Hombre al agua

Javier Reverte

Fragmento

Pues no hay en verdad un ser más penoso que el hombre de todos cuantos respiran y por la tierra se arrastran.

HOMERO, Ilíada, siglo VIII a. C.

Lector, si eres reacio a darme crédito

en lo que te diré, no me sorprendo,

pues yo lo vi y apenas me lo creo.

DANTE, La divina comedia, Infierno, siglo XIV

Nada existe más real que la nada.

WILLIAM SHAKESPEARE, Macbeth, siglo XVII

El idealismo y la metafísica son las cosas más fáciles del mundo porque permiten a la gente que disparate a gusto.

MAO TSE TUNG, El Libro Rojo, siglo XX

Cualquier dios al que adores te va a comer vivo.

DAVID FOSTER WALLACE, Esto es agua, siglo XX

Prólogo

Prólogo

—¡Sálvese quien pueda! —proclamó Desi cual grito de combate de quien está acostumbrado a perder todas las batallas. Habrá que explicar un poco el sentido de tal bramido y supongo que con unos cuantos cientos de páginas será suficiente.

Sin embargo, antes de comenzar esta historia debo señalar que, casi desde que tuvo uso de razón, a Desi le movía a la reflexión y a la perplejidad el hecho de que los seres vivos poblemos un planeta que gira y gira sin cesar por los espacios infinitos de esa vastedad oscura que se extiende por nuestras afueras. «¡Qué rara existencia la de las plantas, los animales y los humanos! —razonaba—: A todas horas cabalgamos sobre una esfera que se desplaza sin pausa en el espacio, esto es, en una suerte de territorio semejante a la nada, corriendo detrás del sol, y dentro de la cual nacemos, morimos, nos reproducimos, construimos casas, volamos montañas, secamos ríos, filmamos películas, escribimos libros, pintamos, robamos, estafamos, oímos misas, guerreamos y nos comemos los unos a los otros (entre las diferentes especies de bichos).»

No obstante, lo más fantástico, en opinión de nuestro hombre, era pensar sobre la suerte que tenemos al continuar adheridos a esta cáscara telúrica en donde habitamos, pues subsistimos de milagro y todo ello gracias a la gravedad, fuerza que nos impide planear en el aire como pavesas y vilanos escapados de su superficie. «Pero supongamos por un instante —cavilaba a menudo Desi— que, de pronto, desaparece esa atracción que sobre los cuerpos ejerce nuestro planeta. Volaríamos en masa hacia el abismo —concluía—, y nos precipitaríamos en turbamulta al gran vacío.»

Y decía Desi en voz alta:

—Yo imagino ese momento súbito en que mis pies alzan el vuelo. Por más que me agarro a una piedra, no hay nada que hacer, porque la misma roca se desgaja del suelo y se aleja dando vueltas por los aires. Y veo a mis amigos y a mis conocidos, cada uno por su lado, perdiéndose de vista en las desiertas soledades del abismo astral. ¡Qué momento! Inmensas duchas de agua caen sobre mis espaldas: son los mares y los ríos que pierden sus trillones de litros. Pasan silbando peces a mi alrededor y toda suerte de mamíferos. Un león cruza muy cerca, rugiendo, y me lanza un zarpazo que, por suerte, no me alcanza. Mientras ruedo y me revuelco entre meteoritos y miríadas de pedruscos celestes que a duras penas logro esquivar, zumban muebles a mi lado, vehículos militares, barcos de guerra y de recreo, puentes rotos, los contenidos de todas las cloacas del mundo arrastrando olores nauseabundos, plásticos desechados y basuras, árboles y arbustos por miles de millones, neveras y lavadoras, un elefante pataleando al lado de un gato que defeca muerto de miedo, legiones de cadáveres sacados de sus tumbas, momias egipcias, mojamas incaicas, tías en pelotas pilladas en la ducha, libros en cantidades incalculables, riadas de latas de conserva que intento atrapar con mediana fortuna para ir alimentándome en mi viaje sideral, ropas sin dueño, catedrales, pianos de cola, tertulias enteras de escritores, académicos en parlamentos desaforados, presidentes, el mismísimo Papa..., y encima cada vez hace más frío.

»Por suerte agarro al vuelo un abrigo de pieles que me queda algo grande pero que es mejor que nada. Surge a mi lado un huésped de mi pensión y, tiritando, medio en cueros, no me reconoce ni en consecuencia me saluda, al contrario de lo que hacía cada mañana, cortésmente, en el vestíbulo, después de pedir mi opinión sobre si iba a llover o si vendría una ola de calor, que es lo que debe preguntarse siempre en los vestíbulos y también en los ascensores, cuando los hay.

»Porque me pregunto: ¿de qué se puede conversar con alguien a quien no conoces de casi nada si no es del clima? Por ejemplo, a excepción de en la cama, hablar de hábitos sexuales no es conveniente en espacios reducidos. Es mejor hacerlo en el cosmos. Lo intento, así pues; pero mi vecino no me hace ni caso.

»Nombrar todo lo que vuela en busca de la infinitud es imposible. ¿Cómo calificar este fenómeno sin precedentes? Se trata de un Todomoto o un Ultimoto o un Pandemoto o un “si te he visto, no me acuerdo”. El fin del mundo, vamos.

Así decía Desiderio, quien, como se ve, tiene cierta tendencia a filosofar. Y muchas mañanas, sobre todo si había bebido en demasía la noche anterior, sentía que el suelo se movía bajo sus pies y que podía salir disparado hacia la nada, sin que ninguna fuerza de gravedad le impidiese volar rumbo al abismo.

Aviso para navegantes

Aviso para navegantes

Caro lector:

Al personaje central de este libro sus progenitores le bautizaron como Desiderio, que viene del latín desiderium y significa «pena», «deseo» y «sentimiento», y que a su vez tiene su origen en otro vocablo latino, desidero,

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos