos, fue su compañera de celda quien preguntó: “¿Dónde estamos?”, casi en un susurro. Desperezándose, dio un ruidoso bostezo y de buenas a primeras comenzó a acariciar la entrepierna de su novio sin importarle que no estaban a solas.

Al percibir la situación, June miró de lado encontrando un cielo nuboso y denso a través del cristal, incluso algunos refusiles se propagaron en el horizonte.

Las risitas escandalosas no se hicieron esperar. Un brusco movimiento los devolvió nuevamente a su carril y un “Cariño, pon atención” por parte de Jessica fue una señal de alerta. Al minuto, continuó haciéndoles impropias cosquillas al chofer quien se mostraba muy a gusto con la situación que, a June, la incomodaba y atemorizaba en partes iguales.

Rogando llegar lo antes posible al destino señalado, de primar esas condiciones climáticas, aún tenían por delante casi dos horas de viaje. De un bolsillo interno del bolso nuevo tomó sus relucientes documentos y los miró con una sonrisa

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