El desván de los sueños

Elena Montagud

Fragmento

Con un libro en las manos perdía la noción del tiempo.

JANE AUSTEN,

Orgullo y prejuicio

El vínculo afectivo es el principal lazo en toda relación. Si este se pierde, no se puede hablar de unión, y para que sobreviva tiene que prevalecer el respeto.

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Mi abuela tenía una teoría muy interesante: decía que, si bien todos nacemos con una caja de cerillas en nuestro interior, no las podemos encender solos, necesitamos oxígeno y la ayuda de una vela. Solo que en este caso el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del aliento de la persona amada; la vela puede ser cualquier tipo de alimento, música, caricia, palabra o sonido que haga disparar el detonador y así encender una de las cerillas.

LAURA ESQUIVEL,

Como agua para chocolate

Esta es una historia sencilla, pero no es fácil contarla. Como en una fábula, hay dolor y, como una fábula, está llena de maravillas y de felicidad.

La vida es bella

Capítulo 1

1

Terminé de colocar el último libro que quedaba en las cajas y reculé unos pasos para observar mi nueva estantería. Iba de pared a pared, había quedado preciosa y, por fin, volvía a tener mi propio espacio para retirarme cuando quisiera estar tranquila. Mi hermana me había regalado una butaca para sentarme a leer cuando estrenara el piso. Si lo comparaba con en el que vivía antes, no era grande, pero suficiente para mí y, sobre todo, solo para mí, para disfrutar de los silencios, de la soledad, de los aromas que me gustaban, de mis dos grandes aficiones: la lectura y la cocina. Tras ver cuatro o cinco inmuebles, encontré ese piso pequeño en uno de los barrios más famosos de Madrid, La Latina, pero en una zona tranquila, no muy lejos de la plaza de la Paja. Nada más poner el pie en él, sentí que era para mí.

Acababa de salir de una relación bastante tormentosa. En realidad, ya habían pasado casi dos años desde que decidí ser valiente y ponerle fin, pero seguía pareciéndome muy reciente; me había costado mucho librarme de las cadenas y el miedo que me ataban. Tampoco hacía mucho que había conseguido el ansiado divorcio. Gracias a la insistencia de mi familia, finalmente había acudido a una terapeuta. Tenía la autoestima por los suelos y necesitaba a un profesional que me ayudara a avanzar, a empezar una nueva vida. Había perdido un montón de años con un hombre que me había ido anulando hasta el punto de verme incapaz de trabajar, de ser independiente, de tomar decisiones por mí misma. De jovencita siempre se me había llenado la boca con ideales de superación, de la lucha en contra de la opresión de la mujer. Me había creído muy fuerte y, poco a poco y casi sin darme cuenta, había caído en las garras de una historia de amor tóxico.

El divorcio no había sido sencillo. Mario, mi exmarido, no podía permitir que me saliera con la mía tan fácilmente. Se puso hecho una furia cuando le comuniqué, a través de los abogados, que quería separarme. Días antes me había atrevido a marcharme de nuestra casa —más bien de la suya— y me había refugiado con mi hermana y mi cuñado Jaime. Tanto ellos como mi padre me preguntaban por qué no lo había hecho antes… Creo que se debía al miedo y a la inseguridad, ya que me sentía un cero a la izquierda. «¿Qué harás sin mí? ¿Adónde irás? ¿Quién te querrá?», me repitió Mario una y otra vez en nuestra última discusión.

Mi abogado me animó a interponer una denuncia por todos esos años que había pasado con él, pero al final no lo hice. Durante los primeros meses el proceso fue muy duro para mí, porque me encontraba mermada psicológicamente. Incluso mi aspecto físico me parecía horrible, pues poco a poco había ido descuidándome y perdiendo kilos. Mi hermana, que a pesar de ser la pequeña siempre había llevado la voz cantante en nuestra familia, me sacó del dormitorio de invitados de su casa donde pasaba la mayor parte del tiempo mortificándome y me llevó a la peluquería, me compró ropa nueva y me invitó a comer a un bonito restaurante.

—Lo conseguiremos, Tina, ya lo verás —me dijo con una sonrisa mientras comíamos, aunque yo apenas había probado bocado—. Este será el inicio de tu nueva vida, una llena de sonrisas, luz, libertad y felicidad. Y somos tu familia, te ayudaremos en todo. Papá, Jaime y yo.

Fui consciente de lo que había echado de menos a una auténtica madre durante esos años en los que las cosas se habían vuelto difíciles con Mario. La nuestra se había enamorado de un alemán rico cuando éramos pequeñas y se había largado, dejando a mi padre al cuidado de dos crías. No obstante, he de reconocer que mi padre fue un superhéroe; lo fue todo para nosotras dos.

Volviendo al otro tema, me sorprendió que Mario acabase aceptando mi decisión. El abogado me instó a intentar sacarle todo lo posible, pero yo no era así. Lo único que deseaba era olvidarme de todo y reiniciarme, tal y como Diana me había dicho aquella tarde en el restaurante. Al final, el divorcio resultó más amistoso de lo que todos esperábamos, pues yo tenía mucho miedo de que él consiguiera salirse con la suya, y más en el mundo en el que se movía. En el fondo, tal vez Mario me agradeciera que yo no fuera a malas y no aireara todo lo que me había hecho. Y si digo esto es porque me cedió el piso en el que habíamos vivido: un enorme ático en el barrio de Salamanca.

—¡Eres muy inocente, hermana! ¡Ese cabrón intenta comprarte! ¡Comprar tu silencio! —me regañó mi hermana al enterarse.

Yo no quería verlo de ese modo; todavía albergaba una pequeña chispa de esperanza de que, en algún lugar dentro de Mario, quedara algo de aquel joven encantador del que un día me enamoré, un joven que pensé que también me quería. Al fin y al cabo, los primeros años juntos fueron bonitos. Seguía sin entender cuándo y cómo empezó a cambiar todo. Deseaba convencerme de que él todavía me guardaba algún cariño. Tal vez yo fuera una estúpida, una inocente como decía Diana, pero de ese modo me era más fácil vivir. Mucho más que continuar llena de rabia, tristeza y miedo.

Mi terapeuta me recomendó que vendiera el piso para no tener recuerdos asociados a cada uno de sus rincones. Lo medité un tiempo durante el cual Diana no paró de insistir en que ella pensaba que también era lo mejor.

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