Todo sigue tranquilo

Chusé Izuel

Fragmento

Misterios de la cueva de los lamentos por Jonás Trueba

Misterios de la cueva de los lamentos

por Jonás Trueba

A Chusé Izuel no le gustaba nada que le hicieran fotos. Si alguien le pillaba desprevenido y llegaba a sacarle una, ya se ocupaba él de hacerse luego con ella y que desapareciese. Lo contaban sus amigos y lo corroboran sus familiares directos. Ése es quizá uno de sus misterios más evidentes, porque es un hecho que apenas se pueden encontrar fotos de los últimos años de la vida de Chusé Izuel, cuando escribió la mayoría de los cuentos que componen este libro, entre los dieciocho y los veintidós años. En la solapa izquierda de la edición original de Todo sigue tranquilo, de 1994, aparecía una foto de él, pero apenas se alcanzaba a ver su oreja. Para esta nueva edición hemos preferido no incluir ni siquiera esa foto.

Este libro es viejo y nuevo al mismo tiempo. Más que una nueva edición, diría que es una reelaboración de aquel libro original de 1994, titulado entonces Todo sigue tranquilo, publicado por Ediciones Libertarias y editado por sus amigos Félix Romeo y Bizén Ibarra dos años después de su muerte. Y esto no es exactamente un prólogo, sino las notas de un nuevo editor que se suma ahora, demasiados años después, y trata de extraer una foto sin imagen, con palabras, testimonios, vivencias y recuerdos más o menos precisos.

Chusé Izuel se suicidó. Un 27 de febrero de 1992, recién cumplidos los veinticuatro años. Es difícil no decirlo aquí, antes de continuar, porque ese suicidio sobrevuela el libro y es un sentimiento que lo invade todo, un hecho incontestable que no podemos obviar de ninguna manera.

Chusé Izuel era hijo de José Pascual y Conchita Izuel, y su nombre oficial era José Pascual Izuel, aunque luego decidió aragonizar el nombre y colocar el apellido de su madre en primer lugar. Creció junto a sus tres hermanos pequeños en Las Fuentes, un barrio humilde y popular de Zaragoza. De ese mismo barrio eran Félix Romeo y Bizén Ibarra, que ya en el colegio se convirtieron en sus mejores amigos, creando una especie de hermandad que se prolongará a lo largo de su juventud. «Me gusta que esto suene a los Tres Mosqueteros, porque así nos veíamos Chusé Izuel, Bizén Ibarra y yo durante los años ochenta, indestructibles y unidos bajo un lema de hierro —escribió Félix Romeo—. Chusé nació en Zaragoza el 18 de enero de 1968, Bizén, el 14 de enero, yo, el 12 de enero. Ser capricornio era una de nuestras señas de identidad, y nuestro cómico gurú en la materia, aunque fuera completamente ajeno a ello, era Bogdanich, autor de los horóscopos del Heraldo de Aragón. Nuestra amistad tenía mucho de secta, regida por extraños ritos, alianzas, bromas privadas, sobreentendidos, solidísimos cimientos morales... y también tenía mucho de amor. El amor a la aragonesa, que se caracteriza por demostrar lo menos posible que uno quiere al otro. [...] Llevábamos años compartiendo pisos en Zaragoza. Habían empezado siendo locales para ensayar (Chusé y yo estuvimos juntos en varias bandas de rocanrol) y luego se habían convertido en lugares para escaparse, para intentar seducir, para emborracharnos, para estar solos. La más memorable de estas guaridas fue una parcela en la calle Rusiñol, donde se quedó una parte de nuestra vida. Estos pisos también eran nuestro taller. Bizén pintaba y Chusé y yo escribíamos.»

Cuando Chusé cumplió siete años, su amigo Félix le regaló Misterio de la cueva de los lamentos, de la serie Los tres investigadores. En ese libro aparece un personaje al que llaman El Diablo: «Un joven delgado de ojos negros y ardientes, y rostro altanero, camisa y pantalones ajustados, todo ello de color negro». Félix pensaba que esta descripción encajaba perfectamente con la de su amigo Chusé. Y el propio Chusé conservó ese libro siempre, incluso seguía haciendo referencias a él en las últimas cartas que le escribió a Félix, poco antes de su muerte. Esa descripción del personaje encaja también con algunas imágenes que salen a relucir en una conversación con su madre Conchita, cuando hablo por teléfono con ella. «Iba siempre de negro el crío, vestía con traje negro, y el pelo, que lo tenía muy negro, se lo dejó largo, largo... Algunos se metían con él por su aspecto. Y eso a él le daba mucha rabia. Me decía: Mamá, si yo no me meto con los demás, pues que ellos no se metan conmigo.» Hablo también con Marian Pueo, que fue la pareja de Chusé durante algo más de dos años, entre 1987 y 1990. Marian afina aún más el vestuario del que fue su novio: «Camisa negra, pantalón de pinzas estrecho y hecho por un sastre y americana negra, también de sastre, a veces llevaba corbata negra, y en invierno un abrigo largo negro (al modo de los ángeles de El cielo sobre Berlín)».

Chusé y Marian se conocieron en la facultad de Geografía e Historia, aunque, según ella, a él le hubiera gustado estudiar Filosofía. Empezaron a salir juntos a finales del primer año de carrera. «Chusé escribía y yo leía sus relatos y luego él los tiraba, alguno me lo regalaba, otros los leían sólo o Bizén o Félix, y algunos nos dedicamos a guardarlos, sobre todo Félix y yo... —recuerda Marian—. Los textos estaban escritos con una máquina de escribir antigua que tenían en la parcela, o a mano, Chusé tenía una caligrafía muy chula y ordenada... A veces los relatos se los daba Chusé a Félix, para que le hiciera las correcciones de estilo por si tenía mal las concordancias en las frases y cosas de ese tipo, y Félix se los devolvía corregidos, a veces marcados en rojo u otro color (como en un examen) y le explicaba los errores. Félix siempre estaba detrás de los dos, de Bizén y de Chusé, para que uno pintara y el otro escribiese, y los animaba a ello, era como un mánager (quería que sus amigos triunfasen), y éstos normalmente no le hacían mucho caso, acababan emborrachándose en la parcela y escuchado música y vagueando... Tenían entonces veinte o veintiún años —me escribe Marian en un correo, y sigue añadiendo recuerdos—: Chusé tenía un punto autodestructivo y tiraba los cuentos si no le convencían, o simplemente como rebeldía, eso ya lo sabía Félix. Cuando algún día algo no salía bien, Chusé decía: “¡A la mierda, vamos a joderlo del todo!”. Era su forma de ser... A mí normalmente me dejaba sin palabras ese tipo de cosas, no lo entendía, aunque lo hacía bastante a menudo. Alguno de los relatos hasta lo cogí de la papelera...»

Tras su dolorosa ruptura con Marian, Chusé se traslada a Barcelona con sus dos amigos, a un piso que les subarrendó el escritor Ignacio Martínez de Pisón en el número 107 de la calle Borrell. «Fuimos a Barcelona para ir más allá con nuestros deseos de ser artistas —escribió Félix más tarde—. Chusé no había podido salir del pozo en el que se había encontrado después de que su chica le abandonara. Desde 1990 había pasado mucho tiempo, pero Chusé no veía razones para seguir adelante (y eso que profesionalmente fue el que mejor lo tuvo desde el comienzo en Barcelona: los cheques que cobraba de El Periódico de Catalunya compraron muchos botes de lentejas, barras de pan y garrafas de agua).» La Barcelona que encuentran los tres amigos estaba preparándose para las Olimpiadas. Javier García Sánchez escribió tras la muerte de Chusé: «En 1992 todo el mundo parecía eufórico. Todo el mundo menos él».

«Recuerdo que le temblaban los dedos cuando levantaba la taza de café y que a veces se interrumpía en mitad de una frase, como si no estuviera totalmente convencido de lo que estaba diciendo —escribió Martínez de Pisón en 2016 para la revista Eñe—. Era el más inseguro de los tres amigos. También el más bajito y más flaco. Al lado de Félix y Bizén, fuertes, corpulentos, pura vitalidad, a Chusé se le veía escuchimizado y débil, con una palidez algo enfermiza. Quizá para compensar, llevaba una cazadora de cuero negro como las del Lou Reed de los setenta, que le daba un toque de agresividad y dureza. Conversábamos siempre sobre novelas y novelistas. Había empezado a colaborar en El Periódico de Catalunya y a menudo me hablaba del último artículo que había enviado o del escritor al que acababa de entrevistar. Detestaba a los novelistas engreídos que solo sabían hablar de sí mismos. Probablemente porque no quería ser un escritor que solo hablara de sí mismo, nunca me habló de los cuentos que escribía. Para leerlos tuve que esperar a la aparición de Todo sigue tranquilo, que Félix y otros amigos le publicaron póstumamente. El libro salió en 1994, el mismo año en que el propio Félix publicó su primera novela, Dibujos animados: en cierto modo, se convirtieron en escritores a la vez.»

En «Trópicos», un artículo publicado el 25 de noviembre de 1993 en el suplemento cultural de El Periódico de Aragón, Félix Romeo cuenta que está preparando un libro que recoge los cuentos de Chusé Izuel. Ha pasado un año y nueve meses del suicidio de su amigo y Romeo anuncia que el libro estará listo para febrero del 94, cuando se cumplían dos años de la muerte de Izuel; pero el libro saldrá publicado por Ediciones Libertarias en mayo, con algo de retraso sobre la efeméride. En ese momento, Félix Romeo aún parece atravesado por la tristeza y la melancolía. Escribe mientras escucha a Parálisis Permanente, un grupo de su juventud, con la televisión puesta, sin volumen, «una noche negra de niebla de otoño frío». Se cuela algo de ironía y desencanto al evocar al cantante de aquel grupo, Eduardo Benavente, muerto también con apenas veinte años cumplidos. «Muere joven y harás un bonito cadáver, ¿dónde se van quedando las frases? Los que mueren jóvenes son los elegidos de los dioses, ¡ya no se lo cree ni Villena! Todo tiene nombre, esto Peter Pan. No queremos crecer, no queremos conocer nada más, queremos quedar atrapados en un instante, en una zona a la que no le afecte el tiempo.» Romeo parece seguir atrapado en ese instante: el suicidio de su amigo; y en esa zona: la de su juventud. Pero también podemos sentir la angustia y las ganas de distanciarse, aunque no puede: «Los cuentos de Chusé, escritos antes de los veintidós años, la música de Parálisis, la noche y Peter Pan. Parejas que hablan. Versión de «Héroes» de Bowie. La niebla y el frío. No quiero crecer», sigue escribiendo, y habla del proceso de editar un libro póstumo, un trabajo que hubiera preferido no tener que llevar a cabo (aunque, de alguna forma, editar ese libro marcará su instinto como facilitador de otros libros de amigos): «Sale un libro de unas setenta páginas y unos veinte cuentos, cortitos, duros. Me río en muchos. Buenos diálogos. Todo sigue tranquilo, así se llama el libro, como un cuento muy divertido... [...] Un pequeño texto —para la contraportada— donde habla de la genialidad y del amor, escrito encima del folleto de Delicatessen, junto al cerdo, con Bic negro. Odio el Bic negro. Hubiera sido un escritor bueno». Unos meses antes, en febrero (buscando de nuevo la efeméride), Félix y su amigo Bizén Ibarra han organizado un concierto-homenaje a Chusé Izuel con el que recaudar fondos y costear la edición del libro. Participan generosamente «un montón de bandas de roncanrol amigas» (Las Novias, Club Eléctrico, Combays y Sick Brains) y logran implicar a Sagrario Fierro y Antonio J. Huerga, responsables de Ediciones Libertarias. En un breve prólogo a aquella edición de 1994, Félix y Bizén explican que «Todo sigue tranquilo es una recopilación casi íntegra de los relatos de Chusé Izuel, que quedaron inéditos a su muerte». Agradecen en primer lugar a Conchita Izuel, madre de Chusé, por su «inestimable colaboración», y en segundo lugar a María Ángeles Pueo, su pareja hasta 1990, por la «cesión de los manuscritos de Chusé Izuel». También agradecen a Javier Ruiz, «por la cesión de la fotografía de la solapa, que muestra

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